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44. Besos de menta

La luz del amanecer aclaró el cielo y los destellos azules de la chimenea me dibujaron sombras en la piel. El crepitar del fuego me invitó a acurrucarme bajo el unüil de Killian. Tenía la espalda pegada contra su pecho, lo que me permitía sentir los latidos de su corazón. Me moví con cautela para evitar despertarlo, pero su brazo se mantuvo firme alrededor de mi cintura.

Killian dormía con el rostro en calma y una expresión tan libre de preocupaciones que deseé poder quedarme allí para siempre. Deslicé los dedos entre las ondas de brillo añil de su cabello y sentí un calor familiar en los pies. Me incorporé para descubrir al lobo tumbado sobre la alfombra. Estaba tan encogido que parecía una bola de pelo gris. Tenía el hocico apoyado en el suelo, pero abrió los ojos en cuanto percibió movimiento.

—Hola, amigo —susurré mientras me acercaba a él.

El lobo agitó la cola y se estiró para restregar la frente contra mi mano. Sus iris amarillos me observaron con afecto y lo acaricié mientras se volvía a tumbar sobre el suelo.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —pregunté confusa.

El gemido que brotó a nuestra espalda provocó que el lobo alzase las orejas. Killian suspiró antes de depositarme un beso en los hombros. Mi sonrisa se amplió en cuanto me encontré con su expresión somnolienta.

—Buenos atardeceres —dijo antes de curvar el brazo que descansaba sobre mis piernas para atraerme hacia él.

—¿Qué tal has dormido? —le pregunté.

—Hacía tiempo que no descansaba tan bien.

Las caricias que dejaron sus dedos en la parte baja de mi espalda me hicieron cosquillas y el lobo abrió un ojo cuando me revolví. Killian se incorporó y el animal levantó las orejas y lo observó con atención.

—Anoche tuve que salir a atender unos asuntos —explicó—. Cuando regresé, me siguió a través del portal. No le gusta estar lejos de ti durante mucho tiempo.

El lobo suspiró en cuanto le rasqué la parte baja del hocico y el aqua y yo intercambiamos una sonrisa. Killian posó la mirada en mi boca. La magia me acarició la piel. Una corriente de aire recién salida de los bosques nos agitó el cabello y sentí el aroma de la hierbabuena en los pulmones. Me volví hacia Killian, pero sus besos de menta bastaron para responder a mis preguntas.

—Es un buen truco —reconocí tras saborear el frescor de nuestras bocas.

—Me lo enseñó Max.

—¿Os pasáis las reuniones compartiendo confidencias?

—Resulta más fácil impresionar con magia extranjera —respondió con una malicia que me hizo reír—. Aunque, según lo que he oído últimamente, quizá debería empezar a pedirle consejo a Marco. Quién iba a decir que los hrathnis eran tan salvajes...

—¡Killian! —exclamé mientras le daba un empujón—. ¡Sois unos chismosos!

El aqua me atrajo hacia su pecho entre carcajadas. Sus labios se posaron en mi cuello con un beso que me llenó de calidez.

—De una nywïth alquímica a un hrathni exiliado... —reflexioné divertida—. Es evidente que a Max le gusta el riesgo.

La sonrisa de Killian no logró deshacer las arrugas que se le formaron en la frente y el joven me dedicó una mirada inquisitiva.

—No te he visto sorprendida por el vínculo de Aidan y Mónica.

—¿Debería estarlo? —cuestioné—. Nos lo contaron hace ciclos.

—Pero se vincularon después de tu huida, cuando el Consejo aceptó derrocar la norma que prohibía los nywïth en la Guardia.

—¿De verdad? —pregunté confusa.

La mueca de Killian demostró que mi máscara de inocencia no estaba funcionando. Gracias a los hrathnis sabía que el jefe del clan había persuadido a los Ixes utilizando a Elísabet como excusa. Los consejeros ardían en deseos de que el Ix Realix se vinculase con su nywïth, y si él podía, ¿por qué sus soldados más fieles no iban a hacerlo? Lo imaginé en la gran sala de reuniones, luchando contra el Consejo por sus amigos, y no pude evitar sonreír. Killian me acarició las costillas con el pulgar.

—No quieres saberlo —dije con un suspiro.

—¿Ahora también decides qué quiero y qué no quiero saber? —preguntó, imitando el sonido de mi voz.

La risa de Trasno resonó en algún lugar de la estancia.

—Siempre querré saber todo aquello que quieras contarme, Moira.

—Por favor —pidió el duende—, díselo ya para que deje de castigarnos con sus monerías.

—¿Recuerdas qué pasó después de que nos atacase el ser de energía alquímica en el bosque? —le pregunté.

—Que Max gastó su penúltima vida.

—Pero no sabíamos que le quedaba otra, pensamos que no volvería —relaté con la voz afectada por los recuerdos—. Creímos que un hechizo supremo podría ayudarlo, así que creaste un portal para ir en busca de Elísabet. Sin embargo, Mónica y Aidan ya estaban allí...

Killian palideció y me miró aturdido.

—Cuando Max volvió a la vida, ellos ya habían completado el vínculo nywïth. Temías que los Ixes los utilizasen para probar lo que ocurría si desobedecías a la Autoridad, así que, en un intento por protegerlos, me trajiste una lágrima para que te borrase la memoria.

—¿Utilizaste magia de la mente conmigo? —preguntó incrédulo—. ¿Y funcionó?

Le di un golpe en el hombro que lo hizo gemir. El lobo se removió inquieto.

—Eso es por no decirme que, si la Autoridad lo descubría, tú también serías condenado por traición —reproché enfadada.

—Me alegra comprobar que has vuelto a ceder ante la violencia nada más levantarte —murmuró Esen divertido.

—Ahora entiendo que el orbe de la verdad se iluminase cuando confesaste que habías utilizado la magia en mi contra —meditó Killian.

Sonreí a pesar del recuerdo de la celda de agua en la que me habían encerrado.

—También dijiste que me habías mentido.

—Te miento constantemente —reconocí, encogiéndome de hombros.

Killian me miró indignado, pero en lugar de sucumbir a los reproches, respiró hondo.

—Quizá tendríamos que cambiar eso —sugirió mientras me tomaba de las manos—. Si queremos que esto salga bien, deberíamos poder confiar el uno en el otro.

—No te miento porque desconfíe de ti, Killian. Te miento porque no quiero que tengas que tomar decisiones que te enfrenten a la Autoridad de tu reino.

El aqua me acarició la mejilla con los dedos. El mar de sus ojos me observó con una tormenta de emociones imposible de descifrar.

—Entonces tomaremos las decisiones juntos —resolvió con una seguridad que me llenó de calidez.

—¡Pero se puede zed maz...!

Me volví para descubrir el rostro enrojecido de Trasno. El duende se removía entre los brazos de Alya e intentaba zafarse de la mano que le cubría la boca.

—¿Es que no sabéis lo que es la intimidad? —protestó la sílfide.

—Exacto, ¿en qué momento renuncié a ese derecho? —les pregunté.

El duende me sacó la lengua en cuanto Alya lo dejó ir y Esen me pidió disculpas antes de retirarse junto a sus compañeros. Me reí entre dientes y Killian me observó con un cariño que me removió por dentro. Los primeros rayos de los soles rompieron la burbuja de cristal que nos rodeaba. El jefe del clan se volvió hacia la ventana. La alegría que brillaba en mi interior se debilitó en cuanto recordé a las decenas de cadáveres que yacían bajo la escarcha, aguardando ser devueltos a la fuente. La culpabilidad me nubló la visión y me sentí avergonzada por haber encontrado felicidad en aquel momento de tristeza.

—Tengo que regresar —anunció Killian.

Busqué la ropa que había desperdigada por la estancia. Killian me sonrió y el poder de las gemas acudió a él como el agua de la lluvia a los ríos de invierno. La torre se iluminó con destellos azules que nos envolvieron con su magia, lo que permitió que Killian se pegase a mí con una sonrisa pícara. La humedad del agua me acarició la piel. Una ráfaga de viento se deshizo del sabor de sus besos para depositar prendas tan frescas como el océano sobre nuestros cuerpos. El cabello de Killian se acomodó en un latido y el mío me cayó sobre los hombros con una perfección que jamás habría conseguido por mí misma. Killian deslizó los dedos entre mis mechones y los sacudió con ímpetu.

—Pero ¿qué haces? —protesté mientras trataba de liberarme de él.

—Estás demasiado peinada; es sospechoso.

Mi risa se propagó entre la magia que creó un portal de hielo ante nosotros. Killian se despidió, pues debía atender varios asuntos antes de la ceremonia de los caídos. Aunque sentía cierta melancolía por su partida, agradecí poder estar sola al fin. El lobo y yo teníamos un pasadizo secreto que encontrar.

🏁 : 100👀, 60🌟 y 42 ✍

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