27. Los galimatías del amanecer
—Esto es una mala idea —se quejó Duacro.
—Nunca te gustan mis planes —protesté molesta.
—¡Porque siempre son una locura!
—En un mundo en el que todos están locos, la verdadera locura sería permanecer cuerda —respondí con un guiño.
—Y por esto no me gustan tus planes: cada vez que aceptamos que son inviables, dices una frase absurda que te hace parecer inteligente y crees que vas a salir con vida del suicidio voluntario al que pretendes someternos.
—Perdona, ¿decías algo? He debido distraerme con tantos lloriqueos.
—Dame eso —refunfuñó mientras me arrancaba los documentos de la mano.
Nos encontrábamos en las galerías secretas de la Colina de la Taumaturgia. A nuestro alrededor yacían una decena de cadáveres ataviados con ornamentos aqua y rubí. Me arrodillé ante una mujer de largo cabello oscuro para rebuscar en sus bolsillos. Hasta el momento había encontrado seis tallos de udela repletos de nögle, una fortuna indefinida de neibanes, dagas, polvo y cristales de naturaleza desconocida para mí. El hallazgo más importante, sin embargo, era el mapa que sostenía Duacro.
La criatura hundió las garras en el cuello del rubí que me había dado un puñetazo en la oreja. Lo tenía bien merecido. Todavía oía el pitido que me impedía percibir los demás sonidos con claridad. La sangre brotaba de mis heridas, pero ninguna era lo bastante grave como para aceptar la oferta de Duacro y permitir que me sanase. En aquellas condiciones y sin amuletos que me protegiesen, a cambio de curarme el cuerpo, la energía de las gemas me debilitaría la mente.
—Aquí —dijo Duacro tras posar una garra ensangrentada sobre el mapa.
—¿Y dónde se supone que está eso?
Aquella colina era un verdadero galimatías, no me extrañaba que los aliados de Catnia necesitasen un mapa para desplazarse.
—Los mejores tesoros siempre se encuentran en las salas más grandes, mocosa. A los neis les encanta alardear.
—¿Y cómo llegamos a ella?
—Hay controles aquí —explicó mientras señalaba el mapa—, aquí y aquí. Creo.
—¿Cómo que «creo»?
—No me culpes si estos idiotas no saben orientarse.
—Está bien —murmuré—, supongo que habrá que conformarse.
—¿Conformarse? —repitió indignada—. ¿Es que intentar atravesar esa cosa no es lo bastante divertido para ti?
Duacro señaló la barrera de oscuridad que se erigía ante nosotras. Era tan negra como el terror. De ella manaba una ponzoña que amenazaba con gangrenar las raíces del mundo. El escudo de magia alquímica se alzaba hasta los confines de las tinieblas y se extendía al otro lado de las paredes de roca. Sentía la llamada de las sombras en cada latido, invitándome a unirme a ellas, a concederles permiso para absorber mi energía vital y convertirme en una partícula más de su red de tejida maldad. Me removí con un escalofrío. Ignoré el temor que me estrangulaba las entrañas antes de regalarle una sonrisa maliciosa a Duacro.
—¿La reina de la perversión se me asusta con un poco de energía transmutada?
—Tú no has estado al otro lado —susurró con una seriedad impropia en ella—, inmovilizada durante anocheceres y sintiendo cómo el veneno mancillaba cada fracción de tu esencia.
Nos miramos en silencio durante varios latidos.
—Dijiste que no teníamos tiempo —le recordé.
—Es que no lo tenemos.
—Pues entonces basta de cháchara.
Guardé el mapa en un bolsillo raído de mis pantalones y Duacro ocultó los cadáveres con un hechizo que me debilitó el pensamiento. El escudo de magia oscura absorbió la energía sobrante antes de que regresase a las gemas. La muralla de partículas alquímicas centelleó con un fulgor metalizado que pareció fortalecerla. Duacro me miró con ojos suplicantes. El lobo emitió un gruñido que empeoró mis nervios.
—Vigila que no venga nadie —le pedí.
El animal se quedó en la retaguardia para dar la alarma si alguien se acercaba demasiado. Duacro y yo avanzamos hacia las tinieblas.
—Esto es lo que haría alguien estúpido —protestó enfurruñada.
—No nos queda otra opción.
—Podríamos esperar un poco más, la energía de la lágrima obsidiana no tardará en hacer efecto.
—Dijiste que no teníamos tiempo —repetí con voz grave.
—Es que no lo tenemos.
Deslicé los dedos alrededor de la lágrima rubí. En el interior del saco de cuero brilló la esfera anaranjada que contenía la energía de mi padre, la última que poseía.
—A estas alturas, el sentimentalismo no es más que un obstáculo —murmuró la criatura.
—Eso solo lo dices porque no tienes alma.
Duacro me sonrió. Correspondí el gesto antes de alcanzar la lágrima oscura. La energía transmutada que contenía reconoció la muralla alquímica y se removió, ansiosa por liberarse. El veneno que emponzoñaba el poder de las gemas se me coló entre los dedos. Las náuseas me quemaron la garganta. Estallé la lágrima rubí para contener el poder maligno que se liberó ante mí. La luz escarlata impidió que la magia oscura fuese absorbida por el escudo. La nube de partículas negras que flotaba ante nosotras se deslizó sobre mí hasta cubrirme con su manto tenebroso. Duacro me tomó de la mano. La bruma mortífera se propagó por su cuerpo y generó un aura malévola a su alrededor. La voz que narraba mis pesadillas cobró fuerza en mi mente. Su hechizo amenazó con doblegarme. Una sensación húmeda y pegajosa me atravesó la carne. El corazón me magulló las costillas. Luché por mantener el terror bajo control.
—Será mejor que nos demos prisa —susurró Duacro—. No podré contenerla durante mucho tiempo.
Apreté la mano de la criatura antes de avanzar hacia el escudo de energía transmutada. Mi mente se inundó con el recuerdo del bosque consumido por la oscuridad. El rostro de Duacro, manchado por ríos de lágrimas ennegrecidas, envió un estremecimiento por mi espina dorsal.
El horror se agravó en cuanto entramos en contacto con la barrera alquímica. Los gritos que se apoderaron de mi mente me llenaron los ojos de lágrimas. Las llamas me consumieron el cuerpo en vida. Cientos de dagas invisibles me acuchillaron las sienes. Unos dientes afilados me atravesaron la yugular. Las garras ponzoñosas que me arañaron el abdomen dibujaron surcos que se extendieron hasta mis muslos. El dolor me cegó. La sangre me bañó la lengua. Un ser de ojos escarlata y patas peludas me reptó por la piel hasta posarse sobre mi pecho. El pánico me inmovilizó. La magia alquímica reforzó su ataque. De mi cuerpo brotaron ríos escarlatas que me bañaron la piel. Las garras que me atravesaban la carne se hundieron hasta fracturarme los huesos.
—Doblégate —ordenó el poder que amenazaba con invalidar mi voluntad.
—No —susurré con la voz ronca.
Una carcajada histérica me retumbó en los oídos. El vértigo hizo que me cayese al suelo, pero los dientes y las garras me mantuvieron en pie. Las sombras me destrozaron la carne y excavaron mi cuerpo en busca de mi esencia. El ser que albergaba el horror del mundo en la mirada se restregó contra mi piel. Sus patas me acariciaron el cuello antes de clavarse en mis mejillas. El poder de sus ojos carmesíes me alcanzó el alma. Las lágrimas que me humedecieron los pómulos se mezclaron con el dolor y la sangre.
—¡SOMÉTETE ANTE MÍ!
El dolor se volvió insoportable. El veneno se filtró por mis heridas y corroyó mi voluntad. La urna de cristal que me protegía se resquebrajó. Sentí las puñaladas que me destrozaron las costillas. El horror me miró a los ojos y le sostuve la mirada.
—¡¡No!!
El grito me quemó las cuerdas vocales. El monstruo se abalanzó sobre mí como si pretendiese atravesarme la piel. Mi cuerpo convulsionó por el pánico.
Y entonces llegó el silencio.
La sangre desapareció y mi entorno recuperó el color de la vida. Mis pulmones se llenaron de aire puro y el dolor se convirtió en una anécdota de edades pasadas. Me palpé los brazos y las piernas con manos temblorosas. Estaba entera. No había garras ni dientes clavados en mis entrañas. No había ríos de sangre y líquido putrefacto humedeciéndome la piel.
—Me daré prisa, falta poco para el amanecer —dijo una voz que rebotó en las paredes del túnel, liberándome de la conmoción.
¿Cómo que faltaba poco para el amanecer? ¿Cuánto había tardado en atravesar la barrera? Cogí el arco que me colgaba de la espalda y me enfrenté a Duacro.
—¿Ves? —le dije con una sonrisa—. Sí que había alguna probabilidad de éxito.
La criatura no me respondió, puesto que no se encontraba a mi lado. La busqué por todas partes, aunque no tardé en darme cuenta de que me había quedado sola. Otra vez. Y ahora nadie podría manipular las mentes de los neis que caminaban hacia mí para evitar que diesen la alarma.
—¡Gárgolas antiguas! —maldije mientras apuntaba a la boca del túnel que se abría ante mí.
La pared se curvaba hacia la derecha, así que avancé con cautela para ocultarme tras ella. La flecha silbó contra mi piel y siguió la trayectoria necesaria para atravesar el cráneo de la líder de alguna gran familia aquamarina.
—¿Pero qué...?
El rostro del rubí que la acompañaba se retorció con pánico. Sus ojos se llenaron de reconocimiento en cuanto me vio, pero antes de que pudiese invocar su poder afín, disparé otra saeta que consumió la vida del şihïr granate que le centelleaba en la muñeca.
Me acerqué para recuperar las flechas ensangrentadas, que, gracias a la magia del hielo, abandonaron sus cuerpos sin oponer resistencia. No me molesté en ocultar los cadáveres, ya que sin la ayuda de Duacro, el plan había fracasado incluso antes de empezar. Tendría que idear uno nuevo sobre la marcha. Iba armada con cinco flechas, una lágrima de luna y la rabia que habían acumulado mis huesos en más de dos decenios de vida. Jamás me había sentido tan bien equipada.
—¿Quiénes faltan por salir? —preguntó una mujer—. Ya sabes que no le gusta que haya nadie cerca cuando está trabajando.
El aqua que debía responderle se distrajo con la flecha que le atravesó el pescuezo. Por desgracia, la Ixe me descubrió antes de que pudiese aplacarla y lanzó un torbellino de escarcha hacia mí. Me serví del movimiento que me habían enseñado los hrathnis para esquivar los ataques de los osos y disparé. El sonido que emitió el hielo al colisionar contra la pared de roca silenció el gemido de la mujer, que cayó al suelo con un golpe sordo.
Me permití recobrar el aliento antes de seguir avanzando. El túnel se convirtió en un pasillo de suelo empedrado y paredes de joyas rubíes que daban paso a estancias equipadas con todo lujo de detalles. Reconocí espacios de estudio y reunión, una sala curativa, dependencias para el análisis y la práctica de magia, cuartos repletos de libros antiguos y despachos que pertenecían a los taumatúrgicos más poderosos.
Las pisadas de un grupo de soldados rebotaron en las lámparas de lluvia de cristal que pendían de los techos, por lo que me oculté tras la mesa de sal que presidía el cuarto de algún erudito.
—No importa lo que escuchéis —dijo el nei que estaba al mando—, que vuestros guardias se mantengan en sus puestos hasta que se les ordene lo contrario.
Sonreí aliviada: quizá no estuviese todo perdido. Desdoblé el mapa con sigilo y memoricé el camino que debía seguir para llegar a la sala indicada por Duacro, pues era cinco veces mayor que el resto de estancias. Esperaba que la criatura estuviese en lo cierto. Mi vida dependía de ello.
🏁 : 90👀, 44🌟 y 42 ✍
Moira y Duacro vuelven a la carga... 😏
Ahora son saqueadoras de cadáveres 🤣
Nos enfrentamos al escudo alquímico... 👹 ¿Qué os ha parecido esa batalla interna?
Moira se queda sola... 🤨 ¿Qué creéis que encontrará en esa sala?
Espero que os haya gustado ✨
Un besiñoooo ❤
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