26. Cielo de cristal
Me desperté gritando. Las garras que me atravesaron el pecho me llenaron de angustia. Un mal presentimiento me sacudió hasta la médula. El lobo se levantó y analizó la noche en busca de la amenaza. Los rostros que se materializaron a mi alrededor me observaron alarmados.
—¿Qué ocurre? —me preguntó Esen.
—Algo va mal.
El corazón me latía desbocado. El sudor me humedecía la piel. Mis acompañantes se miraron confundidos y el lobo les gruñó a los matorrales. Busqué el cristal aurático con ansiedad. La niebla de su interior permanecía dormida.
—¿Arenilla?
La voz cariñosa de Trasno se me atascó en la garganta. Aquello no tenía sentido, pero sabía que algo iba mal. Lo notaba en el aire. Lo sentía en los huesos. Lo oía en las voces que me oscurecían la mente. El lobo aulló y el sonido rebotó en los límites de un cielo de cristal. La tierra vibró. Los árboles gritaron. Las piedras se resquebrajaron. Àrelun se arrodilló y posó las manos sobre la hierba. Esen y Alya intercambiaron miradas del color del viento.
Trasno se subió a los hombros de la sílfide, que levitó para esquivar una roca que rodaba ladera abajo. El lobo se removió exaltado y se colocó frente a mis piernas, preparado para atacar. El aire sacudió las ramas de los árboles. Entre las hojas surgió una pared de roca tan oscura como el cielo iluminado por las lunas. El suelo rugió y ante nosotros se formó la entrada a la misma cueva que nos había arrancado del corazón del Baldío Prohibido. Nos miramos intranquilos. Las colinas se estremecieron. Los árboles nos hablaron en un idioma que escapaba a mi comprensión.
—Se está cerrando —susurró Àrelun con las manos enterradas en las raíces del bosque.
Y entonces corrí.
La vegetación me arañó la piel. Las rocas me golpearon los muslos. No me detuve hasta que mi respiración rebotó en las paredes de la cueva y la entrada se selló detrás de mí.
La humedad me hizo estremecerme. Algo se movió a mis pies. La oscuridad se llenó de sombras inquietas y una tenue luz púrpura desafió el poder de las tinieblas. Las alas de la sílfide cobraron vida y proyectaron hermosos destellos sobre nuestros rostros. El lobo gimió y sonreí cuando me encontré con sus ojos amarillos, agradecida porque no se hubiese quedado atrás.
—Elfo, ¿cómo se dice «idiota» en el idioma en el que me insultas cuando crees que no me doy cuenta? —preguntó Trasno enfadado.
—Como al otro lado solo haya arena —me advirtió Esen con ojos centelleantes—, tú y yo vamos a tener más que palabras.
Alya y Àrelun intercambiaron miradas divertidas. Nuestras pisadas resonaron en la calma de la cueva, pues gracias a las alas luminosas de la joven, avanzamos sin dificultad. La brisa me golpeó con una carga de poder que me nubló el pensamiento. Mis amigos llevaron las manos a las armas. Toqué el amuleto que tenía en el pecho, que en aquella ocasión contenía dos alas de madera, y lo apreté antes de activar el contenedor espacial. Me colgué la aljaba de telas rubíes a la espalda, ya que no había tenido tiempo de confeccionar una mejor, y sujeté el arco frente a mí. Cogí una flecha, preparada para hundirla en los monstruos que ocultaba aquel lugar sombrío, y me aventuré hacia lo desconocido.
La energía de las gemas se intensificó, al igual que la presencia húmeda y oscura que me reptó por la piel. Sin embargo, aquella magia era distinta a la que conocía, más cálida y cercana. No comprendí por qué hasta que nos asomamos a un agujero que había en la roca y descubrimos que ante nosotros, más allá de la cueva, se extendía el reino Rubí.
La imposibilidad de lo que veía me acuchilló las sienes. Las voces desconcertadas de mis acompañantes se convirtieron en una amalgama indescifrable. Las náuseas me encogieron el estómago y, al otro lado del miedo y la confusión, encontré el poder de mi instinto. Se produjo una variación en el poder elemental. Una luz se reflejó en la pared en curva. Frente a mí apareció un Ixe de ojos grises y mirada cínica que me resultó familiar. No recordaba su nombre, pero sus iris bañados en odio me reconocieron al instante.
El poder aquamarina que invocó me erizó la piel de la nuca. Su şihïr se iluminó para informar a sus cómplices de mi llegada y el pánico me nubló el pensamiento. Llevé la mano al saco de cuero en busca de la lágrima de mi padre. La vorágine de sensaciones que me recibió me distrajo de la ráfaga de energía que el Ixe lanzó en mi dirección.
Grité dolorida. Las descargas eléctricas me hicieron convulsionar contra el suelo. El aqua se acercó con una sonrisa arrogante que me calmó, pues en su despliegue de superioridad, se había olvidado de dar la alarma. El poder del océano me acarició la piel cuando estallé una lágrima turquesa a sus pies. La energía de las gemas ascendió por el cuerpo del Ixe y le formó una esfera de agua alrededor de la cabeza que le impidió respirar.
Me levanté entre jadeos, debilitada por el peso de la magia. El consejero se tambaleó hacia atrás y posó las manos sobre la burbuja que le robaba el oxígeno, congelándola sin esfuerzo. El hielo estalló en una galaxia de estrellas afiladas que quedaron suspendidas en el aire. El grito del Ixe canalizó una ráfaga de viento salado que me lanzó a través del corredor.
Me golpeé la cabeza contra la roca. Las esquirlas heladas me arañaron la piel. El aqua apretó los dedos alrededor de mi garganta y una fuerza invisible me elevó hasta alejarme del suelo. Mis pulmones exclamaron histéricos. La sonrisa putrefacta del Ixe se desvaneció cuando el lobo le enterró los colmillos en la carne. El alarido del aqua fue acompañado por una muestra de poder que abatió al animal de un golpe.
La brisa de los bosques acarició mi rostro enrojecido por la furia. Moví una mano esmeralda hacia el Ixe. El sonido que provocaron los tallos verdes que le atravesaron la carne y le conquistaron el pecho inundó la cueva. El aqua abrió los ojos con pánico, pero no pudo gritar, pues de su boca brotaron helechos de hojas escarlata que le sellaron los labios para siempre.
El consejero se desplomó sobre la piedra y el poder aquamarina me liberó al instante. Me caí al suelo, magullada y herida. La sangre me humedeció el lado derecho del rostro. El aire me quemó los pulmones. Recuperé el arco y lo armé a toda prisa. La flecha atravesó el aire en un latido desesperado. Su punta de hielo arañó una mejilla amiga.
—¿Mocosa? —preguntó Duacro aturdida.
Los ojos desvanecidos de la mujer me analizaron antes de centrarse en el aqua que yacía junto a mí, tendido sobre un charco de sangre. La presencia de la criatura bastó para calmarme.
—¿Cómo has llegado aquí, Moira? ¿Dónde estabas? ¿Y qué ha pasado? —preguntó mientras señalaba al Ixe.
Duacro estudió la expresión de horror del cadáver y en su rostro se formó una sonrisa ladina.
—Qué perverso... ¡Me encanta!
Los sonidos que rebotaron en las paredes del corredor nos alertaron. Duacro maldijo antes de generar varias runas luminosas que me nublaron la visión. La niebla descendió sobre mi mente y su poder adulterado me acarició la piel. Percibí la presencia de rubíes y aquas y oí los gemidos del lobo, que se acercó para lamer la sangre que brotaba de mis heridas.
—Por esto me encanta trabajar contigo, mocosa —comentó la criatura, ajena a los neis que avanzaban en nuestra dirección—. Nunca sé si me vas a dar el esquinazo o a regalar una escena romántica con una bestia inmunda. Eres toda una caja de sorpresas.
—¿No pueden oírnos? —le pregunté mientras señalaba a los soldados, que parecían ser incapaces de percibirnos a través de las paredes invisibles que nos rodeaban.
—Mi magia es a prueba de idiotas —respondió satisfecha—. ¿Cómo has llegado aquí?
—Sí te lo dijese, no me creerías, Duacro. Ni yo misma sé qué ha ocurrido. Intenté contactarte a través del vínculo, pero-
—No funcionaba —me interrumpió—. Lo sé, creo que es el escudo de la energía transmutada, también le afecta a mi poder.
—¿Para bien o para mal?
La mujer me dedicó una mirada con la que cuestionó mi inteligencia antes de agacharse junto al Ixe que había perecido.
—Veamos qué puede contarnos esta alma torturada...
Duacro hundió las garras en la yugular del aqua. El estallido de poder que me obligó a volver a sentarme pasó desapercibido para los soldados, que se dieron por vencidos antes de desaparecer por uno de los múltiples pasadizos que se habían formado ante nosotras.
El dolor me nubló la visión mientras analizaba el contenido del saco de cuero. Me quedaban tres lágrimas de luna: una rubí, una obsidiana y una ámbar. Había malgastado dos en el combate contra el Ixe, tenía que ser más cauta. Duacro gimió y su pecho convulsionó. La criatura lamió la sangre que teñía sus garras doradas antes de mirarme.
—Está aquí —anunció con una sonrisa sanguinolenta—. Debemos darnos prisa.
🏁 : 90👀, 44🌟 y 42 ✍
Hala, otra vez de paseo... 🤣
¡Para meternos en la boca del lobo! 🙀
¿Qué os ha parecido la pelea? ❄🌿
Vuelve Duacro y... ¿quién más? 😏
Espero que os haya gustado 💚
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