16. Decisiones
Descendí por un agujero húmedo que no tenía fin. La oscuridad me atrapó en su yugo implacable y el vértigo me estranguló el estómago. La magia impedía que pensase con claridad. Un estremecimiento me recorrió la médula. El miedo me reptó por la piel. El final estaba cerca.
—¿Qué es esto?
La voz de Trasno se abrió paso a través de los temblores. La luz tenue que se coló entre mis pestañas permitió que distinguiese las figuras de mi entorno. Los iris amarillos del lobo brillaban entre mis brazos. Esen y Trasno flotaban junto a mí.
—¡Yujuu! —exclamó el duende, que dio una pirueta en el aire y me guiñó un ojo travieso.
Se me escapó una sonrisa. La velocidad a la que caíamos se redujo. El rugido del viento desapareció en favor del murmullo del agua. La luz aumentó con el ritmo de nuestras respiraciones.
—Esto es... extraño —murmuró Esen con suspicacia.
La fuerza que nos sostenía nos posó sobre el suelo con una caricia. La luz de la cueva provenía de la grieta que se abría al final del túnel. Mis acompañantes y yo nos miramos con cautela antes de dirigirnos hacia ella. El lobo se removió contra mi pecho. El idioma del agua cobró fuerza con cada paso.
—¿Preparados? —susurró Trasno.
Me aferré la daga que ocultaba bajo el lobo y avancé hacia la salida. La luz me bañó la piel con un tono anaranjado propio de la media tarde. Parpadeé confusa. ¿No estaba anocheciendo? Esen frunció el ceño y Trasno fue el primero en salir al exterior. Al otro lado nos recibió un mundo lleno de vida. La naturaleza de colores intensos fue demasiado para nuestros ojos, acostumbrados ya a la inmensidad árida del desierto.
Las briznas de hierba azulada hablaban en la lengua del viento y los helechos en espiral se estiraron para saludarnos con movimientos sinuosos. La humedad que acumulaba la tierra provenía de los árboles de lluvia, que generaban un constante aguacero que me invitaba a bailar a su alrededor. Había algo familiar en aquel entorno, y en cuanto reparé en las setas de dragón que se ocultaban tras las piedras y en las altas laderas que rodeaban el valle, se me escapó un jadeo. Mis acompañantes me atosigaron con preguntas que no alcancé a oír, pues la tierra comenzó a vibrar.
El lobo gruñó y las piedras temblaron ante nuestros ojos. Nos alejamos de la pared de roca, temiendo un desprendimiento. Sin embargo, el terremoto se detuvo latidos después. La naturaleza se movió a nuestra espalda. Del suelo brotaron las raíces de un frondoso bosque que se extendió en todas las direcciones. La cueva que habíamos atravesado para llegar allí se perdió en el olvido.
—¿Qué belugas pasa? —preguntó Trasno inquieto.
Esen me miró en busca de respuestas. Me volví hacia la explanada que descansaba junto a la ladera, donde Max había muerto hacía lunas. Donde Mónica y Aidan habían aceptado el vínculo nywïth. Donde la energía transmutada había convertido a la naturaleza en una auténtica pesadilla.
—Es obra del Bosque de Hielo Errante —declaró Esen.
—¿Qué? —pregunté aturdida—. ¿Quiere que vayamos hacia él?
—Ni idea —intervino Trasno—, pero parece que hemos despistado a las patrullas, al menos por el momento.
—Y por primera vez en lunas, no hace calor y tenemos agua a nuestro alcance —añadió Esen sonriente.
—¡Aleluya! —exclamó el duende—. Por fin podrás lavarte, Arenilla, que menudo tufo...
Le eché la lengua con malicia y Trasno soltó una carcajada que se convirtió en música entre los árboles. El duende desapareció, brincando entre las ramas, y aunque intenté mantenerme alerta, algo se apaciguó en mi interior al estar rodeada por el bosque.
—¿Crees que es seguro? —le pregunté al elemental.
—Tanto como lo era el desierto.
Asentí antes de encaminarme hacia los árboles de lluvia. Deposité al lobo sobre la hierba y le ofrecí agua fresca que sostuve entre las manos. El animal bebió hasta la saciedad. Sus ojos se llenaron de gratitud cuando le entregué nuestra última pieza de carne. Tendría que intentar cazar algo en el bosque, y pronto. Mientras se entretenía lamiendo los huesos, lo analicé en busca de heridas. Tenía el cuerpo magullado, pero el ataque de los neis no lo había herido de gravedad.
Aliviada, me senté bajo la lluvia. Bebí el agua de los árboles y comí algunas frutas que guardaba en el contenedor espacial. El canto de los pájaros se elevó sobre el murmullo de la foresta. Las gotas me hicieron cosquillas en la piel. Hacía lunas que no experimentaba aquella calma. Los rosas y naranjas del atardecer se reflejaron en mi sonrisa.
El lobo se quedó dormido y Esen y Trasno se entretuvieron haciendo maldades por el bosque. Nadie notó mi ausencia cuando me alejé en busca de hierbas con las que asearme. Por el camino encontré arbustos de bayas arcoíris que recolecté para mi futuro deleite. Recordé el lugar en el que crecían las plantas de tubérculos violetas y sonreí tras toparme con un nido repleto de huevos del pájaro de las mareas. Me reconfortó saber que, en aquel entorno, no necesitaba la limosna de nadie para sobrevivir.
Una posición después, había recolectado todo un abanico de hierbas aromáticas. Aproveché el viaje de regreso para recoger ramas con las que encender el fuego cuando anocheciese. En el bosque habitaban más peligros que en el entorno moribundo del Baldío Prohibido, ya que allí nada lograba sobrevivir. Además, en la zona del reino en la que me encontraba no hacía calor. Faltaba poco para la llegada del equinoccio y pensar en el cambio de estación me entristeció. ¿Cuánto tiempo había pasado sin visitar mi hogar?
Vislumbré una mancha violeta entre la vegetación que identifiqué como hojas de porífera. Estaban ásperas y duras, pero cuando depurasen el agua de la lluvia, se volverían tan blandas y acolchadas como las flores de algodón dormido. Su superficie esponjosa me ayudaría a deshacerme de la suciedad que tenía incrustada en la piel desde hacía edades, lo que aumentó mis ganas de darme un baño.
Tras reencontrarme con los demás, me serví de todos lo cachivaches que poseía para recoger agua de los árboles de lluvia. Coloqué la piedra de lumbre en un círculo de rocas y deposité las ramas sobre ella. Las llamas ardieron ansiosas y el cuenco con raíces y hierbas que colgué sobre ellas no tardó en hervir.
Me desvestí bajo los árboles para disfrutar del masaje de la lluvia sobre mis músculos amoratados. Sumergí una esponja de porífera en el cuenco del agua depuradora. El aroma silvestre de las hierbas me relajó los sentidos y sus propiedades limpiaron mis heridas y nutrieron mi agotado organismo.
Cuando me libré de la capa de suciedad que me acompañaba, las primeras estrellas ya brillaban en el cielo. La luz había menguado y las llamas azules del fuego se reflejaban en un entorno bañado por el anochecer. Me envolví en la tela de ornamentos rubíes más grande que tenía y sumergí mi ropa en los restos del agua depuradora antes de ponerla al fuego. Cogí una cáscara de coco del contenedor espacial, donde machaqué varias hierbas y frutos que había recogido en el bosque. La pasta anaranjada que obtuve tenía un aroma delicioso. Con su ayuda y un milagro de las gemas, lograría deshacer los nudos que me enredaban el cabello.
—No te quejes tanto —me reprochó Trasno—, tu aspecto de persona que ha perdido la cordura está muy logrado.
—Nunca nos cansamos de apreciar tus contribuciones —respondió Esen irónico.
Me esforcé por ocultar la sonrisa, pues lo último que quería era motivar sus tomaduras de pelo. Cuando el agua se calentó lo suficiente, saqué la ropa del fuego y la tendí sobre la hierba.
—Que-as-co —murmuró el duende.
El agua del cuenco se había vuelto tan negra como las hojas de las enredaderas del reino Rubí. Me alejé con una mueca de disgusto y avancé hacia una zona apartada. Mientras la vaciaba, oí unas voces siseantes que me aceleraron el pulso. Parecían provenir de entre los árboles. Posé el cuenco sobre el suelo y me aferré a la daga que llevaba bajo el brazo. Estaba claro que una nunca era demasiado precavida.
—¡Que te vayas! —exclamó una voz femenina.
—¿Ahora crees que tienes derecho a expulsarme de los bosques?
—¡No voy a repetírtelo, Àrelun! ¡Suéltame!
Esen y Trasno negaron mientras me abría paso entre los matorrales. A aquellas alturas del viaje, hasta los sátiros de las sabían que no se me daba bien tomar decisiones acertadas.
🏁 : 90👀, 42🌟 y 40 ✍
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!! Qué emoción!! 🤩🤩🤩🤩
Se acerca lo buenooooooooo!!!! 🫣🫣
¿A dónde nos ha llevado la madriguera del conejo? 🐰🐰
Tenemos árboles de lluviaaaaaaaaaa ☔
Y un poquito de limpieza! 🧼
Y también... ¿nuevos eventos? 🤯
¿Qué pensáis? 🧐
Contadme cosaaaaas 🥰
Espero que os haya gustado ❤
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