Capítulo 9
COMPROMISO
"La gente dice que las fotos no mienten, las mías lo hacen".
—David Lachapelle.
ANTHONY
Esta tarde, mientras intentaba superar mi marca en la natación, la vi. Al comienzo me pareció imposible, pero realmente estaba sentada entre un gran número de admiradoras, trayendo consigo el recuerdo de lo que sucedió la noche pasada en mi habitación. Al comienzo estaba jugando con ella, pero luego me llamó por mi apellido y enloquecí. Y aunque quiero, no consigo arrepentirme de haberla besado por segunda vez.
Últimamente tiendo a perder la cabeza. Pero es todo por culpa suya.
Su pequeñez ya no pasa desapercibida, o por lo menos, no para mí. Creo que, por ese motivo, la tarde de hoy me permití ser un poco más presumido de lo normal, aunque no parece haber sido suficiente para captar su interés por completo.
Durante un segundo la tuve localizada, pero dentro del siguiente la perdí de vista puesto que tenía a muchas personas a mi alrededor.
Fue lamentable, me habría gustado obtener tan solo un poco más de su atención.
Salgo de las instalaciones que rodean la alberca y tomo el autobus. Mi entrenamiento ha terminado, y aunque consume gran parte de mi tiempo, es importante que me concentre en ganar las nacionales por tercera vez. Necesito obtener esa beca de la manera que sea.
La época de las finales empezará pronto, y al entrenador le preocupa que se lleve a cabo este 5 de junio, por el poco tiempo que nos queda para ponernos en forma.
Por otra parte, aunque intento no hacerlo, no dejo de pensar en si acaso papá asistirá esta vez. El presente año ha sido el peor. Antes yo hacía lo que a él le apetecía y entonces aparentemente no existían problemas. Me vio ganar los dos últimos campeonatos nacionales de natación, pero desde que me fui de casa las cosas entre ambos solo van de mal en peor. De hecho, no hemos tenido la oportunidad de hablar.
Sin darme cuenta, treinta minutos más tarde me encuentro en su empresa financiera. El edificio es relativamente inmenso, de ventanales oscuros y empleados circunspectos.
Se respira un ambiente tenso en cada pasillo, como si, a punto de girar cada esquina, te invadiera el miedo por tropezar con el mismísimo Lucifer. Todos sienten temor de Jacob Greece. Se hace un silencio sepulcral con tan solo escuchar el nombre de mi padre. Tiene un temperamento terrible.
Salgo del ascensor en la última planta y de inmediato Olivia, su secretaria, se pone de pie. Me inspecciona con la boca abierta, aclarándome que mi entrada la ha sorprendido. Y en efecto, no me esperaba.
Es bastante simpática, baja de estatura, cuenta aproximadamente con 30 años de edad, un cabello carmesí impresionante y es pecosa por demás. Ese último detalle me trae recuerdos ineludibles de Violet, de sus labios y del contacto de su suave piel.
Siento un cosquilleo en la entrepierna y me obligo a cambiar de pensamientos, como, por ejemplo, mirando al escote de la secretaria de papá.
Está bien, me siento asqueroso otra vez.
Todo yace en calma nuevamente.
—Anthony —saluda. Le tiembla la voz—. Hace meses que no te veo por aquí.
En realidad, es un poco más de un año.
Me acerco e intento plasmar la mejor sonrisa que tengo, aunque la tensión no me permite que sea del todo natural.
—¿Se encuentra papá? —pregunto.
—Sí, hace un momento terminó una reunión, así que estás de suerte. Si gustas verlo, en este instante te anuncio. —Alcanza el teléfono sobre su escritorio y de inmediato me precipito, situando mis manos sobre su escritorio e inclinándome un poco hacia adelante, hasta sostener su inquieta mirada marrón.
Si dice una sola palabra sobre mi inesperada presencia, papá evitará mi visita a toda costa. Sospecho que pondrá cualquier excusa.
—Mi visita es un secreto —le digo en voz baja y ella se sonroja. Es interesante cómo el color su rostro se vuelve uno con su cabello ondulado.
—Entiendo —pronuncia bajito.
Le sonrío en forma de agradecimiento, doy media vuelta y me aproximo a la oficina de papá.
—Olivia, te dije que no me molestaras —sentencia él mientras inspecciona una pila de papeles sobre su escritorio. Es un trabajo aburrido el que tiene, y a juzgar la forma en la que su rostro ha envejecido durante los últimos meses, diría que también estresante.
Su oficina es de tamaño mediano, y al igual que el resto del edificio, mantiene un diseño muy minimalista. Hay una sola planta al costado de su escritorio, un archivador plateado al otro lado, y un par de sillones en la mitad de la estancia.
—Linda forma de saludar a tu hijo —le digo, cerrando la puerta de cristal a mis espaldas.
Papá levanta sus ojos azules y me escudriña mientras tomo asiento en frente suyo.
Contrario a mí viste de traje y tiene el cabello grisáceo por el brote de canas. Dicha evolución, según lo que puedo comprobar, se convirtió en un problema con el paso del tiempo.
Regresa su atención al trabajo y lánguidamente dice:
—Creí mencionarte no aparecer si no era con...
—La hija de tu amigo Rhys a mi lado y una carta de disculpa —finalizo por él.
Cambia de página.
—Pero ni siquiera te has dignado en conocerla —añade y, como es lo usual, el tono de su voz refleja lo poco que le importa nuestra plática. Por otro lado, no me llama la atención conocer a la chica con quien mi padre me ha comprometido. No quiero casarme, o por lo menos, no todavía, no de esta manera—. Entonces, ¿para qué has venido?
—Quiero preguntarte...
—Necesitas dinero. —Levanta la cabeza, contemplándome con autosuficiencia durante un par de segundos, poco después revuelve los papeles en busca de algún detalle en particular.
Jamás le he pedido dinero.
Sonrío, porque me resulta irónico que haya llegado a esa conclusión tan precipitadamente, aún después del tiempo en el que nos volvemos a ver.
Me empieza a escocer la garganta, pero debo mantener el control. No he venido para empezar una pelea.
—No es eso —manifiesto. Jamás me deja finalizar. ¿En qué estaba pensando al venir en primer lugar? Me doy cuenta que preguntarle si asistirá a mi próxima competición es una mala idea—. Solo pasaba a saludar.
—Pues la próxima vez, que sea junto a la hija de Rhys.
—Te dije que ya tengo novia. —Levanto un poco la voz para que no me interrumpa nuevamente, así como también empiezo a sentir la necesidad de llamar su atención y que entonces voltee a mirarme. No me ha contemplado por más de un minuto durante todo el tiempo que llevo en su oficina. Empieza a tornarse exasperante.
Pero como si hubiera escuchado mi desesperado pensamiento, de repente me observa debajo de los lentes durante un corto intervalo de tiempo, y vuelve a lo suyo otra vez.
Las ganas de voltear su escritorio me invaden, pero consigo mantener el control. Ya había olvidado lo que se sentía formar parte del mobiliario de su oficina. De igual manera, por alguna razón, esta tarde nada de lo que digo consigue molestarle, pero de inmediato recuerdo que tuvimos exactamente la misma conversación en el restaurante, cuando le manifesté que me iría de casa, asemejándose a ver la misma película aburrida por segunda vez.
Le mencioné muchas veces que tengo novia, pero empiezo a perder credibilidad porque jamás la ha visto, ni siquiera a través de la gente que envía para que me vigilen de vez en cuando. Me he dado cuenta. Es por eso que me vi en la urgencia de buscar una novia falsa, para presentársela a mi padre, pero claro que no personalmente, bastaba que su gente la viera conmigo y le llevara alguna fotografía. Aunque me ha sorprendido no ver a sus hombres durante estos últimos días.
—¿Es alguna estudiante fachosa de esa misma universidad en la que decidiste estudiar? —denigra.
Es la mejor universidad de arte del país, quiero insistir. Ya ni siquiera sé cuántas veces se lo he mencionado, así que reconozco lo inútil que sería repetírselo.
—¿Tanto te importa la apariencia y el dinero que tenga?
—No somos como los otros —sentencia.
—No sé tú, pero al menos yo me siento normal.
—Ese es exactamente tu problema. Me das la contra en todo.
—No, papá —le digo con calma—. Siempre hice lo que querías, hasta hace alrededor de un año, que empecé a tomar mis propias decisiones. Eres tú el que jamás estuvo de acuerdo con dejarme hacerlo.
—Porque todavía no estás preparado. Tan solo mírate, luciendo en fachas y como todos esos que se hacen llamar artistas, pero que tan solo terminan durmiendo en la calle por el resto de sus insignificantes vidas, pidiendo limosnas en cada plaza.
La ira me invade cual huracán, levantándome de la silla.
No puedo más con esto.
—Es por eso que no quería venir en primer lugar... —musito, apretando el puente de mi nariz.
—Por primera vez estoy de acuerdo contigo Anthony, ¿para qué has venido?
Me muerdo la lengua porque no quiero soltarle todo el palabrerío que llega a mi cabeza antes que la verdad.
—Tan solo para decirte... —Pienso intentar nuevamente, pero siento tanto enfado...—. Me he comprometido —suelto sin más.
Por fin tengo toda su atención, pero no precisamente del modo que me hubiera gustado.
Cada músculo de su cuerpo entra en tensión, deja los papeles lentamente sobre el escritorio y se reclina en la silla, contemplándome mientras que, con la mano temblorosa, suelta los lentes de lectura sobre la pila de hojas que todavía le quedan por revisar.
—Tráela —ordena, tomándome por sorpresa—. Llámala. ¡Que venga en este preciso instante! —Golpea el escritorio con su mano.
Acaba de perder el control y yo tan solo sonrío por dentro.
Si quieres conocerla, eso es precisamente lo que harás.
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