Capítulo 6
POR LAS FOTOGRAFÍAS
"Yo no escribí las reglas, ¿por qué tendría que seguirlas?"
—W. Eugene Smith.
ANTHONY
Con la garganta seca y el ácido estomacal borboteando en la boca de mi estómago contemplo a Wallas, quien lleva horas con el trasero pegado a mi sofá.
Verlo perder el tiempo en mi apartamento mientras mira partidos de fútbol americano, es la segunda razón por las tantas que necesito encontrar un compañero de cuarto de inmediato, la primera tiene todo que ver con mi irrazonable padre, quien durante los últimos meses se ha esforzado admirablemente en organizarme citas a ciegas, y como no asistí a ninguna de ellas, de pronto se le ocurrió la grandiosa idea de elegirme una prometida, así, como si nada, sin siquiera preguntar. Honestamente, ni siquiera poseo el interés de conocerla.
El viejo está completamente empeñado en amarrarme a sus negocios, pero fue todavía peor cuando, un año atrás, le mencioné que habría de seguir artes escénicas, porque sencillamente es a lo que me quiero dedicar una vez que termine con la natación. De hecho, en comparación, la opción que elegí me gusta. El agua nunca fue lo mío.
Si llegué tan alto en el deporte es porque fue su idea inscribirme en las nacionales, y mantenerme en el equipo de la universidad es debido a mi necesidad por ganar otro campeonato, pues solo de este modo recibiré una beca completa y no tendré que laborar más en el sitio en el que ahora trabajo.
Como sea, papá se negó por completo al descubrir mi verdadera pasión, me dijo que era un incompetente, que mi sueño era una tontería y que era mejor si sencillamente aceptaba el trono que me estaba ofreciendo.
Ni siquiera la ausencia de mamá en nuestras vidas me marcó tanto como lo hicieron sus palabras. Así que me fui de casa y conseguí este apartamento, y como mi idea no le agradó, de inmediato bloqueó mis tarjetas, pero ¿a quién le importa el puto dinero? Él no comprende que no estoy interesado en seguir sus pasos. Su campo no es el mío. ¿Acaso es tan difícil de entender?
Al poco tiempo de haberme mudado obtuve un trabajo como bartender, sitio en el que Wallas también trabaja y en donde, de hecho, fue que lo conocí, además estudia artes visuales en la misma universidad que yo.
Algunas veces transporto cierto paquete desde cualquier sitio en el que me lo entregan (los lugares varían) hasta el bar en el que hago de bartender, recibo el pago por parte de la dueña de ese sitio, y finalmente llevo este último con quien me entregó el paquete en primer lugar. No es un trabajo complicado. Pero lo importante es que pagan bastante bien, más de lo que se puede obtener en cualquier otro lugar. Para cubrir mis necesidades funciona, y eso es lo que importa.
Pienso darme una ducha, pero de inmediato recuerdo el tercer motivo por el cuál le pedí a Wallas colgar avisos por toda la zona en busca de un compañero de cuarto.
El lugar empieza a caerse a pedazos, y como debo solventar mis estudios por completo, poco me sobra para cubrir los gastos de este lugar más la alimentación. Tampoco me he planteado como una posibilidad el cambiarme ya que el precio en realidad es bastante bueno a pesar de que se encuentra en el centro de Nueva York.
Me dirijo hasta el baño cuando de repente siento mi celular vibrar en el bolsillo de mi pantalón. Probablemente es Linda, la dueña del bar, así que deslizo el dedo sobre la pantalla sin siquiera mirar, activando la opción de manos libres mientras empiezo a sacarme la camiseta.
—¿Bueno? —pregunto.
—Hola, llamo por información con respecto al anuncio que encontré en una tienda. ¿Todavía se encuentra disponible el cuarto?
Me detengo en seco, atascándome con la camiseta mientras intento ponérmela de nuevo.
Esa voz... La reconozco, pero parece que a ella se le dificulta reconocer la mía.
Me apresuro a salir del baño y regreso a la sala. Le doy una patada al sofá en el que Wallas está sentado, quien no demora en contemplarme molesto cuando le arrojo el teléfono sobre las piernas.
—Pregunta sobre el cuarto —le informo en voz baja, sentándome justo en frente de él, en la orilla de la mesa sobre la que descansa el televisor, obstruyendo de esta forma su campo de visión.
—¿El cuarto? —pregunta él como idiota y me sujeto la frente en señal de frustración.
—Por tu propio bien, más te vale convencerla de firmar el contrato.
—¿Bueno? —preguntan al otro lado de la línea.
—Maldita sea. —Si continúa de este modo va a cortar la llamada—. ¡Habla! —musito entre dientes, quitando la opción de manos libres y pegando el teléfono a su oreja.
—¡Ah, el cuarto! —corea—. Sí. Todavía está disponible. —No suena convencido y tampoco tiene idea de lo que está haciendo, por lo que me mira con la interrogante planteada en toda la cara. Aparta el teléfono de su cabeza y me dice—: está pidiendo información al respecto.
—Dile lo que sea, pero que tenga sentido —ordeno, pegándole el celular a la oreja por segunda vez.
—Sí. Uh... —Wallas aparta el teléfono nuevamente y siento deseos de reventarle la puta cara con mi puño—. ¿El qué?
Tiro de mis cabellos con desesperación.
—Háblale sobre los beneficios que incluye convertirse en la partidaria de este lugar. Convéncela, y si es necesario, oblígala a venir. Pero no te quedes callado, maldición, ¡habla!
—¡No! —grita, y ruego porque no la haya espantado—. No. ¡Espera! Am... ¿Ves la dirección escrita en el papel? Dirígete al sitio. Así, mientras te doy un tour, te informo acerca de los beneficios que incluye convertirte en la partidaria de este cuarto. ¿Estás libre ahora?
Por fin se le iluminó el cerebro.
—Bien. Entonces nos vemos aquí. —Cuelga y me contempla—. ¿Quién demonios era ella?
—La chica del bar —respondo de mal humor. Seguramente sabe de quién estoy hablando, pues no ha dejado de quejarse sobre el golpe que sufrió su codo al caer sobre Linda y las botellas, algo que en realidad fue muy gracioso de ver, como justicia divina.
Aunque lo parezca, no tengo una mala relación con Wallas, en realidad es un gran chico, es solo que a veces tiende a ser un poco exasperante.
—Espera. ¿Era una chica? —suelta. Empiezo a negar con la cabeza cuando de pronto se adelanta preguntando—: ¿por qué te interesa convencerla de vivir aquí?
—Para que dejes de venir como si esta fuera tu casa. —Le arrancho mi teléfono y me dirijo al baño nuevamente.
Por más que sea mi amigo, no iba a mencionarle que me interesa tenerla cerca.
¿El motivo? Todavía sigo pensando en ello... En ella en realidad.
Abro la llave de agua caliente, meditando en la verdadera razón que me hizo actuar fuera de lugar por segunda vez.
—Por las fotografías —me digo—. Nada tiene que ver su deliciosa boca. —Intento convencerme, inevitablemente recordando a lo que sabían sus labios cuando la besé en el bar. Tenía un toque inofensivo y en cierto modo adictivo.
Al principio tan solo quería callarla para que no fueran a descubrirnos, pero de pronto me pareció tan diminuta, y un momento después verla enojada fue tan dulce. Pero todavía más extraño fue cuando se asustó por advertir al guardia de seguridad, pues de repente solo quise tenerla un poco más cerca, como si hubiera despertado mi instinto protector que siempre pasó inadvertido. Entonces, sin ninguna explicación lógica, me encontré contemplando sus labios, y un segundo después, perdí la cabeza.
¿Pero qué diablos con ese beso?
Admito que no fue necesario, estuvo de más, así como el empujarla contra la pared con el pretexto tan absurdo de que el flash podía delatarnos. Simplemente pude haber usado mi sudadera tanto para huir, como para introducir la cámara de regreso a su bolso. Pero me cautivó de tal forma... Empezando por su tan particular color de cabello. Era corto, tenía ciertas ondas, y era casi tan desalineado como el de una muñeca a la que un niño tonto e irrazonable acababa de sacudir.
Empiezo a sentir asco de mí por todo lo que le hice. No suelo ser así. ¡Es su culpa en primer lugar!, y por su puesto, de sus deliciosos labios.
Refunfuñando cierro la llave de agua caliente y abro la fría. Con urgencia me sitúo bajo el chorro, siendo consciente de la tensión existente en cada uno de mis músculos.
Nunca me sentí tan ansioso porque algo fuera a salirme mal, y con ella... Si no logro convencerla de firmar ese contrato de partidario....
—¿Qué me has hecho Violeta pastel?
Debo haber perdido el juicio.
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