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Capítulo 13


FRIENDZONE

"Ver no es suficiente, tienes que sentir lo que estás fotografiando".

—André Kertesz.


VIOLET

Cuando Anthony bajó a Cailin y cerró la puerta, algo blanco cayó a sus pies. Fui una estúpida al agacharme para recoger su toalla, y como si aquello no fuera suficiente, ¡me cubrí la cara con ella!

En este instante bien podría hacer un pacto para que la tierra me tragase viva, pues lo peor de todo es aceptar que olía maravilloso. Su fragancia masculina se introdujo en mis fosas nasales sin piedad alguna, cual toxina que encendió un horno en mi interior.

De hecho, justo ahora y a pesar de que han pasado varias horas, todavía siento como si lo tuviera encima de mí, respirando agitadamente, rozando mi piel con las yemas de sus dedos y...

Estoy dormitando.

—¡No! —Lanzo un grito mientras me remuevo sobre el sofá, con Nik a mi lado debido a que llevo los nervios justo en el límite.

Cada que que me encuentro ansiosa, no hago más que sacar fotografías de lo que sea, porque me sitúa de regreso a mis cabales, manteniendo mi cabeza ocupada en otra cosa. Eso es lo que hice durante el resto del día.

Froto mis ojos.

Está oscuro. Son las nueve de la noche. Me encuentro en la sala de nuestro apartamento y sin ninguna luz encendida.

Reconozco que debería estar preparándome para dormir, pero sé que no lograré conciliar el sueño a plenitud ya que el día de mañana debo ofrecer a mis compradoras nuevas fotografías de Anthony que todavía no las tengo. Además, esta tarde, desde mi habitación lo escuché irse con Cailin, sin embargo, no ha regresado aún y eso me preocupa como el infierno.

Me abofeteo por las nuevas imágenes que invaden mi mente. Quería a mi cámara enfocando un fragmento de su magnífico trasero, no a mis ojos captándolo todo por completo.

No podré dormir, a menos de que encuentre el secreto para arrancar tan espectacular encuadre de mi cabeza. Cada uno de los músculos remarcados en su cuerpo esbelto, seguramente habrán de traerme otro sueño erótico con El moja bragas. Está como quiere. Y lo peor de todo es que no pude obtener el sobre de regreso.

Muerdo un almohadón del sofá y zapateo hasta que inesperadamente la puerta principal se abre.

Se hace la luz, cegándome, originando un dolor de ojos que me dificulta mantener los ojos abiertos a plenitud.

Parpadeo, tratando de recuperar la vista mientras torpemente me levanto del sofá con la finalidad de volver a mi habitación, pero al comienzo del camino tropiezo.

—Violet. —Anthony me llama e intento erguirme mientras finjo que nada raro ha pasado en su ausencia, que no tengo las mejillas contorneadas por la vergüenza, y por supuesto, que no estuve esperando a que llegara—. Tenemos que hablar.

Volteo hacia él mientras, conlas yemas de los dedos, peino los cabellos que caen sobre mi rostro cual melena de león.

Charlar me parece una buena idea ya que prácticamente necesito de él para vivir, así que regreso al sofá y aguardo hasta que hace lo mismo, pero aún sentado junto a mí no dice nada.

Durante un periodo de tiempo parece organizar sus ideas, por lo que cansada de la espera decido comenzar.

—¿Por qué le hablaste a ella sobre el prestamista?

—¿Qué? —pregunta, como si no tuviera la más remota idea de lo que estoy diciendo. Creo que hasta parece un podo ofendido. Pero al menos lo saqué del trance, aunque, por otro lado, más bien parece que lo acabo de meter en otro enredo mental.

—Bajó del taxi que casi te atropelló, y escuchó lo que Brent dijo acerca de ti y tu padre —explica.

Agacho la mirada hasta contemplar mis manos acunando a Nik, de pronto sintiéndome muy estúpida por haber pensado mal de él.

—¿Por qué escaparon de Texas? —cuestiona.

Está tomando un camino muy personal y frágil. Y no sé cómo explicarle sin quebrarme.

Dejo la cámara a un lado y respiro hondo.

—¿Puedo confiar en ti? —Mi pregunta le sorprende, pero lo veo necesario dado a la posición en la que ahora nos encontramos con respecto a Cailin.

Por lo que sé, esa bruja es capaz de ponerlo en mi contra. No quiero eso. Anthony es mi partidario, y por más que adore a mi tonto primo Duncan, no quiero volver a escuchar sus serenatas sexuales de madrugada. Asimismo, necesito preguntarle cómo conoce a Brent y advertirle sobre él.

—Claro —responde.

Suspiro, pensando por dónde entablar. Y prefiero no entrar en detalles, pues lo que menos deseo es echarme a llorar sobre sus piernas. Haría el ridículo. Suficiente tuve esta tarde, cuando por un segundo me vi mandando al carajo mis sueños y esperanzas. Por suerte entré en razón justo a tiempo.

—Nací en Lubbock, Texas. Aproximadamente dos años atrás mamá murió de cáncer y dejó muchas deudas hospitalarias por saldar. Papá pidió la ayuda de un prestamista y fue así como canceló las cuentas, pero al pasar de un año se había atrasado con el pago ya que era un valor bastante elevado, entonces las amenazas empezaron. El prestamista quería hacernos daño, y aunque no era la mejor idea, tomamos la decisión de huir lo más lejos posible. Cambiamos nuestros nombres y fue así como llegamos a Nueva York, deseando empezar de nuevo. Pero al poco tiempo papá murió y... —Hago una pausa—. Dios, todo esto suena como una tragedia.

Me veo en la obligación de guardar silencio. Ya no puedo seguir. Creí que sería fácil contarle, pero no es así. Ha pasado un tiempo y todavía siento como si hubiera perdido a mis padres hace tan solo días atrás.

Agradezco a Duncan porque me obsequió a Nik, pues de algún modo también obtengo consuelo a través de él.

—Por su puesto que lo es. Es decir, pasaron por mucho. Aún así, creo que haberse mudado fue lo mejor, sin embargo... ¿Cambiaron sus nombres? —Me contempla con curiosidad. Me alivia muchísimo no percibir pena o aflicción en su semblante, habría tornado las cosas muy incómodas.

Asiento con la cabeza y se precipita a preguntar:

—Entonces, ¿Venus Miller no es el verdadero?

Suelto una risa carente de humor.

—Esta es la más extraña coincidencia, porque en realidad fuiste el único que, sin saberlo, me llamó por mi nombre real después de mucho tiempo. Violet, soy Violet Reed, en realidad.

Ni siquiera Duncan me decía así, porque la única vez que se atrevió a pronunciarlo, de inmediato le grité que cerrara la boca mientras le arrojaba un zapato. Así que desde entonces solo me llama Vi.

—¿Violet? —indica mientras me contempla con mayor atención.

—Esto... —Tomo un mechón de mi cabello—. Es en su honor. Así siento que los llevo conmigo. Después de todo, es el nombre que me dieron al nacer.

—Violet —repite. Parece conmovido—. Te luce.

Sus ojos descienden sobre mi rostro y aguarda en silencio. No hay manera en la que pueda enterarme de sus pensamientos o lo que espera, pero admito que me gustaría tener ese mismo conocimiento.

—Por cierto, a Brent, ¿cómo le conoces? —pregunto.

Se acomoda sobre el sofá, inclinándose ligeramente hacia adelante y asentando los codos sobre sus rodillas.

—Mamá nos dejó cuando tenía nueve años. Papá es dueño de una empresa financiera, y quiere dejarme el puesto, pero no entiende que mi pasión en realidad está en el teatro. Desde muy pequeño empecé con la natación porque fue su idea, siempre tuvo mi vida bajo su control. De hecho, hace algunos meses planeó citas para mí, y como no asistí a ninguna, de pronto me comprometió con alguien que desconozco hasta el nombre. Por todo eso me mudé aquí hace alrededor de un año, para pilotar las riendas de mi vida y empezar a tomar mis propias decisiones. Del resto... Cailin me ayudó a conseguir un trabajo en el bar, sitio en el cual, conocí a Brent.

Me contó más de lo que necesitaba saber, quizá porque entró en confianza, o tan solo quiso manifestar que no solo mi vida parece un drama televisivo. Sin embargo, lo cierto es que ahora puedo entender más de él. Pero, sobre todo, acerca de la enemistad entablada con su padre.

—¿Brent te entrega las píldoras? —indago.

—Sí, y luego se las llevo a Linda, la dueña del bar. Necesito el dinero para pagar mis estudios y el alquiler. Pero honestamente nunca imaginé que Brent sería capaz de amenazar a personas. Creo que conozco otra faceta de él.

Y la de Cailin. Me cuesta no decir.

—Ya lo creo...

—¿Volverá a buscarte? —pregunta, luciendo preocupado esta vez. Eso último me conmueve en cierta forma.

—Desde un comienzo pensaba que era imposible escapar. Pero ahora, sinceramente no sé qué hacer. No lo he pensado todavía. Tal vez me mude a otro estado por segunda vez.

—¿Lo dejarías todo nuevamente? —Es una buena pregunta la que me plantea, pero, del mismo modo, me parece que su intención es remover más de lo que aparenta.

—Si no tengo otra opción, lo haré. Pero eso tampoco quiere decir que lo dejaré absolutamente todo.

—¿Y eso es...?

—Planeo terminar mi carrera. Quiero profesionalizarme en fotografía publicitaria con modelos. Y una vez en lo alto de la cima, lo primero que haré es saldar esa deuda del infierno, pero hasta lo pronto no puedo hacer nada más que permanecer en silencio, escondida en las sombras.

—Bueno, de ser así, estás en mi búnker y nada malo te va a ocurrir.

Sus palabras inevitablemente me aspiran confianza y me hacen sonreír. Me gustaría que fuera así de fácil en verdad.

—Cailin... —empiezo a decir, y le sorprende que de pronto cambie de tema—. ¿Recuerdas la noche en el bar?

—¿Cómo olvidarlo? —Sus ojos se oscurecen mientras su sonrisa de lado no hace más que ponerme nerviosa.

—Nik sacó muchas fotografías, y entre el gran número estaba la bolsa con píldoras, tu rostro, y además logró captar una que no debió. —Empieza a lucir nervioso—. En esa última, tú y yo nos estamos besando. —Me contempla con mayor atención—. El problema es que las guardaba por si querías pasarte de listo con nuestro trato. Es decir, no te conocía muy bien, y ahora Cailin las tiene. Estaban en el sobre de esta tarde. Por suerte no las ha visto, pero aún así...

Creí que habría de inquietarse, y en realidad resulta que luce más tranquilo que antes.

De inmediato doy con un pormenor: Cailin debe saber lo que Anthony hace para ganar dinero ya que fue gracias a ella que él obtuvo ese trabajo. Además, en la alberca me insinuó que Anthony ya tenía suficiente con su vida y que yo no era más que un estorbo. Debe estar al tanto de todo lo que me acaba de contar sobre él.

Creo que empiezo a sentir un poco de envidia.

—Si es así, le pediré que te las devuelva —dice e inevitablemente mi humor mejora.

—¿De verdad? Creí que te lo tomarías a mal. Esas fotografías son como un chantaje después de todo.

—Sí que lo son. Y no lo niego, pero no tengo nada que temer si, desde un comienzo, mi propósito no era faltar al trato.

—Si es de ese modo... Desnúdate, tengo que sacarte algunas fotografías para mañana. —Me volteo para alcanzar mi cámara, pero al regresar hacia él lo encuentro de pie y manifestando su torso cincelado por los dioses—. Santo cielo... ¡Era una broma! —Le grito para que aparte las manos de su bragueta, parándome de un salto. Demasiado pronto se deshizo de su prenda superior—. No planeabas desnudarte en serio, ¿o sí?

—¿Y eso qué? —pregunta con inocencia fingida, encogiéndose de hombros—. Ya me viste sin toalla.

—¡Yo no vi nada! —miento—. Además... —Aparto la vista mientras mi voz se va apagando. No puedo ni mirarlo a los ojos, no cuando sonríe de la forma en que lo está haciendo—. No podemos hacerlo aquí, mis compradoras tendrán sospechas. Debe ser en un lugar público.

—Déjame ver... —Simula pensárselo y levanta una ceja—. Podrían sospechar que vivimos juntos y, encima de todo, que somos novios.

—Lo dices como si en realidad ése fuera el caso.

—¿Y no lo es?

—No del todo. No somos novios, no de verdad —rectifico.

—Y entonces, ¿quieres intentarlo? —pregunta con voz profunda. Mi corazón empieza a saltar como un maniático, es como si la idea le hubiera tentado.

—Yo... —Abro mucho los ojos, mordiéndome el labio, preguntándome si acaso acabo de escuchar bien.

—Es una lástima. De haber respondido durante los últimos cinco segundos, habría sido yo quien se precipitara a morder ese labio.

—Estás de broma, ¿cierto?

—En realidad no. ¿Puedo besarte? —Se aproxima un paso.

—Estás semidesnudo —le recuerdo apresurada, retrocediendo hasta que mis piernas encuentran el sofá.

—Pues eso te facilita las cosas, ¿o no?

—Anthony... —Intento frenarlo.

¿En dónde quedó todo el drama de nuestro pasado?

—Pronuncia mi nombre una vez más y despertarás al lobo. ¿Recuerdas la mordida de esa noche? Sabes que en realidad prefieren atacar el cuello, ¿verdad? Es letal. —Inevitablemente rio cuando lanza una mordida al aire—. Vamos, Violet, déjalo ir por más.

—Estás loco —le indico.

—Por tu culpa, sí —dice.

Niego con la cabeza, casi puedo jurar que parece sincero, pero razonablemente empiezo a entender que es su forma de jugar.

—Uh, sí, todo muy rico y sugerente —dramatizo mientras represento caricias, abrazándome—. Ahora vístete, que, en verdad, necesito sacarte esas fotografías.

Se carcajea y capturo la segunda fotografía de él sonriendo de verdad... Y sin camiseta.

Por supuesto que esta última no estará a la venta.


—No te lo pregunté porque, para ser sincera, no sabía cómo hacerlo, pero ¿Cailin y tú...? —Empiezo a hablar en cuanto nos encontramos lejos de casa, caminando sobre la vereda mientras ajusto la configuración de Nik en manual.

Tengo mi capucha puesta, por lo que me siento a salvo.

Solo espero que, esta vez, las fotografías que saque durante la noche no representen ninguna clase de problema.

—Estoy agradecido con ella ya que me ayudó a conseguir trabajo cuando lo necesitaba. Desde entonces se convirtió en mi amiga —dice mientras camina de retro y se detiene, luciendo un poco incómodo.

Si pudiera, levantaría el cartel de neón con la palabra "FRIENDZONE", pues la rubia acaba de pasar a segundo plano.

A esto le llamo "Justicia divina".

Me siento feliz y ligeramente aliviada.

—Pero esta tarde... —Acerco el zoom lo más que puedo a su rostro, mientras tanto, de reojo inspecciono al hombre que se acerca a nosotros refunfuñando, principalmente para que no se me atraviese en la toma. No me gustaría tener a un amargado en un primer plano.

Anthony amplía una sonrisa y de inmediato recurro a sacarle una fotografía. Nunca lo vi sonreír tanto.

—¿Estás celosa? —pregunta.

—Te dije que no miraras directamente a la cámara.

—Lo siento —se disculpa—, pero es inevitable. Deslumbras todavía más que el flash.

—Cierra la boca, Greece.

—No has contestado a mi pregunta todavía, Reed.

Lo vigilo a través del enfoque, porque no encuentro la valentía para mirarlo directamente a la cara. Conjuntamente, acaba de llamarme por mi apellido, el muy original.

Observa hacia sus pies en señal de inquietud y le saco otra fotografía.

—No, ¿contento? —respondo mientras contemplo la pantalla de Nik, verificando la calidad de la imagen. Quedó perfecta, aunque luce demasiado tierno.

Levanto la mirada y sin esperarlo da un brinco que lo acerca por completo hacia mí, haciéndome asustar y retroceder de un salto. Tropiezo, y sin querer le doy un manotazo ensordecedor al trasero del hombre huraño que acaba de pasar por nuestro lado, el mismo que voltea a verme con sus ojos alumbrados por la furia y la estupefacción.

Mis mejillas de inmediato hierven cual chimenea.

Empiezo a disculparme, cuando de repente Anthony atrapa mi mano y tira de ella, llevándome corriendo junto con él.

El hombre nos empieza a seguir, y Anthony, a propósito, lanza un grito de niña, haciéndome reír a carcajadas mientras me asfixio por la falta de aire.

—¡Nos alcanzará! —le indico.

Inesperadamente me jala hacia un callejón. Juntos nos ocultamos detrás de un contenedor repleto de basura apestosa.

Respiramos agitadamente. Él apoya el dedo índice sobre sus labios, pidiéndome que guarde silencio, pero es casi imposible, estoy muy nerviosa, por lo cual sigo riendo, acto que lo lleva a taparme la boca, abriendo paso a unos minutos llenos de silencio mientras vemos al huraño desaparecer por la vereda.

—Violet —susurra mientras contempla la basura y destapa mi boca lentamente—, deberíamos elegir mejor nuestros escondites.

—Somos limosneros, ¿lo olvidas? —bromeo.

—Tienes un punto. —Voltea a verme, y una vez más el silencio nos invade—. Violet, esta vez hablo en serio.

Hace tiempo que no me molestaba escuchar a alguien pronunciar mi nombre con tanta frecuencia.

—¿Sobre qué? —pregunto confundida por su inesperada formalidad. Sus ojos azules resplandecen de un intenso azul, su boca permanece ligeramente abierta, y de ese modo me percato de que todavía tiene la respiración acelerada.

—¿Puedo besarte?


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