Capítulo 11
BÚNKER
"Es más importante hacer click con la gente que con la cámara".
—Alfred Eisenstaedt.
VIOLET
Esta tarde hice tregua con mi ajetreada vida y me tomé un descanso bien merecido.
Me encuentro sentada sobre mi cama, usando mi pijama rosa y una frazada sobre los hombros mientras desempolvo el objetivo de 18-55mm con el que me Duncan me regaló a Nik. Pero de repente un golpe llega desde el exterior y doy un brinco.
Minutos después suena el timbre, la puerta principal se abre, y segundos más tarde lo escucho arrastrar el sofá.
Alzo un poco más el volumen del reproductor de música y me ajusto los audífonos.
Mi meta es adquirir un objetivo de 85mm para empezar con el retrato, pero para ello necesito reunir $479 en total. Después de pagarle mi mensualidad a Anthony actualmente atesoro $400. Me encantaría poder comprar uno de 70-200mm, pero $2,797 no es un gasto que me pueda permitir.
Por otro lado, Anthony lleva cerca de cuarenta minutos en la sala, y a juzgar el alboroto que arma, parece encontrarse en un campo de batalla. Me sorprende que los vecinos no se hayan quejado todavía.
De inmediato y sin esperarlo, algo roza mi hombro y me asusto por segunda vez.
Volteo mientras me quito los audífonos de un tirón, y lo contemplo con el ceño fruncido. Entró en mi habitación y ni siquiera me percaté. Debo empezar a utilizar el seguro de la puerta.
—¿Puedes venir durante un segundo? —me pregunta.
Hoy es miércoles, y desde la cita con su padre dos días atrás, no hemos platicado de gran cosa. Además, en la universidad no he podido sacarle fotografías porque, desde la advertencia de Cailin, tiene una garrapata despampanante pegada al brazo todo el tiempo, impidiendo que nadie se le acerque siquiera. Es como un perro que reclama su territorio.
Pensaba sacárselas en casa, pero desde lo ocurrido en su habitación, tampoco me arriesgo a permanecer a solas con él. No puedo, me invaden los nervios y hago lo que sea por evitarlo. Salgo de casa temprano, por las tardes después de clases estoy en la alberca esperando verlo sin la mosca rubia volando a su alrededor completamente en vano, después me encuentro con June en la biblioteca para que me enseñe cálculo, y al final estoy de regreso por la noche.
La época de exámenes se acerca, y cuando ésta termine, se aproximará la fecha límite del concurso.
Siento angustia, y no solo por lo que acabo de mencionar, sino porque el viernes se acerca y no he podido captar ninguna imagen de Anton para mis compradoras. Jamás les he fallado, y espero que esta tampoco sea la primera vez.
Camino a una distancia prudente, hasta que se detiene y entonces lo imito. Da una vuelta de noventa grados que lo deja de cara hacia mí. Luce nervioso al rascarse la nuca.
Al comienzo no comprendo el motivo de su preocupación, hasta que veo la sábana negra colgada de la bombilla del techo y mi expresión cambia a ser de sorpresa pura.
—¡Armaste un búnker con una sábana! —exclamo, sintiéndome muy animada de repente, dando saltos como un niño mientras me acerco a curiosear.
La sala se convirtió en un búnker. ¡Está loco de remate!, pero admito que también es impresionante.
Me encantan estas cosas. Con mis padres solíamos hacerlo cuando apenas empecé a hacer uso de razón. Representaban cuentos usando una linterna y sus manos para crear sombras en la tela.
—Bueno... Dijiste que jamás habías ido a un cine, así que esta es mi forma de disculpa.
¿Todavía recuerda lo que dije en esa cena? Una vez más me ha dejado asombrada.
¿Por mí? ¿Esto es para mí? ¿Acaso estoy viviendo un sueño?
Me pellizco el brazo. Él se percata de mi timidez y entonces aprieta los labios, aguantando la risa.
Tan solo porque no quiero recriminarle después de todo lo que hizo, es que me apresuro a examinar la forma en que la sábana negra cae como un triángulo sobre los almohadones del sofá apilados encima de la alfombra, y justo por delante se encuentra el televisor y una caja de pizza que descansa en la superficie de una mesa pequeña. De inmediato comprendo que el repartidor fue quien llamó a la puerta minutos atrás.
—¿Hiciste todo esto para disculparte? —pregunto. Todavía no lo puedo creer—. Aunque habría sido más fácil si solamente posabas para mí —hablo en voz baja, pero me alcanza a escuchar ya que de pronto lo tengo presionando sus manos en mi espalda, insistiéndome para entrar al búnker.
—También puedo hacer eso. Es decir, aquel fue nuestro trato desde un comienzo —responde.
Lo contemplo admirada mientras me siento sobre los almohadones. Todavía no puedo creer que Anthony sea en cierto modo tan infantil.
—Tienes un punto. Pero, ¿no es más fácil ir a un cine?
—Sí, pero de ese modo, ¿en dónde queda el esfuerzo? —me pregunta como si fuera nada mientras repasa las portadas de varias películas que preparó.
—Impresionante... Tienes otro punto. —Me acomodo. Jamás lo pensé así.
El chico se esfuerza para obtener una disculpa. Eso me gusta.
—Espero que sigan sumando. —Introduce la película elegida en el lector de DVD y desplazo la mirada hacia la pantalla mientras me acomodo la frazada sobre los hombros.
No tengo idea de lo que vamos a ver. Es una inesperada sorpresa después de todo.
ANTHONY
Violet yace junto a mí completamente despeinada, como es lo usual. Viste su pijama de Hello Kitty y contempla hacia la pantalla con mucha atención. Me alivia que esté disfrutando la película, pero más que nada, que haya aceptado mi disculpa sin rechistar. Conozco a muchos otros que lo habrían convertido todo en un gran drama.
La frazada que descansa sobre sus hombros la sujeta con una mano, mientras que con la otra acerca un trozo de pizza a su dulce boca. Me parece tan pequeña y frágil que de pronto siento la necesidad de abrazarla, pero me contengo. Estoy tratando de disculparme, no intento fijarme la meta de molestarla todavía más.
Todos estos días me pareció que estuvo evitando cualquier clase de encuentro conmigo, las únicas palabras que mencionó cada que tropezábamos fueron hola y adiós.
Empecé a creer que la cena con papá la molestó hasta el punto en el que de pronto empezó a odiarme, así que, sin darme cuenta, comencé a planear la forma de disculparme, fue entonces que esta mañana recordé haberla escuchado decir que no había tenido la oportunidad de asistir al cine con sus padres, y aquí estoy, haciendo algo que jamás había hecho por nadie.
Alguien es asesinado. La película está próxima a concluir, pero para ser honesto no he podido prestar demasiada atención a la pantalla. Me siento inquieto, contemplando el cuidado que Violet les presta a los actores.
De pronto deseo que sea a mí a quien mire, y como si hubiera escuchado mis pensamientos voltea. Sus ojos grises se engrandecen sorprendidos. Apenas se percata de que la estuve observando gran parte de la función cinematográfica.
Finge una sonrisa, mostrando sus dientes y evidenciando una hoja de orégano aferrada a uno de ellos. Me rio, pero de pronto se levanta y sale corriendo.
Extrañado veo su espalda desaparecer tras la puerta de su habitación.
No puedo creer que sea tan estúpido como para haberla molestado otra vez.
O eso es lo que pienso hasta que de pronto está de regreso, y en sus manos la cámara de fotografía descansa. Es una Nikon d3400. Es la primera vez que la veo detenidamente.
—¿Puedes hacerlo otra vez? —me pregunta mientras se sienta y apunta la lente hacia mi rostro.
Su cámara hace click.
Me parece gracioso. Jamás imaginé tener al contrabandista de mis fotografías apuntando directamente hacia mi cara.
—¿El qué? —le pregunto.
—Sonreír así. De todas las que he visto, esta es la más real.
Su observación me toma con la guardia baja.
Está en lo cierto, jamás he tenido un motivo que me haga sonreír de verdad, no desde hace un año atrás, cuando, al irme de casa, noté que todo en mi vida estaba forzado. Pero con ella no puedo evitarlo, todo es tan natural. Jamás mostró preocupación por su físico y ver eso en una mujer, en tiempos presentes, es extraordinario.
Aunque está tan desarreglada, no me incomoda, sino todo lo contrario, me hace sentir tranquilo porque ante ella no tengo que fingir ser una persona completamente perfecta, porque es así como debo lucir ante los que tienen fija su mirada en el nadador que va por su tercera victoria.
Siento admiración por Violet. Tiene el cabello como una maraña violeta y no le importa; usa ropas que muchos calificarían como algo vergonzoso, y manifiesta su comodidad; la piel de su rostro al finalizar el día puede ser tan brillante como la luna, pero es natural.
Es perfectamente imperfecta.
Lentamente desplaza la cámara lejos de su rostro y me observa con curiosidad. Creo que se está preguntando el motivo por el cuál la contemplo de la forma en que ahora lo hago, pero con certeza ni yo mismo sé el momento exacto en el que todo empezó a inclinarse hacia ella.
No quieras asustarla, me digo, porque sin darme cuenta de pronto me sorprendo contemplando sus finos y apetecibles labios sin el derecho a despegar la vista.
Algo en mi interior se agita cuando la veo mordérselos, dificultando las cosas todavía más.
¿Qué es este sentimiento?
Me gustaría averiguarlo.
—Anton...Anthony —me llama, y es más cautivante cuando los veo tropezar con mi nombre, como si no supiera de qué manera referirse a mí. Me siento como hipnotizado hasta que mis ojos contemplan los suyos. Entonces reparo en lo mucho que me he acercado, pero a ella tampoco parece molestarle, de hecho, se ha quedado inmóvil, como preguntándose qué demonios estoy haciendo.
Por mi parte sé a la perfección lo que hago. Y es eso: muero por probarlos nuevamente.
—Anton —vocaliza por segunda vez, solo que ahora más bien es un susurro, motivo que me sitúa al borde de la locura y me hace perder la cabeza, justo cuando mi boca acierta con la suya.
Ya la extrañaba, pero es mejor de lo que recordaba. Sus labios tiemblan y tienen un ligero gusto a salami.
Empiezo a sentir la necesidad de probar un poco más y capturo uno de ellos con mis dientes. De inmediato la escucho gemir, quizá porque, así como yo, no esperaba el electrizante furor que de pronto empieza a crecer entre nosotros.
Creo que jamás obtendré suficiente.
—Anthony, espera —me frena al situar su mano en mi pecho.
Diablos.
Salgo del hechizo y contemplo su rostro ligeramente enrojecido. Sus labios están un poco más hinchados de lo normal, y sus ojos son como dos cristales brillantes y hermosos.
—Tu teléfono —señala el almohadón sobre el que lo había dejado. De mala gana alcanzo mi celular y estudio la pantalla. Es un mensaje de Linda.
Una nueva entrega. Espera el paquete en tu calle.
Maldigo en voz baja.
—Lo lamento, tengo que irme —me disculpo, poniéndome de pie.
—¿A dónde vas? —Su pregunta conquista mi atención, porque de pronto capto preocupación en el timbre de su dulce voz—. Es decir, necesito nuevas fotos de ti para el viernes.
De pronto me siento ligeramente decepcionado, pero de inmediato la idea de verla contemplarme mientras saca fotografías de mí... Los dos solos en cualquier lugar... Creo que la idea me agrada.
—Entonces podemos hacerlas mañana —le indico y me apresuro a salir del apartamento.
VIOLET
Durante la película deseé poder hacerle varias preguntas, como, por ejemplo: en qué trabajaba su padre, qué los llevó a distanciarse, por qué la mentira acerca de una relación. Había tantas cosas, pero sinceramente no conseguí abrir la boca más que para comer. Ciertamente estaba un poco-bastante nerviosa, pero justo ahora...
Sitúo la mano sobre mi pecho, mi corazón todavía palpita como un demente.
No esperaba que me besara. ¿En qué demonios estaba pensando cuando me quedé quieta? Verlo acercarse de pronto me paralizó, y aunque pensé evitarlo volviendo a la seguridad de mi habitación, no pude. ¿O no quise?
—Demonios... —Me levanto de inmediato y empiezo a caminar hacia la cocina. Siento la urgencia de encontrar un vaso con agua para refrescar mis ideas.
Mientras camino uno de mis pies descalzos pisa algo que me produce cosquillas. Levanto el par de objetos metálicos que cuelgan de una manilla de cuero. Se ha olvidado las llaves.
Si me apresuro sé que todavía puedo alcanzarlo.
Corro hacia mi habitación y me pongo las primeras zapatillas que encuentro.
Una vez lista me dirijo a la puerta principal. Salgo del edificio, importándome poco cuando la gente sobre la vereda contempla mis fachas. En cierto modo ya estoy acostumbrada.
Al poco tiempo consigo dar con su silueta del otro lado de la calle y me precipito, pero me detengo justo en el medio de la vía al advertir que platica con un hombre que me resulta familiar, demasiado, a decir verdad.
Cuando reparo en la cicatriz que cruza su mejilla de manera vertical, lo reconozco como el prestamista de papá, aquel que nos persiguió durante meses con el fin de hacernos daño, también resumiéndose al motivo por el cual ahora me encuentro aquí, en Nueva York, fingiendo un nombre que no es el mío realmente. Pero lo más impresionante de todo es distinguir la bolsa que deposita en las manos de Anthony.
¿Son esas píldoras nuevamente?
Mi rostro pierde color cuando el hombre eleva la mirada hacia mí y arruga la frente, quizá porque le cuesta reconocerme con el cabello teñido.
—Oh, Dios, no...
De inmediato doy media vuelta e intento regresar a casa, pero una bocina me agrede y retrocedo ante el taxi que alcanza a frenar justo en frente de mí.
—¿Acaso quieres morir? —Tiemblo cuando el conductor baja del auto y me grita—. ¿Estás loca?
—¿Qué haces? —Una voz pregunta a mis espaldas. Es Anthony, y justamente tenía que referirse a mí.
Sin regresar la mirada empiezo a correr, pasando por delante de nuestro edificio, sobre la vereda y entre la gente, que es el único lugar en el que consigo sentirme segura por alguna razón.
Pienso que no puedo volver a casa, no por lo pronto, no al saber que comparto techo con la persona que, al parecer, conoce a la razón por la cual nos mudamos a Nueva York temiendo por nuestras vidas.
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