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Capítulo 10


PRIMERA CITA

"Lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás".

—Robert Frank.


VENUS

Tareas. Estúpidas tareas largas que nada tienen que ver con la composición de una fotografía.

Me invaden las ganas de llorar por la desesperación que siento. No sé cómo resolver estos estúpidos ejercicios de cálculo o por dónde empezar. ¡No entiendo nada! Debo pedirle a June que me explique, es mejor con los números que yo.

Pero de inmediato me invade la locura y le doy una patada al escritorio.

Mi sangre hierve desde esta tarde por lo ocurrido con Cailin en la alberca. No pude recuperar mi precioso gorro, tuve que abandonarlo y escapar antes de que alguien lograra fijarse en mí.

Por un lado, fue tonto de mi parte ya que no tenía a Nik entre mis manos, pero por el otro tenía miedo. Realmente me aterraba ser descubierta por sus fanáticas.

—¡Además! —grito—, ¿quién demonios se cree para decirme lo que hago o dejo de hacer? ¡Es mi sueño!

Ansío ver la cara que pondrá cuando gane el concurso con la fotografía del trasero de Anthony. Con los dientes le arranco un trozo a mi sándwich de jamón, mantequilla y mermelada de mora, desquitándome.

Dejo caer mi frente sobre el escritorio mientras saboreo mi manjar, sin embargo, a un par de centímetros de mi cabeza, mi celular de pronto recibe un mensaje, poniendo la superficie a temblar gracias a la vibración emitida.

Giro la cabeza con flojera, ahora mi sien presiona el libro de ejercicios contra la mesa.

Deslizo el dedo sobre la pantalla, inclino el teléfono, me doy cuenta que es un número desconocido, y sin importarme demasiado empiezo a leer.

¿Recuerdas el trato que hicimos? Sé mi novia. Ven a la dirección adjuntada a las siete.

Me enderezo de inmediato, atrancándome con mi bocado y tosiendo espantosamente.

Sé mi novia. Repaso esa parte.

Ya sé a quién le pertenece el número.

Sitúo el teléfono todavía más cerca de mis ojos y contemplo la pantalla, estudiando el códice, dudando si es real o no lo que diviso.

Presiono guardar nuevo contacto y de inmediato lo nombro "Culito Nadador".

Un segundo después verifico la hora.

¡Son las 6:30 de la tarde

Intento levantarme, pero las patas de la silla no ceden cuando entran en fricción con el suelo, se quedan atascadas, haciéndome tropezar y por poco caer al suelo de manera escandalosa.

Tambaleante me dirijo al armario, extraigo la primera sudadera que veo y me apresuro a salir del apartamento.

En el camino me pregunto qué diablos estoy haciendo al correr desesperadamente en ayuda de Anthony, pero me recuerdo que es mi pasión la que me mueve a través de la multitud resguardada con paraguas, corriendo bajo una cortina de lluvia y saltando sobre charcos de todas dimensiones. Debí sacar el mío, pero no me di cuenta de la lluvia hasta que me encontré en la calle.

No habría esperado un bus ya que me hubiera tomado media vida, y tomar taxi tampoco cuenta como opción, no solo por culpa del tráfico, se trata del centro de Nueva York, de por sí es difícil encontrar un taxi disponible, peor aún cuando llueve. Además, son extremadamente caros. En definitiva, prefiero soportar la lluvia de un par de calles, que desperdiciar lo poco que tengo. Además, todavía no he pagado mi parte del arriendo. No puedo despilfarrar en comodidades.

Cuando llego al sitio acordado son pasadas las siete. Inhalo y me duelen los pulmones al mismo tiempo en el que siento la garganta seca.

Debería hacer ejercicio más a menudo, pero para ser honesta, la pereza gana siempre. Las únicas veces que he llevado a cabo una carrera de velocidad es cuando estoy en la universidad y llega la hora de almuerzo, solo entonces me precipito a la cafetería como alma que lleva el diablo, esto con la finalidad no perder lo más delicioso que el vasto buffet ofrece.

Respirando agitadamente, decido tomar una pausa antes de entrar al restaurante, empezando porque, desde el exterior, el sitio aparenta ser costoso. Está situado justo debajo de un gran edificio de ventanales oscuros inmensos. Su estructura es impresionante, con ciertos detalles metálicos que brindan un contraste espectacular.

Dos palabras llegan a mi cabeza mientras lo contemplo: moderno y minimalista.

¿Me habré equivocado de sitio?

Pienso verificar la dirección que Anthony me envió, pero de pronto una mujer me sobresalta con su pregunta:

—¿Hizo una reserva? —Viste una falda negra, camisa blanca y tacones altos. Casi parece una azafata por el cabello negro perfectamente atado sobre su cabeza. Es bella.

—Yo... Uh...

—Al restaurante solo se ingresa con una reserva previa. —Me examina de pies a cabeza y entiendo la razón. Estoy completamente empapada, vistiendo las prendas que comúnmente uso y a las que Anthony calificó como "de chico".

Me quito la capucha, como si eso fuera a mejorar mi aspecto, pero al tratar de peinar mi cabello con los dedos me encuentro con la cruel realidad: es una maraña atada a un elástico. Necesitaré de una peinilla para solucionarlo, objeto que en este momento no traigo conmigo. Por salir apresurada olvidé sacar mi bolso, hasta Nik se quedó en casa. ¿Y cuándo demonios olvido a Nik? ¡Jamás!

—Yo... Tengo una cita —suelto bajito y mis palabras la sorprenden.

—¿Cuál es el nombre de su cita? —indaga, extrayendo una tableta último modelo de su bolsillo y revisando la lista de reservas, seguramente.

Lujos y más lujos.

—Am... Anthony Greece. —No se me ocurre nada mejor que decir el suyo. De todas formas, lo máximo que podría suceder es que rectificara mi equivocación con respecto al lugar. O al menos eso es lo que empiezo a desear.

La mujer, un segundo después de haber escuchado mi respuesta, levanta la mirada y me contempla.

¿No debería estar verificando que su nombre no se encuentra en esa lista?

—Greece —suelta sin aliento, parece sorprendida. Al final sospecho que el bar de mala muerte no es el único lugar que Anthony suele frecuentar—. Sígame por favor.

Las puertas de cristal se abren automáticamente y me guía a través del hall de bienvenida, hasta un largo pasillo con arcos de madera y paredes rojas que dirigen a un sinnúmero de mesas revestidas con manteles blancos, todas ocupadas por personas que visten trajes visualmente costosos.

Empiezo a sentirme como un extraterrestre de cuatro pies y dos cabezas, sobre todo cuando algunos voltean a verme con cierto desdén.

La mujer se detiene de improviso junto a un mesero, frenándolo justo cuando este había empezado a empujar un carrito de metal con trastes limpios y una pila de toallas blancas. Precisamente toma una de ellas y voltea hacia mí.

—¿Me permite? —pregunta, y sin entender bien a qué, accedo.

Se precipita a soltar mi cabello e intenta secar las gotas que escurren de él con la toalla.

Me quedo sin palabras. La única que alguna vez hizo algo así por mí fue mamá, cuando todavía se encontraba bien de salud. Empiezo a profesar la nostalgia en sus recuerdos, pero al notar en su rostro que la mujer siente lástima por mí, un terrible presentimiento toma lugar en mi interior.

—Soy Amelia, y cualquier cosa que necesite estoy para servirle. Ahora, sígame por favor. —Cuelga la toalla en el carrito y me guia a través de las mesas, hasta el fondo del inmenso y elegante lugar, en donde alcanzo a definir un letrero cuyas letras color ámbar indican: "Zona VIP".

¿Existen lugares así en los restaurantes?

Creo que, después de todo, Anthony sí es un niño rico. Pero me confunde cualquiera que sea la razón que lo llevó a vivir en un edificio que no tiene ni punto de comparación a este mundo de lujos irrazonables.

Amelia se detiene en frente de la puerta situada bajo el letrero, y cuando roza los nudillos en la madera siento que mi corazón empieza a latir con rapidez.

Estoy a punto de conocer al padre de Anton.

Me pregunto cómo será...

—La señorita acaba de llegar. —Amelia le habla a la puerta, aguarda un par de segundos y poco después escuchamos una voz gruesa que surge desde el interior diciendo:

—Que pase.

Amelia de inmediato voltea hacia mí y asiente con la cabeza, como si su objetivo en realidad fuera el de transmitirme fuerzas. Termina haciendo un ademán para que entre y luego la veo marcharse. Creo que se ha percatado de mi nerviosismo.

Tomo la manilla e inhalo profundo, diciéndome que no tengo motivos para estar nerviosa. No es como si Anton y yo en realidad fuéramos novios. Solo vamos a fingir ante su padre.

Sí, qué fácil todo...

Estoy tan fuera de órbita, que he vuelto a pensar en él como "Anton", como si tuviéramos la confianza que se necesita para referirnos entre nosotros a través de diminutivos.

Empujo la puerta y lo que mis ojos contemplan no es lo que estaban preparados para ver en realidad.

Me encuentro en una habitación de tres paredes negras, pues la cuarta es por completo de cristal, y en su interior nadan peces de todas las especies y colores, otorgando al espacio un leve resplandor azulado. Por otro lado, el techo goza de espectaculares detalles cincelados en vinyl, y las paredes cuentan con cierta textura rugosa muy parecida al tronco de un árbol. Todo muy elegante aquí.

En medio del cuarto y el grupo de mesas vacías, dos hombres bien vestidos yacen sentados uno en frente del otro, como en un duelo. El que se halla de espaldas a mí tiene el cabello ceniciento y los hombros igual de anchos que los de Anthony. Establezco que aquel debe ser su padre. Y el que se encuentra justo en frente por poco no consigo reconocer. Este último es él, Anthony, luciendo espectacular, pero al mismo tiempo, poca semejanza parece tener a quien le saqué cientos de fotografías. Luce más elegante, serio y galán ahora.

¿Momentos atrás hablábamos de maravillas?

De por sí ver a un hombre apuesto es deleitable, pero tener el placer de vislumbrar a un hombre apuesto en traje, lo es todavía más.

Anthony tiene el cabello marrón oscuro perfectamente peinado, la espalda descansando sobre el espaldar de la silla, y las manos reposando sobre el impecable mantel blanco. Por la manera en que sus dedos tamborilean parece inquieto, incómodo más bien.

Encuentra mis ojos y confusión es lo primero que veo, luego parece un poco preocupado, y cuando finalmente mira a su padre frunce el ceño.

Sé lo que está pensando. Acaba de darse cuenta que llevar a cabo ese trato fue un error. Yo también lo creo. No. En ese momento estoy convencida de ello.

—¿A qué esperas? —insiste el hombre, sin haberme volteado a ver siquiera.

La incomodidad, desde una esquina, de repente también se encuentra al asecho en este lugar.

—Ah... sí. Buenas tardes —saludo, pero no obtengo una respuesta por su parte.

De pronto me siento sometida, como si, con su sola presencia, hubiera logrado colgarse de mis hombros, dificultando cada uno de los movimientos que mi cuerpo ejecuta.

Avanzo lentamente hasta la silla y me siento junto a Anthony, porque esa, además de la que yace junto a su padre, son las únicas disponibles en nuestra mesa.

Miro al hombre y nerviosa espero a que él también lo haga, pero, aunque el tiempo empieza a transcurrir, no despega la vista del menú que tiene entre sus manos. Su rostro está pálido y tiene una arruga acentuada en medio de las cejas por lo mucho que, al parecer, le gusta fruncir el entrecejo. También tiene las mismas pestañas pobladas de Anthony.

Al pasar del tiempo nadie se atreve a decir nada, y eso, claramente empieza a incomodarme.

—Soy... —Mi intención es presentarme, pero de inmediato el hombre interviene.

—¿Estudias artes escénicas con mi hijo?

—No. —Se precipita Anthony y siento escalofríos por el tono formal que emplea al hablar—. Estudia fotografía.

—¿Cómo se conocieron?

Segunda pregunta y ya empiezo a sentirme como en un interrogatorio.

—El departamento de publicidad hizo una nota sobre mí por la natación. Ella hizo las fotografías. —Suena convincente a pesar de que está mintiendo, pero eso su padre no parece notarlo.

—Creí que la habías dejado —expone el hombre y volteo para ver al hijo con la interrogante destellando en mis ojos.

¿Planeaba dejar la natación?

Sin embargo, Anthony no me mira. En realidad, es extraño, pues contempla a quien yace sentado justo en frente, como a la expectativa de cualquier cambio en su fisionomía, como en espera para llevar a cabo su próximo ataque, mostrándose completamente a la defensiva.

Por otro lado, su padre continúa examinando con impresionante atención el menú, como si la cura contra el cáncer se encontrara redactada justo ahí. Y lo admito, de ser el caso, aquello sí que sería algo interesante de leer.

¿Soy yo o me parece que no quiere mirar a su hijo? Creo que ni siquiera me ha visto todavía, y no sé si sentirme aliviada o preocupada al respecto.

—Tus padres, ¿son fotógrafos al igual tú? —cuestiona, enfatizando esa última palabra, dando a entender su preferencia ante esta pregunta. Quiere que sea yo quien conteste, sin embargo, no encuentro la forma de relatar algo tan delicado a un completo extraño.

—Ellos...

—Son expositores famosos —se adelanta Anthony. Su padre por fin levanta la cabeza, pero al tropezar con mi expresión de sorpresa, no es decepción lo que mis ojos contemplan, sino más bien menosprecio y apenas un toque de curiosidad—. Reconocidos en Europa —agrega de inmediato.

Poco a poco siento que me hundo en la silla.

¿Cuál es la necesidad de revelar tanta mentira?

—Debes viajar mucho por el trabajo que tienen —dice aquel—. He oído que los teatros en Europa son impresionantes. Devuelve su atención a la carta, cambiando de página.

—En realidad, ni siquiera he tenido la oportunidad de ir al cine con mis padres —contesto en un susurro.

Este hombre me pone los nervios de punta.

—Entonces vives sola en Nueva York —concluye su padre, contemplándome sobre la carta con un aire de recelo. Sus lentes de lectura apenas me permiten distinguir el color azulado penetrante que tienen sus ojos.

—Conmigo —aclara Anthony—. Después de todo, estamos comprometidos.

Mi mandíbula cae y rueda sobre la mesa mientras que, por segunda vez en poco tiempo, regreso para mirarlo completamente desconcertada.

¡Comprometidos! ¿Él y yo?

A ver si entiendo... Llegué aquí fingiendo ser su novia, entonces, ¿cuándo exactamente fue que dimos el siguiente paso? ¿De qué me perdí? Tan solo nos besamos un par de veces, y no fue por gusto propio. Entonces, ¿qué fue lo que precisamente lo convirtió en mi prometido? ¡Está rompiendo el trato! ¿Luego qué sigue? ¿Rozo su mano y ya tendremos gemelos? ¡Por Dios santo, no!

Mi cara enrojece. A pesar de estar empapada empiezo a sentir calor y, de repente, también aprecio la necesidad de beber un trago de agua. Todavía siento la garganta seca, más aún después de semejante revelación.

¿Está bien mentirle a su padre de esa forma?

Agarro la copa con el líquido transparente en frente de mí y empiezo a beber.

El hombre eleva la mirada nuevamente y de improviso arroja su siguiente pregunta:

—¿Estás embarazada?

Escupo toda el agua sobre la mesa a causa de la impresión, haciendo que la tensión empeore. De inmediato su padre suelta el menú, revelando un rostro torcido por el enfado. Lentamente toma la servilleta de tela y la conduce hasta su frente, secándosela en cámara lenta.

Mi rostro pierde color. Me tiemblan las manos.

Esto no es bueno, nada bueno. Estoy entrando en pánico.

—Papá... —Empieza a decir Anthony, pero dentro de mis caóticos pensamientos apenas escucho su voz, por lo que no consigo saber si está enfadado o solo sorprendido.

—¡No esperaba menos de este tipo de gente! —El hombre se levanta de golpe, espantándome al arrojar la servilleta sobre la mesa con furia—. Esto es lo que trataba de decirte Anthony. No tienen modales, son solo pobres artistas con sueños mediocres.

De pronto empiezo a sentirme terrible.

¿Entendí mal o acaba de insultar mi gran sueño?

De reojo defino que Anthony aún no revela ningún cambio en su expresión, en realidad, es como si ya supiera lo que iba a suceder. Por otro lado, me encuentro completamente en trance.

—¿Hasta cuándo Anthony? —le reprocha su padre—. ¿Cuándo te darás cuenta de la verdad? Gente como ellos tan solo nos buscan por dinero.

—Te equivocas...

—Eres tan necio como tu madre —interfiere—. ¡Te ha enganchado al vivir contigo! —Me señala con un gesto despectivo.

Las cosas parecen estar apunto de salirse de control. Yo solo quiero meterme bajo la mesa, cavar un hoyo en el suelo y llegar hasta Japón.

—No es así —responde Anthony, levantando el tono de su voz todavía más. Jamás lo escuché o vi molesto, pero en este momento puedo comprobar que es igual de aterrador que su padre. Los dos están muy nivelados.

—¿No? —inquiere el hombre—. Entonces no vengas a mí pidiendo perdón cuando te enteres de que sus padres en realidad son unos limosneros farsantes, y que ella se ha llevado todo de ti.

Su ofensa me llega cual puñalada en el pecho, impulsándome con tal ímpetu, que mi silla impacta el suelo.

Cuando ambos voltean a verme, las piernas me tiemblan de rabia.

—Para ser sincera, señor Greece. Me parece lamentable que un hombre haga de un desliz todo un escándalo. —Abre la boca, pero me adelanto dando un paso lejos de la mesa, enredándome en el mantel y tirando de él para liberarme, ocasionando que ciertas copas caigan y rueden sobre la mesa, empapándolo todo. Padre e hijo retroceden sorprendidos—: Antes de que se adelante, me importa poco lo que piense de mí, pero del resto... De mis padres... —Siento que me arde el pecho casi tanto como los ojos—. Tiene razón, somos lamentables por el estilo de vida que decidimos llevar al perseguir nuestra pasión. Pero si hay algo que tenemos nosotros, los artistas limosneros como nos llama, es precisamente todo eso que a usted le hace falta: visión, enfoque, y obtener un nuevo punto de vista. Porque vernos como tan poca cosa solo demuestra que está completamente ciego. ¡Debería comprarse nuevos lentes!

No me creo capaz de escuchar otra palabra que menosprecie a mis padres, a mi sueño, o a mí. ¡Suficiente tuve esta tarde con Cailin en la alberca! ¿Cómo se atreven? ¡Quiero abofetearlos hasta morir!

Decido que lo mejor es retirarme del sitio antes de que las cosas se pongan peor y tengan que llamar a la policía para sacarme por la fuerza.


ANTHONY

Es increíble, no tengo palabras. Jamás pensé que cierta persona tan pequeña tuviera semejante carácter.

Con tan solo el empleo de una frase demostró lo que tantas veces quise decirle a mi padre. Nunca supe cómo hacerme escuchar, y ella consiguió dejarlo con las palabras atascadas en la boca.

Defino el caos sembrado en su rostro mientras contempla la puerta que Violet cruzó con la cabeza en alto. Él no está acostumbrado a que las cosas se le vayan de las manos, y eso fue precisamente lo que ocurrió, no logró su cometido.

Desde el comienzo su objetivo fue conocer a mi novia y espantarla. Es lo que hace con todos los que se acercan, alejarlos. Es un hombre solitario porque desconfía del resto después que mamá se fue, dejándonos por otro hombre, enamorándose de alguien que económicamente no tenía nada que ver con el mundo en el que papá vive.

Así como Violet dijo, me costó trabajo tener una buena percepción de la realidad, ver con los ojos de mi madre y cambiar mi punto de vista. Al comienzo no podía entender por qué de pronto nos dejó, hasta que papá empezó a hacer de mí lo mismo que hizo con ella: presentarse como un maniático posesivo y controlador.

Por su trabajo está acostumbrado a tener todo bajo control, y eso mismo quería hacer con nosotros, guardarnos bajo el brazo como al resto de sus bienes.

Planeo salir detrás de Violet para disculparme por romper nuestro trato, por todo en realidad, pero mientras avanzo hacia la salida lo escucho decir:

—Si sales por esa puerta, jamás volverás a formar parte de esta familia.

Esto es patético e irónico al mismo tiempo.

—No, papá. —Está equivocado, y es tan orgulloso que no puede simplemente aceptarlo—. No regresaré hasta que seas capaz de mencionar la palabra "familia" mientras contemplas los ojos de tu hijo.

Deja de ver hacia la puerta, pero poco me importa cuando por fin me mira. Recibir su atención en este momento no es lo que necesito.

Salgo y me precipito a través de las mesas llenas de comensales, desplazando la vista alrededor mientras el espacio es iluminado tenuemente por los relámpagos que provienen del exterior.

¿Adónde fuiste?, me pregunto.

No puedo sacarme su imagen de la cabeza. El momento exacto en el que se levantó de la mesa y tiró la silla al suelo, impresionándonos. Sus ojos grises parecían dos bolas de cristal empañadas, sus pequeños labios estaban completamente apretados, y su nariz levemente fruncida. Y cuando hizo eso con el mantel... ¡Le escupió toda el agua al hombre más colérico del planeta!

Ella definitivamente es un caso especial.

Intento no sonreír al recordar la cara descompuesta de mi padre, pero me resulta imposible.

Como un demente, riendo e importándome un carajo las miradas de antipatía que recaen sobre mí, me detengo en medio del restaurante situado en la parte inferior del edificio de papá.

No la encuentro por ningún sitio.

—Señor. —Amelia me interrumpe. Cuando papá y yo entramos al restaurante, fue ella quien se acercó con el traje que ahora llevo puesto, por pedido de él precisamente. Se disculpó en voz baja cuando me lo entregó, pues escuchó la discusión que tuvimos ya que me parecía un absurdo verme en la obligación de vestir de ese modo. Ahora sé que, aunque haya venido con la esperanza y la intención de convencerlo de asistir a la competición, fue completamente innecesario e inútil.

—Salió por la puerta principal hace unos minutos —señala.

Le agradezco y continúo en esa dirección.

Espero poder alcanzarla o siento que, de otro modo, no me lo perdonaré jamás.


VENUS

Salgo del restaurante. No me importa que siga lloviendo.

Tengo el estómago revuelto. Todo lo ocurrido me sentó muy mal. Jamás le he faltado el respeto a nadie, por más que sea, pero cuando ese hombre habló de mis padres yo simplemente...

Contemplo hacia mis manos temblorosas, porque no solo llegan a mí un sinnúmero de recuerdos de las personas que amé tanto, sino que también me invaden las ganas de echarme a llorar por la rabia que todavía siento.

¿Cómo existen personas así en el mundo?

Si ahora me encuentro aquí es por mis padres y por mi sueño. No tengo porqué soportar el menosprecio de nadie. No el de una antipática, y peor aún el de un hombre con una percepción tan estrecha.

—¡Violet! —escucho que me llama, y no sabía que tenía los ojos llenos de lágrimas hasta que, al voltear la mirada, me doy cuenta que mi campo de visión está completamente nublado.

Violet...

Es así como solían llamarme. Mi verdadero nombre, la causa original por la que, después de que papá falleció, decidí teñirme el cabello de violeta pastel. En honor a mis padres, al nombre que me dieron al nacer.

Haberlo escuchado llamarme así me hace recordar lo mucho que los echo de menos.

Después de perder a mamá, vernos en la urgencia de cambiar nuestros nombres al llegar a Nueva York para escapar del prestamista, fue lo segundo más difícil que hicimos jamás. Lo primero fue dejar toda nuestra vida atrás, incluyendo los recuerdos que hicimos con mamá.

Anton se detiene en frente de mí, sin importarle la lluvia o su costoso traje.

Él no es como su padre, quiero convencerme.

—Creí que te habías ido —suelta agitadamente, aclarándome que corrió detrás de mí.

No se da cuenta de que estoy llorando. Es lo bueno de permanecer bajo la lluvia.

—Podías haberme advertido. —Lo contemplo de pies a cabeza. Por más que quiero, no puedo enfadarme con él. No tiene la culpa de que su padre sea un cretino. Aunque sí que me siento algo dolida porque me hizo parte de sus mentiras y engaños.

Es lamentable. Yo hecho de menos a mis padres porque no puedo verlos, y ellos, teniendo la fortuna de poder encontrarse, parecen enemigos de guerra.

—Todos conocen de este lugar, pensé que era...

—Lo siento, pero mi maldita pobreza no me permite asistir a lugares extravagantes —suelto.

Lo siento, sigo molesta.

—Violet...

—¡Deja de llamarme así! —le pido desesperada—. En verdad, es suficiente.

Lo aparto y empiezo a caminar sobre la vereda, de repente apreciando las gotas de lluvia más heladas que antes.

Me abrazo los codos hasta que una sombra se posa sobre mí. Levanto la mirada y encuentro su chaqueta cual paraguas improvisado sobre nuestras cabezas.

Volteo a mi derecha, y con el ceño fruncido contemplo su admirable perfil. Las gotas descienden sobre su rostro como si lo acariciaran. Conozco a muchas que quisieran gozar de esta misma suerte, y creo que hasta empiezo a saber porqué...

De los tantos momentos que contemplé esta misma imagen, es la primera vez que lo admiro desde tan cerca que, puedo jurar, culpo a Nik por no captar todo lo que en este momento consigo ver.

—Sé que esta primera cita ha sido una completa basura, pero al menos deja que te lleva a casa —dice sin apartar la mirada del frente.

Casi siento que estoy cometiendo un delito al contemplarlo por demasiado tiempo, pero, asimismo, acabo de considerar el motivo por el cual sus fans me pagan tanto por las fotografías que tomo de él, después de todo, cuenta con algo que lo hace especial, y no solo me refiero a su físico.

Él podría disfrutar del dinero cómodamente, pero prefiere vivir solo y trabajar por ello. Es capaz de obtener a todas las chicas que quisiera sin ningún esfuerzo, pero ni siquiera muestra interés por la más agraciada de toda la universidad. Tiene la altura perfecta para simplemente contemplar al mundo sobre el hombro tal y como lo hace su padre, pero no, está aquí, conmigo, caminando bajo la lluvia y con una expresión que dice: "Mírenme, soy el hombre más feliz del planeta".

Anthony Greece, eres un caso especial. 


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