Capítulo 9
– ¿Mejor?
Era el tercer trago sin respirar que se tomaba, y si la respuesta que necesitaba Cat era un sí, se equivocaba. La bebida no había calmado nada de su estado tanto de ánimo como corporal, estaba tan acalorada que seguro su temperatura alcanzaría un nivel no muy normal.
Se lamió los labios y terminó el último que Cat le puso en la mano. Tragó con dificultad, ese líquido le ardió en la garganta y bajó como lava por todo hasta revolverse en el estómago.
– ¿Este sí, eh?
–Una mierda...–Valentina se interrumpió por un ataque de tos y Cat golpeó su espalda como si fuera un bebe.
–Tranquila, respira. No estás acostumbrada, simplemente deja que se adapte, ya verás cómo te recuperas– dejó de darle golpecitos y cogió otro de los pequeños vasos de plástico–. ¿Uno más?
– ¡No!–cortó jadeando y levantó una mano para alejar cuanto antes la bomba que Cat balanceaba delante de sus narices–. Necesito ir al baño...
– ¿Vas a vomitar?
Valentina decidió no contestar, le dedicó una mirada incrédula a su amiga y se dio la vuelta para dirigirse al baño. Por suerte estaba completamente vacío y no hizo falta hacer cola para entrar.
Necesitó un par de minutos de soledad que dedicarse a ella misma, el encuentro con Orión había resultado ser desde una locura a un desconcierto total. No entendía nada, ni ese comportamiento nuevo, ni a que se refería con lo de:
<< A la próxima será diferente. >>
¿Qué próxima? ¿Qué será diferente?
Tampoco comprendía la reacción de su cuerpo hacia él. Cada una de sus células se desvanecía y se abrían de nuevo pero a las órdenes de cualquier movimiento o sonido que saliera de Orión.
Era, adecuadamente llamado, como un comportamiento perturbado y un estado de sensualidad absoluto.
Soltó el aire y se miró en el espejo, su reflejo, en esa materia que simulaba a un espejo, fue borroso y con el perfil distorsionado, pero realmente, su imagen interna era tal cual se mostraba en el plástico. Se dio por vencida y salió de ese cubilete de plástico para chocarse con el frescor del exterior. Caminaba murmurando, como si fuera contando los pasos cuando chocó con otro cuerpo.
Levantó la mirada y siguió la figura de una mujer dentro de un vestido demasiado ceñido y en un color negro brillante, marcando así su esbelta figura. Una mujer de belleza exótica, piel pálida como el papel vacío de la pared y con unos ojos grandes a la vez que rasgados que examinaba con curiosidad a Valentina sin mencionar ni un sola palabra.
– ¿Te conozco?– preguntó Valentina incomoda de que esos ojos azules oscuros la miraran como si tasara cada parte de su cuerpo.
Finalmente la desconocida sonrió y levantó una mano en ofrecimiento de un educado saludo.
–Me llamo Arabeth, pero puedes llamarme Beth– se presentó con la voz dulce, delicada y una amplia sonrisa vacía en unos labios pintados de rojo. Valentina sin fiarse mucho, pero educadamente estrujó su mano sin quitarle la mirada de encima.
–Yo...
–Sé quién eres– cortó Beth, con el mismo nivel de voz pero de una forma más drástica–. Valentina, el nuevo juguete de la familia Hamlet.
– ¿Perdón?– la pregunta salió de sus labios con tanta sorpresa como la reacción de su cuerpo.
Inmediatamente retiró la mano que ella sostenía de un tirón y vio como en la mirada de Beth se dibujaba algo parecido a la victoria, y aunque habló de nuevo y dibujó un mohín en sus labios arrepentida, los ojos no negaron lo que esa mujer, de cabellos claros sentía.
–Disculpa, tal vez no me he expresado bien– corrigió Beth sin mucha convicción.
–Ni pizca –señaló Valentina con el mentón en alto–. Para una persona que no me conoce de nada, ha sido algo bastante imprudente y arriesgado.
–No quiero pelear contigo, cielo– pronunció cariñosamente con un deje de sarcasmo.
El cuerpo de Valentina recibió un pequeño golpe que la hizo parpadear.
–Algo extraño, ese comportamiento dice todo lo contrario.
¿Pero quién demonios era esa mujer? ¿Y de que iba?
Estaba estupefacta. Se había cruzado en su vida con muchas mujeres que tal vez, sin llegar a insultar, la miraran con un poco de envidia por estar al lado de Drake, él llamaba mucho la atención, pero siempre se había mantenido fiel a su postura de evitar meterse en líos, sin embargo, otras veces el lio había llegado a ella sin remedio cuando, sin poder evitarlo una ex rabiosa quería reconstruir la cara de Cat, entonces y padeciendo en que no mataran a su amiga sus clases de defensa personal le habían servido de algo. Pero así, por las buenas, que una vulgar petarda se metiera con ella sin motivo le pareció ridículo.
–Supongo que, tener a tantos hombres pendientes de ti... Hace que surjan ciertas tiranteces en el resto de mujeres que rodean a los Hamlet.
–No tengo a nadie pendiente de mí– replicó Valentina con la voz un poco dura–. Y si tienes algún problema con tu familia en que te no te dan el cariño que crees necesario, te aseguro que no es por mi culpa, deberías hablar con ellos.
–Tranquila, no te preocupes– ronroneó Beth dando unos pasos a su alrededor, por un momento a Valentina le pareció que volara en torno a ella, y esa sensación le causó terror–. Adoro y respeto las decisiones de mi familia–, el "mi", lo marcó alargando la palabra–, sólo que, hay un detalle puntual que quiero que tengas claro–. Frenó a su lado muy cerca de ella y la miró al tiempo que ladeaba su cabeza y sus labios dejaban de sonreír. En su mirada, en ese azul, el negro se sombreó en manchas como si se comiera el color–. Orión es mi compañero, o como dicen los de tu raza; mi novio. Así que...
–Beth.
Una voz grave, amenazante surcó el aire y antes de que Valentina pestañeara, Lucas se encontraba delante de ella. Levantó una mano y la agarró por el antebrazo, en un movimiento cuidadoso la colocó detrás de él, a su espalda y se enfrentó a Beth.
– ¿Qué intentas?– exigió el guerrero con la voz cargada de ira.
–Presentarme. Pensé que vuestra nueva muñequita necesitaba conocer a toda la familia.
–Tú no eres precisamente de la familia– gruñó dando énfasis a cada palabra.
–Por poco tiempo, lo sabes– Beth mostró un mohín y sus pestañas bajaron lentamente para luego subir varias veces en un gesto de lo más coqueto–. No seas cruel conmigo, Lucas–, se acercó a él y rozó los botones de su camina con los dedos, el cuerpo de Lucas se tensó y retiró esa mano de su cuerpo, luego la soltó como si no le gustara su contacto–. Yo siempre te he querido como a un hermano.
–Es extraño que tú digas esa palabra, en cuanto no conoces el significado– la voz, tolerante de Lucas se mantenía en una línea oscura y peligrosa.
Un destello de rabia cruzó por los ojos de Beth, al escuchar tal acusación, pero se recompuso y alzó la barbilla para dirigirse de nuevo al guerrero.
–Conozco el significado al igual que conozco los sacrificios que conlleva... ¿Y tú? ¿La conoces?
El cuerpo del hombre que estaba frente a Valentina se sacudió violentamente tras recibir un feroz latigazo de rabia.
Beth era una arpía sin corazón, una mujer que manipulaba y traicionaría hasta su propia madre, si aún estuviera viva, para conseguir lo que ella deseaba. Lo único que hacía que Lucas no la matara es que era compañera de Orión, sino, esa mujer, tras burlarse de él y recordarle a Kasandra, estaría bien enterrada bajo tierra y metida en un hoyo que él mismo cavaria.
–Vuelve a la fiesta– ordenó él, entre dientes.
–No te enfades, querido, – ella no hacía más que provocar sin ver, atentamente, el estado en que estaba ese hombre ni como rebotaba la vena en su cuello–. Esta noche no quiero pelear...
–Entonces, obedece y vuelve a la fiesta.
Hubo unos segundos de silencio, un momento tenso en el cual ninguno de los dos se retiró la mirada. Beth fue la primera, que tras tensarse al ver como los ojos de Lucas se oscurecían, retrocedió y le dedicó una de sus sonrisas de arpía.
–Como quieras.
Beth le hizo una reverencia burlona que provocó los puños cerrados de él, y después de tal paripé, se asomó por uno de los lados del fuerte hombre y se dirigió a Valentina.
–Un placer, cielo. Pronto terminaremos nuestra conversación.
–Encantada– murmuró Valentina observando como la molestia sonreía más abiertamente.
Una mirada a cada uno y Beth se fue meneando las caderas de un lado a otro como si fuera una estrella meneándose entre fans. Valentina no pudo evitar sentir envidia de una mujer tan segura de sí misma, después recordó lo sucedido y la envidia se convirtió en ganas de estrangularla. Aspiró una intensa bocanada de aire y camufló esos sentimientos antes de que Lucas se girara.
El cuerpo de Lucas no se relajó hasta que Beth hubo desaparecido de su vista, sólo entonces se permitió descargar los músculos y girarse cara Valentina. Aunque su rostro ya estaba más relajado, la primera nota de su voz salió tan estrepitosa como su anterior comportamiento.
–No le hagas caso, esa mujer es...– Lucas se interrumpió y miró a su espalda por encima del hombro, echándole un último vistazo al lugar por donde había desaparecido Beth, después le devolvió la mirada a Valentina–. No te fíes de lo que te diga, tiene un don especial de manipulación. E intenta, sobre todo, no acertarte a ella.
Valentina lo miró confundida, los sentimientos afloraban como las flores frías que sólo crecían en época de lluvias, pero, con valor, frenó cada articulación que pudiera delatarla y le dedicó una sonrisa.
–Es difícil evitar el veneno cuando ya se te ha metido en la piel– la metáfora vino cargada de resentimiento y el sonido no pasó desapercibido para Lucas.
–Valentina –la llamó en un tono autoritario–, no es una broma–. Sus ojos se fijaron constantes en ella–. Beth es algo que tienes que evitar, no puedo estar siempre cerca de ti.
–Y no te lo pido. Sé que no soy nada para que actúes así.
Valentina se arrepintió en el mismo momento que se dio cuenta de lo que había salido de su boca. La confrontación con esa mujer le había dejado un ácido sabor de boca y su forma de expulsar ese sentimiento era desquitarse con la persona equivocada.
–Lo siento, no pretendía...–se silenció y se mordió la lengua. La cara de él se descomponía cada vez que pronunciaba otra palabra más.
–Pensaba que ese asunto estaba solucionado...
Repuso él.
–Está solucionado– interrumpió ella con voz estrepitosa.
Desgraciadamente, Lucas lo interpretó mal y tanto su mirada como los rasgos de su rostro se endurecieron.
Maldita sea. Pensó ella a punto de darse de cabezazos contra el suelo.
–Te acompañaré de vuelta, Cat te estará buscando– se ofreció él alargando un brazo para que lo tomara de la mano.
Ese era un dato que dudaba. Su amiga nunca estaba sola y si había dejado su empeño de seguir como una loca a Denon, seguramente, en su cruzada de beber como una posesa, habría encontrado a otro para animarle la fiesta.
Cat tenía un don para eso.
Con lo cual y tras pensar en todo menos en volver, declinó la oferta dando un paso hacia atrás y de nuevo, provocando otra mal sonante apariencia al guerrero.
–Me gustaría dar una vuelta– comenzó pero su frase se quedó a medias cuando Lucas levantó una ceja.
–Te acompañaré a dar esa vuelta...
–No– interrumpió con brusquedad.
Lucas se tensó y esos rasgos se endurecieron hasta alcanzar el peligro. Valentina preocupada de que los gestos de su rostro cambiaran con tanta rapidez, alargó el brazo y acarició la tela de su americana para amansar a la fiera, inevitablemente y tras sentir la quemazón de electricidad, la retiró bruscamente. Lucas, al mismo tiempo también se retiró hacia atrás.
Él también lo había sentido
–Me gustaría pasear sola– dijo finalmente.
Los ojos de Lucas que se habían mantenido en el brazo que ella había tocado, se deslizaron por todo el cuerpo de Valentina, desde sus pies y terminaron en sus ojos, ella pudo percibir como el verde que caracterizaba a todos ellos, se evaporaba, extrañamente, para dejar paso a un tono negro carbón.
Sacudió la cabeza dejando que esa imagen desapareciera de su imaginación. Pensó que todo se debía a la bebida que había tomado.
Lucas apretó los puños y clavó los ojos en el suelo.
–No te alejes mucho– murmuró con la voz un poco ronca–, sino...
– ¿Vendrás a buscarme?– bromeó ella para relajar un poco la tensión.
Pero nada parecía relajado en ese hombre. Lucas, en el mismo estado alzó la mirada cuando ella terminó de hablar y su rostro continuaba tan tenso como si tratara de controlar cualquier muestra expresiva.
–Sí– contestó él rotundamente.
Ella aceptó y se dio la vuelta para alejase.
Lucas se mantuvo quieto, mirando cómo se alejaba y aunque el impulso le obligaba a ir detrás de ella e insistir en que volviera con él, por los gestos que reflejaba Valentina en su rostro tras haber hablado con la bruja de Beth, sabía que necesitaba un descanso mental, él también lo necesitaba, por ese motivo y haciendo un tremendo esfuerzo con cada músculo de su cuerpo, la dejó y volvió a la fiesta, pero siempre alerta de contar el tiempo que ella tardaba en volver.
El sonido de la fiesta parecía lejano cuando se quiso dar cuenta de que estaba más cerca del bosque que del mismo pueblo, prácticamente parecía estar sola en el mundo.
Hacía rato que no se cruzaba con ningún juerguista que se había pasado con la bebida y había terminado tirado en algún banco a expensas de las risas de aquellos que pasaban por su lado o de sus propios amigos que iban y venían para asegurarse de que todavía estaba fijo y recostado en el mismo lado que lo habían dejado. Ya se había cruzado con la misma escena varias veces pero con diferentes protagonistas y aun así, después de la soledad que se veía en la lejanía, había continuado caminando, hasta ahora, hasta que las luces de colores, como ella, se habían perdido. Ahora sólo estaban las farolas que caían sobre la acera como chorros desperdigados de agua.
Se giró a su espalda y miró, en el horizonte la carpa parecía una hormiga. Pensó en volver, pero sus pies no se menearon.
De pronto, un golpe de viento chocó contra sus mejillas y la ola de frío acarició sus brazos, subió en espiral hacia arriba como si se tratara de una manta hasta levantar las greñas sueltas de su cabello. El cabello de todo su cuerpo se erizó y la piel se le puso de gallina. Se abrazó a sí misma tratando de arrancar ese inesperado frío, pero parecía difícil cuando el ambiente se le había clavado bajo la piel.
–Valentina...
Un susurro suave, leve y con la voz de una mujer la envolvió del mismo modo que la manta helada que se había posado en ella.
–Valentina...
Se estremeció de puro miedo, alguien la llamaba desde el interior del bosque y aunque deseó echar a correr y salir huyendo, el sonido envolvente actuó sobre su cuerpo como una atracción y su mirada se dirigió a las inmensidades oscuras de esa aglomeración de árboles.
–Ven, Valentina...
Otra vez, y este parecía cantado a su oído.
El frío se intensificó abriéndose paso como una corriente de aire hasta pasar por su cuerpo, rodearlo y retirarse para continuar su camino e introducirse en el bosque. La respiración de Valentina se aceleró y como si esa corriente le hubiera marcado un camino, avanzó siguiendo el rastro de las hojas que se mecían en movimientos bailarines y al silbido que efectuaba el viento al correr por la naturaleza.
–Acércate...
La voz que curiosamente se había vuelto dulce, se chocó contra su nuca. Valentina se giró y vio una tela blanca ondeando en la oscuridad, a tres metros de ella y desapareciendo entre matorrales o los mismos troncos de los árboles. Involuntariamente siguió ese camino introduciéndose más y más en esa perdida escena.
La visibilidad era casi nula, pero el camino que le mostraba aquella visión, fue el correcto y Valentina no corrió ningún riesgo. Caminó sintiendo como la mujer la llamaba cada vez que perdía ese vestido blanco de vista.
Caminó recto o en círculos, no lo sabía, no tenía ni idea si estaba perdida o sólo en el mismo lugar por donde había entrado, aun así no dejó de caminar hasta que llegó a un claro. El cuerpo de la mujer, vestida de blanco estaba en el centro, de pie, cara ella y mirando al cielo.
Lo primero que distinguió Valentina es que esa mujer no era la misma que le había asustado en la librería, igualmente, y del mismo modo que la otra, le cortaba el aire, pero, extrañamente, no sentía temor.
La mujer desconocida bajó la vista y unos grandes ojos se clavaron ella.
–Valentina, acércate, no me temas...
La mujer alargó los brazos en su dirección y sonrió. El corazón de Valentina latió fuerte contra su pecho y la sensación de terror desapareció. No tenía miedo.
Lentamente se acercó a ella. La respiración tornó a su estado, el temblor fue desapareciendo y el frío fue sustituido por el cálido abrazo de un rayo de sol invisible. Los rasgos de la visión quedaron más claros para su vista y por un momento le pareció real.
Era alta, con la piel tan blanca como la nieve y el cabello tan negro como la misma noche que había sobre sus cabezas. Su sonrisa reflejaba la misma ternura que había en su mirada y la luz que desprendía ese vestido blanco hacía del efecto algo aún más bello.
De pronto, la desconocida abrió los ojos y su sonrisa desapareció.
–No.
El grito, un sonido sacado de ecos rebotó por todo el bosque y Valentina se frenó en seco, los ojos preocupados de la mujer se dirigieron más allá de su espalda y cuando ella se dio la vuelta para ver el motivo que había ocasionado esos cambios, el frío aire volvió de nuevo con más fuerza haciendo que se le cortara el aire y un enredo de telas rojas la rodearon. Valentina comenzó a luchar contra aquello que no podía tocar, aquello mismo que parecía sacado de su imaginación como la misma mujer que había en medio de ese llano liso vestida de blanco.
Retrocedió espantada y las telas rojas dejaron de bolar al mismo tiempo que otra mujer aparecía arrodillada en el suelo. Esta sí que era la misma de la librería.
El miedo la arrolló y el pánico subió por su espina dorsal, sin embargo, aunque abrió la boca, no salió ni una sola queja de su garganta.
–Vuelve con él– rogó en un llanto la mujer arrodillada–. Cuida de él.
El agitado pecho de Valentina subía y bajaba descontrolado, sus ojos no pestañeaban y los dedos de sus manos temblaban tanto que tuvo que apretarlos, convirtiéndolos en un puño.
–Regresa a su lado... Vuelve con él... Ayúdalo –repitió una y otra vez entre sollozo y sollozo, entre murmuro y murmuro como si estuviera loca.
Lentamente, Valentina comenzó a retroceder, dando pasos cuidadosamente lentos hacia atrás para no motivar al fantasma y que este se le tirara encima.
–No –rugió repentinamente la mujer dejando toda la pena anterior a un lado. Valentina se frenó como si la orden fuera un muro sobre su cuerpo–. No– repitió de nuevo pero un tono apenas audible.
Al levantar la cabeza el cabello de la mujer que se caía hacia delante como una cortina se abrió paso y Valentina vio, con ojos asustados como ese rostro, envuelto en pelo húmedo y sangre seca, se convertía en un ser espeluznante con los ojos completamente negros y la boca llena de pequeñas cicatrices de las cuales comenzaron a manar sangre.
Aterrorizada, Valentina, tratando de despegar de la tierra comenzó arrastrar un pie por el suelo.
– ¡No! –gritó la visión y se lanzó a por ella.
Valentina sintió que la piel se le estiraba al sentir el tacto frío de la mujer. Con agilidad y lo más rápido que le permitió su naturaleza, se dio la vuelta para salir de allí, pero una pierna se enganchó en las telas y cayó. Varias ramas se rompieron cuando sus manos trataron de apoyar todo su cuerpo pero consiguió no estamparse contra el suelo, igualmente, en el momento que la mujer tiró de ella, su cuerpo fue arrastrado con violencia contra el suelo y finalmente su boca tocó la hierba húmeda. Gritó pero sus demandas de ayuda quedaron sordas bajo los gritos que daba la otra mujer.
El fantasma continuó gritando, pidiendo que volviera con él, que lo ayudara y más cosas que no comprendía.
Cuando Valentina, en un último esfuerzo por deshacerse de esas manos, esas telas y esa presión en sus piernas, se giró y meneó la pierna para comenzar a golpear, algo que vio la enmudeció y la dejó helada.
La mujer trepaba por su cuerpo en movimientos inhumanos y al darse cuenta de que la joven se había paralizado alzó la mirada en un impulso de lo más escalofriante. Sus ojos continuaban negros, pero las pupilas estaban más claras de lo normal, parecían un par de reflectores en medio de su cara.
El fantasma ladeó la cabeza al ver la atención que la muchacha le dedicaba.
–Él morirá... Tú... lo impedirás...
– ¿Él? ¿Quién?–preguntó Valentina en un hilo de voz.
La mano del fantasma se arrastró por su muslo metiéndose entre sus piernas y las uñas arañaron la piel de la joven. Valentina se mordió el labio para no gritar de dolor e intentó salir, dando patadas al aire cuando el ser bajó hacia abajo con más fuerza.
Algo había cambiado, la mujer, de nuevo, tenía los ojos completamente negros y en sus gestos se detectaba que estaba furiosa.
–Ya lo sabes...–gritó enfurecida–. Vuelve con él... eres suya– rugió feroz, como un animal.
Justo al terminar la última palabra, la mano ensangrentada se levantó con las uñas en forma de garras y la lanzó al aire para incrustarlas en la cara de Valentina.
Valentina abrió la boca y lanzó un alarido de terror que estalló como un incendio, pero el golpe no se produjo, es más, el ser ya no estaba. No había nadie, estaba ella sola en medio de la explanada. Con dedos temblorosos se subió el vestido hasta los muslos para comprobar las heridas que esa cosa le había infringido y tan sólo había unas marcas en forma de hilo enrojecidas que iban desapareciendo poco a poco. Sacudió la cabeza y se aseguró de que realmente no había nadie.
Vacío.
Se levantó torpemente y salió corriendo, soltando largas zancadas gracias a la adrenalina.
No veía nada, no sabía por dónde iba, sus pies tan sólo se dejaban llevar por la orden de huida de su cerebro hasta que de pronto, y sin remedio, el suelo desapareció a sus pies. Gritó cuando se dio cuenta de lo que pasaba y las cosquillas atravesaron su cuerpo al caer de una altura de más de diez metros.
El sonido de unos gritos alertaron a Orión, y aunque no le había dado importancia imaginándose que serían jóvenes siguiendo la fiesta fuera de las vistas ajenas, la curiosidad y su sentido de guerrero, lo activó al movimiento, pero el desgarrador grito angustioso final, había sido el sonido que lo había encendido a correr veloz y con la sangre ardiendo retumbando en sus oídos con violencia.
Lo que no se imaginaria jamás en la vida es que... Valentina, le caería del cielo y aterrizaría directamente en sus brazos.
Sin respiración y con una fuerte presión sobre su pecho, una presión que casi hace que se caiga la miró directamente a los ojos.
¿Y si no hubiese estado él allí para cogerla? ¿Y si no hubiese llegado a tiempo?
Orión se enmudeció al tratar de responderse a sí mismo. Imaginársela tendía en el suelo con un enorme charco de sangre a su alrededor fue la peor visión que podía haber tenido en toda su vida.
Valentina estaba alucinada, miró el precipicio por donde había caído y lo alto que estaba, era imposible que ese hombre pudiera mover los brazos, al igual que resultaba aún más imposible que él, la mirara con tanta preocupación... Tenía que estar soñando o muerta...
– ¿Estoy en el cielo?– murmuró con una sonrisa mientras, aspiraba el aroma típico de océano que él desprendía.
Se sentió terriblemente atraída a él de una forma vergonzosa. Era como si ese hombre hubiera nacido para ella y cada vez, como ahora, notaba que su cuerpo no sólo se sentía ligero, también protegido y lleno de vida. Se estremeció al pensar en cómo la hacía sentir con una simple mirada.
Orión se tensó y el labio inferior le tembló ligeramente.
– ¿Por qué piensas eso?– preguntó atragantándose con sus propias palabras.
–Porque tú estás aquí– pronunció y después, creyendo que estaría alucinando, se atrevió a levantar la mano y acariciar ese labio–. Y aun no me has tirado al suelo.
Orión dejó de sufrir temblores para sentir un espasmo que le cortó el aire. Con mucha delicadeza, casi tanto como hablaba ella y sin que ese cuerpo se le cayera de sus brazos, retiró esos dedos tomando de la muñeca a su dueña.
–No estás en el cielo– en tal caso sería en el infierno, a mi lado sólo te pueden dar sitio en ese lugar, pensó Orión acariciando, sin darse cuenta el interior del brazo de Valentina.
Su piel era tan suave, tan cálida que no podía dejar sus manos fuera de ella. Ni siquiera se atrevía a dejarla en el suelo. Tenerla en sus brazos, siempre sería un modo de pensar que en ese instante, ella era de él y que nadie podía llegar a quitársela.
–Has aparecido de la nada– rumió ella olvidando el cómo, o el porqué de ese hecho. Esos dedos lo estaban complicando todo.
–Considérate afortunada, estaba en el lugar adecuado, en el momento perfecto.
Tentado, perdido y necesitado, así se sentía al notar como su cabeza caía, lentamente para acercarse a ella, para olerla mejor, pare verla mejor y para...sentirla intensamente.
Dios... Estaba maldito.
–Así que...
El cometario de Valentina murió cuando sintió la nariz de él rozar la suya y el aliento cálido, casi atragantado de Orión rozar sus labios. Ni siquiera su mirada se concentraba en los ojos de ella, esas pupilas dilatadas estaban completamente hipnóticas y puestas con devoción en los labios de la joven.
– ¿Qué?– rugió él cuando sintió el leve roce cálido de los labios de ella.
Valentina se estremeció. No podía pensar y menos contestar a esa pregunta. Se aferró con una mano a la solapa de su americana para mantenerlo cerca de ella.
Orión necesitó serenarse un poco, estaba perdiendo el control a causa de observar como ella temblaba en sus brazos, presionó su agarre y al hacerlo le soltó la mano a ella. Valentina aprovechó y llevó su mano libre a su mejilla, sus dedos acariciaron la piel del hombre y deseó dejar sus dedos a un lado para posar sus labios y saber si sería tan cálido como parecía o más.
Él tuvo que cerrar los ojos mientras sentía como los dientes se extendía dentro en su boca. Cuando los abrió de nuevo, el negro gobernaba todo el iris...
Estás perdiendo... Contrólate.
Imposible y menos cuando ella lo miraba con esa fascinación, con ese deseo implícito en cada rasgo de su cara; en el brillo resplandeciente de su mirada y en el suave gruñido que salía de sus labios entre abiertos. El pene se endureció al imaginársela debajo de él, maullando y gritando su nombre con esos mismos gestos.
De pronto, deseó guardar ese sonido en su garganta, en su interior, tragárselo como si de esa forma, su cerebro lo grabara perfectamente para cuando él decidiera volver a escucharlo...
Antes de que terminaran esos pensamientos, ya lo estaba haciendo.
Restregó sus labios contra los de ella y sacó la lengua sintiendo el impulso loco que le producía probarla.
Un error muy grande, la bestia de sus pantalones se estrujó de una forma dolorosa y sus testículos temblaron gritándole un desahogo, un final que por lo visto ambos necesitaban. El aroma de excitación que desprendía Valentina, le abrió las fosas nasales a Orión.
Valentina, igual de afectada gruñó con fuerza y tiró de él, de la tela de su americana para arrimarlo más, hasta sentir totalmente el peso de su carne. No consiguió un beso, pero sí que esa punta entrara por la ranura abierta y que sus labios chocaran con más presión.
Orión se retiró un poco y escuchó con placer la queja de ella. Sonrió.
– ¿Qué? Valentina– repitió con un ronroneó deliberado contra sus labios.
–Eres mi ángel de la guarda.
Tras esa respuesta, y el breve recuerdo de todo, las alarmas de Orión se dispararon y los brazos que la rodearon se hincharon. Lo que él sostenía se había convertido en un pecado, su pecado.
–No soy tu ángel.
Su voz había cambiado, se había oscurecido y la tensión de su cuerpo le prolongó una terrible desolación a ella que notó como los brazos se flexionaban para dejarla en el suelo. Ella se tambaleó y aunque él deseó tomarla de nuevo entre su cuerpo y presionar, se retiró un par de metros.
Valentina con la respiración agitada y el corazón retumbando en sus tímpanos lo miró y no le gustó verlo cabizbajo, con el cuerpo tenso y los puños apretados.
– ¿Qué...qué hecho mal?– preguntó con la garganta ardiendo.
–Tú no has hecho nada mal. –Orión tragó saliva. Su voz había resultado ser apagada pero con un detonante duro y frío a la hora de hablar. Levantó la vista y la miró, y la frialdad estaba también en el color de sus ojos–. He sido yo el que ha cometido el error...No soy... No soy bueno para ti.
El golpe que sintió Valentina en el estómago le cortó la respiración. El hecho de que a ella la pusiera en lo alto de un pedestal y él se infravalorara tanto le molestó más que el hecho de que la rechazara.
– ¿Y qué sabrás tú de eso?– le preguntó con reproche.
–Tú eres frágil, delicada y especial. Yo soy un monstruo– contestó él manteniendo la vista en el suelo.
Valentina se enfureció, Quería que la mirara.
– ¡No tengo tanto valor como me acreditas!– gritó histérica.
– ¡Para mí sí!– gritó él repentinamente levantando la mirada y clavándola en ella.
Hubo un silenció tenso entre los dos, pero el más afectado era Orión, ella simplemente se había quedado sin voz al escuchar tal declaración, hasta su corazón estuvo de acuerdo con ella, dio un latido tan fuerte que empujó sus huesos hasta fuera.
–Valentina, has sido creada para algo más digno que yo.
Error, mala contestación.
Otra vez, lo mismo, la misma historia y todo para rechazarla. Era un cobarde.
– ¿No crees que esa decisión es mía?
–Sólo te estoy salvando...
–No necesito que me salven, te necesito a ti– dijo Valentina con voz quebrada.
Orión hinchó su pecho al escucharla y deseó amarrarse con todo su cuerpo a esa necesidad, a esa expresión y al sentimiento que reflejaban sus ojos, pero no podía.
–No sientes eso de verdad, como hembra yo te he incitado a que sientas eso por mí.
– ¿Cómo?– preguntó incrédula y sin entender ni una sola palabra de lo que acababa de decir.
–Lo siento, Valentina.
Al ver como el cuerpo de Valentina lanzaba un sollozo silencioso, Orión sintió como si su piel no alcanzara a contener su esqueleto. Eso era lo que sentía un macho cuando veía como su hembra sufría. Como si se encogiera por la impotencia de no poder consolarla.
–Orión–suplicó.
Las miradas se cruzaron intensamente en un momento de silencio, Orión se moría de ganas de volver, rasgarle la ropa, arrancarle las bragas con la boca, tumbarla en el suelo y penetrarla como si fuera un toro.
¡Por Dios! Mataría por hacerlo.
–No puedo–dijo finalmente con los dientes apretados.
Ella soltó el aire y se incurvó un poco hacia delante, tuvo que apoyar su mano en el pecho porque pensó que en su interior algo se desplomaba.
–No– murmuró ella en silencio.
–Lo siento– repitió de nuevo y se dio la vuelta. Orión comenzó a caminar, con el cuerpo más pesado que nunca.
–Por favor, Orión, no me abandones.
El sonido de esa humilde solicitud, llena de anhelo hizo que Orión se le congelara el pecho y se frenó automáticamente. Luego sintió, como si estuviera anestesiado, como su cuerpo se volvía lentamente hacia ella.
Luchar era una tontería... La deseaba.
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