Capítulo 7: Por ti y por mí (pese a ser descabellado)
—Tendremos una cita.
—¿Tendremos? ¿Cuándo?
—No tú y yo, Chris; Darío y yo.
—¿Una cita tan pronto?
—Sí... ¿Crees que es pronto? ¿Debí hacerme de rogar?
Sonreí aun con la vista a mi alrededor. Cisne, aunque esté segura de algo, siempre acaba preguntando por si a caso alguna de nosotras ve algo que ella no.
—¿Cuantos años tiene Darío?
Medio murmuró:
—Treinta y nueve.
—Uy, no, hermana. No pierdas esta oportunidad que te aseguro que él tampoco quiere perderla. ¿Podemos hablarlo luego?
—Dile feliz cumpleaños a Girasol de mi parte, nena.
Aparté el celular de mi oreja y regresé al comedor, con mi familia reunida.
Ah, y la familia de Henrie Peterson.
No es mi cumpleaños pero es el peor regalo del mundo.
Me senté junto a mi abuela, que me dio una dosis de sus dulces sonrisas y apretó mi mano con cariño auténtico, aunque esa palabra se usa poco desde que entendí para qué eran las visitas a los hermosos jardines de la familia Peterson.
—¿La comida ha sido de su gusto? —preguntó mi madre a sus visitas.
—De mi gusto, no mucho —contestó mi abuela y tocó con la pequeña cuchara el postre poco apetitoso—. Prefiero el pae de manzana.
Sonreí por lo bajo y continué comiendo. El postre es un mousse de chocolate de leche con una recubierta de chocolate oscuro. Está muy bueno, pero mi abuela tiene un punto: es la festejada y esta mini fiesta no tiene como meta el agasajarla como ella se merece. Me prometo que más tarde se lo voy a compensar.
—Discúlpanos, Girasol —dice mamá, pero sé que no lo siente del todo—. Quisimos matar dos pájaros de un tiro.
—Pero solo mataron uno —opiné, viéndole la gracia.
Las miradas me decían infinitas cosas, como el que no estoy siendo educada, que se están por reír y una de ellas puede ser que esté orgullosa de mí. ¿Qué mas daba? Al final acaban haciendo y tomando decisiones de las que yo apenas tengo conocimiento porque ''estoy ocupada''.
—Estuvo muy rica, Violetta —dijo la madre de Henrie, la señora Ofelia—. Gracias por invitarnos en un día tan especial.
—De nada —se atreve a decir mi abuela.
Aprieto su mano para contener mi risa y pruebo un último bocado del postre.
Mi papá es pronto en intervenir y motivar otro tema de conversación que siguen entre hombres con sus escasas opiniones entre las mujeres. El café cortado está delicioso, hasta que una voz a la que estoy acostumbrada por mi escasa voluntad intenta hablarme.
—Hola, Tintín.
—Hola, Claudio.
No gruñó porque hay personas presentes pero pude oírlo en mi imaginación. Bendita imaginación.
Murmuré con cierto regocijo:
—Tan susceptible...
—¿Vas a continuar ignorándome o ya llegó la parte de nuestros encuentros donde hablamos como gente madura?
—Mira quién habla —dije burlona—. ¿No dicen que parte de la madurez viene con la edad?
—Es lo que dicen, pero qué piensas tú.
—No lo creo; eres el vivo ejemplo.
Su risa tronó, no por lo escandaloso, sino por el modo en que se hizo el silencio en la mesa por ella y retomaron lo que sea que hablaban con poca rapidez.
—Me da gusto que no pierdas tu sentido del humor —mencioné sinceramente.
—¿Tú lo perdiste, Tintín?
—Aún no.
—Pero temes que pase.
—Tengo mucho en mi plato y tenerte en mi casa en el cumpleaños de mi abue no lo hace mas divertido; lo siento.
Henrie asiente una vez y aprieta sus labios en un gesto disgustado a parte de avergonzado.
—No es tu culpa —dejo en claro de un modo suave. Pero lo sabe; lo sabemos—. Tus jardines siguen siendo preciosos.
Recompone su gesto amable y burlón.
—Nada le gana a los de Girasol.
No hay duda alguna. Los ha visitado mas veces de las que de niña habría querido contar, pero de adolescente y de adulta pude apreciar su compañía y tener con quien compartir partes de mi vida que considero tesoros ocultos. Incluso Henrie ha compartido algunos, como su gracia al llamarme Tintín, por mi estatura, mi curiosidad, lo fácil que es averiguar lo que intenta ocultar y porque tengo algunos cabellos rojizos. No me lo confesó hasta hace pocos años.
—Le va a costar olvidar que te entrometiste en su cumpleaños.
—Se lo compensaré.
Me sorprendí de que pensara similar a mí.
—¿Y cómo?
Se giró parcialmente y apoyo el codo en la mesa. Era el vivo retrato de la persuasión.
—Eres su nieta favorita; tú dime.
—Soy su única nieta y no te revelaré nada que me haga quedar como soplona. Vas a tener que ingeniártelas.
Me sonrío con la cortesía que lo acompaña aunque se bañe tres veces al día.
—Como suele pasar —dice jactancioso.
—Ah, pero ¿te quejas? —No oculto mi sorpresa y sonrisa.
—Contigo es así, me quejo porque no me das terreno. Christina, ten algo de piedad con el prójimo.
—Tengo piedad.
—¿Y qué hay de la humildad?
—Como si tú tuvieses de eso.
—No estamos hablando de mí.
—¿No es de eso de lo que siempre hablamos?
Elevó sus tupidas y negras cejas, relamió sus labios y encontró tremendamente entretenido poner cara de genio a la vez que desliza su lengua entre las palabras, como si ellas fuesen un manjar que degustar lentamente.
—¿Te gusta hablar de mí?
—No vayamos por ahí... —susurré en medio de un poco de súplica.
—¿Ir a dónde? —susurra también, como si no deseara asustarme—. Si apenas y nos movemos, rodeados de gentes, de la familia, de los amigos que están como locos creyendo en una falsedad. A mí tampoco me gusta ir, pero si de los dos tengo que ser el que se atreva a dar un paso al frente o uno atrás, lo haré, Chris. Lo haré.
Tomé mucho aire y lo solté, consciente en todo momento de que estoy siendo observada por él y de que no es fácil nuestra situación. Nunca lo ha sido pero hemos podido sortearla. ¿Estamos llegando al llegadero? ¿Es este el momento en que nos planteamos el futuro? No dudé de que ese día llegaría pero no creí que fuese en una charla así.
—¿Quieres dar un paso al frente conmigo? —cuestioné sabedora de a lo que me estoy refiriendo.
Henrie también entendió y me dió un asentimiento.
—Pero será difícil —le aseguro. Lo estoy jurando. Lo estoy pactando.
—¿Cuándo no lo ha sido?
Apreté mis labios para no sonreír con lo que diría:
—Cuando vi tus pomposos jardines. Ahí eras un chico de dieciséis medio decente.
—Y tú una niña de once un poquito adorable.
Aflojé el agarre de mi propia contención y reí de esa confesión. No será fácil pero pondremos de nuestra parte, eso no necesito asegurarlo para saber que lo haremos.
—Y... ¿ni una ayudadita? —Otra vez.
—Si no lo resuelves para antes de medianoche no va a olvidarlo. Yo que tú me doy prisa. —Me giré a los que estamos en la mesa—. Si me disculpan mi abu y yo tenemos planes que ella desconoce, no nos esperen para cenar.
—Eres como un zorro —musitó Henrie solo para mí, mientras desplazaba mi silla—. Escurriéndote.
Me toqué el pecho con teatralidad.
—Aww, es el mejor piropo que me haz regalado.
***
Conseguí que fuésemos a ver unas películas y comiéramos comida preparada por mí, porque para mi abuela no hay nada mejor que la comida casera que busca dejarte satisfecho sin el remordimiento del día siguiente. Me costó un buen dinero encontrar lo necesario para lograrlo pero estaba feliz con el resultado.
La dejé colocar la tercera peli mientras iba a la sección del salón de proyecciones donde guardé todo lo preparado, cuando lo oí decir:
—Henrie no me cae mal.
Esa afirmación tiene sus defectos.
—Solo no te simpatiza como un hombre al que puedas llegar a ver como un nieto.
—Flor, ¿y es que tú lo ves como un hombre?
No tengo que considerarlo siquiera.
—Es guapo, ha estudiado mucho, se esfuerza, quiere hacer felices a sus padres, me tolera y es guapo, ¿qué más puedo pedir?
Chasqueó sus dientes con la lengua.
—No lo ves como hombre.
Agrupé los bocadillos de nueces, almendras, manies, pasas y otros frutos secos que logré transformar en barras unidas por miel pura. Galletas de avena edulcoradas con un azúcar que no atrae a la diabetes. Palomitas que en sí mismas son geniales si no les caramelizas o viertes mantequilla. Aparte, un tazón pequeño de una crema de aguacate junto a nachos simples. Tomé asiento frente a mi abuela en un push y coloqué la bandeja con todo en una mesa baja, perfecta para la altura de los asientos.
—¿Me preguntas por el sex-appeal?
—No hablo de sexo, hija. Hablo de cosas que son fundamentales para ti, cosas con las que no podrías vivir. Claro, es distinto si me dices que no las sabes.
—¿Y el sexo no es una cosa fundamental sin la cual no puedo vivir? —pregunté con una sonrisa que, vamos, solo me hace gracia a mí.
—Es importante pero no fundamental. ¡No cambies el tema!
—No lo hago, lo siento. ¿Dijiste que hay cosas fundamentales y que en ellas debo basarme para elegir a un hombre y que Henrie no las cumple?
—Tú eres quien lo afirma.
—¡Es una pregunta, abueeee!
—Me parece que no, no lo hace.
Negué no estando de acuerdo con ella en otro tópico.
—Henrie es un buen hombre; lo sé, lo conozco hace catorce años. Sí, puede ser como tener un grano en la nariz del tamaño de un topacio; cuando se enfada da algo de miedo el cambio de color en sus ojos; dice tonterías con tres vasos de whisky encima pero, ¿quién no tiene sus momentos feos, sus partes negras? Pero también tiene sus grises y blancas y las blancas son las que más tiene, las que sin luchar y luchando permanecen. De ellas me fijo y me fío.
Girasol me miro perpetuamente, sin cambios en ella que me reflejaran lo que piensa. Acercó su mano a mi cara y acarició mi mejilla.
—No temo por tus sentimientos, Chris.
Sostuve su mano con la mía, disfrutando del toque.
—¿Y entonces?
—Temo por lo que serías capaz de hacer por complacer a otros. En eso te pareces a Henrie y si ninguno se digna a reaccionar... —hace una pausa y con voz lastimera añade—. Ay, Florecita, temo por los dos.
Mi corazón elevó sus latidos con ese pensamiento fatalista. No por nada ella tiene miedo y debo estudiarlo, debo asegurarme de que estoy tomando la decisión correcta con Henrie. Pero no estamos a punto de casarnos y el alivio de ello me respondió, fácil, a la pregunta indirecta que hizo mi abue.
¿Es Henrie el hombre que quiero para mí, para compartir mi vida?
No lo es. Ahora. Pero no conozco el futuro y mientras siga en el presente, éste puede cambiar.
—Nos queda una película. Prepárate.
Para la hora en que terminamos de verla y fuimos por la cena que preparé recibí un mensaje de Henrie pidiendo el favor de abrir la puerta para tomar el regalo de él para mi abuela.
—¿Por qué ese muchacho se molesta? —instiga ella. Ah, pero no va a dejar de abrirlo por vergüenza, ésa no existe en los cumpleaños.
Coloqué la caja frente nuestro, en el suelo para abrirla como regalos de navidad.
—No le molesta.
Ella hizo un sonido como «mujum» a labios cerrados, medio gruñón y agudo y no tardó en abrir su regalo. Era un juego de cocina, con delantal incluido, de fondo verde con girasoles. Y un juego de té color lila con margaritas pintadas a mano.
Bien, Henrie. Lo hiciste muy bien.
***
Henrie, para mi pesar pero placer de él, trabaja con flores y las adora con cierta obsesión y locura. No se nota hasta que empieza a hablar de ello y hemos tenido charlas extensas de a lo que se ha dedicado gran parte de su vida. Nuestras familias han hecho negocios pequeños con el uso de plantas para la obtención de mejoras en cuanto al color, la textura, el olor y las propiedades que ellas poseen al ser mezcladas con químicos que inyecten cualidades potenciales y duraderas en lo que ofrecemos al mercado.
Lo veo a los ojos, con aquellos sentimientos que guarda para lo que se dedica, que ven competencia y buen hacer en todo lo que lo rodea, es decir, flores y hombres junto a mujeres recogiendo las de esta temporada.
—El potencial se exprime si quiere ser exprimido —es lo que suele decir.
Yo se la devuelvo:
—Ah, como una toronja.
Y continúa hablando de los tipos de flores, su clasificación y que ha visto maravillas en otros países que no son posibles de cultivar aquí, lo que es una lástima.
Nos detuvimos en nuestro recorrido para que conversara con el administrador y supervisor. Reprimí un bostezo. Vine de mi práctica matutina para esta cita y me está dando hambre, y el hambre me recuerda que tenía sueño y el sueño...
El sueño solo trae recuerdos de algo que pasó y que no volverá a ser.
—¿Quieres un café?
Le sonreí a la gentileza de Henrie, pero debía ser honesta desde ya.
—Si quieres mi completa atención deberías llevarme a comer, Claudio. Sabes que no me gustan las flores.
—Girasol te dice Florecita. —Cruza sus brazos en actitud desafiante.
—Me compara con las Azaleas y el Hibisco y como no puede llamarme ambas me dice Florecita, pero ella y es ella y a mí no me enloquecen.
—¿Y si nos casamos no habrán flores?
—De tu lado de la familia pueden haber todas las flores que quieras.
Su carcajada me hizo rodar los ojos, de buena manera.
—Anotado —manifestó con buen humor y, para mi sorpresa y aturdimiento, tomó mi mano y la llevó para cruzar su brazo con el mío, poder mi palma en el antebrazo y apretar su mano opuesta con el resto de mi extremidad. Nunca hemos estado así de cerca—. Tendré las flores que quiera.
Ahora fue mi turno de reír y me acerqué un poco mas a él.
—¿Tengo permitido mandar flores a tu trabajo?
—Creerán que las envié yo mismo y qué mal, Tintín.
Mi carcajada vino del alma, la que se contenta con buenos chistes y la que se divertía con la simplicidad de la incómodo que sería aquello para él.
—Prepárate, Claudio.
Su gemido de protesta fue música clásica para mis oídos. Y mi sonrisa, supongo, también lo fue para si mismo.
Nos movió de tal modo que regresamos por donde habíamos entrado, hasta ir por su camioneta mientras recorremos la extensión de las tierras donde han sido sembradas las flores. Estamos fuera de la ciudad, a mitad de la mañana un fin de semana porque un lunes jamás habría podido escapar. No solo escapar de mis ensayos, el trabajo se está incrementando y si no tomo cartas en el asunto voy a perder mas que la cabeza.
Nos alejamos frente a su camioneta. Pero antes de entrar en ella le oí preguntar:
—¿Le has dicho a tus padres?
—¿Que salimos? Se harán falsas ilusiones y no quiero eso para ellos, o mi abue.
Henrie frunció en ceño como si le di una patada en la espinilla.
—Eso dolió.
—No me mal interpretes, Henrie. Estoy tan comprometida como tú lo estás en que funcionemos, pero incluirlos nunca lo ha hecho mas sencillo y... quiero eso: sencillez.
Me contempló un momento y colocó un brazo sobre la cima del vehículo.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Tú dime.
—¿No te gusto ni un poco...? —Se rió ante cual sea que fuese la expresión de mi cara—. No me mires así, Christina. Apenas me expresas lo que sientes.
—¡Pero si soy la expresión ambulante!
—Con otras personas tal vez, pero no conmigo.
—Sea por Dios —murmuré. Si hasta se queja más que mi madre y, francamente, no sabía si culparlo o no.
—No estoy siendo un fastidio por gusto. Tú bien lo sabes.
Lo sabía. Lo entendía. Lo está aclarando para él, para ambos, para que avancemos o retrocedamos pero no para vivir en incertidumbre, dando pasos de ciegos y mareados en una relación que nunca ha terminado de ser, o porque odiamos las imposiciones o por incidir en mentiras.
—Ya no somos unos niños, Henrie —dije y me sentí nerviosa con lo que confesaría—. Crecimos, somos otros y de ese niñito odioso de dieciséis quedó este hombre al que admiro, con el que bromeo y al que le dije que sí cuando preguntó si podríamos tener una oportunidad. No por ellos; lo quiero hacer por ti y por mí.
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Hola holaaaa
Aquí el capítulo. Estoy muy contenta con esta historia y si me tardo en publicar es más que todo para dar tiempo de asentar la historia. Pronto estaré haciendo algunas promociones (está duro el trabajo 😅).
Gracias por leer
Liana
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