Capítulo 43: Merecer
Te mudaste...
Perdona a mi hermana. Hace unos días fue a entregar su carta de renuncia y cuando dijo que se iría contigo me asusté. La obligué a contarme a dónde irían y el alivio que sentí fue inmenso, tan grande como el vacío que siento al no vernos o hablar. Pero sé que lees estos mensajes y eso me consuela.
Y en esta acción de gracias, doy gracias porque vi a una chica sentada sola en un bar playero y fui como ella me llama: un osado. No me arrepiento.
***
Es primero de diciembre. ¿Ya ha caído nieve en tu nuevo apartamento?
Intenté persuadir a Océano; no lo logré, así que me queda seguir esperando. ¿En qué piensas?
***
Estoy esperando, Chris.
Sé que no estás molesta, al menos no por lo que creía.
No quiero ser obstigante pero no puedo evitar pensar que si no lo intento lo suficiente vas a tener una idea equivocada sobre lo importante que eres para mí.
¿Podemos vernos?
Bloqueé el teléfono y dirigí mis ojos hacia Katerina. ¿Qué fue lo que dijo?
—Perdón, ¿podrías repetir?
Ella frunce sus rubias cejas y me extiende la mano.
—Si no vas a ser la mejor, ¿por qué ser bailarina, Christina?
Bufé y no le di lo que me pertenece para hacerla sentir conforme con que tenga la razón. Fui yo quien le pidió que viera una parte de la pieza que me toca ejecutar y ella dijo que sí. No desperdiciaría la oportunidad de aprender de Katerina, pero su filosofía es que no hay nada mas importante que el ballet y aquello no va conmigo. Tengo otras cosas igual de importantes. No tendría esa discusión con la rusa.
Sin embargo la respeto. Guardé el aparato en mi bolso y le ofrecí disculpas. Katerina sonríe poco, pero que la obedezcan la tiene conforme. Como ahora.
—Empecemos de cero. Tengo una hora; aprovéchala.
Y la aproveché.
Lo que no aproveché fueron las compras. La idea de ir cuando muchas personas están comprando frenéticamente por ser temporada luego de horas de estiramientos, calentamientos y bailar me atraía casi tanto como a Miramar ir a comprar después de salir de la oficina. Nos escribimos y la esperaría afuera del edificio en que trabaja para ir a cenar, en un parque precioso al que decoraron con luces y figuras navideñas.
Una característica de Londres es que en él no existe la nieve perpetua, siempre está esa insistente y prevenida lluvia o la neblina que la acompaña. Entrar en un parque, por hermoso que sea, es mojarse. Pero esta tarde no hay humedad y las nieve no ha sido borrada del todo, aunque hay aceras cubiertas por agua congelada. Me senté a esperar a Miramar, a la que vería llegar de lejos pues notaba la puerta del edificio y como salían los que en él laboran.
Mar encontró este empleo de un momento al otro. Apenas se postuló por Internet con su nueva residencia y se corrió la voz de que había renunciado a su anterior puesto y obtuvo varias llamadas junto a correos electrónicos con ofertas jugosas. Teniendo de dónde escoger, tomó la que mas le convenía y con los gastos que tenemos fue un soplo de aire a este mes caótico, pero de belleza sin igual.
Puntual, la vi salir junto a dos hombres, uno a cada franco de ella. Levantó su mano enguantada para saludarme y le devolví el gesto con un sonrisa, interesada porque aquellos caballeros no se separaban de su lado. Los tres cruzaron la calle y caminaron hasta mí. Me levanté de la banca metiendo las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta.
—Hola, ¿esperaste mucho? —dijo Mar y me dio un abrazo.
—No mucho. Y hola —les dije a los hombres presentes.
Uno de ellos es un hombre de piel acanelada y cabello negro, no muy alto y sus ojos son pequeños, apenas se ve su color. Está un poco pasado de peso para su estatura, pero lo compensa con su modo de vestir. Va tan cubierto como el otro, lo distinto son sus botas mostazas de trenzado marrón y el cabello en un moicano. En él no había pena, o frío.
El segundo hombre se iguala en estatura con mi cuñada. Un rubio de cabello largo con ondas envidiables cubierta su cabeza con un gorro tejido rojo y su cuello en una bufanda igual de roja. Va en pantalones ajustados negros y zapatos de paseo, como vans.
—Son mis compañeros —se adelanta Miramar y apunta al piel canela—. Él es Rubén —apunta al otro— y él Eric. Han decidido que soy demasiado nueva en la ciudad para ubicar el parque donde ya nos hemos encontrado mi cuñada y yo. Caballeros —el apelativo lo usa con dulzura—, muchas gracias. Nos vemos el lunes.
Se reparten palabras dispersas de mucho gusto y despedidas hasta que nos quedamos completamente solas. Le doy una mirada de gusto morboso echando ojitos por donde se fueron los hombres solo para fastidiarla.
—Maaaaaaar.
Se pone la mano en la frente con mortificación.
—No. No, Chris.
—Pero si se les cae la baba por ti. Deberías disfrutarlo un poco, ¿no?
—No lo puedo disfrutar. Tengo unas semanas que empecé, quiero trabajar como es debido y con estos hombres... —abre los ojos con exageración—, estos hombres encima de mí, ser cordial me está sacando de quicio.
—¿Ya les dijiste que no estás interesada?
—Algo así.
—«Algo así» suena dudoso. Es decir que no lo hiciste, es decir que hay razones para que crean que te interesan, no importa si no te gusta cómo suena el que estés jugando a ''me gustan dos a la vez''.
Pone cara fea y culpable.
—¿Tanto así?
—Es posible. —Guardo silencio y ya la veo rodar los ojos con lo que diré—: Miramar la rompe uniones laborales.
—No puede ser...
—Mima, la ilusionista.
—No soy un mago.
—Mar, la quebranta lazos.
—Cállate o no cenaré contigo.
—No tienes con quién cenar —encojo mis hombros—. Yo te hago un favor.
Ahora sí rueda sus ojos y me toma del brazo para ir por nuestra cena y de paso me explica con lujos y detalles lo que están haciendo. La empresa para la que labora trabaja con tecnología avanzada y le apasiona sentirse de utilidad.
—¿Le respondiste a mi hermano?
Suspiro y me cercioro de que vamos por el camino correcto. Miramar se inclina para que la vea.
—No te hagas la tonta.
—No sé qué decirle —contesto.
—Cómo te sientes puedes ser el principio de una charla, incómoda claro, pero que necesitan tener.
Me reí y nos detuvimos frente al sitio en que cenaríamos.
—Si sigues insistiendo invitaré a tus enamorados para que te vean comer y se desenamoren.
Apenas la escuché quejarse de mi situación romántica porque tenía presente que está en lo cierto. Que este silencio de mi parte está poniendo mi relación en un hilo y no tengo la respuesta al enigma. Tengo capacidades y conozco mis límites. Uno de ellos fue rebasado en mi cumpleaños y las disculpas de la señora Burgeos no llegan a mí. Pero no es culpa de Terry y lo sé bien.
Lo que no acabo de asimilar es si será suficiente saber que tengo a Terry pero en lo que se diga «mu», no lo tendré. ¿De qué me sirve ser Clara en el Cascanueces si no sé si mi novio irá a verme luego de tanto esfuerzo y sacrificios?
—Pareces un perro mojado.
Tomamos asiento en una de las mesas centrales y nos ofrecieron el menú. La comida mediterránea era una elección arriesgada cuando lo que quieres es algo constantemente caliente, pero tengo hambre y nos recomendaron venir. ¿Qué mas se puede hacer cuando eres nueva en un lugar, mas que explorar?
—Hace frío, puede ser.
—El perro que dejaron tirado y patearon.
—¿Ahora te estás vengando, rompe corazones?
Sonríe dulzona.
—Es lo que mereces.
—No merezco que me desprecien.
—Oh, pobrecita, la niña que más sufre.., ¡mira a quién se lo dices! —Su sonrisa se hizo dura, como dura es la coraza que se ha creado a sí misma—. No te queda nada bien ser la víctima, Chris. No lo seas. Si lo que quieres es —la veo tragar con esfuerzo—, terminar con Terry porque no ves que haya solución, hazlo. Pero hazlo ya.
—Es raro hablar de esto contigo.
—Si no puedes hablar conmigo, ¿puedes hablarlo con él? —se mofó.
Me nació una sonrisa desde el corazón para ella.
—Creo que te adoro, Mar.
Eleva uno de sus hombros y mira el menú con interés, ignorándome deliberadamente y haciendo señas para que regresara el mesero.
—Ya lo sabía —dijo hecha toda una diva.
La comida nos despojó del peso del hambre, pero los pesos sentimentales y morales siguen intactos.
Al menos, los míos.
***
Apenas comprendía el modo de aceptar visitantes. Nos pasamos con el asunto de la tecnología y la seguridad, pero para Mima lo que tenemos es mínimo para la seguridad a la que ella estaba acostumbrada en América. Para saber que tienes una visita inesperada debías ser telefoneado desde la planta, donde el vigilante te pregunta si conoces a dicha persona. Lo que ocurría.
—¿Qué dice? —pregunté, porque no lo oí bien. Seguía dormida, si era franca.
—Un señor Terry Burgeos... ¿cómo dijo que era su otro apellido?
Hubo ruidos a los que no identifiqué de qué iban, pero fue como darme un mazazo o tirarme un vaso con agua bien fría el escuchar su nombre. Me froté el rostro, pero ni así se iban los nervios que sobrevinieron.
—¿Señorita?
—¿Sí?
—¿Le permito pasar?
¿Debería?
¿Qué estoy esperando? ¿que me vengan ideas nuevas para no tener que vernos o vernos y aceptar que tenemos un problema que no tiene una solución eficaz? De tenerla... Me duele pensar que ya la habríamos hallado. Me duele entender, muy dentro, que no me hizo sentir mejor que viniera Malena Burgeos a disculparse, porque si le pudiera creer Terry no tendría que pedir permiso para visitar mi casa. Me duele no estar donde creí estar en una fecha como esta.
Ignoré el nudo en mi garganta y respondí a Freddy, el vigilante:
—Puede pesar. Gracias, Freddy.
—Perfecto. Tenga buenas noches.
Corrí a mi cuarto para ponerme las pantuflas y una bata encima que me cubriera. No tenía frío antes, pero ahora sí lo tengo. Decidí ir a preparar un café en una máquina de esas de las que mi compañera de piso es adicta y esperé a que tocasen mi puerta.
Me doy cuenta, en estos segundos de espera, que lo he extraño como una loca. Me convertí en una persona dependiente de los quehaceres para no tener que recordarlo, que pensarlo, que desearlo todo el tiempo. Katerina me molesta con que me aplique, pero lo cierto es que abandoné todo lo demás por bailar, por suprimir los anhelos que ese hombre me provoca cada día.
De pronto mi mano va a mi garganta y siendo que mi corazón va a salirse de mi pecho. No espero a que lleguen hasta mí. Estoy odiando desesperadamente la distancia que creé y lo ajusta que me volví estas semanas ignorando que las cosas no se pueden arreglar si no se hablan. ¿Necesité el silencio? Sí, pero parte de amarte a ti mismo es amar al otro y comprender que no se trata solo de tus necesidades; ya no más.
Por lo tanto, abrí la puerta.
Y ahí estaba. Mi chico lindo.
Le estudié. Me embebí de él y de su aspecto, algo agitado, con el cabello un poco largo y una buena cantidad de vellos en el rostro, pero sigue siendo Terry y no pude contener lo que pasaba dentro de mí.
—Chris... —respiró en mi nombre, acercándose poquito a poco. Asentí incapaz de hablar y pasando las manos por mi rostro—. ¿Por qué lloras?
Hipé y mojé mis manos con agua salada.
—Tu... tu por qué crees.
Sonrió de manera ladeada.
—¿Porque me quieres y me extrañaste tanto como yo a ti? ¿Porque el mundo estaba bien pero conmigo está muchísimo mejor?
Reí entre lágrimas, pero no le quité razón.
—Extrañé tanta modestia, también.
Él coreó mis risas y no me contuve mas para abrazar su cintura. No tardó en acoplarse a mí para responder, acariciando mi cabello, respirando cerca de mi cuello y dándome esa paz que me hacía falta. Guardamos silencio, sintiendo el momento, no queriendo romperlo.
—Lo lamento, mi amor —dijo.
Asentí recostada mi cabeza en su hombro. Sé por qué lo siente y acepto que no puede controlarlo todo. Está en mí si lo que quiero es vivir el siguiente paso o retroceder después de haber avanzado tanto, a zancadas.
—Ella vino a disculparse —establecí.
Sentí su respirar hondo y el abrazo hacerse apretado pero igual de cálido.
—Lo sé.
—No le creo —murmujeé.
—Eso también lo sé, Chris. —Se apartó y tomó mi rostro en sus manos para verme con fijeza—. Y te amo mas por escucharla, pero no es tu obligación soportar que te vejen por mí. Yo quiero darle el beneficio de la duda, sigue siendo mi madre, pero en lo que se refiere a ti y a mí...
—¿Vas a prohibirle meterse? —pregunté en broma, por lo imposible del caso.
Esperé la respuesta natural.
Ésta no llegó. Al contrario, tanta seriedad en este hombre y tensión en su postura, incluso en la manera en que me toca, es inaudita.
Cambié mi expresión y negué con mi cabeza.
—Terry...
—Merezco poder escoger lo que deseo —me interrumpió.
—Claro. Claro que sí.
—Y quiero estar con mi novia sin temer a que me engañen o se aprovechen de cuánto los amo. —Baja sus manos de mi cara para tomar mis manos alojadas en su cintura—. Tomé una decisión. No estoy feliz de haberla tomado, pero nos beneficiará, porque creo conocer a mi familia y necesitan tiempo sin mí y yo de ellos para centrarme en lo que me importa ahora.
»Quiero tener mi propia familia, contigo. Y para lograrlo debo ponernos en primer lugar, darte todo de mí y que en respuesta me des todo de ti, pero cómo puedes dármelo si no te ofrezco lo mismo. No es justo y necesito que sepas que te amo, Christina y que no volveré a perderme tu cumpleaños. Voy a estar en los siguientes, si quieres y me aceptas... Aunque viniste al otro lado del mundo por mí; solo te lo recuerdo.
________________________________
Holaaaaaa
Pronto prontito el Epílogo. Trataré de publicarlo antes de año nuevo.
MUCHAS GRACIAS POR LEER
Liana
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro