Capítulo 42: Porque nada de esto es culpa nuestra.
Caminaba por esta fiesta, en medio de ella, sorteando a las personas. Algunos me miraron con cierto encanto —mío, está claro—; otros, detallando el enterizo que uso, porque no pensaba jamás disfrazarme. Son de esas cositas en las que no cedo, pero sabiendo a dónde iría pretendí vestir lo mejor que se pueda. Es un enterizo elegante color amarillo neón e iba acompañado de una chaqueta oscura, pero se hizo sofocante llevarla todo este tiempo cuando el clima es alto.
El caso con la temperatura es que dejé de sentirla. Dejó de ser importante y por mas que mis manos están frías y necesito el abrigo de vuelta, me sigo moviendo.
No creí que sería tan difícil. Las relaciones, sobretodo las que valen la pena, requieren esfuerzo extra, requieren todo lo que eres para avanzar. Ellas no progresan solas. Nunca he confiado en eso de «no importa el tiempo o el espacio, seguimos unidos». Una relación necesita trabajo duro. Y lo que sí creí era ser merecedora de que lucharan por mí.
No hay nadie en la cocina, ni en los interminables pasillos con gente hablando, dándose besos o jugando. El área verde está cerrada a los invitados, así que no me molesté en perder el tiempo. Recordé mi teléfono, pero se quedó en uno de los bolsillos de la chaqueta que está con Cisne y no iba a volver por él.
Solté un suspiro agotado. ¿Qué estoy haciendo?
Es estúpido dar vueltas y vueltas.
—Que tonta eres —me reprendí.
Hay una de las tantas frases que le oí decir a mi mamá a lo largo de mi crianza, y no he entendido aun muchas de ellas, pero la que ha calado en mi vida es que uno está donde lo quieren.
¿Soy querida donde estoy?
Tal vez si solo considero a los que me importan, podría decir un gran sí. Pero, ¿es aquello lo mejor para mí? ¿ser así de condescendiente? ¿Qué es lo que estoy buscando?
—Te encontré.
Supongo que esa es mi respuesta.
Me vuelvo y sonrío, porque a pesar de no ser la persona que estaba buscando, es justamente la que necesito.
—¿Y esa sonrisa? —pregunta Francine.
—No es nada.
Ella no me cree, pero es una mujer llena de sabiduría aunque hoy no tenga el cabello recogido y no me pregunta más. Pero sé que llegará el momento en que explote y no quiero que sea en esta fiesta. Me acerco a darle un abrazo y nos quedamos así unos instantes.
—¿Hallaste a Terry?
Niego sobre su hombro. Me abraza mas fuerte en entendimiento y ríe, produciendo en mí curiosidad.
—¿Qué?
—Vayamos por Miramar y celebremos tu cumpleaños como se debe: con pastel.
—El pastel me da igual...
—Pero a mí no, así que ¡a comer pastel!
Se afirmó de mi brazo y caminamos a la planta baja. Justamente sale un mesero de la nada y nos ofrece unas copas, pero Cisne declina y pregunta por Miramar. Nos señaló el camino a seguir para encontrarla, y nos encaminamos hasta ella, pero no la hallamos enseguida. Oh no. Ella se topó con nosotras y su rostro era de pura furia.
—¿Qué pasa? —instiga Francine.
Mima revolotea sus ojos y hace un gesto de lo mas absurdo por la cantidad de movimientos aleatorios que da solo para expresar su ira.
—¿Qué puede pasar? ¡Que estoy que me parte un rayo!
La agarro del brazo y obligo a mis dos amigas a ir hacia la salida. Me siguen sin poner oposición.
—Vamos por mi pastel, por favor.
—¿Qué hay de Darío? —dice Miramar, para mi sorpresa.
—Él sabe que esto es una emergencia. Lo veré después.
—Que hombre generoso —se mofa Mima—. Espero que lo conserves.
—Bien conservado está, no te preocupes.
Llegamos a la puerta de entrada —o salida— y me sentí mucho mejor estando fuera. Los autos aun llegaban y no parecía que la fiesta fuese a acabar pronto, pero ese ya no era mi asunto.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—No piensen en eso —dice Mima y saca su celular para hacer unas cuantas cosas y afirmar—. Vendrán por nosotras en poco tiempo, ¿les parece si caminamos?
No veo porque no y Francine tampoco, por lo que damos los siguientes pasos que nos saquen de aquí y me den un merecido pastel con que atiborrarme. Pero antes me atiborro de estas dos chicas y decido que quiero acabar completamente llena de recuerdos y risas que solo con ellas puedo tener.
En la siguiente hora, estamos sentadas en la mesa de un club nocturno luego de ir a comprar un pastel con una cobertura y adornado con sencillez pero de un interior bien hecho y muy rico. Le pusimos una vela y soplé con todas las ganas, oyendo luego el coro de aplausos de parte de un par de meseros y otras personas en las mesas cercanas que cantaron con nosotras. Cortamos los trozos y repartimos entre risas y algunos mojitos.
La vida con mojitos es inigualable.
—¡Oh! ¿Lo viste?
Intento notar a dónde apunta Miramar.
—Si es un chico mejor como pastel.
—No, no un chico. Creo haber visto a John.
Rodé los ojos.
—¿Cuántos llevas?
—No estoy ebria. En serio creí ver a John y de ser así... —sonríe con suficiencia—, te espera un gran lío, Christy.
Cisne se sienta con nosotras y toma su trozo de pastel, engullendo de forma que me hace mirarla con recelo.
—¿Qué hiciste? —le pregunto directamente.
—Hablé con Darío.
—¿Y qué más?
Ella me sonríe coqueta y se acerca a hablarme con cadencia:
—¿Quieres saber lo que le dije?
Pongo mi mano en su cara y la alejo de mí.
—Si tiene que ver con mi novio que no estuvo conmigo en mi cumpleaños por la razón que sea, sí.
—No seas tan dura con él —me recomienda Mima. ¡Mima!
—¿No ser dura en mi cumpleaños?
—Puedes intentarlo. ¿O te cuesta mucho?
—¡Me cuesta!
—Hazlo sufrir un poco —comenta Francine—. Pero tranquila, aunque sí hubo una insinuación de parte de su buen amigo sobre ti y en dónde estás no le dije.
Mima ríe y le da palmadas en el brazo.
—John, uno de los hermanazos de Terry, ¡está aquí!
—¡Nooo!
—¡Sííí!
—¡Por Dios, nena!
No comparto la emoción de ellas. Puede que lo considere un insulto a mis sentimientos.
—No quiero verlo —digo y no tarda la molestia que no sentía en aparecer. Mi frustración me hace acercar el pastel y cortar otro trozo para darle una probada grande—. Que espere a que acabe mi no cumpleaños.
—Esos serían los otros trescientos sesenta y cuatro días del año.
—Que espere —repito indiferente.
—Si espera estarás el doble de molesta.
Sonrío y digo en tono dulce:
—Si espera no voy a lanzarle el resto de mi pastel a la cara.
Miramar lo cubre a medias con su cuerpo.
—Tu no harás eso.
—Entonces reza, Mar. Reza.
La muy tonta se pone en plan rezar en voz alta y Francine se le une en una parodia estúpida pero divertida. Me contagian su buen humor y el plan de buen rato entre las tres, sin embargo tengo la necesidad de verificar cada dos por tres que no va a aparecer John o Terry y todo se venga abajo.
Esta fachada de calma y desinterés se venga abajo.
—¿Ya tenemos suficiente o aun hay aguante? —pregunta Mima al sentarnos después de echar un pie por un buen rato. Casi suena a un reto.
—Tengo un vuelo pasado mañana.
—Yo ya no tengo cumpleaños, ¿acaso importa?
Francine hace puchero y me abraza.
—Lo siento. Pero, ¿sabes qué?
—¿Que cuando llegas al fondo solo puedes subir?
—Que tu regalo llegó.
Mi cuerpo se tensiona y suelto a Francine para no evitar lo que vendrá.
Incluso lo siento aunque no lo vea.
Lo comprendo. Entiendo que no hay nada que pueda hacer para cambiar lo que pasó aun si no conozco qué fue lo que pasó. Que internalice esto y que tal vez no fue culpa de nadie que el día de ayer fuese diferente a lo que habría deseado, no significa que olvido. La molestia no se marchará a bailar o irá a congraciarse con la razón; es por ello que no quería ver a Terry.
Es así como el que escuchar su voz en vez de darme la alegría y la calma que suele, causa todo lo contrario.
No escuché lo que dijo.
Centré mi vista en el pastel con mas de la mitad acabado. Era un bonito pastel de tres pisos y como el fondat no es lo mío lo pedimos de crema pastelera y como a Miramar no le simpatizan las fresas tiene chocolate y crema de mantequilla mezclada con coco. Estuvo muy bueno y quisiera tener deseos banales como comer otro pedazo, pero estoy tensa. La tensión en mi rostro y brazos necesita ser liberada. Tomo un bocado de aire, cerrando las manos en puños y mis ojos, respirando; respirando; respirando.
Respira, Chris. Solo respira.
—¿Qué te trae por aquí? —pregunto—. ¿Vienes por pastel?
—Chris... —dice Francine.
—¿Qué? Solo estoy haciendo una pregunta.
—Tu nunca haces solo una pregunta.
Encojo mis hombros de manera petulante.
—Tienes razón.
—¿Pueden dejarnos solos, por favor? —Solicita Terry.
Lo veo enseguida y resoplo en una risa.
—Mejor no, Terious. No quiero hablar contigo.
—Porque estás enojada.
—No vayas por ahí, Terry —le aconseja su hermana.
—Necesito hablar con mi novia y preferiría que no estén escuchando.
Tener tantas ganas de reír me puede volver una persona lunática. No luché porque las chicas se quedaran conmigo. ¿Para qué? Las charlas incómodas son inminentes. Lo sé, a pesar de estar que me calienta el sol.
Terry se sienta frente a mí, donde estaba antes Miramar. Es verlo y querer torcer los ojos del fastidio. ¿A quién le gusta estar airada por culpa de su novio al que quiere horriblemente?
—Eres odioso.
Arquea sus cejas y se adelanta en el asiento para colocar los codos en la mesa.
—¿Lo soy?
—Sí. Eres odioso y no me das espacio; eres engreído, acaparador y lo peor es que todo eso me encanta pero ahora no lo hace porque el novio que tenía hace dos días me llamaba para saber de mí y al de ayer... Pues, ese no existe. Así que no sé si él quiere dejar de existir permanentemente. Y no estoy diciendo esto a la ligera, Terry. Por si te lo preguntas.
—Entiendo. Bonita...
—No —lo detengo con mano incluida—. Lo siento pero no me llames así.
Él frunce en ceño. Y me ve como a una niña malcriada.
—Chris, comprendo cómo te sientes pero si no me dejas explicar, ¿cómo vas a sopesar estar o no conmigo en el futuro?
Pienso detenidamente lo próximo a comentar. En primera instancia lo que deseo es golpear, darle su merecido. Buscando una opción segura y obviando la histeria, lo ignoro y corto pastel.
Exquisito.
—A ver. Cuéntame.
Él, que es un hombre muy listo, no pierde tiempo y me da un recuento del día de ayer. Lo que me da tranquilidad y confianza es que no tuviese que ver con su desaparición. No obstante, los responsables me dan pena.
Al acabar su relato, espera por mi respuesta o reacción. Ha sido un día, noche y madrugada largas. Mi energía se equipara a la cantidad de pastel en la mesa.
—Supongo que está bien —es lo que digo.
No se me ocurre algo más que ofrecer y a Terry no le sienta bien, su cara expresa su absoluto rechazo. Bueno, a mí tampoco me sentó bien que de una manera u otra su familia evitara que pasara mi cumpleaños conmigo. La justicia se puede discutir, en cambio la realidad y lo que sucedió, no.
—Me gustaría irme —continúo—. Si te parece bien.
Terry suspira.
—No te burles de mí.
—No me estoy burlando. No tengo sentido del humor a las cinco de la mañana.
—¿Sigues muy enojada?
Fuerzo mi labios a levantarse y niego. Terry insiste:
—No parece.
—Lo siento.
Hace un gesto cansado y tierno a la vez.
—Yo lo siento. —Luce abrumado y cansado, como yo—. ¿Es mucho pedir tener una segunda celebración de tu cumpleaños?
—Ya celebré, Terry.
Se ve como que lo acabo de herir y no tengo cómo evitarlo.
—No parece justo lo que dije, ¿verdad?
Vino un segundo suspiro cargado de añoranza y desconsuelo.
—Es como te sientes y lo respeto, pero no me duele menos.
Se ha formado una tensión difícil de ignorar. Contemplo sus ojos y sigo viendo lo mismo, el mismo ser humano al que amo y del que no me quiero separar, pero necesito un tiempo fuera.
Tomo lo que queda de mi pastel y me pongo en pies. Terry me imita y no sabe el esfuerzo que estoy haciendo para obviar su presencia y buscar a las chicas, que no están muy lejos y se acercaron a paso rápido.
—¿Les molestaría si nos vamos?
—No —dijo Mima.
—Claro que no —secundó Francine.
Asentí y volteé hacia Terry.
—Gracias por venir.
Francine y yo emprendimos la salida e imaginé que Miramar se despedía de su hermano al no ir a nuestra par. Nos alcanzó saliendo del club y atrapamos un taxi que acababa de dejar a una pareja. No pude ni quise abstenerme de verlos; hacían un lindo par y sonreían como pocos lo harían.
A gusto con el otro y de rostros brillantes de felicidad.
Vaya ilusos suertudos.
*
—¡Oh!
Ese grito me hace correr a la habitación en la que está Miramar. No la encuentro en primera instancia, pero con dos puertas extras la busco en la primera, que es el baño, y en la segunda que es el armario, la hallo tocando los estantes y adorando todo el espacio. Sonrío y veo lo que ella ve: mucho espacio, estantes y un lindo tocador. Todo en tonos cremosos.
—¿Te gusta? —digo.
—Me fascina.
—Y además del armario, imagino que te gustó la cocina...
—¿Había una cocina?
Reí y asentí.
—Cuando entras ahí está. Frente a tu nariz.
Arruga su frente.
—Ah.
Vuelvo a reír y doy un vistazo fuera del armario. El apartamento está decorado y amueblado y nos conviene para evitar una grandiosa mudanza. Tiene dos habitaciones mas que suficientes y una amplia sala, que era uno de los requisitos vitales de mi compañera. Los míos son tener techo, mi propio espacio y no tener que tomar aviones como si fuese una mujer rica.
Miramar golpea su cadera con la mía.
—¿Es un sí? —dice juguetona.
—Si tu corazón está en el armario el mío está en la cocina. Yo digo sí, ¿y tú?
—Por un armario así diré sí.
Vamos a la entrada del apartamento por Brenda. La misma Brenda cabello hermoso que vestida como agente inmobiliario luce como una empresaria atractiva que podría tener un látigo en su bolso. Nos sonrió como si supiera que querremos este apartamento desde siempre y comentó con un desenfado que no creí:
—Es un lindo armario, lo sé.
—¡Hermoso! —dice Mima—. ¿Crees que en pocas semanas nos podremos mudar?
—Antes del quince de diciembre les aseguro que se mudarán.
Chillé emocionada y Miramar me siguió. En unos días Brenda nos mostró con éste cinco apartamentos y que lleguemos a un concenso en corto tiempo me quita un peso de encima. Uno de tantos.
Entretanto que Brenda le daba pormenores a Mima me atreví a alejarme de ellas y revisar mi celular. Tenía un mensaje entrante y el remitente empeoró mi humor. Amplié el texto y no leí demasiado antes de decidir borrarlo.
—Brenda nos recomienda un café con una librería cerca de aquí.
Guardé mi teléfono y acepté que fuésemos donde quisieran. Brenda nos pidió un instante para responder una llamada y saldríamos con ella a ese lugar genial. Estando Mima y yo a solas, le planteé:
—¿Qué haces cuando tu no-suegra te envía mensajes todos los días?
Miramar no luce perturbada y responde:
—Lo que yo: ignorarla.
—Mentira. No ignorarías a tu no-suegra.
—Tienes razón, yo tendría una relación fenomenal con mi suegra. Lo tuyo es mala suerte, Chris.
—Gracias —digo con sarcasmo.
—Tal vez tuvo un repentino aire de arrepentimiento. —Hace un mohín y me extiende la mano—. ¿Por qué no terminar con lo que no quieres empezar? Si te sientes una estafadora puedo hacerlo por ti.
No me di de rogar y le di mi celular. Ella hizo lo suyo y avisó con el rostro que finge estar cariacontecido:
—Le dije que si tanto quería hablar contigo debía venir a Londres y respondió que llegará en dos horas.
Abro mi boca con sorpresa y no tengo palabras.
—Soy genial y una genio, ¿eh?
—Es... es que yo no sé entenderte, Mar.
—Y vas a vivir conmigo —dice con una sonrisa y luego aprieta sus labios—. Tu misma te metiste en este berenjenal.
Innegable.
—Tenemos dos horas para prepararnos —establezco.
—¿Tenemos?
—Sí. Vendrás conmigo.
***
—Ahí viene.
Efectivamente, Malena Burgeos salía de un taxi enfundada en una gabardina roja con cinturón incluido y una bufanda verde alrededor del cuello. Es una mujer de estatura promedio, caderas anchas y abundante cabello rubio, como el de Miramar aunque finja que no se parecen. Caminan de modo similar, burlándose de las que nos cuesta usar zapatos altos.
Miramar, con un teatro digno del mas humorista, se acerca a la entrada y le abre la puerta a la señora Burgeos. Malena entra seguidamente y le da una sonrisa sin tomar en cuenta el jaleo que montó su hija.
—¿Cómo estás? —es la pregunta que me hace al sentarse.
Se me ocurrieron muchas respuestas y cada una era peor que la otra. Mejor fui escueta:
—Bien.
—Me da mucho gusto, Christina.
Asiento una vez y espero a que sea ella quien abrevie este encuentro. No la conozco bien y no se ha puesto cómoda quitándose la indumentaria de invierno, lo que da a entender que no pretende quedarse mucho. Para haber hecho un viaje en avión solo para verme está actuando ansiosa.
—Me gustaría... quisiera, si te es posible hacerlo, que empecemos de cero.
Por poco escupí mi café.
—¿Disculpa? —dice Mima antes que yo abra la poca. Necesitaba un poco de tiempo—. ¿Quién eres y dónde está Malena?
La mencionada no cambió su postura y rostro, que si bien no luce honestamente arrepentido, tampoco está exudando en rabia o íntegra absolución de sus egoístas actos. Lamentable, siendo así, porque no estoy del todo presente en su ¿algo como una disculpa?, venido de repente. Justo después de darme a probar lo que será mi futuro en esa fiesta del desastre.
—Aquí, niña grosera.
—Ah, ¿es que la grosera soy yo, mamá?
Le da un vistazo de fastidio, pero puedo percibir una pequeña tristeza en la distancia que existe entre las dos.
—Soy yo, pero no me gusta que me hables como lo haces. Y esto no se trata de nosotras, Miramar.
—En eso tienes razón. Me disculpo, Chris, por intervenir.
Levanté mis manos.
—Pueden seguir porque no tengo nada para decir, señora.
Su cuerpo se eleva en un suspiro.
—Lo entiendo. —Mira a su hija, que no tiene intenciones de echarle un cable. Al volver a verme, sus ojos están cristalizados—. Pero debo insistir o no voy a perdonarme jamás.
Mi impresión de lo que escucho es tal que no respondo con rapidez.
—No entiendo cómo no se va a perdonar si recuerdo que estaba muy segura de saber quién soy y de no querer que sea novia de su hijo. Empezando por el día que la conocí y terminando con mi cumpleaños, que sé y espero no trate de negarlo, se confabularon usted y los que la sigan para que Terry no estuviese conmigo.
Afirma con su cabeza.
—Me equivoqué, Christina y te pido perdón por las cosas que dije e hice... Por mi intransigencia y falta de delicadeza. Aunque no lo creas me siento muy culpable, llena de remordimientos y no fue hasta que Terry reaccionó de un modo que nunca presencié que pude ver lo superficiales que hemos sido. —Saca de su bolso un pañuelo y seca bajo sus párpados, pero las lágrimas continúan manchando sus mejillas. Empiezo a sentir penita—. Sobretodo yo. Y creerás que mi hijo puede tratarte como lo hemos hecho y también te ofrezco disculpas por eso.
—Oh no, no se preocupe. Sé quién es Terry, en quien no confío es en usted.
—Lo lamento.
Frunzo el ceño y digo con su mismo pesar:
—Yo lo lamento más, señora.
________________________
Holaaaaaaa
Lamento la tardanza pero han estado sucediendo cosas y ellas me impiden escribir todo lo rápido que me gustaría.
Solo queda un capítulo y el epílogo. ¡Gracias por leer!
Liana
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro