Capítulo 38: Me noto
Tuerzo mi cuello hacia atrás lentamente, fijando mi vista en un punto y creando la tensión de la que estoy acostumbrada en ciertos músculos para lograr la postura adecuada.
Elevo mi brazo mas arriba de mi cabeza, me pongo en puntas y una de mis piernas se levanta todo lo que da, hasta poder sostenerla con la mano mas cercana a ella. El sonido del violinchelo sacude partes de mí a las que le imprimo potencia para continuar los movimientos que he ensayado. No debo sonreír en esta pieza, pero me encanta tanto; lo disfruto sobremanera y quiero que eso se sienta, se sienta.
La intención de mis extensiones, la ondulación de mi cuerpo y el panorama que se presenta delante, el que busco tener, me hace sonreír y permitirme sentirlo por completo; lo que es y siempre será la experiencia, a la que no podré comparar con nada.
Cuando terminé y la música culminó, me incliné y salí del escenario. No me detuve a ver a nadie en particular; encendí mi teléfono con algo de ansias y marqué a la persona con la que más deseaba hablar.
—¿Sí, bonita?
Sonreí, alcanzado las puertas del ascensor y entrando en él, junto a otras dos personas que conversaban entre sí.
—Acaba de terminar y voy a tu oficina. Llegaré en mallas, ¿te molesta?
—Puedes llegar como gustes.
—Que complaciente.
—Puedo serlo mas.
—Me imagino —murmuré, observando las puertas al abrirse. Me adentré al recibidor y apresuré el paso—. Tardaré, Terry.
—¿No prefieres que vaya por ti?
Sonaba casi glorioso que viniese pero no quería usar el comodín de «novio que te busca» hasta que no fuese mi primer día. Estoy nerviosa por los resultados, pero la confianza puede un poco más y quiero usarla para ver a Terry.
—No, ya estaré yendo para cuando estés en tu auto. Es decir, que no te subas en él, Terry. —Aguardé a oírlo, pero su mutismo me hizo señalar—. Espero que me estés escuchando.
Rió con gracia y me dio la razón. Estaba poniéndose de pie y vendría por mí, mas que nada atento a si cambiaba de parecer. No tardé en abordar un taxi, que no me vio con rareza considerando de dónde salí y le aseguré a Terry que estaría antes de una hora allí, junto a él.
—Solo que así sea —dijo, asumiendo el hecho de que no vendría por mí.
***
—No esperaba esta... grata sorpresa.
Miles sonrió con aquella alegría que me encanta al separarnos del segundo apretado abrazo. Miró a su lado y Lidia, junto suyo, no deja de ver a Terry con cierto encanto y timidez, ocupado y sirviendo el café que nos pidió.
—Nosotros tampoco, pero el bueno de tu novio creyó que te sentirías mejor viéndonos antes de saber si te aceptan en el Royal Ballet.
—¿No podías cambiarte antes? —pregunta Lidia, echando un vistazo a mi vestimenta. Usaba un par de botas y un suéter, pero de resto no me empeñé en cambiar el conjunto de mallas, el enterizo y la falda, mas bien larga, que usé en la audición.
—¿Por qué? —dije con intenciones—. ¿Vas a llevarme a cenar?
Rodó sus ojos y siguió viendo a Terry, que ya venía con dos tazas. Ah, pero no lo negó.
—No quise estar alrededor de los nervios de los demás. Pero traje mi ropa, solo que ustedes se atravesaron antes de que entrara al baño.
—¿Nos estás echando?
—Tal vez.
—Pues qué lástima. —aceptó la taza ofrecida y me la mostró con engreimiento—. Él fue quien nos invitó.
Sonreí y le di un pequeño abrazo que no tumbara su bebida.
—Que tonta eres —dijo su novio—. No vinimos a que te regocijes en que fuimos invitados por Terry, estamos aquí...
—... estamos aquí para molestar a Chris como es debido —interrumpe Lidia y suelta un suspiro largo, dramático pero muy real—. ¿Cómo es que decides hacernos competencia?
—No es una competencia pertenecer a otra compañía —refuta Miles.
—¡Sí la es! —dice ella, terca—. Competimos por ser la mejor compañía.
—Ese lugar ya está vacante —digo lo que es obvio. Todos sabemos que Rusia tiene a los mejores bailarines y nadie se siente mal por ello.
Lidia refunfuña otro poco. No hay satisfacción en perder una discusión que no debió darse, en realidad. Terry se entretenía con nuestra charla y prefería beber que hablar. Pero conocía esa mueca a punto de convertirse en sonrisa.
—Te extrañamos —admite, con timidez—. La compañía no es la misma sin ti.
—La próxima temporada podría ser la tuya —le recuerdo. Ella hace una cara hastiada que me impulsa a reír.
—¿Y qué? Solo la puedo compartir con este hombre —echa de menos con su mano, aunque lo ve con amor—. Y también está Sandra; no sé si la recuerdas.
—Oh, Sandra —digo con asombro fingido—. La olvidé por un momento.
—Lo que quiere decir es que harás falta tú, Christy.
La ternura y cariño que me transmitían era muy apreciado, y devuelto. Su viaje para verme me sorprendió cuando los vi en la entrada de las oficinas, apenas preguntando por Terry. Verme con este atuendo, uno del que estamos acostumbrados pero que no esperaban casi tanto como no esperé su visita, también fue sorpresivo. Pero no tardamos en enmendarlo en abrazos y escuché cómo va su noviazgo, cómo acabó la temporada de Giselle y las audiciones que vienen para siguiente producción. Una producción en la que no estaré.
—Ustedes también me harán falta —les dije, dejando que vieran en mis ojos y lágrimas que esa verdad es mía.
Los despedí al día siguiente e igualmente ese día, recibí noticias.
América tuvo un accidente con su esposo, del que me enteré esa misma noche y de la que no querían que supiera. Estuve una hora hablando con ella para poder tranquilizarme; no he sentido una angustia parecida desde que Henrie tuvo su proceso depresivo. Ella y Anibal se encuentran bien, aunque él está de reposo.
Winnifer ha iniciado un canal para mostrar su trabajo como estilista. Está cargada de una nueva energía, muy distinta de aquella con la que emprendió su propio negocio. No sé cuál sea la diferencia, pero ella sí lo sabe y me siento orgullosa de ella.
Cisne está en una relación con Dario y me vi en la forzosa necesidad de charlarlo con Terry; no conozco a ese sujeto y si bien confío en el criterio de Francine, no puedo estar segura de nada, menos a kilómetros de distancia. Mi novio, que también es su amigo lo tiene en gran estima y pone sus manos al fuego por él. No miento: eso me da una profunda y ancha tranquilidad.
Y Alica trabaja tanto que no sé si se da el tiempo de tener vida personal. Antes la percibía, y mientras siguen pasando las semanas, dejo de sentirla. Sé que se hace espacio para nosotras, para tolerarnos y no olvidar que los amigos importan mas que un trabajo, aun si él te llena. Trabajamos el suficiente tiempo juntas y nos dimos aliento a la otra en lo exhausto que es darle gusto a un jefe como mi papá, con resultados positivos, que no concibo que no logre tener lo mismo en el resto de los ítems de su vida.
¿Era muy iluso querer vidas extraordinarias para mis amigas? ¿Para mis Salvajes? No hay día en que no piense en ellas; en lo poco que nos veremos de hoy en mas y de que tenerlas como una constante se convertirán en una opción. Y me duele el corazón, no importa si estoy segura de lo que decidí.
Y veo a Henrie... Lo veo. Él mira a Miramar con algo auténtico. Veo la sencillez con que lo dejó todo para venir a estar cerca sabiendo en el fondo que existe la posibilidad de ser rechazado. Lo arriesgó todo.
Y me veo. Me noto.
¿Es así? ¿Estoy entregando, como él, todo por el todo?
***
Los resultados no tardaron. A la siguiente semana, en medio de una pequeña disputa entre Miramar y yo por los comestibles que importan en verdad y los que no importan pero la parte golosa de ambas quiere comer, los recibí en mi correo. Directamente a la bandeja de notificaciones de la parte inferior de mi teléfono.
Mis manos temblaron ligeramente. Pensé en llamar a las chicas en tan importante momento; pensé en llamar a Terry, uno de mis mayores apoyos; pensé en no abrir el correo.
Pensé tanto que me quedé paralizada. Mi deseo estaba cercano y a la vez lejano. Mi miedo siendo un estorbo. ¿Y si no soy aceptada? Alica diría: «como una persona cualquiera, encuentras un empleo cualquiera. ¿O morirás de hambre? La vida sigue»; Francine creería en que tendré lo que desee, y que no es el fin del mundo recibir un no por respuesta. América filosofaría pero también tendría unas bonitas palabras de aliento cargadas de realismo soberbio (casarse hace de las suyas). Winnie trataría de verle el lado confortable: «mas vale saberlo ahora y no sufrir gratuitamente. Estarás bien. Me alegra que lo intentaras».
Una voz me sacó de las consideraciones.
—Ay no, Chris. ¿Cuándo vas a abrirlo? ¡Me estresa tu tardanza!
Giré de medio lado hacia Miramar que me veía como un pasmarote con el celular sin desbloquear. Ella y sus expresiones eran la personificación de una mujer anhelante de información.
—No quiero.
—Sí quieres —me contradice sin pena alguna—. Llevas muriendo toda la semana. Limpias para olvidar y llamas a tus amigas mas de la cuenta. ¿Por que quieres seguir sufriendo?
Me divertía verla ansiosa por mi lentitud.
—Puede que sufrir me guste, Mima.
Ella pone cara de circunstancia a la vez que se irrita.
—¿Entonces tus gustos van por ahí? —dice irónica—. Mejor avisa a mi hermano.
—Ya, ya —digo atrayendo la paz, a una presión de abrir el correo—. Casi lo abro.
Tardé otros segundos, disfrutando el hacerla sufrir, y para no seguir sufriendo ambas, abrí el correo.
Respiré con esfuerzo al terminar de leerlo.
Y Miramar gritó.
—¡Síiiiiii! —me agitó los hombros, es decir, todo el cuerpo en verdad—. ¡Entraste, entraste, entrasteeeeee! ¡Mujer, muévete que entrasteeeeee!
Estoy tan sorprendida que no puedo moverme, pero sí puedo sonreír y aceptar el abrazo de Miramar. De las dos, ella sí sabe cómo celebrar. Brinca y me insta a brincar con ella.
Siento alivio, felicidad y una extraña maraña de emociones a las que no les tengo nombre. Se siente mejor que la primera vez que supe que daba la talla para formar parte de una compañía; se siente mejor que muchas cosas a las que no logro pensar con qué comparar.
—Debo... —aparto los brazos de Miramar con la misma sonrisa y ella está igual de risueña.
—¡Llámalo o lo haré yo!
—No, no.
Me apresuro a tomar mi teléfono y verifico la hora. No serviría de nada llamar cuando está ocupado. Le envío un mensaje. Con la rapidez que lo recibe y responde lo llamo.
—¿Sí, cielo mío?
Empiezo a tener un súbito arrepentimiento de hacer esto de dar noticias importantes por una simple llamada, pero no queda de otra.
—Entré, Terry. Formo parte del Royal Ballet.
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