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Capítulo 34: Ataque


No tengo claro qué debo ver primero, si al hombre de ojos rasgados que, tras ellos, esconde secretos pero su sonrisa devela múltiples confesiones de intenciones, que quiere obligarme —o persuadirme; para mí significa lo mismo—, a beber una obra de su propia creación. No sé cuál es el afán de emborracharme, pero nadie consigue mucho de mí en un primer encuentro. Terry es testigo de ello.

¿O debo ver al siguiente hombre? El de cabello largo rizado atado en una cola alta cuya barba le gana por mucho a la de Terry, y su cuerpo en una pose despreocupada se toma su tiempo para dirigir las palabras y me ha dedicado una sonrisa, una mirada profunda y otra despistada, como si con la anterior obtuvo lo que quería. No es muy expresivo. Las personas que no hablan demasiado son peligrosas, aunque él luzca como un niño bueno.

Y el tercer hombre es lo que llamarías un rostro principesco, de ángulos asimétricos exagerados que no lo puedes creer. Tuve la necesidad de estudiar su cara para darme cuenta si era verdadera o no. Ojos azules que hipnotizan, piel acanelada dándole real profundidad a los orbes y una sonrisa que marea. De todos modos, príncipe o no, tiene una muy mala costumbre: llegar tarde y poner excusas estúpidas. El propio Terry rodaba sus ojos y se hacía el mudo gracias a la molestia.

Ver a mi novio molesto es un «caso aparte». Sus expresiones cambian brutalmente. El Terry buena gente, que se ríe de nimiedades o te contempla con gusto pasa al Terious al que no le produce chiste absolutamente nada y si no sale de su molestia pronto, puede aguar la fiesta. Es lo que dice John. Yo apenas estoy conociendo esa faceta y está muy bien descrita.

—No soy de tomar mucho alcohol —dije a la quinta o sexta exigencia de que beba a nuestra salud. Sí, cómo no. Lo que quiere es embriagarme.

John, con un vaso en mano y dejando caer parte de su peso en la pierna derecha, me mira con el estudio que le harías a algo fascinante.

—¿Por qué no?

—No me parece la gran cosa. Y antes de que lo preguntes, he bebido lo suficiente para estar segura de mi decisión.

Él me observa inmutable, no devuelve el vaso cerca suyo. Le sonrío porque sé que no va a retirarse fácilmente.

—Te antepones a lo que los demás piensen de ti —es su conclusión.

—¿Me estás elogiando?

—Te estoy analizando.

—No porque ella saque menos cero en tu evaluación voy a terminar nuestra relación —dice Terry, enfriando de golpe la plática creativa entre John y yo.

—¿Y qué hay de mis exigencias para ti? Alguien de los dos debe ser el exigente.

Y así como así, Terry abandonó de a poco su ira.

Me acerqué a su oído, sabiendo bien que John es un voyeur y susurré.

—¿Ya es momento de los besos públicos?

Esperé por una respuesta, mirando su perfil izquierdo. El asiento tipo u en que estamos da lugar para vernos todos a los ojos, pero ahora lo ocupamos los tres. Alejo y David fueron a bailar con dos chicas que en su presumible libertad los invitaron. A John le han pedido cuatro piezas pero se niega. Es mas entretenido ser su película que ser una, ¿no? Una en vivo y directo.

Estuve a poco de decírselo y creo que lo supo porque comenzó a sonreír con anticipación. Sin embargo, Terry tocó mi rodilla y me volví hacia él.

—¿Te gustaría que te besara en público? —preguntó en el tono susurrante que usé.

Mordí mi labio imaginando y creando en mí misma la expectativa. Nunca me gustaron las demostraciones de afecto que pudiese verlas cualquiera, salvo las sutiles como un arrumaco, un beso en la frente, estar de la mano, pero los besos que quiero y suelo tener con Terry no son inocentes.

—Sigo aquí, golondrinas.

—No es que importe mucho —dijo Terry, desestimándolo, de vuelta a su humor guasón. Me reí con gusto y besé su mejilla.

—Después nos besaremos, lindo. —Coloqué mi brazo sobre el hombro de Terry y dije en tono casual—. Yo soy un diez, John. No sé qué otra cosa esperabas.

Terry rió y me mostró su palma para que la chocara. Le guiñé a John después de mi pequeño triunfo que Terry solapa.

—¿Y sí bailarías conmigo? —ofrezco, inclinando mi cabeza para verlo elevar sus cejas.

—Claro que sí.

Le entregué mi mano anticipada y le di un vistazo a Terry, quien se hallaba de buen hacer con las bebidas. Envié un beso sobre mi hombro y seguí a John hasta un lugar apropiado para bailar. Sonaba una salsa contagiosa y hasta ahora me daba cuenta que no le pregunté a John si baila este estilo, pero enseguida mis cavilaciones fueron sustituidas por certezas al él atraer mi cuerpo del modo en que deben dos personas que bailarán salsa. Le di espacio para iniciar y simplemente le seguí; él es un gran bailarín.

Sonreí entretenida con la manera en que John me guiaba y la desenvoltura de sus extremidades, caderas y el que pronunciara la letra de memoria. Me reí en varias oportunidades disfrutando de compartir algo que me apasiona con quien sabe disfrutarlo casi tanto como yo. Sentía el sudor recorrer mi cuello y brazos y John también tenía sudor en su frente, pero no se quejó. Sonreía como si la vida le estuviese dando un regalo.

A la tercer canción en que la melodía cambió a una balada, John me miró con la interrogante y preferí negar. Él me mostró su brazo arqueado para apoyarme y volvimos a la mesa, que no estaba tan sola.

—Te pedí un cóctel de granada —dijo Terry y me lo entregó en mano. Di un sorbo y suspiré agradecida—. ¿Todo bien?

—Bien —dije asintiendo—. Tuve un buen acompañante.

—Gracias por el piropo, lindura —dijo John, bebiendo de su propia explosión de sabores—. Viniendo de ti es todo un gusto oírlo.

—¿Viniendo de mí?

—No es ningún secreto a lo que te dedicas —dijo Alejandro—. ¿Puedo preguntar qué se siente?

Hice una mueca.

—Es difícil de explicar, ¿me quieren siendo una sabelotodo?

—Me encantaría —dijo Terry sin dudarlo.

Los tres que restaban compartieron su parecer y no vi porque no podía explicarles lo que el ballet es para mí.

—Cuando era pequeña tenía un gusto, por no decir un encantamiento por volar. Ya sé —reí por sus expresiones—, dirán ¿por qué no te dedicaste a lanzarte en paracaídas o a ser asistente de vuelo? Pero no era ese mi pensamiento, yo quería sentirme libre y creía que volando podía lograrlo. —Me detuve un momento, analizando qué tanto de mí puedo entregarle a tres desconocidos pero que son los mejores amigos de Terry. Resoplé y acepté mi sino respecto a las consecuencias—. Fui una niña precoz y mi familia se aventuró a permitir que me dedicara a tener dos carreras. No sé si sepan que Terry no supo que bailaba hasta mucho después, nos vimos de nuevo en el edificio que pertenece a mi papá en donde formaba parte de la gerencia como un miembro senior mas no se me atribuía ningún cargo gerencial. Tuve que dejarlo para dedicarme de lleno al baile.

—¿Y qué tiene en común el baile con que quisieras volar y sentirte libre? —pregunta John.

—Lo segundo tenía que ver con lo primero. No sería libre teniendo un trabajo de ocho a diez horas, dependiendo de la carga laboral del día. La verdad... es que quería complacer a mi mamá.

—¿No le gustaba que bailaras? —dijo David, luciendo sorprendido. Tanto como los demás.

Negué, con una sonrisa franca.

—No es una mujer fácil de alegrar.

—¿Eres libre ahora?

—Pues, David, bailar significa eso. Literalmente. —Suspiré con ensoñación—. Es doloroso, es difícil, es cansado, es poco sustentable pero de las experiencias incomparables, de aquellas de las que no quieres dejar de vivir y solo se comparan con volar.

—Lo haces sonar como un sueño —opina Alejandro, en tono solemne. Como si lo entendiera.

—Es mi sueño —digo orgullosa—. Conozco varios estilos de bailes, un bailarín debe ser capaz de integrarse pero mi primer amor es el ballet y pienso dedicarme a él lo que dure.

—No tuvimos en placer de observarte en tu venida aquí hace algunos meses. —Siento la disculpa implícita de David—. ¿Crees que podamos hacerlo pronto?

—Voy a tener que responder a tu pregunta después, David.

—¿Por qué? —se interesa Alejandro, mirando unos segundos a Terry, que ha guardado silencio todo el rato—. ¿Él te lo impide?

—Alejo... —gruñe Terry. Deslizo mi mano libre en la suya.

—No tendría que impedirme nada, en tal caso.

Alejandro sonrió, brindando a mi salud.

—Solo confirmo.

—Tengo curiosidad por culpa del pelo largo —habló John—. Estás en una buena posición para una bailarina, ¿no?

—Sí.

—¿Por qué hay duda de que te veamos bailar? El triunfo parece estar en tus venas.

—El triunfo en ocasiones viene acompañado de dosis de fortuna —intercepta David—. ¿A eso te refieres?

Fruncí el ceño.

—No creo en la suerte.

—Pero existen las casualidades y hay casualidades que se pueden interpretar como suerte. No luchaste por ellas, solo pasaron. ¿A qué le llamas tu a eso?

—Todo en esta vida pasa por algo. Creer que la vida es un azar es una manera de decir que somos eso, mero azares que poblamos la tierra.

—¿Fuiste planeada? —ahora pregunta John, haciendo que gire hacia él.

—¿Con mi madre? —troné—. Es un graaaaan sí.

—Yo fui producto de un acuerdo entre mis padres y abuelos por tener a quien darle muchas responsabilidades de las que huir.

Recibí la nueva noticia y extendí mi cóctel con su vaso lleno de sustancia rara para chocarlo. El sonido de los vidrios juntos fue reconfortante.

—Brindo por los planes.

—Brindo por los productos.

Damos un sorbo en complicidad.

—Por cierto, el hombre que no tiene un reloj es corredor de bolsa.

—Ser chismoso no te dará bebedores.

—¿Te duele que te saque en cara tus mañas, Davidcito?

Aunque la situación daba cancha para reírme con gusto, entendí porque John lo aclaró.

—Ah. Es porque a la bolsa la llaman cosa de suerte.

David se vio afectado por mis modismos al hablar.

—La bolsa son transacciones bien estudiadas pero que pueden ser volátiles.

Levanto mis manos en señal de rendición.

—Lo que tu digas, amigo. No soy experta en el tema.

—Yo tampoco lo soy en ballet.

—Yo creo que la suerte es cambiante —aclara Alejandro—. Y que dependiendo de quien crees que seas puede estar a tu favor si sabes usarla.

—¿Te veremos bailar o no? —persiste John.

Volqué mi atención en el sonido de la música que reverbera en el lugar. El Tango con hip-hop me recordó a una película llamada Take the Lead, en la cual el personaje recreado por Antonio Banderas es un bailarín de gran renombre que decide impartir clases a alumnos con problemas y que causan problemas en una escuela pública. Su dedicación y el compromiso que mostró logró sacar lo bueno de ellos. Es una cinta que refleja lo que podría considerarse ''suerte'' hace por alguien que necesita una oportunidad.

Pero sigue sin haber un accidente ahí.

Lo que tuve, con lo que conté para lograr ser un bailarín decente nunca fue una ruleta que da vueltas y vueltas y cae en la casilla adecuada. Si fuese así, habrían mas bailarines excelentes triunfando en Rusia o París. Lo que existe son oportunidades y estar despierto justo en el momento indicado, eso es cuestión de ambición e inflexibilidad.

Entonces, consideré. Consideré y sufrí un bajón anímico.

Una pareja me saludó antes de venir al club nocturno con esa alegría, esa felicidad que me produce hacer lo que amo. La mejor retribución que tengo fue ver por mí misma la capacidad que tiene el ballet de unir, pero... ¿y si esta fue la última vez? ¿Cómo voy a poder afrontar un escenario parecido? La sola idea logró nublar mi vista y provocarme malestar estomacal. Me puse en pie como un resorte y me costó encontrar el camino hacia el baño mirando a lo lejos. No está en este piso. Mi lengua se sentía grumosa y mi respiración se esta haciendo trabajosa. Necesitaba moverme.

Moverme ya.

—Chris.

Traté de sonreír y no moverme con celeridad, pero me costaba mantener la compostura.

—Tengo que ir al baño —dije, apenas escuchando mi propia voz.

—Voy contigo.

Negué con fervor. No quería que ninguno estuviese encima de mí.

Mis piernas se tropezaron pero no me detuve a ver. Rodeé a varias personas en el camino y llegué a un barandal. Me sostuve de él, bajando las escaleras hasta dar con el piso y persiguiendo las puertas de los baños, que estaban al final de un largo pasillo en una de las esquinas del club. El baño no se hallaba solo, unas cuatro o tres chicas, todas en bola frente a los lavabos se miraban entre ellas, al espejo, sus celulares y sus kits de maquillajes. No me dieron ni les di un segundo vistazo y me moví hasta tener las manos bajo el chorro de agua, fresca. No dudé y aventé suficiente agua en mi cara para mojar mi cabello y parte del cuello de la blusa.

Que horrible, horrible sensación.

¡Me siento terrible! Quiero llorar, se me atora el chillido que quiere salir en mi garganta, cerrada, como una bola estrujando, no cediendo el aire. Nunca he sentido nada parecido a esto. A esta... falta de comprensión del entorno y de mi cuerpo.

Noté que me tocaban el hombro y elevé mis ojos a unos oscuros que me miran alarmados. A varios ojos.

—¿Estás bien? —pregunta quien me toca.

No me voy a morir. Sé que no voy a morir, pero ¿por qué me duele como si me preparara para fallecer?

—Estoy exagerando —musito, reprochándomelo. ¿Y esa cara de susto que se mira en el espejo?

—Creo que tiene ansiedad. Hay que distraerla.

Sacudí mi cabeza y proseguí en mi estudio de mí misma.

—¿Cómo te llamas?

Respondí por inercia:

—Christina Blackmore.

—¿Cuántos años tienes?

—Veinticinco, cumplo años un día antes de Halloween.

—¿Nombre de tus padres?

—Violetta y William Blackmore.

—¿Tienes hermanos?

—Solo yo, pero me habría gustado.

—A mí también. Nadie entiende las desventajas de ser hija única.

Pude reír. La que dijo eso estaba detrás de mí y su cabeza sobrepasaba la mía. Era bella de un modo sutil, de esa belleza etérea y dulce. Su rostro tiene forma de corazón, y el cabello lo cae en los hombros, lacio y brillante.

—¿Dónde compras tu champú? —le pregunto, como atontada por la manera en que su cabello luce. Hay un coro agradable de risas.

—¡Ves que eres la mamá del pelo liso, Brenda!

Ella ríe y pone cara de pena.

—Ya empezó el suplicio.

La misma que tomaba mi brazo, haló de mí y me estudió el rostro con cautela. Era una chica cabello corto, rubio con la cima en varios tonos de morado. Sus labios son rojos y...

—¿Cómo respiras? —avienta la pregunta.

A mi izquierda resoplan una carcajada pero hay otras risas repartidas.

—Con la nariz, imbécil.

—Y con confianza, también —dijo como si la que supongo es su amiga no la hubiera insultado a la vez que la dejaba en ridículo, gracioso, claro. Su talento para distraerme era especial, como el de mis...

Mis amigas.

Arrugué mi rostro, sintiendo mis ojos picar y abracé mis brazos, dejando que fluyera lo que tuviese que fluir. Me duele el pecho hacia dentro y siento que abrazarme a mí misma no es suficiente.

He sido dura conmigo y no tengo tantas fuerzas para ignorar que extraño mi casa, a mis amigas y la vida que estoy abandonando. Y lo estoy haciendo a voluntad porque creo que viene lo mejor. Lo mejor que puedo dar y que me ofrecen, lo tendré lejos de lo que es familiar.

—Eso es, nena. Suéltalo para que no siga apretando tu estómago como la diarrea.

—Ness, tus ejemplos no dan risa.

—¡No los digo para que haga reír, Alena!

—¿Viniste sola? —me pregunta la rubia de cabello corto, seria y preocupada por mi bienestar.

Contemplé mi cara mojada en agua y lágrima y me acerqué por el dispensador de toallas. Mi cuerpo está un poco agarrotado, pero nada que no pueda manejar.

—Vine con mi novio y sus amigos —repongo al fin. Hago una mueca recordando cómo me fui de la mesa—. Deben de estar preocupados por mí.

—¿Podemos acompañarte? —pregunta otra chica al lado de la pelo hermoso, como seda. Es casi de su misma estatura. Morena de cabello lacio y ojos rasgados, casi gatunos y las esquinas están sombreadas en kolk negro.

—Es mejor que las dejes —dice la que comparó mi dolor con diarrea. Tengo que bajar la mirada para notarla, pero su cabello la hace ser mas alta: risos grandes, esponjosos y rojos zanahoria. Hay un silencio y ella rueda los ojos—. Hazme caso, se preocupan demasiado.

Tuve buen ánimo de sonreír y las dejé ir a las cuatro conmigo. Salimos del baño y nos topamos de frente con los cuatro hombres, que me miraron y a las muchachas alrededor de mí.

—Estoy bien—digo y sueno como un disco rayado. Intento solucionarlo —. solo tuve un... ¿ataque de pánico? —miré a las chicas y asintieron—. Eso, sí. Necesitaba mojarme el rostro y volver a ser yo misma. Disculpen por preocuparlos.

Terry avanzó y me tomó del rostro, buscando no sé qué, pero no va a encontrarlo a simple vista. Me sostuve de sus brazos, sintiendo seguridad en sus ojos y postura.

—Tranquilo... —dije bajito.

—¿Vamos a un hospital?

—No es necesario —dijo la mujer rubia con mechas moradas—. Ya pasó el peligro. Lo que necesita es descansar, no tomarse la vida tan en serio y seguir adelante. Todos podemos sufrir un ataque de pánico.

—¿Eres una experta en ataques de pánico? —cuestionó John, algo burlista para mi gusto.

Respondió la cabello zanahoria.

—Sí, lo es, ojos chinos.

Las risas colectivas distendieron el ambiente y me solté de Terry para verlas.

—Gracias por la ayuda.

—Con gusto.

Ojos gatunos remueve sus hebras lacias.

—Si tu no hiciste nada, Vanessa.

—No se preocupen —dijo la voz seductora de la pelo hermoso, haciendo que los tres hombres la miraran con fijeza. Terry, bravo, las miraba a todas con la misma curiosidad que yo tuve al principio—. Intentamos no sacarla a pasear muy seguido —guiña un ojo—, pero a veces se nos escapa.

—Soy como el cachorro poodle de la familia —repone, por lo visto, Vanessa con mucho orgullo.

—¿Les gustaría acompañarnos? —ofrece Alejandro con amabilidad y puedo percibir ese aparentemente sinuoso cambio en su cuerpo al hablarle a ellas. Las cuatro lo miran y entre ellas.

Me adelanto a que ninguna diga sí o no, porque son muchas y no sé sus nombres. Son Vanessa, Aralena, Brenda e Idalia.

—De hecho —dice Aralena y les sonríe a los chicos unos segundos para continuar mirándome—, dejamos a una de nosotras cuidando la mesa. Si nos dejan buscarla...

—¿Y tienen suficiente espacio? —preguntó Vanessa recorriendo con sus ojos a los hombres, sin reparo.

John, que desprendía un aire adusto hacia ella, no dudó en asegurar.

—Lo tenemos.

—¿Ah, sí? —instiga David.

—Sí, don relojero.

Brenda da una palmada y decide:

—Vamos a buscarla, entonces.

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Holaaaaaaa

He estado muy ocupada últimamente, en serio. Ya tenía el capítulo pero no pude publicarlo antes.

Gracias por leer. Cuéntenme qué opinan de este capítulo.

Liana

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