Capítulo 31: Radical
No recordaba sentir este tipo de vergüenza antes.
¿Qué fue lo que pasó en mis propias narices? ¿Desde cuándo mis padres daban estelas de un clasismo del que nunca ostentaron frente a mí? Creí saber de qué pata cojeamos. Unos somos mejores que otros y puedo convivir sabiendo a qué amoldarme, pero no que me aten voluntariamente a una vida miserable, llena de egoísmo en que encubramos nuestros errores hechos a consciencia con obras de buena caridad. No somos de la realeza en que es importante que no mezclemos nuestra sangre con bastardos.
Y si llego a enterarme de que he estado errado toda mi vida no me va a tentar el brazo o la conciencia para desaparecer.
Mi hermana se encontraba en el apartamento que compartimos. A una hora de camino devolvió una de mis muchas llamadas y prometió que nos esperaría despierta. Era casi la medianoche cuando llegamos. Chris se desprendió del abrigo y las botas, paseando descalza hasta sentarse en uno de mis sofás. Pude haberlo disfrutado, el observarla, pero Mima se apareció y tomó asiento en la orilla del mismo sofá.
—Eres tonto, Terry —había dicho Mar en cuanto le contamos lo que sucedió—. Tus papás siempre han sido así. Lamento mucho que Malena me mal interpretara. Chris —dirigió a mi novia con mucha pena, que nos miraba con peculiaridad—, de mis labios jamás salió lo que insinuaron.
—Es que no fue una insinuación.
—Lo sé y no sabes la pena que me da. Tu eres quien eres y no tienen que tratarte como menos porque no cumples con sus estándares. Yo no lo hago y no pienso morir de angustia; el tiempo es muy corto para preocuparme por lo que crean de mí los que me abandonaron.
Chris se impresionó, pero no dijo algo al respecto. En cambio, se dirigió a nuestro tema a tratar.
—No sé cómo debemos abordar esto, chicos.
—Tu no —dejo en claro—. Ya lo haré yo.
—Yo también —arguyó Mima—. ¿Por qué echar a Chris? Bien pudieron hablar contigo sobre sus inquietudes. Lo que pasó es que hay mucha soberbia en esas cabezotas, pero no se preocupen, tengo un remedio espléndido para bajarlos de su nube vanidosa. Si Chris es una bailarina que se gana la vida en las calles con propinas no es asunto suyo y se los haré entender.
—No deben tomarse tantas molestias —dijo Christina—. Que piensen lo que gusten.
—Dejar que crean lo que quieran no es la solución.
—No tengo ganas de discutir, Miramar.
—No vas a hacerlo tu, corazón —dijo con mimo, cosa que mi hermana hace poco y es lo que lo hace preciado—. Si esto empezó por mí, acabará conmigo. —Se puso en pie frente a nosotros—. Volveré mañana.
—Es tarde —digo en un acto iluso porque haga caso por una vez y no cometa imprudencias.
—Sé qué hora es, Terroncito.
—¿Terroncito? —repitió Chris con una sonrisa, como si abrieran un regalo para ella. Que me salven, por favor.
Miramar sujetó un suéter y las llaves de su auto.
—Tendré cuidado.
Melodía, preocupada por la ida de Terry y Chris, respondió a mi llamada en la madrugada, notificándome lo que pasó la noche anterior y que tiene la disposición de ayudar. Tuve su dirección e hice un viaje de dos horas que se hicieron seis para que pudiera descansar, hasta la casa grande que le pertenece.
El sol despuntaba, alumbrando detrás de la casa y empequeñeciendo mis ojos por el impacto hasta que crucé y estacioné.
La vivienda es grande pero con el encanto que solo puede darle alguien con sensibilidad y buen gusto para crear un sitio que inspire a la relajación, a la irrealidad de un mundo aparte con la vegetación y la modernización sin que compitan una contra el otro. Pocas cosas me impresionaban últimamente, pero España tiene una belleza que te deja queriendo mas cada día.
Vaya. Así que es de este modo en que pude vivir.
Gracioso.
Envié un WhatsApp a la molestia de mi vida y enseguida tuve una respuesta. Seguidamente, repiqué al teléfono de Melodía y en pocos minutos una mujer de escasa estatura pero que no le hace ninguna falta, abrió la puerta de la casa y se movió con celeridad hacia mí.
—Buenos días —dijo en un jadeo y una sonrisa.
—Buenos días —devolví el saludo—. ¿Es usted Melodía?
Sus modos risueños y enérgicos hacen mucho por mi humor.
—Tía Mel, para ti.
Asentí sin hacerle mucho caso a su tinte cariñoso. No por ser descortés, mas bien porque recibir cariño no es mi meta de hoy. Mañana, quizás.
—Gracias por recibirme, me dijo que Malena y Matias se quedaron a pasar la noche.
Frunció su nariz y se expandió su pecho en la difusión de su recelo.
—Sí, es lo que dije. Dios mío, niña, no pude ver que eso pasaría. —Si es sincera en su angustia, estamos iguales—. Esa muchacha no merecía su desprecio.
—¿Están dormidos?
—Despertarán dentro de poco. ¿Te gustaría desayunar?
La comida y la educación no se desprecian. La seguí a su linda cocina y decidí que mantendría las manos y la mente ocupadas. Melodía se empeñó en hacer buñuelos, jugo recién exprimido y café a montones, y me vi impedida en rechazar su alegría. Si este candor es el que siente Terry al estar con ella no dudo de que la quiera conservar para siempre.
—¿Me permitirías hacerte una pregunta? —dijo con la espátula tipo escurridor de hierro en la mano y una pila de buñuelos a un lado de la cocina.
—Se lo permito. Dígame.
—¿Odias a tus padres?
Hice un mohín en negación.
—Para nada. No los odio.
—Pero hay resentimiento, ¿o no?
—Hay incomodidad, frustración, un sentimiento de algo que nunca pudo ser, reprensión e indiferencia.
—¿Y crees que exista una solución?
—No, lo siento. Se tomaron decisiones y yo estoy tomando las mías —Revisé los buñuelos recién sacados y me deslicé junto a Melodía para aplicar el relleno con una manga pastelera con boquilla de metal—. No tengo la intención de ser ahora la hija que nunca tuvieron y que sean los padres que nunca tuve.
—Es un pensamiento arriesgado el tuyo, Miramar. Radical.
Sonreí a sabiendas de que quiere convencerme de cambiar mi parecer.
—Me encantan las decisiones radicales, son las que hacen a las personas de una sola pieza.
—No pongas tanto relleno —aconsejó, vertiendo cinco buñuelos en el recipiente hondo lleno de aceite—. Las personas son muchas cosas encerradas en un cuerpo. Lo que prima en ellas es su esencia mas pura, pero no serán esencialmente necios o esencialmente abiertos. Tu no eres racional todo el tiempo aunque te escuches como tal, como si esa es tu primera esencia. Puedes ser y debes ser muchas tú, lo que importa es tener la capacidad de escoger lo que quieres ser en el momento indicado. —Me sonrió, incluso lo hicieron sus ojos ambarinos—. ¿Quieres ser como fueron tus padres, una miedosa del presente?
Opté por ser silenciosa y no responderle a la ligera. Un planteamiento serio y sensato merece una respuesta igual y mi molestia por lo que está sucediendo, en el que pude ser la que actuó ignorante, no va a permitir que pueda dividir los casos como lo que son: distintos.
Pero me frustra la injusticia y es lo que tienen en común.
—¿Crees que será suficiente para veinte personas? —medita Melodía en voz alta.
—¿Veinte? —dije y miré el tamaño de cada buñuelo—. Con unos cincuenta mas bastará.
La acompañé en su risa y nos propusimos hacer esos cincuenta, en un buen ambiente que solo le pertenece a Melodía, pues ella es como su nombre y se lleva la inquietud que tenía recién, imaginando el conocer a parte de la familia que tengo por parte de mi mamá.
La imaginación no la hace justicia a la realidad.
Fuimos cazadas acabando la última tanda. El ruido de unos pasos nos avisó, pero fueron los que hicieron acto de presencia en primera instancia lo que me obligó a ver al suelo.
Eran criaturas de medio metro rondándonos y gritando <<tía Mel>>. Detrás, del otro lado del comedor, están dos adultos que han de acercarse a mi edad. Y a su lado, están ellos. El motivo de mi venida. Mis padres que no terminan de serlo y se empeñan en meterme en sus vidas con tanta fuerza que me ha dolido y la única arma de defensa que tengo es negarme.
Me niego a olvidar.
Me niego a que sigan insistiendo en tenerme.
Me niego a que hagan lo que les plazca cuando les sale bien.
—¿Qué es eso? —pregunta uno de los niños. Son tres y éste es el mas grande, pero igual de enano.
—¿Es comida?
—¿Ya vamos a comer?
—¡Tía Mel!
El coro llamando a Melodía a que mitigue el hambre no me desconcentró.
—¿Podemos hablar en privado? —digo sobre los gritos.
La pareja miran a Malena y Matias. La mujer es quien me habla.
—¿Tu eres Miramar?
—Sí. Y disculpen, pero es urgente que resolvamos un asunto. ¿Hay un lugar donde hablemos y...? —reí, señalando a los niños—. Ya saben.
—Les puedo prestar la oficina de Frank —dijo Melodía—. Puedes ir.
—Gracias por el permiso —digo burlona, y susurro—. Y gracias.
Me guiñó un ojo y tuve que seguir a los que conocen la casa, hasta estar encerrados en una oficina pequeña con los justos muebles, iguales a los del recibidor. La mezcolanza de colores claros, azules y verdes sobre la madera parecen el requisito de la casa. No hay donde sentarnos, a no ser que yo me ponga en la cabeza de la mesa y ellos en los asientos del frente.
—¿Estás bien?
La pregunta de Matias me sorprendió.
—¿Por qué no estaría bien?
—No lo tomes a mal —intervino Malena en tono conciliador—. Tu no vendrías por voluntad propia.
—Tienes toda la razón, Malena —crucé mis brazos y no oculté mi mirada airada—. Estoy molesta y vine a que me expliquen cuándo les dije que Chris es una bailarina callejera. —Mis mejillas de sienten calientes gracias a mi cólera—. ¡¿Cuándo les dije que es una arribista?!
—La última vez que hablamos —dice Malena sin inmutarse.
—La última vez que hablamos te dije, mamá, te dije que Terry conoció a una excelente bailarina y que él les explicaría cómo lo hizo. Pero no pongan palabras en mi boca que jamás salieron de ella.
Ansiaba un cambio de talante en esos gestos rudos y apacibles. Pero soy la única que ve la gravedad del asunto.
—Ella no se explicó, de todas formas.
Amplié mis ojos con un deslumbramiento desagradable.
—¿Y por qué tiene que explicar si ustedes ya la tildaron? —pregunté con real curiosidad—. Que desagradable ha de haber sido para ella...
—¿Y según tú no es nada de lo creemos? —dijo Matias.
—No debería corregirlos —expresé, ignorando el aburrimiento con el que están tratando el hacer sentir mal a otro. Yo podía igualarlos—. Debería dejar que Terry haga lo que quiera con quien quiera y que ustedes no participen para que engrosen su título. Porque es lo mas importante... Ser gruesos para una cosa pero para otras ser...
—Miramar —objetó Malena.
—Lo siento —lamí mis labios, secos—. No quiero pelear con ustedes —establecí—. Christina es una buena mujer, tanto si tiene mucho como si tiene poco. Lo que tiene es mas valioso que... que el tabú. Tiene sus valores claros, una excelente ética y quiere a Terry, tanto, para no haber tomado sus maletas e irse de aquí, un país hermoso pero con unos futuros suegros pedantes y superficiales. Ojalá ella les permita disculparse, porque si fuese yo... —encogí mis hombros—, ese «ojalá» no existiría.
Me aceleré a la puerta, que por suerte la tengo mas cerca y no quise oír nada mas. Mi cometido no tiene que ver con la relación ausente que tenemos sino con el poco valor que le dan al noviazgo entre mi hermano y Chris.
—¡Miramar, para, por favor!
Me negué. No me quedaría a oír las excusas.
—¡Miramar!
—¡No! —grité de regreso, invadiéndome la ansiedad porque esta casa es gigante y no encuentro la salida.
Topé de golpe con una persona. Un hombre que me ayudó a volver a estabilizarme y no perdí tiempo en preguntar por la salida. La señaló con un gesto confuso y seguí su instrucción, dándome prisa.
Mi corazón no quería continuar sufriendo.
Cuando no sabía nada de ellos podía ignorar que tuve papás. Podía aferrarme a mis tíos, a quienes me dieron y me hicieron la mujer que soy. Saber mi raíces no cambiaba el que tenía tíos que vieron y se aferraron por mí. Sin embargo, ¿cómo ignorar esas ansias por meterse en mi vida? La única manera era actuar como si no existieran, tal cual fingieron por tantos años que yo no era mas importante que sus vidas cómodas, lo que pensaran y las decisiones ajenas que dictaminaron las de ellos.
Pude abrir la puerta de piloto y encerrarme dentro del auto, mientras que me temblaban los hombros y luchaba por no echarme a llorar. Busqué a tientas mi celular en la chaqueta que cargo y vi que Terry llamaba.
—¿Sí? —descolgué.
—¿Cómo estás? ¿Qué pasó?
—Tengo frío —admití y vi hacia adelante como salían y salían personas de la casa.
No podía dejar que se interpusieran frente a mí y no me dejaran salir. Tiré el aparato en el asiento de al lado y encendí el motor. Maniobré para ir en reversa e ingresar a la carretera.
Tanto dramatismo para no haber solucionado nada.
La conversación se repetía en mi mente, buscando si pude decir algo mejor, si ellos pudieron ser comprensivos y humildes en admitir su falta. Pero no hay nada salvable.
Recordé tarde que hablaba con Terry. Me estacioné a un costado que hallé disponible en medio de la nada, porque no conozco dónde estoy, y le marqué en el altavoz.
—Voy de regreso. ¿Cómo está Chris?
—Dormida. No responde mis llamadas y quiso estar sola en un hotel.
—Comprensible.
—Siento impotencia.
—Totalmente comprensible.
—Necesito mas que eso.
—Me siento responsable y no pude hacer mucho. Puede que lo haya empeorado.
—¿Empeorado en qué forma?
—Salieron otras... cositas a relucir. No en lo que dije pero sí en lo que siento y... Terry, nunca voy a liberarme. No sé cómo ser libre.
—¿Estarás bien conduciendo sola? Puedes orillarte y voy por ti con Alejo para que él traiga tu auto y no pienses en conducir.
Me mofé de su preocupación.
—Esta carretera no es la gran cosa.
—Oríllate; voy por ti.
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Holaaaaaa
Bueno, las cosas no se harán más fáciles desde ahora. Yo solo aviso.
Si han leído Naim, eres Tú, espero puedan notar que Miramar no es la misma en ciertos aspectos. No es necesario tomar partido... Pero su situación y la de sus padres es difícil y Terry ha sido el único para ella que se ha esforzado en verdad en tenerla en su vida como una verdadera hermana.
Pronto el siguiente. ¡Y déjenme saber su opinión! ¿Creen que Terry y Chris terminen? Y si no, ¿Cuánto más podrán resistir a los obstáculos?
Gracias:)
Liana
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