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Capítulo 30: Lo que se dijo... ¿O no se dijo?

El interior, de un estilo muy español, con los marcos en forma ovalada como el de la puerta principal, en las entradas y salidas, dos en cada esquina opuesta, con azulejos en las paredes cubriendo un cuarto de ellas en tonos blancos y azules, de estampados señoriales, pero de suelos de madera clara. El cielo raso alto, con vigas del mismo tono que la madera del suelo y un candelabro en medio como un ventilador con sus astas redondeadas y extensas, marrón oscuro y colgando de él hay tres lámparas que iluminan la estancia.

Dos sofás anaranjados adornados con cojines negros, blancos y beige, además de los adornos que cuelgan de las paredes a los que no les doy mucha importancia y los jarrones de buen tamaño en las esquinas, unos con plantas y otros sin ellas.

Se siente mas caliente en el interior. Terry empezó a quitarse su abrigo y le imité, entregándole el mío para que lo guardase en un armario a un lado de la puerta, lleno, por lo visto.

—Deben de estar en la terraza. No te asustes si ves a un niño correteando por ahí.

Arqueé mis cejas y no hice comentarios. No estoy habituada a rodearme de infantes pero puedo manejarlos si pueden caminar. Creo.

—No muerden —dice para tranquilizarme, medio bromeando, medio malicioso.

—No puedes jurarlo.

Rió, abrazando mis hombros y caminando por el lado izquierdo.

—No, pero puedo impedir que te muerdan; es lo justo.

Mientras mas avanzamos, recorriendo un largo pasillo en cuya pared izquierda se vislumbraba un extenso jardín, había una piscina en tono verde con agua corriendo en una pequeña cascada. No pude ver demasiado y al terminar el mismo pasillo, cruzamos por otro y dimos con una cocina y comedor amplios, lleno de gente de distintas edades, hablando en distintos volúmenes y escuchando música; una balada con ciertos sonidos electrónicos en el fondo, canta una mujer de voz profunda y rica en habilidad para bajar el tono hasta hacer que se te meta en la piel.

O no era exactamente su voz lo que me daba nervios y expectación. Era tener una huella cercana a la que tengo cuando recibo visitas en mi casa: siempre alerta por si me equivoco; siempre escogiendo bien mis palabras y desperdiciar la franqueza de una buena charla. Lo que está arraigado por años es difícil de ignorar. Pero necesito confiar en mí.

—¿Dónde está la mujer por la que vine?

Eso me hizo tanta gracia que no pude ignorar la sonrisa que tiraba de mis labios con fuerza.

—Creí que esa era yo —dije, provocándolo.

Ya éramos el foco de la mayoría. Ancianos, adultos de mediana edad, jóvenes como nosotros, adolescentes y niños, que corrían alrededor de la gran isla de la cocina. Pero me enfoqué en lo que dirá Terry.

—A ti... —dijo ausente unos segundos y enseguida sonrió, entendiendo mi punto—. Tienes razón. ¿Cómo es que tienes tanta razón?

—Es un talento nato.

Un gritito nos sacó de la burbuja que hicimos a consciencia. Miramos al frente y una mujer bajita de piel canela, con el cabello rizado y corto hasta los hombros, de ojos pequeños y cafés, vestida con un enterizo blanco de mangas largas y pantalón ancho, caminando con soltura y la elegancia que le adjudicarías a una mujer que sabe quien es y le saca todo el provecho, pero de sonrisa impresionable que confunde su aspecto inmaterial.

Abrazó a Terry y los observé con ternura. Él bajaba lo suficiente para que ella no tuviese que esforzarse en darle apapachos. Si para mí ese hombre es alto, para esta mujer es un gigante.

—Te saltaste el almuerzo —le reprendió, aun abrazada a él.

—Ya comí, tía.

—Pero no de mi comida, muchacho. Esa es la que cuenta.

—Comeré lo que quieras —aseguró y la separó de sí, para pedirme que me acercara, lo cual hice con una sonrisa—. Pero antes quiero que conozcas a Christina Blackmore, mi novia.

La señora me miró curiosa y me regresó la sonrisa.

—Melodía Guzmán. ¿Tu sí probarás mi comida?

Con ese modo de pedirlo como si se le fuese la vida si no prueban su comida, ¿cómo rechazarla?

—¿Por qué no?

Ella festejó con un bailecito encantador y me apretó la mano con euforia.

—Ven, yo te presentaré a todos.

—Tía Mel... —intentó terciar Terry, pero la señora no le hizo el menor caso y me guío de la mano a un pareja adulta.

—Ellos son los padres de Terry —reveló—. Mi hermana Malena y su esposo, Matias.

La mujer que dice ser su hermana es su opuesto, como la luna y el sol. Si Melodía es el sol, Malena es la luna, una Bella Durmiente en vivo y directo. Sus ojos azules y cristalinos me miraron sin verme, casi ausente. Su piel es blanquecina con una llovizna de pecas en la nariz y parte de las mejillas. Cabello negro azulado liso y rizado, todo en uno, largo y suelto, como si supiera que aquello le supone mas atractivo. Va vestida en un estilo casual, de jeans corte alto y blusa clara, fresca y ancha con las mangas cayendo en sus hombros. Compartimos la misma estatura con los zapatos altos, mis botas y sus sandalias.

El señor es rubio ceniza, corto y ondulado, de buena altura, uno noventa seguramente, y de cuerpo delgado. Tiene ese parecer desgarbado sin dejar de verse esnob. Usa unos pantalones clásicos negros y camisa manga corta naranja, abotonada por completo. Los ángulos de su rostro le daban una apariencia alargada y de mandíbula cuadrada. Y el tono de sus ojos no auguraban bondades, un azul oscuro penetrante, que avizoraban de cabeza a pies.

No me permití las distracciones y establecí:

—Es un gusto conocerlos.

—¿Usted quién es? —preguntó la señora, madre de Terry.

No permití que Terry hablara por mí, por muy solícito que desee ser.

—Christina. Pueden llamarme Chris.

El señor tomó la palabra:

—Bien, «Chris». —No me pasaba desapercibido el tono quejumbroso y desconfiado con el que pronunció mi sobrenombre. Le di una sonrisa en la que perdonaba el agravio; por ahora—. ¿Te gustaría algo de tomar? —ofreció, señalando unas jarras en la isla, detrás de ellos a cierta distancia.

—Sí... Me gustaría. Gracias.

—Iré por un té —dijo Terry, buscando mis ojos y hallándolos en el camino—. ¿Limón, naranja?

—Naranja.

Terry se alejaba, con una tensión a la que no le había prestado atención con la incómoda presentación. La tía me volvía a tomar del brazo, pero el señor gesticuló con su mano, impidiéndole continuar.

—Nos gustaría hablar con ella, ¿la traerías después de darle la vuelta con la familia?

A la señora Melodía le pareció la idea del siglo.

Yo no estoy tan segura de que me agrade.

Eran muchos nombres y no los guardé en mi memoria como habría querido. Juana, Aiden, Magnolia, Saúl, Teresa, Grecco. Todos nombres que se mezclaban pero que esperaba un día recordar con la unión en su rostros a los que asociar. A quien pensé tener de referencia no vino. Miramar se saltó este encuentro familiar y Terry se alejó varias veces para contactarla, pero no le cogía la llamada.

—No lo entiendo —musitó, luciendo frustrado.

—Yo tampoco entiendo, Terious.

Estábamos en el jardín, de frente en la que sí es una piscina, exagerada como la casa. No es azul, como suelen ser por los químicos. Ésta es de agua natural que fluye en un circuito, pero tiene sus inconvenientes. Si llegara a escasear el agua de donde viene, no tendrán piscina llena. Hay un juego de tumbonas con sombrillas cerca, muebles de exterior bajo la estructura de un techo rodeado por luces entretejidas en él y un comedor de exterior en el que caben doce personas.

—¿Qué no entiendes, bonita?

No me creía que fuese inocente o despistado para no notar que solo le caí bien a su tía y su esposo.

—Algo raro está pasando, ¿que no te das cuenta?

—Ya resolveré este asunto con Mar —dice. No es lo que quería oír.

—Si Miramar no vino es porque no quiso. —Lo que está a la vista está claro, aunque él no lo puede ver.

—Tuvo que ser algo más. De no querer venir me lo habría dicho. ¿Me esperas? Volveré a llamarle.

No me molesté en hostigar. Asentí a la nada, porque Terry se alejó al otro lado de la piscina a continuar preocupándose por su hermana. Me compenetro con el sentimiento de abandono sin justificación y si no se estuviesen cociendo asuntos mas urgentes, estaría dando vueltas con él, tratando de darle paz.

Pero no se podía tener todo en una reunión como ésta.

Terry no siempre estuvo conmigo. Sus primos, dos hombres y una mujer; Francesca, Mervin y Anton, me rondaron como sabuesos, esperando el momento oportuno en que Terry no me acompañara, o los padres de los tres, que han hecho de buenos anfitriones. En un principio te sorprende que no se parezcan a Melodía y Frank, pero es mas sencillo analizar una conducta negativa y aislarla de patrones que vengan dados por los progenitores, así no me siento mal por la represalias que quiera tomar en un futuro.

No me va a tentar la mano si me vuelven a ofender.

No sabían nada de mí y se atrevieron a insinuar, de manera casi artística por lo camuflado del lenguaje, que soy una oportunista. No tienen ni idea de que el poco o mucho poder adquisitivo que posean me importa un comino. ¡Un comino!

Y no obstante... Me da risa que crean que ese es el peor insulto que me dirán.

—Christina, ¿no?

Volteé a ver. Era la señora Malena. Curioso nombre el suyo; único, como ella.

—Sí. ¿Desea algo?

Asintió una vez y me dio espacio para acceder al interior de la casa. Miré por última vez a Terry, concentrado en ver a lo lejos y con el celular pegado a la oreja. Puedo dejarlo un rato y ver qué quiere su madre.

Caminamos dentro una junto a la otra en dirección a la estancia. La señora me adelantó el paso y se sentó en uno de los sofás. Yo bien puedo conversar de pie, ya que no me ofrecen la deferencia.

La señora y su mirada acristalada me atisbó como si en sus ojos hubiera un glacial al que no tengo permitido derretir. Puse mis manos tras la espalda y separé las piernas, acomodándome para lo que viene. Espero ir a mi hotel con la certidumbre de que Terry sigue siendo mi novio.

—No iré con rodeos, niña. Quiero que te alejes de mi hijo.

Me entró la risa loca.

—¿Qué? —cuestioné, para darle tiempo de disolver lo que dijo.

Sus modos y su cara agria no causaban absolutamente nada dulce y compasivo en mí. Me hacen falta palomitas que comer por esa riqueza de expresiones furibundas. Oh, ¿yo la hago enfadar? Es que ni a mi madre.

—Me escuchaste, pero te lo volveré a repetir: por favor, aléjate de Terry.

Elevé mis cejas y asentí como cualquier cosa. Oigo un cuento que me contaron hace años.

—¿Puedo saber por qué?

—Es insólita tu pregunta. Eres una bailarina de poca monta.

Fruncí el entrecejo. ¿De qué habla esta señora?

—¿Bailarina de poca monta? —repetí, empezando a colmarme la paciencia—. ¿Cuál es su fuente de información? Si es un detective, pida reembolso.

—Mi fuente de información en fidedigna.

Cubrí mi cara con mis manos y me eché a reír con mas ganas que antes. Por Dios. ¿Es que los que son como mi madre abundan en todo el globo? ¿Qué tengo, un radar que me persiguen como fans a un ídolo?

Chasqué mis dientes con el influyo de mi ira opacado por mi querer de solucionar los problemas lo antes posible. Descubrí mis ojos para mirar a la que quise considerar la madre de mi novio, alguien a quien respetar, pero si no obtengo lo que doy, no lo voy a dar. Y menos con este desprecio sin pretexto.

—¿Cuál es su fuente, señora?

—Miramar.

Sentí un pinchazo en mi pecho. Necesité boquear y enganchar mis brazos en mis manos.

—Tiene razón, señora. Soy una bailarina que no tiene dónde echarse a morir con gustito y estoy aquí, en esta reunión, porque quería metérmelos a todos en mis bolsillos traseros y que me dieran la mano de Terry en matrimonio. Porque sí, señora muy señora: me voy a casar con Terious y ninguno va a poder impedirlo.

Hice una pausa a mi sarcasmo, obteniendo un rostro que era pálido a uno rojo como un tomate maduro y se inclinó hacia adelante, lista para el ataque.

»¿Está feliz? ¿Ya me puedo retirar y pedirle a mi novio que nos vayamos? Tengo miedo de que me caiga mal la cena.

—¡¿Cómo te atreves a decirme que...?!

—Ahórreselo, por favor —rogué, empezando a tener jaqueca—. Tenga buenas noches.

Di pocos pasos hasta el armario para tomar mi gabán y en mi camino en busca de Terry la señora Malena estaba detrás, persiguiendo, ¿para qué? Da lo mismo. No me quedaría a compartir una comida en la que no soy bien recibida. No quiero que Terry se sienta mal, pero no estoy en posición de soportar. No mas.

Debo ir al comedor para encontrar a Terry, con uno de sus familiares sentados a la mesa y otros de pie, sosteniendo vasos, jarras, recipientes con comida o niños pequeños. Él se inclinaba a hablar con su tía Melodía, pero al verme se puso en pies y recorrió el camino a mi busca, tomando sus hombros.

—¿Podemos hablar, por favor? —musité.

Nos alejamos de la cocina, tanto como pudimos en el mismo espacio. Pero se nos acercó la madre mas preocupada del planeta tierra, queriendo no sé, pelear conmigo por su hijo. No es una batalla en la que vaya a meterme.

—No voy a permitir que le llenes la cabeza de gusanos a mi hijo —dijo elevando el tono. Pero si aquí nadie está gritando. ¿Lo hace adrede?

—Mamá, ¿qué te pasa?

—Lo que pasa —me adelanté—, es que me voy. ¿Vienes o llamo a un Uber?

Terry nos miró a ambas. El que se quedara enganchado a mi mirada me urgió a bajar mis hombros y también mis defensas.

—Es mejor si se va —dijo su madre, confiriendo un tono diplomático—. Seguro tiene asuntos qué atender.

—Ella vino precisamente para conocerlos —informó Terry—. No está bien que la deje sola; es mi novia, mamá.

Su risa no tuvo sonido gracias a un bufido entremedio.

—Eso de que sea tu novia...

—«Eso de que sea mi novia», no. Es mi novia y merece consideración. Chris —me llamó—, ¿qué pasa? Dímelo.

—Esto es incómodo —pensé en voz alta.

—La señorita desea retirarse —siguió la señora instigando e instigando.

—Dímelo —demandó, oprimido.

—Te pido, por favor, que nos vayamos.

La pelea que estamos peleando no es justa, lo sé. Ponerlo en esta situación me apena, Terry no tiene la culpa y yo tampoco. Soy capaz de irme andando mientras llamo a un Uber que me ponga en mi hotel e irme a mi casa, a pesar de que nosotros no tengamos solución.

Él está escrutando a su madre y a su familia, estáticos en sus lugares, al pendiente de qué es lo siguiente que se dirá.

—Discúlpame, tía —dijo y pude sentir empatía por la forma en que observa a su mamá, como si supiera, en el fondo y sin escuchar acusaciones de mis labios, qué es lo que pasaba—. Nos veremos otro día.

Melodía respondió:

—Váyanse tranquilos, hijo.

No esperé a que me dieran la patada, giré y mis pasos pudieron ser mas rápidos si corría, y estuve a nada de hacerlo, pero mi contención ha sido forjada en años y años de práctica. Escuece, cómo no, las mentiras y los insultos. Mi corazón late apresurado por lo que estoy sufriendo, por mucho que me repita que no me importa que mientan a mis costillas.

El frío de la noche fue bienvenido. Lo abracé y me hice uno con él. En lo que estuvo desactivada la alarma del auto me subí y abroché el cinturón, escasamente notando que me acompañan.

—Lo siento. —Fue lo que se me ocurrió que hay que decir. ¿Lo siento en verdad? Por él, sí.

Suspiró con molestia y encendió el motor.

—¿Vas a contarme lo que pasó, Christina?

—No quiero hacerlo.

—Tienes que hacerlo.

Entrecerré mis ojos con chulería y sé que no era el mejor momento, pero comenté:

—Lo que daría por un beso...

Por el sonido de su risa, había salido sin querer y ese gesto bajó la tensión que acumulamos, tanta, que las ventanas se estaban empañando por nuestras aceleradas respiraciones. Bajé el vidrio de mi lado.

Con el ambiente distendido, le resumí:

—Los tres mosqueteros y tu mamá, asumo que es D'Artagnan, creen que soy una bailarina callejera y que conste que ellos hacen un trabajo tan duro como los bailarines clásicos —aclaré a favor de ellos, por supuesto—. El caso es que acabé siendo también una sanguijuela que quiere chupar tu dinero porque no tengo el suficiente. Me exigieron que te dejara ser libre cual pájaro.

—¿Todo eso pasó cuando...?

—Contactabas a Miramar —completé.

—Dios... —exhala en angustia, reposando sus brazos en el volante—. Que vergüenza... ¿Por qué actuó así?

No me gusta agregarle otra angustia, pero hay que desentrañar esto desde cero.

—Terry, necesitamos hablar con Miramar. Tu mamá dice que ella fue quien le dijo a qué me dedico.

Giró a verme. Sentí el segundo de cambio en él y necesité desprenderme del cinturón y sostener su brazo para que no saliera.

—No vayas —pedí tanteando en un tono tranquilo—. Primero hablemos con tu hermana.

Se sentó recto. Si meditó en ello o en un impulso me obedeció, no lo sé, lo importante fue que hizo avanzar el auto hasta salir por completo de la propiedad, lo que me proporcionó tranquilidad y esperaba que a él mas pronto que tarde le sucediera igual.

En un rato de camino, Terry quebró la reserva en el ambiente.

—¿Y por qué Mima haría eso? —pregunta él, meditabundo.

Miré a la calle rodeada de pocas luces y determiné:

—Averigüémoslo.

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Holaaaaa

Vamos avanzando con uno de los puntos cumbres de la historia. Y no, no es el final aún. Ni siquiera la recta final. No se preocupen.

Nos leemos en unos días.

Déjenme sus opiniones. Apreciaría mucho saber qué opinan de Terry, de Chris y de su actual situación.

Gracias por leer.

Liana

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