Capítulo 28: Pagar
Ha transcurrido un mes desde que Chris vino a Madrid. La gira está a una semana de terminar y el tal Henrie se ha presentado, con nada mas que su orgullo y porte consigo, tal vez también unas buenas agallas, para establecer que irá a resolver su vida en Estados Unidos y volverá para estar con mi hermana, en cuanto ella se lo permitiera y no le diera evasivas.
Ahora lo conozco.
Sé quién es. Pero ¿me importó? ¿Me importa a estas instancias?
Sopesar si es de mi mayor importancia, si lo tiene con Miramar como eje o si puede que la espina de la duda de su antigua relación sea mas estable que la de la hermandad.
Le di una breve respuesta a su audacia, cómo no. La admiro y me siento mejor sabiendo que es serio, pero esa mirada nostálgica en sus ojos me hablaba de sufrimiento y no querría que Mima sea el salvavidas que lo rescate de hundirse. Nadie puede ser salvado con la intención del que quiere salvar sin las ganas del que se pierde.
El desayuno se está volviendo insípido con el recuerdo. Henrie es una obstinación de mi cerebro, aunque hablar con Chris supone mi mayor atención.
—Te sientes raro —opinó. Ella no desayuna. Está encima de una caminadora, resolviendo los asuntos que le impone su cuerpo. Lo que significa que está estresada.
—¿Me siento? —pregunté, no pudiendo ignorar mi sonrisa petulante.
Chris puso esa expresión de fastidio reprimido por una sonrisa que está a punto de tirar de sus labios.
—No me dejas ser seria —inculpa, ensanchando mi sonrisa y la suya está luchando por salir.
—Pero si no hago nada. ¿Ves? —muestro mis manos, en una sujeto un vaso y tengo libre la otra al usar una tablet con soporte sobre la mesa del comedor—. Soy inocente.
—Sí, sí. La Inocencia Ambulante, te llaman.
Reí, dando un sorbo al jugo de mango.
—¿Por qué me sientes raro?
Juega con sus labios, frunciéndolos; burlándose de mí, como le es habitual.
—No sé qué decirte. En particular no hay una evidencia, pero sé que algo pasa. ¿Tus padres están bien? ¿Miramar?
—Todos bien —digo con suavidad—. ¿Miles? ¿Sandra? ¿Lidia?
—Disfrutando este tour como buenos turistas, salvo Miles. Es de Francia, así que fue él quien nos orientó y en un país desconocido vuelve a ser tan turista como nosotros. Deseo con todas mis fuerzas que se anime a confesarse a Lid, o viceversa; lo que suceda primero.
—¿No trabajarás de celestina?
—Saber que se gustan es suficiente. —Mira de reojo, con mortificación—. No es lindo estar en medio.
—No estás en medio.
—Tu sabes lo que quiero decir. —Lleva sus manos a su coleta alta y la suelta, atravesando los dedos entre la cabellera. Su cuerpo se sigue moviendo sobre la caminadora, en un trote continuo—. ¿Y? —insiste.
—¿Y... qué?
—¿Es que estás guardándote un secreto oscuro, Terry?
—No es un secreto oscuro pero no quiero darle demasiada importancia.
Se detuvo de manera gradual hasta caminar, tomando una botella de agua y dando un largo sorbo en que vi su cuello exponerse, lleno de sudor. Taponó la botella y dejó de caminar, agarrando el móvil y teniendo una vista inclinada y parcial de su franela negra.
—¿Irás por mí al aeropuerto? —pregunta. Y casi le agradecí que no insistiera mas. Detestaba estar en medio incluso mas que ella.
Suspiré con ensueño.
—Sí.
—Nada de peluches o flores —previene.
Mi bufido era real.
—Arruinas las sorpresas.
Dejó de caminar. Detrás de ella veía a un tipo en la máquina de remos.
—Oh... No me digas eso, Terry. —Luce culpable y frustrada—. Lo lamento si tu intención era hacerme sentir bien con esos regalos. Si lo arruiné... ay, Dios...
—No hay nada.
Frunció el ceño.
—¿Eh?
—No te llevaría flores y peluches —aclaro, para su conocimiento y ceño mas fruncido ahora—. Sé que no los aprecias y nadie quiere gastar su dinero en vano; yo no quiero.
Ríe una vez, con sequedad.
—¿Y te llamas a ti mismo inocente? —Regresó a su caminata, ignorándome mientras se agachaba por su bolso y volteaba el móvil a donde sea, salvo a su cara—. Cuando te vea te lo haré pagar.
—Aquí te espero, bonita.
Me regaló una de sus risas encantadoras. Agitó su mano como despedida.
—Uju, idiota.
Finaliza la llamada y deslizo las aplicaciones hasta abrir mis últimos mensajes, personales y de trabajo. Para ser sábado todo está tranquilo, no tengo asuntos inmediatos, Miramar descansa y tengo un almuerzo al que asistir.
Solo.
Otra vez.
Lo que hicieron mis padres al tener a Miramar no tiene una justa justificación. De los dos sé que papá es quien mas sufre aflicción, un profundo arrepentimiento y dolor por los años perdidos, el haber enviado a su hija menor a otro continente por miedo y por el qué dirán, a ser criada por una tía y tío que jamás estuvieron de acuerdo con la decisión pero que no dejarían a Mar ser cuidada por otros menos benevolentes. Mi madre era muy joven, se dejaba influenciar con facilidad y su esposo se aprovechó de ello, convenciéndola de que la vida sería mejor para mi hermana sin tener que cumplir con los lineamientos que se le impusieron a ella desde pequeña y que tendría que instruir a su niña a llevar a cuestas.
Lo que ellos no supieron hasta los diez años que siguieron es que uno decide ser libre de los prejuicios, de las reglas rudimentarias y que no significa estar equivocado o dejar de amar a quienes creen en ellas. Mamá se desligó de cierto modo de la atadura con sus padres, varios tíos y primos, pero su mente sigue presa en tradiciones. Por ejemplo, en querer buscar un novio digno de Mar. En rechazar en un principio el que ella trabajara y las ideas revolucionarias que hoy día son comunes como el respirar, no obstante, no eran de esa manera para mamá.
Luchar en contra de lo que te han inculcado, que creías que está bien, correcto y no hay nada mejor, es dar un paso a la vez.
Es por ello que no me permito disuadir a Miramar a que piense como yo, a que les considere. No vivió con ellos, no los conoce; son traidores para ella; a la única que le da un trozo de su tiempo y cariño es a Malena, nuestra madre, pero darse por entero... Incluso a mí me costó lo suficiente para saber cuánto vale tenerlo y cuánto valor le impone el darlo.
Oí sus pasos antes de que su voz saliera.
—Buen día, ¿hay algo para mí?
Agité mi mano.
—Tu busca y encontrarás.
Refunfuñando todo el camino a la cocina, se sirvió de la fruta que estaba picada y sacó una caja de cereal, vertiendo en una taza honda con leche descremada. La vi sentarse a mi lado y hojear lo que hago, que es nada.
—Malena me envió un mensaje —informa. No me permito expresarme por ahora—. Quiere mostrarme unas cosas, le pedí que las mandara pero se rehúsa a dejar ir con extraños esas cosas y acabamos en que no estoy de acuerdo con ir a esa casa, como sabrás. —Asiento, viendo a dónde nos dirigimos—. Pero quiero ver lo que tiene para mí, así que iré contigo.
—¿Ir dónde?
—Ahí.
—¿Y qué es ahí?
Resopla con tedio, picando un trozo de papaya.
—A esa casa... Chismoso, molestia, la espina en mi trasero que no permite que me siente a desayunar en paz. ¡A la casa!
Viré mis ojos y agrupé el plato y vaso que usé para desayunar, digiriendo mis pasos a la cocina.
—Tu humor es especialmente amoroso esta mañana, Mar.
Me gruñó, pero no contestó. Prefirió seguir comiendo e ignorar mi presencia. Aun así acabé diciéndole:
—Procura estar lista antes del mediodía.
****
El rostro de mi papá me sacó una risa que vino directo de mi talante alegre.
Era la imagen de la estupefacción y la desconfianza. Mima, la hija que nunca quiere verlo por mas de media hora, está en su sala, hablando muy junta con mamá, viendo unas fotos de ella cuando bebé, la ropa diminuta que usó entonces, unos lazos y cintillos que combinaban con la ropa, un eco deteriorado; sacaba y sacaba artilugios de dentro de una caja y un baúl, tan emocionada y llorosa por tener la oportunidad.
Las dejé un momento en lo suyo y me acerqué a papá.
—Van a tardar un rato.
Despegó la vista de ella y la fijó en mí, con lágrimas contenidas.
—No llores, viejo —pedí, compaginando con el sentir de estar los cuatro reunidos.
—No estoy llorando.
—Yo veo agua ahí —señalo la evidencia. Él se agita y gruñe que no es cierto, parpadeando—. Siguen ahí, las veo.
—No es cierto —se empecina en negarlo.
Sacudí mi cabeza.
—Son tal para cual. El palo —lo apunto—, la astilla —apunto a Miramar.
No me respondió como lo haría alguien normal. Igual que lo haría ella. En cambio se quedó quieto, observando a la mujer de su vida hablando emocionada a su hija, que también se emociona, solo que lo finge muy bien.
Susurró solo para mí.
—Si me siento... ¿va a irse?
—Puedes averiguarlo, ¿sabes? En vez de lucir como un borrego a medio morir.
Disparó sus ojos igual de almendrados que los de Mar, creyendo que es suficiente intimidación. Reí y le di un empuje suave desde la espalda.
—Eres poco gracioso, Benjamín.
—Mi novia dice lo mismo; es un cuento viejo, viejo.
Oscilaron sus cejas y dio media vuelta hasta enfrentarse a mí.
—¿Qué novia es esa?
—Una que espero que conozcan pronto.
—¿Puedo saber su nombre?
—Si yo no lo sé entero, ¿por qué debería decírtelo?
Se figuró en su semblante un gesto jovial.
—Crees que diciendo idioteces que no entiendo te saldrás con la tuya, pero ya te veré sufrir con Malena. —Me dio un empuje desde el hombro—. Te toca cocinar, viejo.
No lo tiene que decir dos veces y estoy juntando lo que necesito. No soy un maestro en la cocina pero puedo sacar adelante una comida familiar. Y tal vez, quién sabe, todos se pongan de acuerdo para variar.
***
—La tía lo pidió... —murmuro poco convencido.
—Claro, Terry.
Froté mi entrecejo, gruñendo al siguiente dolor de cabeza.
—¿Sí sabes que suena a mentira grande, no?
—A ti no tiene que importarte cómo suene, vienes porque vienes.
Las ganas que tengo de reírme de lo que vivo últimamente eran como poco irrefrenables.
Yo aquí, haciendo lo que está en mis manos para evitar que Christina salga corriendo y mi mamá está persuadiendo en su manera única —imponiendo— que tengamos una de esas reuniones los que jamás nos juntamos y compartamos una comida, donde los tíos suelen opinar con frecuencia y poca delicadeza sobre el redil de la vida de sus sobrinos, pero no, nunca de sus perfectos y bien engendrados hijos.
El problema no radica en lo que conozco, sino en lo que desconozco.
Estoy esperando a que el avión en que viene Chris aterrice, ¿cómo puedo plantearle un escenario en el que conozca a mis padres y a casi toda mi familia justo este día?
No lo haré.
—¿Puedes excusarme por una o dos horas, por favor, mamá?
La dejé muda. Un rato, al menos.
—¿Me dirías la razón? —increpó, creyéndose la vencedora de antemano.
—No, no te la diré.
—Guardando secretos a tu propia madre, Terious Benjamín...
—Y el premio para la mas dramática es para.... Redoble, redoble... —La oigo reír y mandarme callar en broma. Preferí despedirme antes de que cambiara de táctica—. Te llamaré en lo que esté en camino.
Establezco mi vista en las puertas en las que acceden los pasajeros de los vuelos que acaban de aterrizar. El tumulto de personas detrás de las franjas que delimitan el espacio en que pasarían los pasajeros estaba a unos pasos de mí. No necesitaba una pancarta como la que traían algunos; hay emoción en ello y yo tengo mucha por tener a Christina cerca de mí, no tengo la mínima intención de contenerla, pero a ella no suele gustarle la atención permanente de este estilo. En ella, priman otras necesidades.
Lo que ultimamos antes de acabar la gira era que vendría por unos días donde plantearíamos una relación sin intermitencias. No lo sabe a ciencia cierta pero es mi plan y no lo cambiaré, por muy intrínseco que parezca el problema de la distancia. En mí no cabe la idea del olvido, nunca más. Y espero que estemos en la misma sintonía como hasta hoy parecemos tenerla.
Las puertas dobles con los pasajeros recién llegados se abrieron y pasaron por ellas diversidad de personas. Me fijé en que una en particular, de cabello castaño rojizo y mirada analítica, se elevara entre todas. No tardó en aparecer en un caminar perezoso, ojos que indagaban pero que lucían cansados, arrastrando una maleta grande y otra de mano en su hombro. Para entonces podía acercarme. Corté las distancias y me reconoció, regalándome una sonrisa preciosa.
No lo vi venir, pero lo recibí con gusto. Soltó todo al suelo y me dio un fuerte abrazo, en el que pudimos caer al suelo si no me afianzaba en mis piernas. La envolví entre mis brazos con sumo gusto, dándome un buen atracón de su aroma delicioso a cítricos.
—Al fin —dijo ella. No pude estar mas de acuerdo.
—Te besaré mucho, solo advierto.
Rió en mi cuello y apretó el agarre.
—No si yo te beso mucho mas, Terious.
Para dar constancia, besó cerca de mi oído y casi suelto un suspiro. Que besara cuánto quisiera, que no me iba a quejar.
—Eso, claro, en lo que me la pagues.
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