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Capítulo 16: Llanto

—Henrie.

Lo llamo. Lo he llamado varias veces y no parece escucharme, o me ignora deliberadamente porque está muchísimo mas triste de lo que deja ver. ¿Mi tristeza por mi madre y su arrebatado momento de huir?, no se compara a lo destrozado, lo en trocitos que está Claudio.

Y no sé qué hacer.

Nunca he sido buena consolando. Detesto las palabras forzadas y por ello, porque me incomodo y no hallo cómo actuar, prefiero el silencio y dar por hecho que necesitan un abrazo; sin embargo Henrie ha estado alejado de todos, sobretodo de mí y así no puede funcionar un consuelo. No puedo obligarlo a recibirlo, por lo que he dicho su nombre para que salga del estado catatónico en el que se ha introducido.

—Henrie. —Es la sexta vez. No voy a rendirme.

Hay un sonido que proviene de él, pero no dura y abraza sus brazos alrededor de sus rodillas, abrazándose a sí mismo, haciendo que sus nudillos se vean mas blancos de lo normal por la fuerza que ejerce y él, en sí, se vea pequeño.

Miro a mi alrededor como pasan un grupo de enfermeras y se le quedan mirando. Tengo en la punta de la lengua que le dejen tranquilo y que no sean tan chismosas, pero el tiempo se pasa y niego con mi cabeza por las cosas tontas que se me pasan por ella.

Vamos otra vez.

—Henrie, por favor.

—¿Señorita?

Me pongo derecha y veo a quien se dirige a mí. No sé qué decir, pero él, considerado, lo hace fácil.

—¿Es usted familiar de la señora Peterson?

—Soy su nuera. ¿Cómo está?

Él ve con disimulo a Henrie, que sigue sin moverse. Me preocupación
sigue creciendo pero alguien tiene que oír las noticias.

—Se encuentra estable, pero será trasladada a la sala de operaciones...

Le sigo oyendo con el mayor detenimiento que pude reunir, pero yo también estoy algo acabada. Crucé mi suéter gris a la altura de mi pecho, tan gris como el ambiente del hospital. El Doctor Matthews no se explayó en las explicaciones técnicas, para mi agradecimiento interno, y se centró en lo que sucedería en las próximas horas con Ofelia y que el pronostico es favorable. Al dejarnos a solas, ya tenía tomada una decisión.

Me arrodillé frente a Henrie y dije con firmeza:

—Levántate.

Si la exasperación fuese una pipa, con su falta de respuesta, ya la he
aspirado por completo.

—¡Que te levantes, Henrie Claudio Peterson! —Aventé mis manos a su lugar seguro y lo hice tambalear, hasta que por fin vi sus ojos pardos rodeados de una sombra roja que pudo haberme espantado si no llevara tantos años viendo maquillajes horripilantes—. ¿Qué? ¿Vas a quedarte ahí sentado? ¡Tienes cosas que hacer!

Su altura se elevó al darme una mirada enardecida, inyectada en sangre, pero si continúa cuerdo yo atajaría lo que me quiera lanzar.

—No quiero —habló con la voz enronquecida.

—No se trata de querer —digo endurecida—. Se trata de que no hay
nadie más.

No fueron las palabras adecuadas, lo sé. Pero ¡Cristo!, lo necesito aquí, conmigo y no en el rincón del olvido.

—¿Y tú?

—No soy familiar directo —nos recuerdo, porque yo también pensé lo mismo. En hacerme cargo.

Contrajo su rostro en tantísimo dolor y volvió a esconderlo en sus rodillas, sacudiéndose en sollozos. Creí que podría abrazarlo y lo envolví en mis brazos con todo el calor que pude reunir, aun cuando siento tanto frío. Paseé mis manos por su espalda y cabello, sintiendo que la injusticia trabaja de formas que no llego a entender.

Observaba cada lado del pasillo, alerta por si llegaba alguien o nos daban noticias. El teléfono no ha parado y si lo hacía, mi impotencia crece mientras las horas de luto siguen transcurriendo.

Henrie no quiere hablar. No quiere explicar lo que pasó. Lo poco que tengo claro es que fue el segundo sobreviviente de un accidente junto a sus padres. El que conducía era Sergio y recibió todo el impacto de un camión. Su esposa iba junto a él y lo que salvó por completo a Henrie fue ir en otro vehículo mas atrás, así que fue un testigo ocular. Pero los detalles, excepto la policía, no los tengo. Fue llegar e ignorarlo todo, hasta el estado de su mamá.

—Por favor, no te vayas lejos —le rogué, empezando a empatizar de manera que mis lágrimas están cayendo.

—Estoy donde debo estar —dijo y apenas le entendí.

Me negué a seguirle el juego.

—Tu papá...

—No.

—¡Henrie, sea por Dios! —le zarandeé, cansándome de su perfectamente
comprensible actitud—. Hay que hacer algo...

—No hay que hacer nada, porque no se puede hacer nada.

Pasó un escalofrío por mí y me aparté de él, así se podía sentar
correctamente.

—¿Vas a quedarte? —pregunta, y mi ilusión respecto a que se levante, crece.

—Lo haré si tu me lo pides.

—Quédate, por favor.

Asentí y él se levantó, como llevaba desde ayer esperando que hiciera. Su mirada para conmigo la pude percibir en mi corazón y no hice mas que devolvérsela con una sonrisa.

—Ve tranquilo.

Frunció el ceño y le cayeron algunas lágrimas. No quería seguir viéndolo así, pero es inevitable.

—Dijiste que eras su nuera.

—No lamento la mentira —sentencio.

No espero a que suceda nada mas y él no añade otra palabra. El que se vaya sin despedirse es el mayor consuelo que he tenido esta mañana.

Busco mi celular en el bolsillo de mis jeans y le marco a papá.

—Ya se ha levantado. No lo dejes solo.

Gracias a Dios. Y a ti, hija, que has estado con él.

—Cuídalo —pido encarecidamente y colgué.

Con las horas que quedan por delante hasta que la operación termine, me dirijo a la cafetería por lo mejor que tengan para almorzar. Lastimosamente me decepciono al ver el menú, pero no puedo saltarme comidas. La presentación es en un par de días, en donde espero que Ofelia esté recuperándose del golpe mas leve, porque en lo que se entere de que su esposo no sobrevivió...

Tomo unas servilletas de la mesa y me seco el rostro; es difícil aguantar el llanto.

Me he rehusado a imaginar lo que será las vidas de Henrie y su mamá. Sé que suena irónico, pero ver esta tragedia y sufrimiento pasando en una familia así de cercana me hace cuestionar qué estoy haciendo. Si he hecho lo suficiente por mi relación con mis padres, aun si sé que lo hecho ha sido todo lo que he creído posible según mi fuerza.

¿Que estaría haciendo de perder a papá?

Siento la vibración en mi trasero. Reviso de quién se trata y respondo con un nudo en la garganta.

—¿Está bien?

En lo posible —dice papá.

—No he querido preguntarte, pero... Pero...

Ella llegó no hace mucho y está inconsolable. Dudo que vaya al sepelio de Sergio y lo de ir al hospital, no sé qué decirte.

—Vale, está bien con eso. Gracia, papi.

Lo que necesites, avísame o a alguna de las chicas, estarán preocupadas de que lleves mas de veinticuatro horas allá, sin dormir ni cambiarte.

—No me importa, papá.

Lo sé pero a mí me importa y si quieres que no me preocupe, harás que alguien te releve por unas horas.

Cerré mi boca y tomé un trago en supuesto jugo de tamarindo. No prometería lo que no cumpliría y con esta ansiedad, preocupación y tristeza, ¿quién puede dormir?

Por favor, hija...

—Lo pensaré. Pero no me puedo ir por ahora.

Lo entiendo. Lo entiendo, mi Christy.

Terminé la llamada y mi comida, pero no al mismo tiempo. Regresar en el pequeñito espacio de espera no me daba tanta impresión como el ver a las personas. Son pocas y se sumergen en su propio dolor, pero verlo, casi te hace un intruso. No vi el principio de pena de Claudio y me aliviaba no haberlo hecho; después de la última vez que nos vimos no sabía si querría tenerme como amiga.

Sigo sin saberlo.

Pero no es importante. Lo que importa es no dejarlo solo y no lo haré.

Unas horas después, la operación fue un éxito y trasladaron a Ofelia a la sala de recuperaciones. No puedo verla pero me quité un peso que no supe que cargaba hasta que se fue, al saberlo. El Doctor Matthews apretó mi hombro mientras me permitía llorar por la alegría de saber a quien ama Claudio con todo su corazón, bien. Y estará mucho mejor con el tiempo.

Papá acompaña a Henrie en contra de su voluntad, atendiendo a los amigos y conocidos hasta cierto punto, pero ha sido claro en que el entierro será con pocos y no está tentado a cambiar de opinión. Por muy ocupado que esté, le marqué a su celular.

—Todo salió bien, Henrie. Está recuperándose.

No oía lo suficiente para saber qué sucede, pero cerré mis ojos y lloré un poquito mas. Porque un poquito mas no haría daño, al contrario.

Gracias —pronunció roncamente.

Sonreí en medio de mi lagrimear y con mi corazón en ello, contesté:

—De nada, de nada. Estoy aquí, ¿sí?

Lo estás —aceptó y su convencimiento me dio aliento—. Iré en unas horas, ¿podrías...?

—No voy a moverme.

Parece que exhala. Se despide y cuelga.

No pasa ni una hora cuando escucho varios pasos, lo que no es sorprendente estando donde estoy, pero sigo estando curiosa y mis ojos al pendiente, así que veo a Alica atravesar desde la punta de los ascensores a donde estoy sentada en las sillas mas incómodas de la vida. Va vestida como iría normalmente a trabajar, en un conjunto de traje lila de pantalón bota ancha, una blusa negra holgada con un fruncido en el cuello tocando la parte media del esternón. Sus stilettos negros suenan bastante y lleva en el hombro su bolso y en la mano un maletín. En comparación yo parezco una niña, pero ¿qué es el estilo?, un modo de individualismo, de presentación y de dar a conocer quién eres. Sí, .

No me molesto en enderezarme de mi posición a punto de tumbarme al suelo, con parte de mi trasero y espalda apoyada en la silla. Llega a mi altura y me mira desde arriba. Estoy viendo sus lindos pantalones.

—Te estás tardando.

—¿En qué?

—En pararte —dice como la manda mas—. Vamos a que duermas.

—No puedo irme, Al. Alguien tiene que quedarse y yo soy ese alguien.

Ella suspira.

—No digo que te vayas para no regresar, pero estás a poco de estrenar y te vas a reprochar no haber descansado lo suficiente. Hazme caso, por favor.

—¿Vas a quedarte tú?

—No.

—No está funcionando tu convencimiento —digo en broma aunque no esté en ella como quisiera. Alica sonríe y asiente, entendiendo a dónde voy.

—Se quedará América con Su Ani. Llegarán en un rato.

No me parecía bien delegarles el cuidado, pero me siento cansada, escandalosamente agotada y si conozco a Henrie lo suficiente, él entenderá.

—Le diré a Claudio —dije como punto final.

***

Me sobresalto a cada instante, creyendo que está por ocurrir algo y que si no estoy despierta, se pondrá peor. La ausencia de sensaciones permanentes que se esconden bajo el cansancio se han prolongado de acuerdo a cuanto másintento dormir, pero sigo sin descansar.

Mi casa está en penumbras. Son las tres de la mañana y soy un cuerpo
andante que busca tomar un té que tengo que preparar cuando no hay energía. Arrastro los pies rumbo a las escaleras, pero tengo el recuerdo de las veces en que he sido reprendida por deslizarme en el suelo, por lo que abandono el mal hábito y bajo con lentitud, para encontrar en la cocina a la dueña de ella.

Violetta está vestida con una bata de baño turquesa y un paño enrollado
en su cabeza, dejando ver mechones rojizos colgando de su frente. Por el olor que emana, se me adelantó con el té. Y por los vientos que soplan, no estamos muy comunicativos de madrugada.

Paso de largo hasta la nevera decidiendo de camino que mejor tomar leche o comer un yogurt que continuar fingiendo que no está pasando nada. No llego a tocarla, cuando mi mamá habla.

—¿Henrie...? —hay un breve silencio, breve pero ahí—. ¿Cómo... cómo
está?

Me doy tiempo de abrir y tomar el cartón de leche, recorrer la mitad del
espacio por las gavetas con vasos y servirme.

¿Para qué quiere saberlo? ¿Para echarme en cara que si cedía a mi
estúpido orgullo y necedad habría algo que celebrar en medio del luto? ¿Que nunca tendré oportunidad de conocer a un suegro cono Sergio? ¿O en verdad se siente mal, a su manera? Porque eso sí: siempre a su manera.

—Mal, mamá.

Bebo la leche como agua y lamo mis labios sin que quede rastro. Estoy
abriendo el grifo para lavar el vaso, cuando habla.

—¿Irás al sepelio?

El agua corriendo irrumpe el silencio. Enjuago y pongo a escurrir, secando mis manos con un paño.

—Sí. ¿Y tú?

—No creo poder.

La enfrenté de golpe, creyendo que oí mal. Pero no, mi mamá está muy
ancha con su rostro un poco arrebolado y constantemente seguro de que está bien ser insensata y de paso decir lo que cree. Siento comezón en mi cuello y mucho cansancio para lidiar con ella, por lo que me despido y lucho con la
necesidad de arrastrar los pies.

—No vas a perdonarme, ¿verdad?

Su pregunta me causa disonancia y gracia, pero gracia de la fea, de la
que quieres reír con sequedad en la garganta.

—Si crees que debo perdonarte algo, entonces no has entendido nada. Buenas noches.

—Solo trato de hacer conversación.

Ahora suena ofendida y yo como la irritable. No tengo la seguridad suficiente para dar una respuesta rápida.

Hay tantas cosas que
desconozco en la vida, por falta de estudio o por experiencia, pero conozco a mi gente, a los que me rodean y mi mamá pide perdón pocas veces, le concedo eso, pero no le voy a permitir que mezcle a su antojo y utilice una situación delicada y dolorosa para salirse con la suya. ¿Que no desearía ser con ella? ¿Cuánto no quiero empatizar con su dolor y que lo haga con el mío? No es
justo.

—Estoy cansada —excuso, sin atreverme aún a mirarla. El pasillo hacia la estancia está a un salto y lo percibo lejos.

—¿No quisieras acompañarme con un té?

—No.

La contundencia de mi negativa me aturde y bloqueo el sentir para
caminar a mi habitación.

No duermo ni cuatro horas, pero son suficientes para estar erguida, ponerme un conjunto oscuro y responder llamadas, entre ellas las de papá, de América y una de Henrie donde sé que fue a ver a su mamá, que a probado nada de comer pero ha bebido agua, que no serán muchas personas y que quisiera que lo alcance en el entierro ya que Sergio será velado muy brevemente.

El último entierro al que asistí fue el de un tío segundo. Jamás lo conocí
y mis familiares eran tan fríos como supe fueron mis abuelos así que no logré dar condolencias; no fui capaz. Pero a ese tío lo quisieron. Mamá lo lloró y se lamentó de no haber usado el tiempo a su favor.

Me siento tan torpe como esa vez, la diferencia es que no puedo esconderme detrás de papá. Henrie necesita quien le sostenga y quiero ser ese quien.

El clima del cementerio es esplendoroso. Lleno del sol suficiente para calentar el ambiente frío de anoche y el de nuestros corazones por un rato. El césped amortigua los tacones pero no evita que una señora casi caiga de bruces, de no ser por el hombre que va con ella. La esquina de mi boca se arquea unos segundos y veo a Henrie, urgida porque lo haya notado, pero está fija su mirada en el suelo y no puedo luchar contra el cómo lleva su pérdida.

Mi papá está detrás nuestro, frente al ataúd. No puedo evitar modular
«mamá» y él, con sufrimiento y vergüenza, niega con su cabeza y me pide que vea al frente.

No parece justo que esté haciendo esta comparación, pero se siente como perder doblemente a alguien. Y sé que ella está viva, lo que hace una
diferencia magistral, pero ¿de qué me vale tener una madre viva que no puede compartir el dolor para hacerlo mas llevadero con alguien tan querido? ¿Henrie, Ofelia y Sergio se me merecen su consideración y sus lágrimas? Me cuesta no llorar, no querer desaparecer el dolor de Claudio y no hacerme con la impotencia. Es verlo arrodillarse y llorar con amargura, en la soledad que solo él puede entender, apretando la mano en su pecho; mi corazón va hacia él y por inercia también mi cuerpo, cubriéndolo y acompañando su llanto.

Estamos ahí por mucho. Una mano toca mi hombro y abro los ojos siendo automáticamente enceguecida por la luz. No es hasta que me hablan que ubico quién es.

—¿Continuarán aquí?

Alica no lo dice de manera ofensiva, pero me cala el que sea inoportuna. Me despego de Henrie y la veo a los ojos, agobiada por nosotros. Me extiende su mano y la tomo, notando que estoy sin fuerzas. Vemos a Henrie y no hace falta insistirle para que se ponga en pie y camine junto a nosotras hasta la salida del cementerio y seguidamente al auto que nos lleve a su casa.

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Hola a quien lea.

No tengo mucho para decir de este capítulo...

Nos vemos en el siguiente.

Liana

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