🧜♀️El Encanto de la Sirena🧜♀️
Mar desde hacía diez años vivía en la ciudad, una ciudad plagada de gente sin escrúpulos y sin sentimientos, la mayoría de ellos se regodeaban en vicios, lujos y riquezas gracias a las violencias y a los crímenes que cometían con las mujeres. No les importaban ellas, tan solo obtener más dinero porque aquellos hombres se creían intocables y estaba harta de las bajezas y perversiones del sexo opuesto.
Con los años supo defenderse y ser persuasiva, y tomar los asuntos por mano propia y llevar un poco de calma a la ciudad, por lo que trabajaba para un hombre con un alías al que nunca le había visto el rostro, el mismo le dejaba una carpeta todas las semanas con los datos de cada víctima masculina para que la sedujera y la arrastrara a su territorio para mostrarles lo que en verdad se merecían. Su método de persuasión era sensual junto con un coqueteo seguido de un canto, como el canto seductor e hipnótico de una sirena, el mismo era eficaz, y lo tenía comiendo de su boca en tan solo minutos. Los dejaba vivos, pero al borde del delirio, tanto que hasta buscaban la manera de poder escaparse de su encanto.
Habitaba las aguas dulces de las afueras de la ciudad, allí donde se sentía cómoda y en su ambiente natural, Mar no era del todo humana y por lo tanto lo que le había tocado le sacaba provecho para hacer un bien a la humanidad. Intentar extinguir la plaga de la violencia y los asesinatos, y gracias al hombre que la contrató podía hacer aquello.
Aquella noche debía cazar a su última víctima antes de mudarse a la siguiente ciudad donde su jefe tenía una locación segura para que ella estuviera asentada sin problemas y fue el momento indicado para que ambos se conocieran, puesto que quien la había reclutado nunca se había dejado ver hasta que él lo quisiera y esa noche lo había aceptado.
Fueron dos horas antes de que anocheciera del todo y donde debía ponerse a trabajar para acercar a su última víctima al lago.
Mar, si bien vivía a las afueras de la ciudad y su lugar favorito era el agua, permanecía en tierra firme dentro de una cabaña que le fue otorgada por su jefe. Era el primer hombre en quien ella confiaba y le pareció lo más raro del mundo.
La joven mujer preparaba café cuando un golpe en la puerta la asustó puesto que no recibía visitas y sabía bien que aquella persona afuera de la cabaña posiblemente fuese su jefe.
Dejó la jarra sobre la mesada y se acercó a la entrada, una sensación enérgica percibió a medida que se acercaba a la puerta, apoyó la mano sobre la madera y el picaporte, y la energía fue en aumento.
—Soy tu jefe. —No necesitó decirle más.
Mar abrió los ojos y de a poco separó la puerta del marco dejando apenas un resquicio. Levantó la vista y se encontró con la mirada del alto hombre. No pensaba que fuera tan de su edad o un poco más grande.
Lo dejó pasar y este cerró la puerta a sus espaldas.
¿Qué le pasaba a Mar? Ni ella misma lo sabía, pero no estaba en sus planes sentir las sensaciones que le estaba produciendo su cuerpo. Era tal la energía que parecía que la atravesaba de lado a lado.
—Yo también soy igual que tú, tengo dones y no me dejé ver porque primero debía comprobar si mentías.
—Pues tal parece que tú lo has hecho. Mentir.
El hombre sonrió de lado, pero no le hizo caso.
—Esta noche yo te ayudaré, lo haremos rápido para sacarte de la ciudad, tengo todo listo. Y tú vendrás conmigo.
—Creí que tú te quedarías aquí —lo miró perpleja.
—No, tengo contactos en la otra ciudad y ya preparé todo para irnos.
—¿Me dirás tu nombre? Porque dudo mucho que el alías que siempre leía en las carpetas sea el verdadero.
—Cilenio.
—¿Ese es tu verdadero nombre? —cuestionó porque no le estaba creyendo del todo.
Su jefe rio y se acercó a ella para sujetarle la muñeca y tomar la taza de café que tenía en su mano porque le temblaba de nervios.
—¿Tú lo crees? —Arqueó una ceja al tiempo que la miraba.
Era lo más cerca que estaba de un hombre sin que le pusiera las manos encima para volverlo delirante y desesperado queriendo acabar con su vida.
—No y percibo que me mientes.
—Somos dos, Mar... yo también percibo que no estás cómoda con mi presencia.
—Ah... veo que eres astuto.
—Tengo el poder de la astucia y de muchos otros más. —Admitió bebiendo el café—. Apenas se ponga el sol, saldremos.
—No trabajo en equipo, prefiero hacerlo sola, sino te molesta —respondió con seriedad.
—Vas a necesitar de mí. Te lo aseguro, vas a necesitar más que el canto de una sirena, el encanto y la persuasión con este hombre.
—¿Qué podrías aportarme para cazarlo más fácil?
—Soy el maestro de las mentiras y las astucias, en serio, puedo manejarlo a mi antojo para arrastrarlo al lago.
Mar lo miró con atención y por un breve momento pensó que le estaba mintiendo a ella también.
—¿Y después de eso? ¿Qué?
—Haces tu trabajo, juntas tus cosas y nos vamos.
El plan parecía perfecto, pero siempre estaba la posibilidad del error.
Apenas el sol se ocultó en el horizonte, salieron de la cabaña y ella se acercó al lago para ponerse de cuclillas y apoyar la palma sobre el agua. La misma comenzó a burbujear, Mar estaba preparando su terreno para la última víctima.
Cilenio, que no se llamaba así, la observó con atención ya que era la primera vez que era partícipe de su manera de trabajar.
—Listo, nos vamos —contestó tapándose la cabeza con la capucha de su abrigo.
En una hora y media lo tenían donde querían, en el lago, a punto de ser arrojado allí donde Mar haría su trabajo de sumergirlo hasta casi ahogarlo y dejándole la marca de la sirena, una marca que se realizaba con agua hirviendo del lago en el cuello gracias a un anillo que la mujer tenía en el dedo índice, para que cada vez que se mirara en el espejo supiera por qué se la habían hecho. Trabajaba tan rápida y metódica que los hombres no sabían de quien se trataba ni siquiera podían verle el rostro.
Pero aquella última víctima era tan fuerte que hasta Cilenio quedó pasmado del asombro. No dejaba que lo arrastraran al lago, peleaba contra el hombre y peleaba contra ella. Mar quiso capturarlo por detrás, pero este se dio vuelta y la acuchilló en el vientre con una navaja, la joven cayó al lago, hundiéndose.
Su jefe la vio desaparecer en el agua y con un solo golpe que le atestó en la cara, dejó inconsciente al hombre. Se acercó al lago y ella salió a la superficie.
—No te acerques, el agua está demasiado caliente para que te sumerjas.
—Mételo dentro, ¿te encuentras bien?
—Eso creo, pude sacarme la navaja.
Mar se arrastró hacia la orilla y como pudo se puso de pie. Lo levantó de las axilas y lo llevó hacia el lago para meterlo junto con ella. El trabajo de ella no duraba mucho tiempo, tan solo pocos minutos para que la piel de la víctima se le ampollara y luego lo sacaba a la superficie, como había hecho recién. El rostro del hombre quedó colorado y con algunas ampollas aparte de la marca de la sirena en el cuello.
—Respira —afirmó tocándole el interior de la muñeca.
—Tenemos que irnos de aquí, Mar.
—Ya voy —le dijo y se puso de pie.
La joven caminaba zigzagueando hacia la cabaña para juntar sus cosas y salir de allí. Tuvo que sentarse en la silla para poder reponer fuerzas, pero sintió una punzada de dolor en la herida que la hizo chillar.
—Necesito ver esa herida —habló con seriedad y ella lo miró asombrada.
Cilenio levantó la ropa de la chica y se encontró con una herida profunda por la que salía sangre de a tramos.
—Mantente quieta, yo haré el resto de las cosas.
—Creo que con lo que me estás diciendo me estás engañando.
—Te aseguro que no, puedo mentirle a los demás, pero no a ti, eres fundamental para mí, tengo gente trabajando para mí, pero tú eres la mejor que tengo. No te dejaré aquí, me importas demasiado como para dejarte sola —expresó con firmeza.
—¿Por qué te importo? Nunca nos hemos visto en persona.
—Lo creas o no, hace diez años que nos conocemos y siempre estuve pendiente de ti.
—¿Cómo? —interpeló sintiendo dolor en la herida y se la apretó con la mano.
—Desde que llegaste a la ciudad y comenzaste a hacer justicia por mano propia, supe de ti. Te espiaba en las sombras hasta que de alguna manera quise acercarme a ti mediante el trabajo que te proporcionaba, el de facilitarte las cosas para saber con exactitud a quien debías darle su merecido.
—Es un momento un poco incómodo para que me digas tus sentimientos, ¿no te parece? —manifestó con quejas de dolor.
—Lo sé, pero no quería esperar a decírtelo —sonrió un poco y le acarició la mejilla.
—Embaucador... —Acotó entre dientes—. Y lindo también —rio, pero su dolor fue más fuerte.
—¿Estás dispuesta a conocernos más después de este último trabajo que haremos aquí? —sugirió él.
—Posiblemente —sonrió con dolor.
—Ahora, lo más importante será irnos de aquí.
Mar asintió con la cabeza, se relajó en la silla y suspiró echando la cabeza hacia atrás, la herida la estaba dejando sin fuerzas y jamás se había sentido así, como si cayera en un abismo. Había tenido peleas y la habían golpeado también antes de llevarlos al lago, pero jamás le había pasado lo que le estaba pasando en aquel instante.
Cilenio la levantó en sus brazos apenas se colgó el bolso en uno de sus hombros. Salieron de la cabaña y pasaron al lado del hombre, su jefe vio que comenzaba a recobrar el conocimiento y a pestañear, y aligeró los pasos hacia el coche que había dejado escondido detrás de unos matorrales cerca del lugar donde Mar vivía.
La metió dentro del coche, del lado del copiloto y le reclinó un poco el asiento hacia atrás para que estuviera más cómoda. Cuando se ubicó del lado del piloto, él encendió el motor del vehículo y se alejó de allí dejando atrás al hombre que habían atacado, la cabaña y el lago.
Una vez que estuvieron en la carretera, la noche estrellada se vio amplia en el camino despejado y abierto. Mar abrió los ojos y giró su cabeza hacia su jefe.
—¿Cómo te llamas?
—Arcadio —la miró—, ahora, debes dormir, y reponer fuerzas para la siguiente ciudad que nos espera.
El hombre le apoyó la mano sobre la herida, terminando por cerrarla, una vez hecho esto, le acarició el pelo para hablarle de nuevo:
—Duerme, Mar.
Dichas palabras fueron como un susurro para la joven que cayó en un sueño profundo de lo debilitada que se encontraba.
La ciudad vecina, estaba repleta de atrocidades llevadas a cabo por hombres sin sentimientos y Mar estaba dispuesta a continuar llevando calma al lugar. Atrayéndolos a su territorio, como el canto de una sirena, tan hipnótico y seductor que les iba a ser difícil de resistir, y tenía a Arcadio, su jefe y posible compañero, para que mintiera a estos en el proceso para que ella pudiera darles lo que se merecían.
El encanto y la persuasión en una sola mujer eran muy difíciles de encontrar, pero más complicado era que los hombres salieran de su hipnosis sin un rasguño cuando se cruzaban con Mar.
«Cuídate de tus sueños, son la sirena de las almas. Cantan, nos llaman, los seguimos y jamás volvemos.»
-Gustave Flaubert
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