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Capítulo 17: Despiadado

Al otro día del entierro del emperador Park, cuando el sol apenas salía, YoonGi se dirigió con paso firme a la habitación de NamJoon y su esposa. Tocó la puerta con fuerza para que saliera pronto. Necesitaba hablar con él.

No tardó en verlo y entonces le indicó de alejarse para hablar. Como casi siempre, el jardín con el enorme árbol en el centro fue el lugar de reunión. 

–Emperador ¿ha pasado algo? –preguntó NamJoon.

–Pon en marcha tu plan.

–Emperador…pero el emperador Meiji ha enviado una respuesta, él acepta reunirse con usted para un…

–Me importa una mierda–dijo YoonGi mirándolo.

NamJoon notó que en sus ojos solo había odio puro e ira contenida.

–Emperador…

–Los del calabozo serán decapitados hoy mismo. Quiero a todos los japoneses exterminados de mi territorio. Y también prepara un ejército, iremos a Japón a terminar con esta mierda.

NamJoon no lo cuestionó, solo aceptó sabiendo que no aceptaría otra respuesta. YoonGi se marchó y fue con TaeHyung, quien tomaría el lugar de Jung mientras que BeomGyu se encargaría de la seguridad de su hijo. 

Fue al cuarto de YeonJun, donde lo encontró despierto y mirando el cielo a través de la ventana. No se volteó a mirarlo, aunque estaba seguro de que lo escuchó ingresar. Caminó en silencio hacia él y se sentó a su lado, pasando un brazo por sus hombros para acercarlo a él. YeonJun no dijo nada, solo se apoyó en su hombro. 

–Haré algo peligroso, pero será necesario para que puedas reinar en paz cuando seas emperador–empezó YoonGi acariciando el cabello de su hijo–. Para eso necesito que te quedes aquí, donde estarás a salvo. 

– ¿Te irás? –YoonGi asintió– ¿Vas a volver?

–No lo sé. –YeonJun lo miró, sus ojos se veían tristes–Pero haré todo lo que pueda para regresar.

– ¿Vengarás la muerte de papá? –YoonGi asintió–Entonces me quedaré. Solo…véngalo, hazlos sufrir.

YoonGi notó en la mirada de su hijo la misma ira que él guardaba en su interior por la pérdida de JiMin. El mismo dolor corría por sus venas y la impotencia era su motivación principal.

Besó su frente y miró junto con él el cielo a través de la ventana. 

|-|El emperador Min|-|

No tardaron en obedecerlo. Ese día la vida de cientos de japoneses fueron tomadas por el emperador. La estrategia de NamJoon había sido maravillosa y había diezmado el ejército con éxito. Los que quedaron fueron llevados al palacio donde fueron decapitados, al menos los que estaban cerca, los otros habían sido decapitados en las zonas donde fueron hallados. YoonGi admiró la muerte de todos los que llegaron al palacio luego de ordenar a un ejército que se asegurara de que no quedaran más en el territorio. YeonJun, a su lado, veía el espectáculo sin una pizca de misericordia por ellos. 

El hijo del verdugo, quien se había vuelto su verdugo de confianza después de su padre, hizo un trabajo magnífico al decapitar a todos los japoneses en un día. Tal vez estaba motivado luego de que ellos, en el ataque sorpresa, asesinaran a su madre y hermana. Había sido una buena motivación. 

NamJoon llegó en la noche comunicándole que el ejército ya estaba preparado y saldrían cuando él diera la orden. YoonGi se levantó y se acercó a él.

–Bien, me prepararé. Iré con ellos. –NamJoon lo miró sorprendido–Quédate, YeonJun necesitará a alguien con experiencia si muero. Tú podrás guiarlo y hacer algo si no logro mi cometido.

–JiMin no hubiera querido esto, YoonGi–dijo NamJoon llamándolo por primera vez por su nombre.

–Él ya no está aquí–soltó antes de salir para prepararse para el viaje en el cual lo acompañaría TaeHyung. 

JiMin ya no estaba para detenerlo ni hacerlo considerar un acuerdo diplomático. Ya no había nadie para calmarlo y decirle que lo mejor era buscar una solución sin violencia. 

El emperador Meiji se podía ir a la mierda, él y todos los japoneses. Todos se podían ir a la mierda. YoonGi decidió dejar de lado su bondad y el resto de misericordia que guardaba en su corazón. No iba a servirle para esa guerra, ya que el emperador Meiji y su gente parecía no tenerla. Él había enviado un ejército a su territorio, había invadido a Corea y había asesinado a su gente. Entre ellos a JiMin, el amor de su vida. No iba a ser piadoso. 

Ya no. Si era necesario exterminarlos a todos, eso haría. Daba igual si tenía que asesinar niños. Así no serían un problema para YeonJun. Si los niños vivían con odio tarde o temprano querrían vengarse, y él prefería ahorrarle problemas a su hijo. 

Y para tener éxito, usaría las armas y herramientas que Seok Jin había fabricado tiempo atrás.

|-|El emperador Min|-|

Su llegada a Japón no fue pacífica. No planearon que lo fuera tampoco. Apenas arribaron arrasaron con el pueblo cercano. Entre las muertes se encontraron mujeres y niños, aunque los menores de un año fueron capturados para llevarlos a Corea. YoonGi recordaba familias que deseaban adoptar y ya no había pequeños que pudieran ser adoptados. Esos bebés ayudarían a esas familias sin duda alguna. Borrarían de esos bebés todo recuerdo de su país natal. 

Continuaron con su camino lleno de sangre y muerte, hasta que se encontraron con otro ejército. YoonGi se adelantó, junto al ahora general Kim, hacia el general del ejército japonés. 

– ¿Hablas coreano? –el general lo miró en silencio– ¿Hablas chino? –él asintió–Dile a tu emperador que quiero hablar con él. Dejaremos de asesinar si viene a hablar conmigo.

No creerás que me creeré eso, idiota–dijo el general japonés mirándolo con desprecio.

Solo tienes dos opciones: o vas a dar el mensaje o los asesinamos a todos y continuamos con la masacre.

YoonGi creía que lo mejor era ser directo con ellos. Así entendería mejor todo.

Como si pudieran. –YoonGi los vio desenfundar sus espadas–Pagarán por la muerte de nuestra gente.

Quise ser bueno, pero así lo quisieron ustedes.

Importándole poco si esos hombres tenían familia, YoonGi dio la orden de atacar y asesinarlos a todos. No fue difícil. Las armaduras creadas por Seok Jin eran cómodas y resistentes, capaces de recibir cualquier golpe sin romperse con facilidad. Eso les dio la ventaja para arremeter contra los japoneses y vencerlos. Usando a los sobrevivientes para llevarlos al pueblo cercano y asesinarlos ahí, descuartizándolos vivos y arrojando las partes por todo el lugar antes de asesinar a todos, incendiando los restos y llevándose a los bebés. 

Un grupo pequeño se encargó de llevarse a los bebés, dejándolos en los barcos donde había algunos soldados cuidándolos. Ellos avanzaron hasta el emperador, llegando a su reino en el cual ingresaron, asesinando a todo soldado que se acercara a atacarlos. Hasta que optó por dejar a uno vivo al cual le ordenó ir por el emperador, ya que buscaba hablar con él. Le advirtió que si no lo hacía asesinaría a todas las personas del reino sin importarle las consecuencias que eso podría acarrearle. 

El soldado se fue mientras el continuó avanzando, en esta ocasión nadie los atacó ni los civiles se le acercaron. Todos se hacían a un lado mientras él avanzaba seguro hacia el emperador Meiji. 

Al llegar a su palacio ingresó sin miedo, encontrándose pronto con el emperador que no se veía nada feliz con su visita poco amable.

Pensé que quería un acuerdo diplomático–dijo el viejo en chino mirándolo con desprecio.

Así iba a ser hasta que tu gente nos atacó en la madrugada, incendiando el pueblo y asesinando a mi esposo.

Meiji tuvo el coraje de reírse de él con la mención de la palabra esposo.

No hicieron nada malo, solo exterminaron al ser antinatural de tu palacio. 

YoonGi, quien llevaba días en Japón y ya deseaba marcharse, no quiso contradecirlo. En su lugar con un chasquido dio permiso para que atacaran dentro del palacio mientras que él desenfundaba su espada y acorralaba a Meiji.

¿Lo escuchas? Los gritos de dolor de tu gente. Si sales más tal vez veas la sangre en tus pueblos y los cadáveres descomponiéndose lentamente bajo el sol. El olor a muerte, el mismo olor que dejaron en Corea tu gente–dijo con odio haciendo que la punta de la espada tocara sin delicadeza el cuello de Meiji quien no tenía con qué defenderse–. Te ofrezco un acuerdo justo: dejaremos de matar a tu gente si ustedes no vuelven a acercarse a Corea en los siguientes cien años, y cuando puedan volver no lo harán con fines retorcidos. De lo contrario, si no aceptas esto, eliminaremos a todo el pueblo japonés, sin dejar vivo hombre, mujer o niño alguno. Exterminaremos a todos los tuyos y nos haremos con tu isla de mierda.

Meiji escuchaba con terror cada palabra de YoonGi y cada grito de mujeres que eran jaladas por el palacio sin delicadeza. Escuchaba la lucha que los suyos estaban perdiendo y veía la sangre siendo derramada por el suelo. Podía ver el odio y la determinación de los coreanos en su manera de luchar. En verdad, si no aceptaba la propuesta del emperador, iba a exterminar a todos los japoneses y se quedaría con su tierra. No podía permitirlo, aunque doblegarse le sentaba mal, no podía perderlo todo por orgullo. Tenía que dejar eso de lado si quería que los suyos continuaran con vida.

Acepto–dijo derrotado–, detenlos y haremos el acuerdo.

YoonGi sonrió y negó.

Será a mi manera. Primero el acuerdo y luego los detengo. Tranquilo, solo atacarán a los que están en el palacio, así que si no quieres quedarte solo en un palacio lleno de muertos comenzarás a redactar el acuerdo pronto.

Sin otra alternativa, Meiji y YoonGi redactaron el acuerdo en chino, con las condiciones impuestas por YoonGi, y firmaron ambos antes de regresar. Para ese momento todos los hombres estaban muertos y las mujeres estaban en el suelo arrodilladas. El general Kim había esperado la orden del emperador para saber qué haría con ellas. Tenía que saber si las asesinarían o las dejarían con vida.

–Déjenlas, tenemos que volver a casa–dijo YoonGi tomando el acuerdo firmado por ambos y alzándolo triunfal–. Tenemos el acuerdo.

|-|El emperador Min|-|

Solo cuando estuvieron tranquilos en los barcos, YoonGi se dio cuenta de que parte de su ejército había muerto en batalla. Estos habían sido envueltos para ser sepultados en Corea y rendirles homenaje por su valentía. YoonGi, como emperador, se encargaría de que así fuera. 

Tras días fuera de casa, que se convirtieron en semanas, YoonGi regresó a Corea donde dio la feliz noticia de que la paz regresaría a su tierra ya los japoneses no se meterían con ellos. 

YenJun, en cuanto lo vio, corrió a abrazarlo importándole poco que los demás lo vieran. A YoonGi tampoco le importaba, así que devolvió el abrazo y le aseguró que su reinado no se vería afectado por ningún japonés inoportuno que deseara arruinar la paz en Corea. 

–Lo único que me importaba era que regresaras a casa, papá–dijo YeonJun llorando en su hombro.

–Ya estoy en casa.

Ahora estaremos en paz, ángel. Pensó cerrando los ojos y materializando la imagen de JiMin.

YoonGi hubiera amado que él estuviera ahí para verlo. 

|-|El emperador Min|-|

Definitivamente los japoneses cumplieron y los dejaron en paz. No volvieron a pisar territorio coreano y jamás se enteraron de los bebés que ellos raptaron y dieron a familias que no podían tener hijos. Esos bebés jamás sabrían sus orígenes y a YoonGi no podía importarle menos. 

Siguió reinando sobre Corea hasta que YeonJun se convirtió en un hombre de veintiséis años al cual consideraba capaz de hacerse cargo del reino. Él, si bien no era un anciano decrepito y podía seguir gobernando su pueblo, ya no tenía ganas de continuar. Los años no habían borrado su tristeza constante por ya no tener a JiMin a su lado. Con cada día su voluntad de continuar con vida disminuía. Y así no podía continuar, no podía seguir siendo emperador de esa manera. 

Por eso consideró ese día estar con su hijo y hablar con él sobre todo lo que tendría que saber. NamJoon lo iba a asesorar bien, al igual que haría SooBin cuando NamJoon ya no pudiera continuar con su trabajo, pero no sería lo mismo. YoonGi era el único que sabía cosas que YeonJun no escucharía jamás de sus consejeros.

–Papá, parece como si te despidieras–dijo divertido YeonJun mientras ambos estaban sentados bajo el árbol del jardín que el invierno había dejado sin hojas.

YoonGi sonrió y continuaron hablando, ignorando el comentario de YeonJun. Se despidió de su hijo con un beso en la frente y se marchó a sus aposentos, donde una cama fría lo esperaba. Una cama que once años atrás compartía con el hombre que amaba.

Se sentó en ella con una taza de té frío que había preparado él mismo. Llevó la taza a sus labios y la bebió sorbo a sorbo mientras dejaba que los recuerdos del pasado pasaran por su mente. Se dejó llevar por el pasado una vez más, recordando el momento en que su madre fue asesinada y los Park lo acogieron en secreto. Había sido una fortuna, no solo porque ellos le brindaron la sabiduría y fuerza suficiente para recuperar su reino, sino también porque gracias a ellos había conocido a JiMin. El pequeño de grandes mejillas que había tomado su mano para que no tocara el vendaje que en aquel momento cubría la herida en su ojo que dio paso a la cicatriz. Cicatriz que JiMin acariciaba con dulzura con sus lindos dedos. 

YoonGi sonrió con tristeza cuando  la imagen de su dulce ángel llegó a él, tan bello y glorioso, con la capacidad de alegrar su día con solo una sonrisa. En verdad YoonGi creía que JiMin era un ángel que él no supo proteger. Si tan solo hubiera sido más fuerte o más rápido, él no hubiera muerto. 

Pero aunque se culpara por todo lo que le faltó, YoonGi sabía que era en vano. Nada de eso traería a JiMin de vuelta y lo único que le quedaba era averiguar si había vida después de la muerte. Tenía que ir a un viaje desconocido para buscar a su ángel perdido. 

Y por JiMin, YoonGi correría el riesgo. Si había vida después de la muerte no lo sabía, pero iba a averiguarlo. Solo así podría tener la oportunidad de volver a encontrarse con su ángel, amarlo y protegerlo como en esa vida no pudo. 

Así que continuó bebiendo su té frío. Lo tomó todo y dejó la taza en una mesita de noche cercana antes de acostarse. Estiró su mano hacia el lugar que JiMin ocupaba y susurró al viento:

–Iré por ti, ángel.

Y ese nueve de marzo al cerrar los ojos, YoonGi comenzó el viaje a lo desconocido para ir por JiMin.

|-|El emperador Min|-|

Todo el pueblo coreano asistió ese día al funeral del emperador Min. Su hijo, y actual emperador de Corea, había dado un discurso antes de dirigirse al templo donde su otro padre estaba también. Allí se despidieron todos, él siendo el primero en ingresar y darle el adiós al hombre que le dio la oportunidad de estar en ese lugar. 

Cuando terminó salió y se dirigió a un lugar apartado de la gente. En su camino, YeonJun vio viejos conocidos, entre ellos a TaeHyun quien se acercó a él junto a SooBin y BeomGyu, los tres siendo un apoyo incondicional en ese triste día. Distinguió también al experto en armas, Seok Jin, y su aprendiz JungKook. También vio a lady Yi llorar junto a su hija, el segundo hijo de NamJoon. Había tantas personas llorando como las hubo en el funeral de su padre JiMin.

–Emperador–dijo SooBin cuando se detuvo cerca de un árbol que ya no tenía hojas, en ese sector no había casi gente–, ¿en qué está pensando?

SooBin, con quien se había criado prácticamente, lo conocía perfectamente y sabía cuándo tenía algo en mente o simplemente buscaba tener su mente en blanco. Sonrió suavemente y lo miró, sintiendo a su otro lado a TaeHyun y detrás de él a BeomGyu.

–Estoy considerando cambiar de lugar las tumbas de mis padres. No confío en que continúen ahí en un futuro. No sé por qué, tal vez una corazonada–dijo YeonJun mientras miraba su entorno sin realmente mirarlo.

– ¿Y qué está considerando, emperador? –preguntó TaeHyun girando a verlo.

–No lo sé aún, pero…ya pensaré en algo para que sus recuerdos perduren intactos y nadie pueda profanarlos. Luego de todo lo que hicieron…creo que ellos se lo merecen.

–Podría dejar dos tumbas falsas y dejar las verdaderas en un lugar seguro. Como la habitación subterránea del palacio–opinó SooBin mirando su entorno sin mirar también.

YeonJun lo miró pensando en esa posibilidad. Era…una brillante idea. Y ya sabía cómo llevarla a cabo.

Sonrió. Así se aseguraría de que sus padres pudieran estar juntos eternamente. 

El siguiente es el epílogo

Nos vemos! Besos❤️❤️❤️

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