Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4: Pasar página

Varios recuerdos aparecen ante mí. Son breves, pero no me importaría quedarme en cada uno de ellos. Te siento tan cerca... Si esta es la única manera de poder estar contigo, no quiero regresar.
Me acuerdo de esa tarde; el mismo día que te contraté...



Llegamos a la conclusión de que ya habíamos pasado suficiente rato diseñando y se nos ocurrió ir a la playa a correr un rato, ya que se nos había hecho tarde para ir al taller a por mi vehículo.
A ella le gustaba hacer ejercicio y yo necesitaba salir a correr de vez en cuando, aunque estaba en baja forma porque había dejado de hacer deporte ya hacía un tiempo.

Había oscurecido ya, a pesar de que no eran más que las siete de la tarde. Nos dispusimos a dar un paseo caminando tranquilamente hasta la playa, lo cual me dio la oportunidad de saber un poco más acerca de ella.

—Y... ¿hace mucho que conoces a Ethan? —pregunté mirándola.

—No, qué va —se apresuró a responder, cruzando su mirada con la mía—. Desde hace dos días, al poco de llegar aquí. Nos cruzamos en el gimnasio, tuvo él un problema, y bueno, le eché... le eché una mano y... poco más. —Hizo una pausa y prosiguió: —No le conozco de nada, ¿eh? La verdad.

Me dio la impresión de que se estaba justificando, aunque no entendía el por qué.

—No le conozco apenas pero... parece agradable, supongo —dije encogiéndome de hombros
.
Ella arqueó una ceja y volvió a mirar al frente.

—Bueno. Agradable, agradable... —soltó, bajando la voz, una ligera carcajada con aire sarcástico.

—No sé... a mí me ha tratado bien.

—Pero es serio de pelotas.

Me reí por su expresión y miré de nuevo al frente.

—Bueno, es amigo de Ty, así que supongo que será un buen tío —deduje.

Hubo un momento en el que ella no estaba segura de estar yendo por el camino correcto, y a decir verdad yo me limité a seguirla porque parecía que sabía lo que se hacía. Se quedó pensativa un momento.

—Hmm... yo creo que hay que meternos un poco por la derecha, ¿eh? -indicó.

—¿Sí?

—Sí. —se reafirmó, con seguridad.

Confié plenamente en su capacidad de orientación, a pesar de que no la conocía todavía como para saber si la tenía en realidad.
Le dije que yo tampoco llevaba mucho tiempo en Venice, que las veces que me había movido por allí me llevaban en coche, y ella bromeó diciendo que era una privilegiada. Protesté alegando que yo siempre les llevaba a todas partes con la furgoneta, y que a pesar de que me encantaba mi furgo, conducir no era precisamente mi punto fuerte.

Su expresión comenzó a volverse algo confusa, y dijo:

—Me quiere sonar este sitio... pero... —de pronto, su tono de voz bajó, dejando paso a la duda y dijo: —Pero igual no. —se rió de sí misma.

Me reí también. Siempre parecía tan segura, que en cierta manera me pareció muy tierna en esos momentos.

—Vale, a ver... —cogí el móvil y comprobé si estábamos yendo en buena dirección. —Pues sí, vamos bien.

—Oh, mira —exclamó todavía en voz baja, pero en seguida volvió a inflar su orgullo y dijo: —Al final me saldrá bien lo de hacerme la chula... mira.

—¡Ah! ¿Te estabas haciendo la chula? —fingí sorpresa.

—Hombre, claro.

—¿Y eso? —me aventuré a preguntar, y esto sí lo preguntaba en serio.

Me causaba intriga esa actitud suya. ¿Por qué necesitaba hacerse la chula?

—No sé... Siempre... ¿no? —respondió, como si fuese lo más obvio del mundo.

Estábamos cerca de un cruce cuando se dispuso a mirar en todas direcciones.

—A ver... —dijo, todavía desubicada.

—Todo recto —le dije con cierto aire divertido—. Me parece... —añadí bajando la voz.

Sabía que era por allí porque lo había visto antes en el móvil, pero me pareció interesante darle la oportunidad de que volviera a coger las riendas de su tan preciada confianza una vez más.

Se aclaró la garganta y agravó más la voz para decir:

—¡Sí! Todo... Sí, sí. Justo eso iba a decir...

La miré de reojo y sonreí animada por su reacción. Cada vez me parecía más tierna y divertida.
Cruzamos la calle y continuamos caminando. De pronto me nacieron las ganas de saber un poco más de ella.

—Y... ¿viniste aquí... buscando trabajo?

—Hmm... Sí. —dijo vacilante, pero finalmente, y como tratando de convencerse a sí misma más que a mí, continuó diciendo: —Sí, sí. —Se quedó callada un instante— Dejé lo que tenía en Chicago y... y vine aquí. En realidad soy de Montana, y bueno... por ahí mucho tatuaje tampoco es que...

—Ya.

Nos quedamos un momento en silencio. Por algún motivo había algo de lo que dijo que me rondaba por la cabeza, y al final me atreví a preguntar:

—¿Y dejaste mucho atrás?

«¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué no puedes quedarte callada?» pensé. Normalmente respetaba la privacidad de los demás y no me metía donde no me llamaban. No sabía por qué formulé esa pregunta... ni con qué intención.
Quizás se debía a la tensión que sentía estando con ella y prefería seguir hablando que estar en silencio. ¿Pero por qué estaba tan tensa? Si, de hecho... me divertía. ¿No era eso una contrariedad? No tenía ningún sentido para mí.

—Ehm... —se lo pensó un momento. —¡Nah! Tampoco tanto.
La habría creído de no ser porque al principio su voz sonó algo rota.

—Nada que vaya a echar de menos, al menos. —Concluyó.

La miré disimuladamente y volví a mirar al frente. Ya había metido suficiente la pata ese día entre lo del vestido y esa pregunta.
Temía lo que pensara de mí, así que me disculpé por preguntar de más.

—No mujer, pregunta. Entiendo que quieras conocer a tu nueva trabajadora, ¿no? —dijo.

No sabía por qué le hice esa pregunta, pero desde luego no era por conocer a mi nueva trabajadora. Bueno, sí... pero más que como trabajadora era porque... porque era ella. Aunque yo no era consciente de eso todavía.

—Para ver... no sé, si soy una delincuente... —puso énfasis en esa última palabra, bromeando.

Yo todavía estaba dándole vueltas a la metedura de pata, así que tardé unos segundos en procesar aquella broma. Cuando me percaté, me reí, relajándome un poco.

—...y si tengo antecedentes, y esas cosas —se reía mientras hablaba. Se quedó callada de golpe, y en seguida dijo: —¡Aunque no te he preguntado yo a ti!

La miré un momento y contuve la risa, alzando una ceja. Luego volví a mirar al frente.

—Puedes preguntarme. —le permití.

Me miró.

—¿La señorita North... tiene antecedentes?

—No los tengo. —Acto seguido sonreí de lado con cierta malicia fingida— Todavía.

Sonrió divertida y contestó con cierto orgullo en su tono de voz:

—Eso es que no te han pillado.

Volví a mirarla, cruzando la mirada con ella y le sonreí de vuelta, alegre. Y se creó una vez más cierta complicidad recíproca.

—Puede ser.

Volvió a reír tras mis últimas palabras.

—Pero no soy peligrosa, ¿eh? —aclaré.

Borró la sonrisa de su cara para adoptar una expresión de sorpresa, alzando ambas cejas, sin dejar de mirarme.

—¿No eres peligrosa? —preguntó al fin.

Lo negué.

—¿Segura? —insistió.

—Bastante...

—Vale. Me lo tendré que creer.

Decidí utilizar mi mayor baza para dar por terminada, y ganada, aquella conversación:

—Soy tu jefa, así que tendrás que creerme.

Dejó ir una carcajada mientras decía:

—Tendré que creerte, qué remedio, sí...

Me sentía tan cómoda bromeando que ni siquiera prestaba atención a las calles, y de repente me eché a reír.

—Llevo un rato sin darme cuenta de por dónde estamos yendo —le dije.

Contuvo la risa y logró decir:

—¡No, no! Yo... de hecho sí que me estoy orientando. Es aquí a la izquierda ahora. —Se quedó callada un segundo y bajó la voz: —Creo...

Solté una carcajada. Tan pronto podía aparentar estar llena de confianza como dudar al instante. Aunque esta vez estaba bastante segura de que lo hizo para hacerme reír, cosa que logró.

—Ah, mira, ¡ahí está la playa! —afirmó, victoriosa.



Un sonido extraño invade mi recuerdo, junto a un destello que me ciega. Todo se vuelve muy confuso. Se repiten cada pocos segundos. Y a medida que suceden, escucho más voces a mi alrededor, aunque no las reconozco. Y entonces lo comprendo.

Me quedo unos pasos detrás de ti, y tú sigues caminando y charlando tranquilamente.
«No quiero... ¡no quiero irme!» pienso.
Corro lo más rápido que puedo y estiro la mano, intentando agarrarte de la camisa para detenerte, pero no logro alcanzarte. Grito tu nombre y tú no me oyes, así que no te das la vuelta. Sigues tu camino.

Escucho pequeños fragmentos de momentos que estuvimos juntas.
Tu voz, tu risa, la moto...
La moto. La escucho derrapando con mucha claridad, y el terror se apodera de mí.
«¡NO!» Grito para mis adentros cerrando los ojos con fuerza, tapándome los oídos y poniéndome en cuclillas.

Un último destello y se desvanece todo.

Empiezo a toser, expulsando el agua con una horrible sensación de ahogo, y abro los ojos, que se me han llenado de lágrimas.

Estoy algo mareada y desubicada. No consigo ver con nitidez, pero noto que estoy tumbada y vislumbro dos caras en frente de mí preguntándome cómo me encuentro. Sus voces suenan algo lejanas y distorsionadas.

Uno de ellos me empieza a iluminar los ojos con una linterna muy pequeña, abriéndome los ojos con el pulgar, con cuidado. Primero un ojo y después el otro.
Frunzo el ceño sin saber muy bien lo que está pasando.

—Vale, vamos a incorporarte poco a poco —dice la mujer—. ¿Crees que podrás?

Asiento con la cabeza levemente.

Veo a Bahía a una distancia prudencial, aunque mueve la cola y lloriquea ansiosa por poder acercarse a mí. Pero sabe que debe esperar.
«Qué suerte he tenido con ella» pienso. Siempre sabe interpretar las situaciones y cómo debe comportarse sin que nadie se lo diga.

Al incorporarme empiezo a recobrar el sentido y a enfocar la vista. Sigo en la playa, tumbada en la arena, y estoy completamente empapada.

Los médicos que me están atendiendo parecen tener entre los cuarenta y cuarenta y cinco años. Uno de ellos cubre mi cuerpo con una manta térmica mientras la otra me hace varias preguntas de forma mecánica. Están habituados a estos sucesos.
Deciden llevarme al hospital para comprobar que está todo bien y me preguntan si quiero que avisen a alguien. Niego con la cabeza.

La doctora que me ha socorrido en la playa se ha quedado conmigo para asegurarse de mi estado, algo que en realidad no era necesario que hiciese, pues ya estoy en buenas manos, pero realmente podía ver preocupación en su rostro.

El doctor que me está atendiendo sale un momento de la sala y me quedo con ella.

—Si necesitas ayuda... —dice mientras saca de su cartera una tarjeta y me la entrega. —...ella puede ayudarte. Si lo haces, dile que vas de mi parte. —Cogió mi mano derecha con ambas manos, con cierto cariño.— Pero por favor... cuídate, ¿vale?

Le sonrío con dulzura y le prometo que no volverá a ocurrir, aunque esta vez tampoco es que lo haya hecho a conciencia. Cuando me di cuenta ya estaba adentrándome en el mar.
Repentinamente caigo en una cosa:

—¿Quién ha...? —comienzo a preguntar, pero no sé muy bien como seguir con la pregunta y ella la formula por mí.

—¿Quién te ha rescatado, quieres decir?

Asiento con la cabeza una vez, un poco avergonzada por mis actos.

—Pues nos ha llamado un transeúnte que pasaba por allí, pero... él ya te vio en la orilla. Suponemos que la que te ha sacado ha sido tu perrita, porque estaba empapada también —sonríe al decirlo.

«Imposible». Lo niego rotundamente para mis adentros. Puesto que, aunque le encanta la playa, Bahía teme el mar. No es capaz de adentrarse apenas. En cuanto el agua le cubre la mitad de sus patas ya echa a correr hacia atrás asustada. Es un miedo irracional. Y claro, por eso... tampoco sabe nadar.
Pero no se lo digo. Al fin y al cabo no tiene la respuesta real a mi pregunta. Sólo una sencilla, aunque errónea, explicación.


Salgo del hospital y observo la tarjeta. Como imaginaba, es una tarjeta de una psicóloga. Su nombre es Andrea Mason.
Me quedo mirando el nombre; me parece bonito. La guardo en el bolsillo trasero del pantalón y vuelvo a la playa, que queda a tan sólo cinco minutos de aquí. Bahía se ha quedado por ahí esperándome, porque no podía entrar en el hospital.
No me gusta dejarla sola, pero está educada para que no cruce las calles a menos que sea completamente seguro, y también para que no se acerque a nadie a menos que yo esté con ella.

Está amaneciendo y me siento muy cansada de repente. Es como si me pesara el cuerpo a causa del agua que me había tragado antes.

La veo tumbada bajo una de las enormes palmeras del paseo de la playa, típicas de California. La llamo y se levanta a toda prisa, abalanzándose sobre mí, apoyando sus patas delanteras en mis piernas. Sonrío ampliamente al ver su felicidad, me agacho y le rasco la cabeza con ambas manos.

Inesperadamente se cruza con nosotras un cachorro de dálmata a paso ligero. Pasa de largo, sin detenerse, y Bahía tampoco le presta atención alguna, está ensimismada lamiéndome las manos, todavía emocionada por mi regreso. Yo, en cambio, lo sigo con la mirada fijamente. Vuelvo a mirar hacia delante y veo caminando en nuestra dirección a una mujer vestida con vaqueros negros, un poco anchos, botas militares y una sudadera negra, de la cual utiliza su capucha para ocultar parte de su rostro. Aunque puedo apreciar mechones de su pelo negro asomando por los lados de esta. Me fijo en que lleva puestos unos auriculares blancos con cable.

Cuando pasa justo por nuestro lado, alza su mirada hacia mí y por algún motivo me paralizo. Una sensación familiar me corroe. Pero ella también sigue su curso, por lo que supongo que está siguiendo al cachorrito. De pronto, inexplicablemente, me doy la vuelta para mirarla. Y como si supiera que la estaba mirando, ella también se da media vuelta, sin dejar de caminar, para mirarme, y juraría ver que sonríe con cierto alivio. Me levanto, todavía mirándola, y ella vuelve a mirar al frente en seguida.
Yo me quedo inmóvil por un momento.

No se qué ha provocado que me girara para mirarla, ni por qué me ha recorrido un escalofrío por el cuerpo cuando me ha mirado.

Una vez en el apartamento me doy una ducha rápida para entrar en calor, pues a pesar de que me habían dado algo de ropa seca en el hospital, yo todavía tengo el frío metido en el cuerpo.

Al estar agotada he dormido casi todo el día. Hacía mucho tiempo que no dormía tantas horas seguidas.
Me he despertado con el tiempo justo de comer algo, dar otro paseo a Bahía y prepararme para ir a trabajar.

Es una jornada movida, como todos los sábados. Lo que hace que el tiempo pase más deprisa. Ty ha venido un rato a estar conmigo y decido no contarle lo ocurrido esa madrugada.

Al cerrar el pub, nos quedamos ahí unos cuantos charlando y bebiendo algo. Bueno, en realidad yo apenas abro la boca, sólo escucho y me río de sus anécdotas.

Cambiamos de local y deciden ir a la discoteca más conocida de Venice. Y yo sólo me dejo llevar.

No me apetece bailar. Dejó de apetecerme hace mucho. Así que me quedo en la barra, sin ni siquiera beber nada, y les observo disfrutar de la noche.

Empiezo a disociar un poco más, necesito estar sola un rato. Me dirijo a la planta superior, y salgo al balcón. Me apoyo en la barandilla y saco una cajetilla de tabaco del bolsillo de la chaqueta. Cojo un cigarrillo y retiro el mechero que guardo dentro de la cajetilla. No corre nada de aire, así que lo enciendo a la primera.

Le doy una larga calada y echo el humo, pensativa; «¿Cuantos cigarros llevo hoy?». Automáticamente escucho tu voz en mi cabeza, regañándome en un tono cariñoso; "No fumes tanto, últimamente pareces una locomotora".

Sonrío mirando al cielo y respondo en voz alta sin querer;

—Tienes razón... Lo siento.

Procedo a apagarlo en la misma barandilla, pero antes de que el cigarro la toque, una voz me interrumpe.

—¿Vas a apagarlo? —giro la cabeza para mirarla. Ella me está sonriendo— Si sólo le has dado una calada, ¿no? —Riley se apoya también en la barandilla, a mi lado.

Apoya el codo en la barandilla y tuerce un poco la muñeca hacia atrás, en mi dirección. Yo sonrío levemente y miro al frente mientras le cedo el cigarro, que sujeta entre su dedo índice y el dedo corazón.

Estamos unos instantes en silencio, mirando a lo lejos. La ciudad se ve increíble por la noche desde allí.

Finalmente me mira, y después de llevarse el cigarro a los labios y exhalar el humo, me pregunta:

—¿Por qué pedías perdón?

La miro también, sin saber a lo que se refiere.

—¿Cómo dices?

Se pone de lado, apoyando la cadera en la barandilla y me mira aún más expectante.

—Cuando he llegado... has dicho que lo sentías. ¿Qué es lo que sientes?

Sé que en realidad lo que quiere saber no es por qué pedía perdón. Lo que quiere saber... es con quién estaba hablando.
Se me ensombrece el rostro. No quiero hablar de ti. Si lo hago estoy segura de que podría romperme una vez más.

Miro de nuevo al frente, sin pronunciar palabra, y ella comprende que es mejor no insistir.

—¿Sabes? Es extraño...

Vuelvo a mirarla, sin expresión alguna y sin preguntar, sólo espero a que termine de hablar.
Ella sonríe.

—Tienes una mirada extremadamente triste. —Siento una especie de punzada en el estómago—. Pero... —me mira con cierta tristeza al continuar hablando— ...sin embargo, tienes los ojos verdes más bonitos que he visto nunca.

Le sostengo la mirada un poco, y de pronto, inesperadamente para las dos, me echo a reír sin poder evitarlo. Primero en voz baja, y tras ver su cara de confusión no puedo evitar reír más alto, inclinándome hacia la baranda.

—Ay, perdona... —digo, todavía sin poder parar de reír pese a mis esfuerzos. —Es que... ¡Es que parecías tan tímida en el pub, y de pronto...!

Ella se sonroja ligeramente y alza una ceja, sonriendo de lado.

—Sí, vale... se me da fatal esto. Lo pillo —dice dejando ir una pequeña carcajada.

Me seco las lágrimas causadas por la risa, calmándome poco a poco, y la miro con una amplia sonrisa.

—Aunque he conseguido hacerte reír. No está mal. —sonríe mostrando los dientes, animada.

Vuelvo a reírme, pero esta vez con dulzura.

—Sí —afirmo. —La verdad es que no ha estado mal.

Apoyo la espalda en la barandilla y miro al cielo.

—...Hacía mucho tiempo... que no me reía así.

Al decir aquellas palabras, noto que sigue mirándome fijamente, con cierta pena. Se acerca a mí, poniéndose en frente, muy cerca de mí, pero manteniendo un poco las distancias.

—No sé... no sé nada de ti, ni qué es lo que te impide avanzar —dice, casi susurrando, en un tono pausado. Y sus palabras tienen tanto poder que me hacen mella. —pero, ¿no crees que deberías tener otra oportunidad de volver... a vivir?

Intercalo la mirada entre sus ojos, arrugando la frente.

Pienso en lo que me dijo Ty el día anterior. Quizá sí... quizá haya llegado el momento de pasar página.

Acerco mi rostro al suyo muy despacio, Riley posa, vacilante, su pulgar en mi barbilla y me acaricia los labios suavemente con los suyos. Yo me dejo llevar. Cierro los ojos y esta vez me besa acariciando mi lengua con cierta inseguridad. Como si temiera hacer algo que lo estropeara todo.

Me aparto tan sólo unos milímetros, aún con la boca entreabierta, e intercalo la mirada entre sus ojos y sus labios. Coloco la zurda en su cuello, justo debajo de su oreja, dándole el permiso que necesita para continuar sin miedo.

Llevada por el deseo, pega su cuerpo al mío, pone una mano en mi cintura, y la otra en mi nuca, hundiendo sus dedos entre mi pelo, y esta vez soy yo quien toma la iniciativa. La beso con más intensidad.

Es agradable sentir algo... que no sea dolor.

Se aparta y nos miramos a los ojos unos segundos. Inmediatamente empieza a pasar todo tan deprisa que no tengo tiempo de pensar con claridad.
Coge mi mano, entrelazando sus dedos con los míos, y nos vamos de allí sin avisar a los demás.

Entramos en su casa, y sin encender la luz, me guía hasta su habitación sin dejar de besarnos. Sus caricias, que al principio eran algo torpes, recorren mis brazos y mi espalda, cada vez con más intensidad, con un deseo irrefrenable por su parte.

Introduce sus manos por debajo de mi camisa color azul oscuro, con estampado de, cómo no, florecitas, y sigue acariciando mi espalda con las yemas de sus dedos.
Yo mantengo mis manos en sus brazos. Mi subconsciente no me deja hacer nada más, y de repente me empuja con cuidado hasta hacerme caer en la cama. Está sobre mí, besando mi cuello, y noto su pelo acariciando mis mejillas.

Empiezo a encontrarme mal. Todo me está dando vueltas.

Riley comienza a desabrocharme los botones de la camisa sin percatarse. Me llevo la palma de mi mano a la frente y no sé cómo detenerla, pero empiezo a sentir que me ahogo.

"Casey...". Tu voz aparece de golpe.

Abro los ojos, asustada, y comienzo a llorar entre sollozos, presa del pánico. Ella se aparta rápidamente mirándome, arrugando su frente sin saber muy bien qué hacer.
Yo sigo tumbada, con las palmas de las manos cubriendo mis ojos llenos de lágrimas y la camisa desabrochada a medias, dejando entrever mi sujetador.
Me sujeta los brazos y me ayuda a incorporarme para después abrazarme colocando una mano en la parte superior de mi espalda y la otra entre mi pelo, por la nuca.

—Lo siento, perdóname... —dice con la voz temblorosa, abrazándome con fuerza— Tendría que haberme dado cuenta. Lo siento muchísimo.

—Por favor... Por favor, perdóname... —lamento.
No puedo parar de llorar, y no sé decir si le pedía perdón a ella... o a ti.

Me acompaña al apartamento de la mano, y no cruzamos palabra alguna. Yo tengo la mirada perdida, y ella no sabe qué hacer. Pero desde luego se siente muy culpable por creer que me ha forzado a hacer algo que no estaba preparada a hacer. Y yo me siento la peor persona del mundo por pensar que te estaba traicionando.

Sin embargo, no culpo a Riley de nada. No me ha obligado en ningún momento. Sólo quería... sentirme bien. Pero es muy pronto para eso.


Esta noche la he pasado hecha un ovillo, abrazando la almohada con fuerza sin dejar de llorar. Bahía está a mi lado, apoyando su morro sobre mi espalda.
Tengo unas ojeras que me llegan hasta el suelo, y no tengo energía para nada, pero tengo que salir a pasear a Bahía, así que, como es costumbre, regresamos a la playa.

Estoy cabizbaja, tan metida en mis pensamientos que no me percato que en mi rincón favorito, en las rocas, hay alguien.
No es hasta que estoy a dos metros de las rocas que alzo la mirada y la veo junto al cachorro. La mujer vestida de negro de esta mañana. Está sentada cruzando las piernas, y a su lado está sentado el dálmata, en perfecta armonía con ella.

«Vaya, hoy no podrá ser», pienso refiriéndome a quedarnos allí sentadas como habitualmente.
Me doy la vuelta y procedo a alejarme cuando ella alza la voz y dice, sin mirarme:

—Hoy no es buena idea quedarse aquí.

Me giro para mirarla e inclino ligeramente la cabeza, sin comprender. Ella me mira y señala el mar.
Tiene razón. El oleaje cada vez es más fuerte, y puede ser peligroso quedarse allí.

Se levanta y baja a la arena, seguida por su cachorro, pasando por mi lado sin detenerse, de nuevo.
Pero esta vez me doy la vuelta al recordar esa sensación que me resultaba familiar.

—¿Te conozco... de algo?

Ella me mira, con unos ojos inexpresivos, y se queda pensativa por un momento. Luego sonríe.

—Nos hemos cruzado esta mañana, ¿no?

Eso ya lo sé. Pero no era a eso a lo que me refería...

—Y, oye —prosigue—, esas rocas no son tuyas.

—¿Disculpa? —frunzo el ceño, ofendida. «¿Cuándo he dicho yo que sean mías?».

Se queda ahí plantada, mirándome a los ojos, aún sonriendo.

—Lo que quiero decir, es que, no son tuyas, pero no tienes que irte si me ves ahí. —Me da la espalda y se aleja lentamente mientras sigue hablando: —Podemos compartirlas. Me vas a ver mucho más a partir de ahora.

«¿A qué viene esto?» me pregunto, totalmente desconcertada.

Ella se lleva las manos a los bolsillos de la sudadera. Cada vez se aleja más, pero eso no le impide decir:

—Y, por cierto... me llamo Andy. —Se presenta sin que nadie le haya preguntado. Saca la diestra del bolsillo y señala a su perro con el pulgar. —Y él es Kai.

Me quedo allí de pie, sin entender lo que acaba de pasar. Pero al parecer no ha terminado su monólogo. Se da la vuelta y sigue caminando de espaldas, aún con las manos en la sudadera.

—¡Y oye! ¡No vuelvas a meterte en el mar, no quiero tener que mojar mi ropa de nuevo!

Abro más los ojos.
—¡Ah! —exclamo, quedándome sin habla.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro