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Capítulo 2: La naranja

Vuelvo en mí tras remover ese recuerdo, y en cosa de un segundo paso de sentirte cerca de mí a sentir que vuelven a arrancarte de mi vida una vez más. Se me forma un nudo en la garganta, pero ya estoy familiarizada y sé como deshacerlos sin que lo perciban los demás.
Cojo aire sutilmente y cierro los ojos con suavidad. Lo suelto.
Me recompongo poco a poco y entrecierro los ojos dando una última calada al cigarrillo.
Hace un buen rato que estamos en silencio. Supongo que, a pesar de que hasta ahora me parecía una frase hecha e insulsa, acabo de comprender que estar sola no tiene porqué ser necesariamente algo literal; pueden acompañarte en tu soledad simplemente estando a tu lado para cuando quieras o necesites hablar. O incluso derrumbarte.
Expulso el humo, y a su vez apago la colilla apretándola contra la roca. Cojo una bolsita de perro y la tiro dentro. Odio que la gente tire las colillas en la playa. Miro a Ethan y veo que apaga su cigarro también, así que le acerco la bolsa y él hace lo propio.
Nos levantamos sin cruzar palabra, como si el gesto de apagar el cigarro ya lo hubiera dicho todo.
Bahía nos mira y en seguida se pone en pie. Recojo mis zapatillas, que estaban colocadas a un lado, bajamos las rocas con cuidado y caminamos por la orilla en completo silencio.

A pesar de estar a mediados de octubre, el clima sigue siendo algo cálido durante el día, por lo que la playa de Venice sigue estando abarrotada de gente y suele haber un ambiente animado. Aunque empieza a refrescar a medida que se va poniendo el sol, y es cuando más me gusta venir, ya que suele vaciarse un poco y se puede caminar sin molestar a nadie.

Bahía comienza a adelantarnos, apresurando el paso al ver a otro perro unos metros más adelante, que por lo que pude apreciar era un cachorro todavía.
Llamo su atención con calma tras dejar que lo salude. Lo bueno que tienen los border collie es que son muy obedientes, pero tienen mucha energía y no quiero que eso pueda traer algún problema.
Nos cruzamos con su dueño o dueña. Mi mente está muy lejos de aquí, por lo que no le presto atención.
Bahía regresa a mi lado algo más feliz al haber hecho un nuevo amigo.
La miro y me doy cuenta que con la luz del atardecer la parte del pelaje negro se le ve algo más rojiza, y la parte blanca se vuelve más brillante si cabe. Quise adoptarla nada más verla, hace ya seis años; tenía unas manchitas en el morro, una oreja medio caída y los ojos de un color miel que me atraparon en seguida.

Cruzamos la playa por un camino formado por pequeños tablones de madera y nos sentamos en un pequeño muro para expulsar la arena de los pies y calzarnos.
Acompaño a Ethan hasta el parking donde tiene su moto aparcada, pasando antes por la zona habilitada para los skaters y rollers. Fijo la mirada en la pista por un instante, mientras la rodeamos, y para mis adentros pienso inmediatamente en ''Las Furias'', mi antiguo equipo de roller derby de San Diego, mi ciudad natal.
A pesar de que sigo en el grupo de WhatsApp, hace mucho que escribo únicamente en momentos muy concretos, puesto que ya no pertenezco al equipo. Pero me gusta ver sus vídeos y sus triunfos en cada partido. Y sigo teniendo buena relación con todas las integrantes. Creo que echo de menos su apoyo y sentirme parte de algo.
Sin embargo, no me siento preparada emocionalmente para hacer cualquier tipo de actividad que no sea trabajar o pasear con Bahía. Sigo en estado de duelo, tratando de repasar cada momento vivido contigo para comprender lo que ocurrió, y si pude hacer algo para evitarlo.

—¿Te toca currar hoy? —pregunta Ethan al llegar a su moto.

—En unas horas, sí. Acércate luego, si quieres. Te invito a una copa para darte las gracias.

—¿Las gracias? —Me mira extrañado al mismo tiempo que se sienta en la moto, gira el contacto de la llave y arranca pisando fuerte la pata.

—Por el cigarro —sonrío.

Sonríe ligeramente y asiente con la cabeza, despacio, al comprender que no me refiero al cigarro en realidad.
Se despide con un golpe leve de cabeza y a mí se me borra la sonrisa al instante, noto que el corazón me da un vuelco. Entreabro un poco la boca, quedándome completamente paralizada por un segundo que se me hace eterno.
Por un momento me parece verte reflejada en él.
Ethan hace ciertos gestos de la misma manera en que tú los hacías.
Toca el claxon dos veces al pasar por mi lado. Parece que no se ha percatado... Mejor así. Sería un poco incómodo contarle el porqué de mi reacción.

Comienzo a caminar calle arriba, seguida de cerca por Bahía.
Paso al lado de una papelera, donde aprovecho para tirar la bolsa que contenía las colillas de los cigarros.
Saco el móvil del bolsillo y echo un vistazo a los mensajes recibidos, comenzando por el grupo que tengo con mis amigas, Nancy y Ellie, y en el que también está Tyrone. Sólo hay algunas fotos de ellas dos saliendo de fiesta y mensajes comentando anécdotas.
Hace un tiempo que se fueron de Venice para ir a vivir al norte, así que, aunque en su día me apoyaron como nadie, actualmente están algo desconectadas de lo que ocurre por aquí. Son un culo inquieto, no pueden quedarse en un mismo sitio por mucho tiempo. Eso es algo que me gusta de ellas, lo reconozco.
Leo ahora los mensajes de Ty;

Tyrone:
"Eh K, ¿dónde te metes?
Hace un par de días que no doy contigo
Ya sé que necesitas estar sola de vez en cuando
Pero joder,
dime algo para saber que estás bien"

«Para saber que estás bien», me quedo mirando esa frase fijamente.
Me paso la mano por la nuca dejando ir un suspiro leve y procedo a responder;

Casey:
"No te preocupes, estoy de camino a casa
¿Te veo luego?"

No pasa ni un minuto desde que le he escrito que ya me ha contestado;

Tyrone:
"Claro, te paso a buscar"

Estoy a punto de declinar su oferta, pero en seguida caigo en que, de hecho, no es una oferta. Le conozco bien y sé que no va a servir de nada que le diga que no es necesario que venga a recogerme, así que sencillamente bloqueo de nuevo la pantalla y sostengo el móvil con la diestra.
Llego al estacionamiento donde tengo mi furgoneta; la clásica Camper Volkswagen, blanca y azul. Encima de ella llevo un par de tablas de surf, concretamente una shortboard, para nivel intermedio, y una longboard para principiantes.
Abro la puerta de atrás y con un gesto rápido Bahía sabe lo que le estoy pidiendo. Salta dentro del vehículo y se sienta, con la lengua fuera, mirándome. Parece que está buscando mi aprobación, así que la acaricio colocando la mano bajo su morro.

—Buena chica —la apremio, pronunciando las palabras despacio, en un tono suave. Ella mueve la cola y baja un poco las orejas, entrecerrando los ojos.

Aparto la mano y cierro la puerta para después abrir la delantera y entrar en la furgo.
Me acuerdo repentinamente que tengo un par de llamadas de Barry, y debato en mi mente si llamarle o escribirle.
Al final decido devolverle la llamada.
Da tono, así que pongo el manos libres del teléfono.

—¡Hombre, Casey! —exclama alegremente al descolgar. —¿Cómo estás, preciosa? ¿Qué haces?

Sonrío con ternura al escuchar su voz. Ahora hacía unas semanas que no hablábamos, y había olvidado que su alegría era contagiosa.
Me pongo el cinturón y contesto;

—Estoy llegando al apartamento —digo mientras giro el contacto de la llave para arrancar el vehículo y ponerlo en marcha. —Voy a ver si puedo descansar un poco antes de ir al Two Points.

—Ah, ¿te toca currar hoy?

—Viernes y sábados —confirmo. —Pero... ¿Cómo estás tú? ¿cuándo vuelves a Los Ángeles?

—Pues por eso te llamaba, tía. Vuelvo en unos días —a su alrededor hay mucho alboroto, así que alza un poco la voz. —No sé exactamente cuándo, pero te avisaré para ir a verte. Si te apetece, claro —hace una pequeña pausa. —Aunque me romperías el corazoncito si me dices que no, que lo sepas.

Barry se fue una temporada a recorrer California junto a una amiga, con lo puesto y casi sin dinero. A la aventura.

Suelto una risita.
—Claro que me apetece.

Mientras hablo con él sobre su viaje voy prestando atención a la carretera y observando por el retrovisor para asegurarme de que Bahía está bien.
En estos últimos meses he tenido que acostumbrarme a conducir de nuevo.

Aparco la furgo y giro nuevamente el contacto de la llave para apagar el motor.
Repaso con la mirada el parking en busca de tu presencia. Es algo que hago habitualmente de forma casi inconsciente.

Una vez dentro del apartamento dejo las llaves encima del mueble que hay en el recibidor y me percato que Bahía recorre el pasillo de la entrada hasta llegar al amplio salón. Va directa al cuenco de agua, que está vacío. Me acerco, lo cojo y me dirijo a la cocina para llenarlo un poco. Ella me sigue con cierto paso entre alegre y ansioso. Lo dejo junto al cuenco de su comida y bebe como si estuviese desesperada, de forma sonora y salpicando pequeñas gotitas sobre su propia cara.
Me quedo un momento en blanco y miro a mi alrededor.
Como empujada por una fuerza invisible, doy unos pasos por inercia hasta llegar a donde está el televisor, y encima de este, en las estanterías del mismo mueble, hay varias fotografías en las que aparezco junto a mis hermanos. En algunas salimos los cuatro juntos, y en varias de ellas aparezco con alguno de ellos por separado. Normalmente en la playa.
Pero fijo mi mirada en esa foto. Extiendo mi mano y cojo el marco lentamente, con cuidado. Se puede apreciar una naranja sobre una cafetera. En su piel tiene grabado un tatuaje de una calavera de color verde. La observo en silencio durante unos instantes, con la mirada apagada.
Camino, sin dejar de sujetar y mirar aquella fotografía, hacia el sofá en forma de L, con la tapicería de color crema.
Dejo caer el móvil sobre uno de los cojines y me siento sobre la alfombra, derrotada, apoyando la espalda en el sofá. Y me dejo vencer una vez más por esa ola de recuerdos que me engulle ferozmente.



Tras la entrevista, si es que se le podía llamar así, quedamos en el estudio de tatuajes un rato más tarde, así que decidí ir yo sola un poco antes para trabajar en algunos diseños.
Antes intercambié mi número de teléfono con Chambers, me despedí de Ethan y Ty y pedí un taxi.

Saqué las llaves del bolsillo del pantalón y abrí la puerta del local; nada más entrar, a la izquierda, se encontraba la sala de espera con un sofá de cuero negro junto a una mesita baja, un semi muro de pequeños ladrillos dividía esa sala de la zona de la derecha, en la cual se situaba el mostrador, donde se atendería a los clientes.
Las paredes del local eran de pequeños ladrillos, y en ellas había repartidos varios cuadros con mis diseños de tatuajes y fotografías varias de clientes que tatué de un tiempo a esta parte. La pared que se encontraba detrás del mostrador, en cambio, era lisa y la decoraba papel de pared negro con el logo del estudio; una rosa roja superpuesta en una rosa de los vientos, y abajo incluía el nombre con el que lo bauticé, "Cardinals Tattoo".
Cerré la puerta por dentro. Avancé hasta el escritorio, me senté en la silla, encendí el ordenador y me dispuse a revisar varios documentos. Después abrí el cajón de arriba y cogí mi bloc de dibujos junto a un lápiz.
Dejé mi mente en blanco y comencé a dibujar sin tener nada en mente, simplemente lo que fluyera.
Al rato me llegó un mensaje suyo al móvil en el que me informaba que llegaría en diez minutos. Previamente ya le había enviado la ubicación.

Alcé la mirada hacia la puerta al escuchar que llamaban dando algunos toquecitos en ella. Al verla cerré el bloc y lo dejé sobre el mostrador, y posé el lápiz encima de este. Cogí las llaves que había dejado sobre el mueble y la abrí, invitándola a pasar con una sonrisa.
Tenía los labios pintados de un rojo oscuro e iba vestida con una camiseta de tirantes ancha, de color blanco, y unos pantalones negros ceñidos, estratégicamente rajados por la parte de la rodilla hacia arriba. Calzaba botas negras de estilo militar, lo que le daba cierto toque... rebelde. En su cuello, un collar con cadena larga de plata y una chapa estilo militar también.
Sujetaba un maletín con la zurda.

—Buenas, jefa —me saludó, sonriendo con total seguridad.

«¿Jefa?» pensé. ¿Todavía no había visto su portfolio y ya me consideraba su jefa? Ya me lo pareció antes, en el gimnasio, pero desde luego tenía tal confianza en sí misma que me asombraba. Incluso llegaba a intimidarme.
Sin embargo, no sabría explicar por qué, pero tenía la impresión que debajo de esa fachada de tipa dura había mucho más.
Tenía algo, no se el qué, pero en seguida supe que nos llevaríamos bien.
¿Cómo iba yo a saber que se convertiría en alguien tan importante para mí? Que cambiaría mi forma de pensar y de ver el mundo... Que, en definitiva, cambiaría mi vida para siempre.

Echó un vistazo rápido a la sala y volvió su mirada hacia mí.

—¿Puedo...? —señaló hacia la mesita junto al sofá.

Sin necesidad de que terminase de formular la pregunta, comprendí lo que pretendía y asentí, sonriendo de nuevo, con amabilidad.

—Claro, adelante.

Dejó el maletín sobre la mesa y lo abrió con cuidado. De él sacó el portfolio. Se acercó a mí y me lo cedió con una leve sonrisa; era de cuero marrón oscuro, y lo primero que se podía apreciar en la portada era su nombre completo en él, René Chambers, con un trazo de color blanco. Debajo del nombre había el diseño de una rosa, y debajo de esta la palabra "Portfolio". Todo con trazos de color blanco también.
Al abrirlo se podía ver un pequeño índice de los estilos que más controlaba.
La primera página contenía fotografías de gente a la que había tatuado en distintas zonas del cuerpo con tribales.
La siguiente se centraba en el estilo dot work, es decir, diseños hechos completamente a base de puntitos.
Después le seguían fotografías con diseños realistas; una pantera cubriendo una espalda, rosas a color en el pecho de otro cliente, y un reloj en la pierna de otro. Realmente era buena en esto. El hiperrealismo era lo suyo, no tenía ninguna duda.
Por último estaba el estilo neotradicional, con colores sutiles.
Observé cada detalle minuciosamente, ya no sólo porque iba a contratarla, sino porque me quedé atónita, de verdad me gustaban sus trabajos.
Lo cerré despacio y levanté la vista hacia ella. Ella no había apartado su mirada de mí, quiso estudiar mis expresiones mientras contemplaba cada uno de los tatuajes que había realizado.
Me mantuve con el rostro neutro en todo momento para que no pudiese adivinar lo que estaba pensando, pero en seguida dije;

—Son buenos. Son muy buenos —quise recalcar. Sonrió ampliamente y se le dibujaron una vez más aquellos hoyuelos que llamaban mi atención. —Me he fijado en que la mayoría son en blanco y negro.

Estiré un poco el brazo para entregarle los documentos, ella se acercó un poco hacia mí, bajó la mirada al portfolio y lo cogió con la zurda. En seguida volvió a mirarme directamente a los ojos.

—Ah, sí. No se me dan especialmente bien los tatuajes a color. Me siento más cómoda trabajando en blanco y negro. Espero que eso no sea un problema...

Por un momento, al decir aquellas palabras, me pareció ver un atisbo de duda en su mirada.

Negué con la cabeza.
—Qué va. Mejor así, yo me encargo de los diseños a color —me llevé las manos a la cintura y le sonreí, orgullosa.

Se inclinó un poco para colocar cuidadosamente el portfolio dentro del maletín y lo cerró. Volvió a mirarme, devolviéndome la sonrisa.

—No se por qué me lo imaginaba —dijo.

—¿Ah, sí?

—Ajá. —Señaló mi brazo y continuó diciendo: —Por los tatuajes que llevas. Los del brazo izquierdo y lo que la camiseta deja ver del pecho, son a color. Y... tienes toda la pinta de que te gusten los colores vivos.

Tenía razón. Sólo el tatuaje del hombro derecho, que bajaba hasta el codo, era en blanco y negro.
Alcé una ceja, sin dejar de sonreír.

—¿Qué quieres decir con que "tengo toda la pinta"? —dije en tono burlón, divertida, cruzando los brazos a la vez para aparentar enfado.

Levantó ambas manos cerca de su rostro, como defendiéndose.
—No. Nada, nada... —contuvo una sonrisa.

El ambiente se había vuelto más relajado después de aquello.
Le hice saber que, aunque yo ya había tomado la decisión de que iba a contratarla sin decírselo aún, quería verla trabajar un poco. Chambers accedió a mi petición en seguida.
Le hice un gesto para que me acompañara.
Justo en frente de la puerta de entrada del local se podía divisar una entrada más amplia que daba a un pequeño pasillo, en el que al final se hallaba la escalera que daba al piso inferior. Allí se encontraban las cabinas para tatuar, separadas sencillamente por unos muros lo suficientemente altos para que hubiera cierta intimidad. Aunque lo primero que se podía ver al bajar era una zona con un colgador, un sofá igual que el de arriba pero de dos plazas, y varias láminas con varios diseños de diferentes estilos.
Cada cabina, cuatro en total, disponía de su propia camilla así como de un mueble con lavabo propio para que cada tatuador pudiese lavarse las manos sin tener que ir de un lado a otro. También había ventiladores, espejos de pie y lámparas de pie con focos en cada una de ellas.
Igual que en la planta superior, las paredes eran de pequeños ladrillos a excepción de la del fondo de la sala, que estaba vestida de un papel negro con un diseño en líneas finas blancas de varias calaveras y pequeños y abstractos detalles alrededor de estas.
Los materiales (tintas, caps, agujas, papel de cocina y demás) estaban colocados en cada estantería de una forma ordenada en todas las cabinas.
Estuvimos hablando un poco, y le pregunté cómo había llegado hasta el estudio, a lo que ella me comentó que tenía una moto. Yo le conté que tenía mi furgoneta en el taller y le hablé un poco de Bahía.

—Bueno, pues... tú misma. Instálate en la cabina que más te guste —le dije tras coger una naranja de uno de los armarios y entregársela. —Puedes coger cualquier material que necesites también.

Asintió y se dirigió a una de las cabinas, dejando el maletín sobre el mueble blanco.
Después de inspeccionar el lugar, abrió de nuevo el maletín y pude ver que además del portfolio llevaba consigo varias caps, algunos botes de tinta de diferentes colores y una máquina rotativa inalámbrica.
Se lavó las manos en el lavabo y se echó spray antiséptico en ellas. Acto seguido sacó unos guantes de Nitrilo de su propio maletín y se los puso con mucho cuidado.
Comenzó a montar la máquina, envolviéndola con un plástico de protección.
Me miró a través del espejo con una medio sonrisa y preguntó:

—¿Algún color que nos guste en especial?

—Me gusta bastante el verde —respondí casi de inmediato.

—El verde... vale —repitió riendo ligeramente.

Rebuscó entre sus tintas.

—Hmm... Negro... gris, blanco... —hizo una mueca. —Pues verde... verde no traigo —dijo con tono de decepción.

Me encaminé hacia las estanterías que había detrás suya y revisé los botes de tinta. Ella me seguía con la mirada.

—¿Qué tono prefieres? ¿Oscuro o...? —pregunté sin girarme para mirarla.

—Oscurito mejor, sí.

Me puse ligeramente de puntillas, estirando el brazo hasta alcanzar la tinta deseada y me volteé para dejarla en la mesita auxiliar, cerca de ella. Me sonrió por el gesto y desempaquetó un cartucho esterilizado de unas agujas finitas, unas 3RL. Lo colocó en la máquina y acto seguido abrió el bote de tinta, echando un par de gotas en la cap que había preparado previamente. Lo cerró y lo dejó a un lado.
Examinó la fruta girándola varias veces, estudiando su piel con atención.

—Vale. Por suerte a nuestra naranja no le gustan los diseños demasiado grandes —dijo.

—Anda, menuda suerte —le seguí el juego mientras seguía cada uno de sus movimientos.
—¡Hm! —afirmó con tan sólo un sonido. —Es así minimalista.

—Ya veo...

Mojó las agujas en la tinta y encendió la máquina un par de veces para ver si salpicaba. Luego retiró el exceso con papel de cocina.

—Por suerte tienes una clienta bastante paciente y callada —bromeé.

—Sí, no da mucha guerra, la verdad —continuó. —Hay algunos que se ponen histéricos.

Cogió algo de vaselina de un tarro con un palito de madera y se lo puso en el dorso de la mano derecha para luego, con el meñique, coger un poco y aplicársela a la naranja.
Con la zurda comenzó a trazar el contorno, a mano alzada.

—Bueno... ¿y su vida qué tal, señora Naranja? —comenzó a hablarle como si fuese una clienta real, pero con cierto tono divertido. Yo negué con la cabeza, sonriente. —¿Bien? ¿Los hijos... los hijos bien? ¡Ah! Que uno ya va a la universidad. Joder, el tiempo pasa volando...

Iba aplicando vaselina de vez en cuando en la zona a trazar, ayudándose del índice, y pasaba papel de cocina para limpiar el exceso de tinta a su paso.

—Y... ¿a qué se dedica usted, señora Naranja? —hizo una pausa mientras alejaba la fruta y entrecerró los ojos para contemplar el trazo. —¡Anda! Es abogada —exclamó abriendo más los ojos.

—¿Es abogada? No tiene pinta —dije yo, fingiendo sorpresa.

Apartó la mirada de la naranja para mirarme.

—Sí, sí. Si me lo acaba de decir.

—Pues no tiene cara de abogada... —dije mirando la fruta.

—¿Y de qué tiene cara? —preguntó, intrigada por conocer mi respuesta.

—Pues... pues no lo sé, pero de abogada seguro que no.

—Casey... que la vas a ofender.

Contuve una sonrisa.
—Disculpe, señora Naranja...

—Abogada, abogada —insistió.

—¡Sí! Eso...

Continuamos con el juego un rato más. A su vez, Chambers seguía trabajando en el diseño, atenta a la conversación pero sin perder la concentración en lo que estaba haciendo. Y yo no perdía detalle de sus gestos y de su forma de trabajar.

—¿Y qué tal en sus casos? —continuaba. —No le va muy bien... Ya. Bueno... ¡Seguro que con esta calavera que le voy a hacer le van a ir mucho mejor!

Me dejó tan fuera de juego con su actitud que se me escapó una risita. Al parecer mi intuición no me fallaba; tenía ese toque de tipa dura, de ser alguien inaccesible. Sin embargo mostró su lado más humano y resultó ser mucho más cercana de lo que imaginaba. Me preguntaba si era así realmente o si lo hizo para caerle bien a su posible «jefa». O quizá lo hizo para que me sintiera más cómoda.

Ella me miró.
—Señora jefa, ¿qué le hace tanta gracia?

—Nada, nada...

Sonrió ampliamente y retomó de nuevo la naranja, terminando las líneas superficiales.

—Sujétame un momento a la señora Naranja, porfi —me pidió extendiendo un poco la naranja hacia mí.

—Claro —dije mientras la cogía.

Retiró el cartucho de agujas de la máquina y lo desechó a la papelera junto al papel de cocina usado.

—Conoceos un poquito, mujer. No sé, uhm... —bajó la voz y susurró: —Pregúntale por los hijos, que tiene uno en la universidad —me incitó.

—¿Eh? Ah... ¿Y... y qué estudia su hijo... señora Naranja? —pregunté con la voz temblorosa.

«¿Qué? ¿Por... por qué de repente estoy haciendo esto? ¿Es su venganza por haberme reído?» pensé, nerviosa.
Mientras, Chambers buscó entre sus agujas del maletín y sacó una 5RS, para el sombreado.
Sin comerlo ni beberlo, me encontré en aquella situación de la que no sabía cómo salir y comencé a hablar con torpeza, esperando que no tardara mucho en pedírmela de vuelta.

—¿C-cómo? ¿Que uno está estudiando medicina y el otro es policía? —continué con mi monólogo mientras ella colocaba el nuevo cartucho en la máquina, mirándome, sonriente.

—Bueno, pues dígale a sus hijos que si quieren tatuajes... vengan aquí —proseguí.

Extendió su mano hacia mí, sin dejar de sonreír. Le devolví la naranja y me relajé de nuevo, como si me hubiesen quitado una enorme carga de encima.
Ella comenzó a indicarle, como si de una clienta de verdad se tratase, que iba a proceder con el sombreado; explicando que le iba a doler un poco más, pero tratando de tranquilizarla en todo momento.
Sumergió el nuevo cartucho en tinta, limpió el exceso y comenzó con el sombreado, muy poco acentuado. Tatuaba con la zurda en todo momento.

—Y esta calavera... señora Naranja, ¿por qué? No juzgo su decisión, ¿eh? Ni mucho menos... Yo llevo unas cuantas también —dijo.

Y era cierto. Tenía tatuadas, en blanco y negro, tres calaveras en el brazo derecho que iban desde la mitad del antebrazo hasta el hombro, en perfecta armonía con los músculo de este.

—¡Ah! ¡Que es para hacerse la chula! —exclamó. —Bueno, claro, va a ser ahora la más chula de todo el... —entrecerró los ojos, concentrándose en una zona del sombreado —...gabinete de abogados.

—A ver, yo la contrataría —participé de nuevo.

—Yo... yo la verdad que también. Si tengo que elegir un abogado, lo tengo claro.

Apartó la mirada del trazo para mirarme un momento, me sonrió y volvió a lo suyo.
Al rato alejó de nuevo la naranja para verla con perspectiva y achinó los ojos. Giró su obra hacia mí y me preguntó:

—¿Qué nos parece?

La miré atentamente. Era una calavera realista. Se notaba que había tatuado más de una antes. Tenía un trazo y unas sombras muy limpias.
Asentí a modo de aprobación y le hice saber que estaba muy bien y que me gustaba su estilo.

—Bueno... todo lo bien que se puede en una piel de naranja —dijo mientras se encogía de hombros.

—Yo... me la tatuaría.

Volvió a mirar su diseño y le aplicó gel higienizante para limpiarla.

—Claro. Después de sacarte la carrera de abogacía —bromeó en tono serio y pausado.

—¿Tengo que sacarme la carrera para eso? —arqueé una ceja, sonriendo ligeramente.

—¡Hombre! ¡Es que sino no puedes ser la más chula del gabinete!

—Pues... ¿sabes qué? Prefiero que diseñes otra cosa para mí —contesté rápidamente, desechando la idea de estudiar derecho.

Ella se rió. Por un momento me quedé mirándola. Como si su risa y su cara de felicidad me hubiesen atrapado, pero en seguida aparté esos pensamientos de mi cabeza y simplemente sonreí.
Tras eso, continuó con la simulación y le indicó a su "primera clienta" el proceso de curación y lo que no debía hacer.

—¡Bueno, señora Naranja! Ahora nada de playa a hacerse la chula. ¡Eso es! Reposo absoluto —dijo. —Y se me cambia el parche en unas diez o doce horas.

—¿Deporte? ¡Ni de broma! -puntualicé. —Es pequeño, así que unos tres días sin deporte -me puse las manos en la cintura.

Chambers giró un poco la fruta hacia mí y la movió hacia arriba y abajo, como si estuviese asintiendo con la cabeza.

—¡Mira! Lo ha entendido —dijo.

Sonreí mostrando los dientes, negando con la cabeza a la vez, y ella sonrió ampliamente también, con cierta complicidad.



Sonrío con cariño por un instante al revivir aquél recuerdo, pero en seguida me envuelve la melancolía, y mi sonrisa desaparece una vez más a la vez que dejo caer lentamente mis brazos sobre mis piernas, sujetando aquella fotografía con ambas manos, como aferrándome al pasado.
Ha oscurecido sin darme cuenta. El salón y el retrato de la naranja están iluminados únicamente por la luz que procede de las farolas de la calle y que entra a través de la ventana.
Bahía se ha quedado dormida con su morro apoyado en una de mis piernas. Ni siquiera me he percatado del momento en que se ha acercado a mí.

Suena el teléfono brevemente. Es un mensaje de Tyrone.

Tyrone:
"Estoy abajo"



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