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Tu, Yo y el Diablo

Tierra no estaba bien, no, ni siquiera cerca.

El planeta rocoso estaba en un estado cada vez más deplorable, una parte de el era consiente de esto pero se negaba a admitirlo, necesitaba ayuda.

Pero ¿Quien estaba dispuesto a ayudarlo? ¿Quien iba a extenderle esa mano que tanto necesita? Nadie, el ya lo sabía.

Era un pensamiento auto-compasivo que aligeraba y angustiaba su mente al mismo tiempo, le daba seguridad saber que nadie estaba allí para ver su deterioro, su rostro enfermo y cansado le avergonzaba más que la pena de la soledad. Pero sabía que esa misma le estaba afectando, no era inmune a los efectos del aislamiento y cada día se sentía como una tortura.

Siempre en alerta, siempre cauteloso de lo que le rodeaba, se sentía inseguro en su propia orbita bajo el peso del ojo a la distancia. El abismo lo llamaba pero el seguía negándose a escuchar.

Tierra odiaba la voz que le hablaba más allá del cinturón de Kuiper, aborrecía ese tono dulce y cariñoso que pronunciaba su nombre en un sonido agradable, se sentía sucio por disfrutar oír lo. Asqueado con su propio cuerpo por reaccionar antes las provocaciones del malévolo ser que susurraba promesas dulces en su mente, el planeta rocoso sabía en su interior que algo así no podía ser bueno, no podía existir un ser que dedicará tanto a el que no sea producto de sus fantasías o tenga dobles intenciones.

Sin embargo el aún estaba aferrado a su presencia, oír su voz era tan reconfortante que le recordaba que aún, en la lejanía, era importante para alguien.

Creía, genuinamente creía, que estaba verdaderamente solo en el universo.

No tenía amigos, no tenía su luna, no tenía familia, no tenía nada, solo seres en su interior que lo estaban matando por dentro. Consumiendo sus recursos y abusando de su eterno amor por ellos. Porque Tierra sabía amar, amaba a sus terribolas, amaba la vida que crecía dentro de el, amaba a su luna, pero también sabía odiar.

Y el odiaba lo solo que estaba, lo vacío que se sentía, lo dependiente que era hacia los otros, lo mucho que necesitaba de los demás para estabilizarse. No solo física si no también mental, se sentía perdido en un universo que carecía de total sentido.

Podría morir y nada importaría al final, pero era un cobarde que le temía a la muerte.
Si un día desaparece esperaría que no fuera por su propia mano, que sea otro quien tome el arma tambaleante en sus manos y ponga fin a su tormento.

Que fácil sería todo.


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Días, semanas, meses y el planeta rocoso seguía solo. En este punto Tierra debería saber que nada cambiaría, que esperar un milagro era cosas de creyentes que pensaban que después de la muerte había algo más allá de los cielos. Quizás lo había en las estrellas lejanas, un lugar pacifico donde los santos irían a descansar.

Pero el rocoso no era un santo, no, era un pecador que había roto un mandamiento al maldecir a otro en un acto de pura cobardía. Pertenecía al infierno, aquel lugar cristiano al que solo los más atroces de lo pecadores recibían su castigo eterno, allí vivía Tierra, en una órbita solitario rodeado de la absoluta nada como forma de castigo.


¿Que era la soledad aparte de una penitencia? Había obrado mal, había cometido un acto imperdonable y el universo lo estaba condenado por ello. Merecía su tormento, merecía las lágrimas y las ansiedades que provocaba la ausencia de compañía.

Intento re-conectar con los demás, con Marte, Venus, diablos, hasta Mercurio pero nada funcionaba. Ni siquiera un pequeño vistazo de reojo recibía, parecía que todos estaban de acuerdo en ignorarlo, quizás se divertían a escondidas sin el.

Hasta el Sol parecía indiferente, no importa cuánto suplicara y rogara Tierra por la atención de su estrella, esta parecía inmutable ante los ruegos del rocoso. Se sentía abandonado por todos, su luz lo estaba ignorando, dándole la espalda a un necesitado creyente en búsqueda de esperanza.

Si el Sol, lo más parecido a Dios que un ser como el tenía, lo estaba abandonado buscaría en otro la salvación. En esa voz que lo atraía, que le pedía que lo siguiera, que confiará en su palabra.

Y en contra de todo lo que el creía empezó a escuchar.

Prestaba más atención a sus dulces promesas, a sus amorosos apodos y lo íntimo de esta "relación" que tenían en secreto. El era su creyente y el un remplazo de Dios conviviendo en la intimidad de su mente.

Se sentía sucio por dejarse llevar por la reconfortante presencia en la distancia, se decía así mismo que esto estaba mal, que no era sano, que debía exclamar por ayuda. Debía más no quería.

No le convenía, quiere ser egoísta y aferrarse al único que ser que parece no querer abandonarlo. Todos lo habían dejando ¿No podía el simplemente estar con alguien? ¿Era tanto el daño que había causado hacía los demás que promulgar su condena era necesaria?

Así que rezó a su nuevo Dios por compañía, que le diera un hermoso ángel que cuidara de el y protegiera. Porque el había perdido el suyo, dejando un vacío más grande del que realmente esperaba.

Y el lo escucho, complacido y entusiasta, le prometió un ansiado regalo.

Le prometió una luna.


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El tercer planeta del sistema solar y el rocoso más grande tenía solo un satélite natural. Y el no lo cambiaría por nada, jamás dejaría a su amada luna pero ¿Que pasa si esta lo deja a el?

La respuesta era sencilla, no tendría otra, así de simple. No podía reemplazar a Luna por nadie del mundo pero ¿Y si el lo hacía? ¿Que pasa si se canso de el y fue a orbita a otro planeta? ¿Y si ya no era su Luna?

Entonces habría solo un rocoso con luna, no dos.

Se mantuvo fiel a su vínculo que creía especial, esperando al día donde el volviera a sus brazos y todo sería como antes. Pero el tiempo fue pasando, la humanidad disminuyendo y el clima cambiando pero el no volvió.

Una vez más, Tierra fue abandonado. En este punto no era sorpresa que así fuera, quizás estaba en su naturaleza terminar solo.

Así que cuando su regalo llego a su orbita se produjo un dilema.

¿Debía aceptar a esta nueva luna o seguir esperando el regreso de la suya? Tierra era paciente, alguien que se tomaba milenios en espera un cambio que nunca llegaba, que rezaba en silencio el día en que las cosas fueran distintas pero el universo parecía comprometido a negar le un milagro.

¿Porque tenía que ser el quien siguiera esperando el regreso de Luna como la esposa de un soldado? No era justo, no lo era pero el merecía la injusticia.

La llegada del intruso fue de todo menos bienvenida en un inicio, la apariencia deforme y anormal de la extraña cosa había espantado a la Tierra que había huido aterrado lejos de la cosa.

No podía llamarlo como si fuera alguien, no, no debería existir un ser tan horripilante como el en un lugar como este, en su hogar. Se escondió de la bestia el mayor tiempo que pudo, evitando mirarlo lo más posible.

Jamás en sus años de existencia había visto algo así. Era como ver dos lunas unidas en una masa deforme que carecía por completo de facciones faciales, no había ojos a los cuales mirar ni boca por la cual hablará, solo un hueco en el interior de su forma que no dejaba visita a su núcleo. Probablemente ni siquiera tuviera uno, era anormal, su existencia era anormal.

De por si su apariencia carnosa fue una señal de que algo iba muy mal la implicación de que probablemente había más seres similares hizo que Tierra experimentará un sensación que jamás había sentido con tanta magnitud. Tenía miedo, esta aterrorizado por lo que había más allá en la oscuridad donde la luz de su antiguo Dios no podía llegar.

Su sistema solar, su orbita, su estrella, estaban contaminados con la existencia de una criatura tan vil que rompía con todas leyes de la física. Irreal en un mundo donde lo racional era la base de la verdad el planeta tierra estaba experimentando lo forma física de la mentira.
Lo más normal era avisar del intruso, advertir a todos la presencia de este repulsivo ser y no dejar que la influencia de aquel demonio se propagara por su hogar. Pero el, con esa voz prometedora, le había pedido guardar silencio.

-"No digas nada."- Susurro la voz en sus oídos. -"Es un regalo, una muestra de mi gratitud y devoción hacia ti, Tierra. El es mío y ahora es tuyo, cuídalo por que te lo confío."-

Y así lo hizo.

¿Cuando había dejado de luchar contra su influencia? ¿En que momento se volvió tan permisivo? ¿Tan débil?

Pero esa cosa era un regalo, este era su ansiado milagro ¿Verdad?

Tenía que ser fuerte y encarar a la bestia, no dejarse intimidar por su hórrida aparecía. Cuando se dejo alcanzar por el feo monstruo a una distancia relativamente segura comenzaron sus intentos de comunicación.

Al comienzo fue un fracaso absoluto que le valió un incomodo silencio por parte de la extraña cosa, sus intentos de conversación oral se vieron fuertemente afectado por la nula presencia de boca y quedo estipulado que los extraños sonidos provenían de alguna anormal fisura en su superficie carnosa.

Nada estaba funcionando, no había logrado ningún progreso en lo que parecían semanas, en este punto la supuesta luna parecía estar en estado vegetativo por lo quieto e inmutable que parecía ante sus constantes fracasos.

Incluso Iris encontró su lucha inútil, dejando en entre ver que pensaba que era un estupidez. -"Tierra, querido, llevas dos semanas tratando de entablar una conversación sin parar desde que dejaste de chillar, haz el favor de callarte un momento por favor."-

Incluso en su delicado estado de salud mental Tierra seguía siendo alguien muy terco y se frustraba con facilidad. _"Si tanto te molesta entonces haz algo maldita sea, se supone que está 'luna' viene de tu parte ¿Como diablos quieres que me comunique con algo que no puede hablar?"_

Después de un silencio pesado por parte del Iris, Tierra continuó con su auto impuesto deber de enseñar algún tipo de lenguaje a la espantosa cosa que al parecer era una luna. Inicio de manera sencilla con un lenguaje de señas que no fuera demasiado complejo de copiar y en un idioma que fuera lo más fácil de aprender, el inglés.

Lo que tenía de feo la luna lo tenía también de inteligencia, no mucha a comparación de los demás planteas pero lo suficiente como para comprender lo que Tierra le enseñaba. No se consideraba tan buen maestro como Júpiter o tan paciente como Marte pero estaba dando su mayor esfuerzo en esta pequeña tarea era casi una forma reconfortante de distracción.

Le recordaba fugazmente a cuando enseño a luna, su Luna, como hablar en otros idiomas. Le dejaba un sabor amargo recordar el tiempo en pasado, como si nunca volviera a experimentar algo así pero aquí estaba enseñando le un satélite nuevamente.

Cyst, que así se llamaba la luna, logro aprender en el periodo de dos semanas los conceptos básicos del lenguaje de señas, estaría en un nivel promedio ya que aún tenía dificultades para hacer oraciones más complejas y mayormente recurría a frases cortas.
El rocoso podía sentirse orgulloso de decir que enseñó hablar a un ser sin la capacidad de hacerlo.

Las primeras palabras de Cyst fue un acontecimiento peculiar, escalofriante en su mayor parte por lo tosco de sus movimientos y las palabras que parecían no tener sentido.

«"Señor. ¿Mi premio? No. De alguien más. Bonito. Hambriento. Propósito. Tu."»

Un completo sin sentido pero ya que este era su nuevo ángel, su nueva luna ¿Que tenia que perder? Nada. _"Eres mi luna, tu nombre es Cyst ¿Verdad?"_

«"Si. Tuyo. Cyst. Mio. Ambos. Señor. Mi amo. Ser. Suyo."»


Por alguna razón Tierra sentía que estaba cometiendo el peor error de su vida al tener a esta cosa con el.


«"Los dos. Tres. Cinco. Más. Juntos. Por siempre."»



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