Capítulo 2
Bruno estaba de pésimo humor; había regresado al hospital, pero su jornada no había sido muy provechosa. Por fortuna, no tenía pacientes citados. Trabajaba en el Policlínico de Milán, uno de los Hospitales más antiguos, muy cerca del centro histórico. Amaba su trabajo, pero aquella mujer había sabido descolocarlo más de lo que hubiese esperado.
Aquello ya no le sucedía; cierto que le había gustado, que era hermosísima y con un aura de misterio como la Odette del segundo acto del Lago de los Cisnes; tan frágil como ella, pero tan hiriente como lo pudo haber sido su alter ego Odile. Había sido respetuoso, amable, considerado, ¿por qué tenía que tildarlo de aprovechado? Aunque no lo hubiese dicho de manera tan expresa, así lo había sentido. Le había explicado incluso que el viaje lo harían con su hermana, así que no esperaba esa reacción de su parte. Ni siquiera su alianza justificaba su desconfianza, porque él no había pretendido conquistar a nadie.
Llevaba casi diez años de viudo; la soledad le pesaba mucho, pero no había encontrado de nuevo el amor. Había tenido relaciones sin compromiso, muchas, pero luego de un par de semanas se aburría de todas ellas. No estaba preparado para amar de nuevo, y por ello no había sido capaz de quitarse la alianza del dedo.
Cuando llegó a la casa, ya Isabella estaba allí. Era su hermanita, su pequeña de diecinueve años, la única que aliviaba su soledad. Bella se había dado una ducha al parecer pues tenía el cabello mojado todavía, pero corrió a abrazarlo y a colgarse de su cuello:
—¡Perdón por dejarte plantado!
Su hermano le dio un beso en la cabeza. Bella tenía el cabello castaño como él y sus mismos ojos. Se parecían bastante y él la quería mucho.
—No te preocupes, ¿qué tal el ensayo?
—En realidad no fue el ensayo lo que se demoró, sino una reunión que tuvimos después. Van a hacer audiciones para algunos papeles de La Bella Durmiente, y quieren que estemos preparados para optar por ellos, incluso los más jóvenes.
—¡Eso es maravilloso! —exclamó él más animado—. Vas a presentarte, ¿cierto?
Ella asintió.
—Solo que no sé por cual papel; tengo miedo de no hacerlo bien...
Bruno notó la decepción en su voz y le dio un abrazo.
—Eres muy talentosa, e incluso si no obtienes el papel que deseas, eso no importa. La vida se trata de entrenamiento, y cada prueba nos hace más fuertes. No puedes dejar de participar, hazlo lo mejor posible, pero sobre todo disfrútalo. La diferencia a veces está en el corazón que se ponga al bailar.
Bella le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Amaba a su hermano, él era maravilloso.
—Eres increíble —le contestó—, pareces un profesor de ballet.
Él se rio y se dejó caer sobre el sofá. Tenían un hermoso departamento, algo muy clásico ambientado de manera muy hogareña. A él le desanimaban las decoraciones minimalistas para las casas, no se sentían verdaderos hogares en su opinión, sino espacios muy fríos.
—¿Llegaste a almorzar en el Café? —le preguntó Bella sentándose frente él.
La pregunta lo hizo recordar una vez más a Cate, y volvió a sentir incomodidad por como terminaron las cosas.
—Almorcé en compañía de una bailarina —le confesó a su hermana, sin saber por qué.
—¿En serio? —Ella tenía curiosidad—. ¿De nuestra compañía?
—No; nació aquí en Milán, pero vive en Nueva York. No me dijo el nombre de la compañía, pero imagino sea el American Ballet. Según me dijo, estará ausente por algún tiempo de las presentaciones pues sufrió una lesión. Es mayor que tú, tendrá unos treinta años quizás.
Bella se quedó pensativa.
—Por lo que me dices la única que pudiera ser es Cate Ferri —respondió.
—Me dijo que se llamaba Catarina, pero no me confió su apellido.
Bella comenzó a saltar de entusiasmo y se pasó junto a su hermano en el sofá.
—¡Cielos! ¿Almorzaste con Cate Ferri? ¡Cómo es que me perdí ese almuerzo!
Bruno se echó a reír ante la alegría de su hermana, en algunas ocasiones parecía una niña pequeña.
—Puede ser, no estoy seguro. ¿Es muy famosa? —Tenía mucho interés.
—¡Si es ella es una de las más famosas primeras ballerinas del mundo! —exclamó—. ¡Dance Magazine la reconoció en el puesto tres el año pasado!
Bruno sabía que Dance Magazine era una prestigiosa revista del mundo de la danza. Si en verdad se trataba de Catarina Ferri, no cabía duda de que era muy talentosa.
Bella buscó en su teléfono una foto y se la mostró a su hermano.
—¿Es ella?
—Sí, es ella —respondió al fin. No había olvidado la expresión de aquel rostro perfecto.
—¡Increíble! —exclamó Bella todavía entusiasmada—. ¡Quién lo hubiese sabido para hablar con ella!
Bruno se quedó pensativo, recordando que la había invitado con ellos a Varenna, pero no creía que ella aceptara. Habían pasado varias horas desde el final del almuerzo, y no tenía ni un mensaje de ella. ¿Por qué esperar otra cosa?
Se levantó del sofá y se dirigió a la ducha, mientras Isabella le decía que encargaría algo de comida. Ninguno de los tenía deseos de cocinar esa noche.
Luego de tomar un baño, Bruno se acostó en la cama y tomó su teléfono. Sentía curiosidad de ella, así que la buscó: Catarina Ferri, más conocida como Cate Ferri. Miles de sitios aparecieron de ella, incluso fotos y videos, pero se decantó por leer la ficha de Wikipedia. Siempre era una página muy ilustrativa, pensó con una sonrisa.
"Cate Ferri, nacida en Milán el 14 de septiembre de 1987 —tenía más de treinta años, algo que no aparentaba—. Hija de la bailarina Gabriella Ferri y de su esposo Carlo, bailarín y coreógrafo.
Se educó en La Scala, hasta que su madre se fue a trabajar a Nueva York. Terminó su formación en el American Ballet donde comenzó a bailar. Ganó el Grand Prix de Laussane con veintitrés años. Actualmente es una de las bailarinas más importantes del mundo.
Desde el 2015 tiene una relación con su partenaire el primer bailarín Rudolph Petrov, nacido en Rusia".
No se esperaba aquello, pero era lógico que tuviera una pareja. Sin embargo, ¿por qué la había notado un poco triste? ¿Sería por la lesión? ¿Dónde se encontraba el tal Rudolph?
Sus preguntas obtuvieron respuestas cuando en el buscador le aparecieron varias noticias recientes, de ese mismo día:
"La página del American Ballet anuncia que la primera bailarina Cate Ferri se ha retirado a causa de una lesión". En otra nota aparecía: "La representante de Cate Ferri afirma que la bailarina se encuentra bien, pero recuperándose de su lesión. No tiene certeza de cuándo volverá a los escenarios. Asimismo, comunica su separación del bailarín ruso Rudolph Petrov, quien fuera su pareja artística y sentimental desde 2015".
Bruno se quedó aún más sorprendido. Había visto a la bailarina levantarse de la mesa para pedirle que le acompañara a comer, y no había notado en ella ningún indicio de una lesión reciente. Pensó que se trataría de algo antiguo, pero al parecer de la lesión hacía unos pocos días y él, como médico, no se había percatado de nada. Aquello era extraño. Más aún, saber que no solo se había alejado del escenario, sino también de su pareja de los últimos años.
Todo lo que podía pensar al respecto eran simples especulaciones, así que decidió no darles cabida y deleitarse con los videos que de Cate aparecían en las redes. Tenía la suficiente cultura para saber de ballet, el resto lo había aprendido con Isabella. Era capaz de apreciar la delicadeza de Cate como cisne: la languidez de su figura romántica, el aleteo de sus brazos, el arabesque perfecto de la pierna que se elevaba al cielo en el adagio del segundo acto; luego, el contraste con la maldad de Odile en el tercero: la agilidad y maestría dando unos maravillosos fouettés; los vertiginosos piqués que la hacían recorrer el escenario con una velocidad impresionante y la expresión pletórica de orgullo ante el triunfo del mal sobre el bien.
Cate era maravillosa, incluso él que era un aficionado se percataba de eso. La siguió admirando en la Julieta de Shakespeare, en la Kitri de Don Quijote con la belleza latina que la caracterizaba, y cautivadora en papeles más contemporáneos, aunque para él los grandes clásicos eran sus preferidos. Alguna vez había visto un video de ella -Bella lo hacía sentarse a su lado a mirarlos-; ahora comprendía la razón por la cual el rostro de Cate le pareció conocido cuando la vio por primera vez.
Esa noche, después de comer, comprendió que era difícil que la volviera a ver. Varenna era un lugar pequeño, pero no lo suficiente como para pretender toparse con ella una vez más. Le había dado su tarjeta en vano, aunque quizás fuera mejor así. ¿Qué le importaba a él si no volvía a ver a aquella misteriosa bailarina?
Al día siguiente, cuando despertó, ya Isabella estaba en la cocina preparando el desayuno para los dos. Estaba muy entusiasmada porque tenía planes para ese fin de semana con su mejor amigo Pablo, quien también era bailarín de la compañía y su familia que vivía en Varenna. También estaba su hermana mayor, que de seguro los estaba esperando y siempre era muy agradable cuando se reunían los tres.
—¡Buenos días! Despertaste temprano, Bella.
—¡Buenos días! —le dio un beso—. No quisiera marcharme muy tarde, quedé en ver a Pablo.
—Recuerda que Chiara nos necesita.
—A ti más que a mí —rio.
Chiara era la hermana mayor; estaba embarazada de siete meses de un niño al que querían nombrar Luca, como su padre. Bruno estaba feliz con ser tío y se había brindado con su cuñado a armar la cuna. Luca no era muy hábil en esas cuestiones —era un profesor de literatura zurdo para las actividades manuales—, así que él se ocuparía de la mayor parte del asunto.
Cuando terminaron de desayunar, se dirigieron al garaje del edificio donde vivían, que se hallaba en el sótano. Cada uno llevaba una pequeña maleta para pasar el fin de semana. Algo que solían hacer con cierta frecuencia sobre todo luego del embarazo de Chiara, quien se movía muy poco de Varenna.
Bruno tenía un excelente auto, un audi de un par de años atrás de color plateado. Jamás le daba problemas, por eso se quedó extrañado cuando el auto no encendió.
—¿Qué sucede? —preguntó Bella desconcertada.
—Parece que es un problema eléctrico; la pizarra tampoco enciende. No vamos a poder ir —añadió con frustración.
—¡No podemos hacer eso, Bruno! Chiara nos espera, además es la celebración de San Giovanni, y debemos estar...
Era una tradición muy bonita para celebrar y siempre lo hacían en Varenna.
—¿Qué sugieres? Debo arreglar el auto...
—Llama a la agencia, deja las llaves con el conserje y tomemos el tren hasta Varenna.
Bruno lo consideró por un par de minutos, y finalmente accedió. En lo que llamaba a la agencia, Bella se encargó de solicitar un taxi para ellos. Muy pronto estuvieron en la estación central de Milán desde donde partían los trenes.
—¿Ya ves? —le dijo Bella con una sonrisa de oreja a oreja cuando entraban a la estación—. No nos fue tan mal, si nos damos prisa podemos tomar el de las diez.
—Siempre te sales con la tuya —rio su hermano, revolviéndole su lacia cabellera de color castaño.
Se dirigieron a una de las ventanillas para comprar los boletos, y fue entonces cuando la vio: la reconoció de inmediato. Se hallaba delante de ellos comprando su boleto para el viaje. Su hermana a su lado no se percató de ello, continuaba hablándole de cualquier tontería, pero Bruno solo podía mirar su cabello oscuro de espaldas y su alta figura. A su lado, un equipaje bastante voluminoso.
Cate se volteó luego de pagar, y su mirada se cruzó con la de él. Se quedó por unos segundos desconcertada, sin poder decir ni una palabra.
—Hola, otra vez —le saludó él.
—Ho... Hola. —No sabía por qué, pero la voz le temblaba.
—¡Cielos! ¡Eres Cate! —exclamó Isabella a su lado, comprendiendo la situación.
La aludida iba a responder, cuando una señora mayor que iba tras ellos se quejó por la demora.
—Paga los pasajes, por favor, Bella. Ayudaré a Cate con el equipaje.
Isabella asintió y se colocó en la ventanilla, en lo que su hermano y Cate se apartaban de la fila. Bruno se colocó su mochila al hombro para poder hacerse cargo de la maleta más grande de Cate. La otra la llevaría la propia joven; era su equipaje de mano.
—Gracias —susurró ella.
Él asintió, pero no le dijo nada.
—Pensé que irían a Varenna en auto —volvió a comentar ella.
—Eso creía yo también, pero mi auto se descompuso. Mi hermana insistió en ir de todas formas, así que aquí nos vemos otra vez.
—Es una suerte que no te haya llamado para el viaje, porque de todas maneras el tren sería nuestra opción después de todo.
Bruno sonrió: hubiese preferido que ella lo llamara, aunque no lo dijo. Cate estaba considerando disculparse por su comportamiento de la víspera, cuando Bella regresó con los boletos.
—Ella es mi hermana Isabella —la presentó, aunque ya lo sabía.
Bella le dio par de besos, estaba muy emocionada.
—¡No puedo creer que te conozca personalmente! Eres mi ídolo, y he visto todas las grabaciones de tus presentaciones. He ensayado incluso con ellas. Aprendí el rol de Giselle viendo el video de una de tus funciones.
Cate le sonrió, aunque se sentía halagada, no se acostumbraba todavía a recibir tantos elogios.
—También me agrada conocerte, Isabella. ¿Sabes que siempre soñé pertenecer a La Scala? Era lo que más deseaba cuando era pequeña, así que el que seas miembro de la compañía vale mucho para mí.
Bella no podía creer que alguien como Cate le estuviese diciendo eso. ¡Era muy amable!
—¡Gracias! Estoy muy feliz por formar parte de ella.
—¿Qué les parece si nos acercamos al andén? —propuso Bruno.
Las damas aceptaron, y comenzaron a conversar de muchas cosas: Bella no dejaba de hacerle preguntas acerca del American Ballet; le interrogó por algunos roles y le contó ella también de sus experiencias. Apenas estaba comenzando, pero sabía que el ballet era lo que más le gustaba.
Bruno observaba satisfecho la simpatía natural que existía entre ambas: Cate, la más madura y consagrada e Isabella, la novel artista, que comenzaba a dar sus primeros pasos en la danza profesional. Tenía una excelente impresión de Cate. Era una mujer muy sencilla. No era dada al alarde y hablaba con su hermana como si se tratara de una compañera de la misma edad.
Entraron al tren y Bruno colocó el equipaje de todos en la parte superior; se sentaron juntos y continuaron la charla. Cuando el tren se puso en marcha, Bella le estaba contando sobre las audiciones y que no sabía por qué papel optar.
—Las audiciones suelen ser momentos importantes y tensos, lo inteligente es sacar el mejor provecho de ellos y aprender. Piensa en un rol que demande de ti, pero que tampoco sea protagónico. Habrá muchas que lo aspiren y objetivamente, es más difícil de conseguir. Te recomiendo escoger un papel que te haga lucir, sin parecer demasiado pretenciosa. Con talento, los grandes roles vendrán poco a poco.
—Tienes razón —concordó la chica, quien le escuchaba con atención.
—La Bella Durmiente tiene muchos papeles hermosos —prosiguió la más experta—. ¿Has pensado en alguno?
—Anoche pensé que tal vez podría presentarme para la variación de la Princesa Florina y el Pájaro azul.
Cate sonrió. Era uno de sus favoritos.
—¡Me parece excelente! También lo bailé cuando era más joven y me gusta muchísimo, así como la música. Necesitarás un partenaire.
—Voy a hablar con mi mejor amigo, es un bailarín excelente. Estoy segura de que le encantará.
Bruno rodó los ojos. Últimamente su hermana no hacía más que hablar de Pablo Castello, su mejor amigo. Se preguntaba incluso si existiría algo más entre ellos. Era un buen muchacho, pero Isabella era muy joven todavía y no quería que sufriera ni que su carrera se viera perjudicada a consecuencia de malas decisiones en el amor.
—Pues cuando hables con él y lleguen a un acuerdo, me brindo para darles algunos consejos, ver videos o tomarles un ensayo.
Bruno sonrió al escucharla, sin duda Cate era asombrosa.
—¿Lo dices en serio? ¡Eso sería magnífico! —exclamó Bella entusiasmada.
La aludida asintió.
—Para mí es un placer. Me gusta mucho tomar ensayos y ayudar a los más jóvenes. Solo me gustaría pedirles que no dijeran nada de mi presencia aquí. He salido de Nueva York sin decir a dónde me dirigía y pretendo que continúe siendo un secreto. Quiero mantener mi privacidad.
Bruno se sorprendió cuando le escuchó decir aquello. ¿Sería a consecuencia de aquel novio, Rudolph, que había dejado atrás?
—Seremos discretos, te lo aseguro —le contestó Isabella—. Leí que tuviste una lesión, espero que te sientas mejor y que pronto puedas estar de regreso en el escenario.
—Gracias —le respondió Cate con una sonrisa triste.
Bruno cada vez más desconfiaba de aquella historia de la lesión; había algo que ciertamente no encajaba, pero se mantuvo en silencio. No quería interrumpir la conversación entre las dos bailarinas, para él bastaba con observar a Catarina, a quien tenía frente a él, con una hermosa mirada color miel. Hubiese querido hablar más, pero no se atrevía. Había cosas que no podrían decirse frente a su hermana, pues aún le dolía el equívoco de la víspera y el mal concepto en el que lo tuvo. A fin de cuentas, Cate no le había llamado, aquel encuentro había sido una simple casualidad.
Al cabo de una hora, el tren llegó a su destino. Bruno volvió a ocuparse del equipaje de la bailarina, y se quedaron a las afueras de la estación aguardando por Luca, quien iría a recogerles.
—Mi cuñado puede llevarte a casa de tu familia. Me dijiste ayer en el almuerzo que te quedarías en casa de ellos, ¿verdad? —añadió Bruno.
—Así es. En realidad, mi mamá tiene una casa aquí en Varenna donde pretendo vivir algún tiempo, pero como no sé las condiciones en las que se encuentre, tal vez deba quedarme con mi tía y primos.
—¿Ellos saben que has venido? —insistió el doctor.
—No, pero no importa. Estaré bien. Tomaré un taxi.
—Cate... —Ella negó con la cabeza.
Abrió su cartera y tomó un bolígrafo y unos post it para anotar su teléfono.
—Bella, aquí tienes mi número. Estaremos en contacto —le dijo con una amable sonrisa.
Bruno se quedó incómodo con que el teléfono se lo diera a su hermana y no a él. Al parecer, quería dejar las cosas bien claras entre ellos, y eso lo hacía sentir muy enfadado porque él tan solo había querido ser amable.
—Te llamaré para que guardes el mío. Cualquier problema no dudes en contactarnos. ¡Gracias, Cate!
Las jóvenes se dieron un breve abrazo y luego Cate miró a Bruno un instante.
—Muchas gracias por todo.
Él se encogió de hombros.
—Te ayudaré a buscar un taxi. —Fue su respuesta.
No fue muy difícil pues en el estacionamiento había varios aguardando por el flujo de turistas que de manera habitual viajaban de Milán a la pintoresca ciudad. El chofer se encargó de guardar el equipaje, y se volvieron a despedir, aunque de manera rápida y sin apenas decirse nada relevante.
Cate sabía que debía disculparse con él por su comportamiento, pero no había hallado ni las palabras ni el momento para hacerlo. Tan solo lo miró un instante, y luego de que sus miradas se encontraran, se marchó en el taxi rumbo a un hogar en el que no había estado desde hacía mucho tiempo.
—Cate es genial —comentó Isabella a su lado—. Es excelente bailarina, pero también maravillosa persona.
—Eso parece —susurró Bruno, abstraído.
—¡Ya llegó Luca! —gritó Bella alegre cuando notó que la camioneta negra de su cuñado se estacionaba a su lado.
—¡Hola! —exclamó el profesor de inglés.
Los hermanos se acercaron a saludarle. Era un hombre agradable, de casi cuarenta años, pelo rubio —aunque se estaba quedando calvo— y usaba gafas de pasta.
—¿Cómo está Chiara? —preguntó Bruno.
—Estupenda, se ha quedado en casa adelantando la comida, pero les espera con mucho entusiasmo. También me ha pedido que te recuerde que la cuna aguarda por nosotros.
Bruno soltó una carcajada. Aquello de la cuna sonaba a amenaza por parte de Chiara, pero pondría su mayor empeño. No sería tan difícil hacerlo, ¿verdad?
Al llegar a casa se encontraron a una hermosa embarazada de siete meses de treintaicinco años. Era la hermana mayor, y en ausencia de los padres, fungía también como una especie de madre. Chiara abrazó primero a Isabella y luego a Bruno. Estaba feliz de verlos, pues por un momento temió que el asunto del auto descompuesto les impidiese llegar.
—¡La pasta está en el horno! —informó.
—¡Huele exquisito! —comentó Bruno y era verdad.
Chiara era una maravillosa cocinera, pues era una artista en todo el sentido de la palabra. La misma habilidad que tenía como ilustradora de cuentos infantiles, la poseía para cocinar. Su trabajo le permitía estar mucho tiempo en casa, y con el embarazo había resultado magnífico.
—¿Qué tal hicieron el viaje? —dijo la mujer, acomodándose en un sofá con almohadones.
—Maravilloso —respondió Bella—. Coincidimos con Cate Ferri, la gran bailarina del American Ballet. Por cierto, no puedes decir que está en Lombardía, es un secreto —añadió—. Lo más interesante del caso es que ya Bruno la había conocido el día anterior. Incluso almorzaron juntos.
Bella lo dijo con la ingenuidad propia de una chica de diecinueve años que jamás se había enamorado, pero para Chiara con treintaicinco, aquella información era muy valiosa.
—¿En serio? —comentó, mientras clavaba su mirada en su único hermano varón.
El aludido se ruborizó un poco, no sabía por qué aquel comentario lo hacía sentir incómodo.
—Fue una casualidad. Bella me dejó plantado en el restaurante y compartimos la mesa. Es todo.
Chiara sonrió al notarlo tan nervioso, pero no dijo nada más.
—Cate me va a ayudar a ensayar para mi audición. Es una mujer fabulosa y sabe mucho de ballet. Pretendo hablar esta misma tarde con Pablo para ponernos de acuerdo sobre el papel por el cual vamos a optar. Probablemente sea la variación de La princesa Florina y el Pájaro azul.
—Estoy muy feliz por ti, cariño —le respondió Chiara—. Es muy amable de parte de esa muchacha que quiera ayudarte. ¿Estará mucho tiempo en Varenna?
—Tal vez, pues se recupera de una lesión. Tiene familia aquí en la ciudad.
—Pues me gustaría conocerla. Tal vez mañana mismo en la celebración de San Giovanni, ¡todo el pueblo se reúne en el lago!
Bruno no lo había pensado, pero tal vez volvieran a encontrarse. Tan solo de pensarlo se sentía inquieto una vez más.
—Le llamaré más tarde para decírselo —convino Isabella—. Estoy convencida de que le gustará asistir.
Bruno no quiso seguir escuchando, sentía que debía concentrarse en algo más que no fueran aquellos hermosos ojos de color miel que había admirado durante todo el trayecto. ¿Por qué se torturaba así? La bailarina había dejado muy claro que él no le interesaba en lo más mínimo y, para ser honestos, él tampoco tenía interés en involucrarse con ninguna mujer.
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