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8


—¿A dónde quieres llegar? —preguntó Mizu, quien se sentó en la cama del capitán para escuchar sus palabras.

—¿Sabes lo que significa "corazón de fuego"? —Keizar dejó la espada a un lado y se fue a sentarse a su lado. Mizu negó con la cabeza. Sus latidos empezaron a acelerarse de nuevo—. Para empezar a contarte que significa, primero tengo que hablarte de los dioses.

—Escuché que nombran a Drágora varias veces, ¿tiene que ver con ella?

Keizar cruzó sus piernas encima del colchón, la pose lo hizo parecer más joven. Mizu escuchó atento sus palabras.

—Sí y no. Según cuentan las leyendas, este mundo fue creado por dos grandes dioses. Alkun y Semayi. Alkun, al ser el dios de todas las almas, y Semayi, la que controla el destino, mantenían el mundo en un balance perfecto. Sin embargo, aquel trabajo que empezó siendo honorable y satisfactoria, con el pasar del tiempo fue resultando agotador, ya que no podían dedicarse el uno al otro como antes lo hacían. Pensaron que tal vez se equivocaron, que no tenían que haber iniciado una obra tan grande, pero a su vez, amaban a cada una de sus creaciones.

Con el tiempo y debido al fruto de los sentimientos que tenían el uno por el otro, nacieron sus hijos: Drágora, Grimoria, Sumarin y Vishna. A quienes dieron la difícil labor de seguir con su legado. Sus hijos poseían grandes habilidades y el mismo amor por el mundo que ellos. Drágora heredó las inmensas aguas del océano y gobernó a los animales que en él vivían con justicia y dedicación, Sumarin se adueñó del aire y la luna, mientras que Grimoria, el sol y sus llamas. La potestad de la Tierra y sus habitantes, quedó a merced de Vishna.

Al tener por fin a otros dioses que cuiden de su mundo, Alkin y Semayi decidieron que podían volver a descansar y pasar tiempo juntos. En un acuerdo mutuo, sellaron sus almas en una sola como muestra de su amor y dejaron dos regalos antes de ir al olvido. A sus hijos, les heredó leales y devotos guardaespaldas para que nunca estuvieran solos en el largo camino que los esperaba. A los habitantes de este mundo, les concedió un alma gemela para que algún día pudieran encontrar el amor tal y como ellos lo hicieron. Luego de eso, nunca más se volvió a saber nada de ambas deidades.

Los dioses concebidos empezaron la loable labor de cuidarnos. Al principio todo fue pacífico y cada uno se encargaba de sus deberes. Pero descubrieron que sus habilidades incrementaban a medida que las personas los adoraban. Grimoria era una de las diosas más aclamadas pues el día era de ella, seguido de Vishna por ser el guardián de la tierra. Eso generó celos en los demás dioses, pues a medida que ellos dos eran alabados, Sumarin y Drágora eran dejados atrás. Esta última, enseñó a sus pocos devotos el arte de navegar por los mares, haciendo que pronto también ganara popularidad. Sumarin estaba celoso del logro de sus hermanos, él también quería el amor que los demás recibían. Con el tiempo, descubrió que no solo podía ganar poder por medio de la adoración, sino también con súplicas y miedo. Envió fuertes tormentas para que pudiera ser aclamado en medio del pánico; por las noches, liberó criaturas aterradoras para fomentar el temor en los más vulnerables. Su poder creció a tal punto de volverse uno de los más fuertes. Sin embargo, algunas personas no estaban contentas por ser utilizadas como carnada y empezaron a sentir recelo de los dioses. Otras, en cambio, formaron clanes y reinos para adorar a su dios predilecto.

Muchos de esos clanes murieron, otros tuvieron que esconderse cuando las personas fueron enfureciéndose más con cada injusticia de los dioses.

—¿A qué tipo de injusticias te refieres? —preguntó Mizu intrigado con la historia.

—Verás, hay muchas más historias de las que imaginas. La más grande hasta ahora, fue la de Drágora.

—¿Qué pasó con ella? —quiso saber el chico, si Bastian le dijo la verdad, entonces la mujer que está tallada por casi todas las puertas de la embarcación es ella, se suponía que gobernaba con justicia, Mizu no podía imaginarla como malvada, más bien, teniendo en cuenta su imagen, la ve como triste y desesperada.

—Todo esto que te estoy contando es para que sepas lo que sentiste con la espada. Sin embargo, tu pregunta también tiene mucho que ver con ella. Será mejor que te pongas cómodo.

Mizu no esperó a que se lo dijeran dos veces, recostó su espalda contra la pared y se acomodó en el colchón de Keizar, quien más que mostrarse irritado por su comodidad, lucía divertido.

—Continúa —Mizu se cruzó de brazos esperando ansioso el resto de la historia.

Keizar depositó la espada del Fénix a su lugar de nuevo y fue a lado de Mizu para continuar el relato. Le contó una historia de amor entre el antiguo Pirata de Fuego y Drágora, como aquel hombre fue asesinado a manos de sus antiguos aliados y la diosa cobró venganza. Mizu sintió una tristeza indescriptible a medida que Keizar hablaba.

—Se dice que el Pirata de Fuego dentro de su barco en lo profundo del océano.

—¿Qué pasó con el resto de su tripulación? —preguntó Mizu con tristeza.

—Nadie logró salir vivo de aquel lugar.

—Eso es terrible. ¿Por qué lo harían? ¿Cómo pudieron matarlo por algo como eso? ¡Es tan injusto! —a Mizu le sorprendió su propia reacción —¿Crees que el Pirata de fuego era una mala persona? —preguntó.

—Es lo que dice la historia. Investigué algo al respecto, curioso porque una diosa se haya enamorado de un simple humano y encontré versiones que cuentan que aquel pirata no era tan maldito como decían, que los niños sumados a su tripulación fueron rescatados de la esclavitud, que el dinero no era solo para él, sino para quienes eran marginados por la realeza de Hadria y otros reinos, y que saqueaba barcos que amenazaban a los campesinos que vivían de la caza y pesca.

—Entonces... ¿por qué?

—No sabes de lo que son capaces las personas solo para tener el favor de uno de los dioses —La expresión de Keizar se volvió sombría—. El punto es, que el Pirata de Fuego poseía grandes tesoros que según se rumorea, están enterrados con él. Lo único que se salvó de ser desterrado en el olvido es la espada del Fénix.

—¿Cómo?

—Verás, el Pirata de Fuego pertenecía al clan Fénix. ¿Recuerdas lo que te dije sobre que hubo clanes que se formaron para adorar a los dioses? —Mizu asintió—. El Pirata de Fuego pertenecía a uno de ellos. El clan Fénix es uno de los más antiguos adoradores de la diosa Grimoria. Nadie sabe dónde están, ni cuántos son, solo un verdadero miembro puede llegar a ellos.

—¿Qué tiene que ver la espada del Fénix con el clan?

—La diosa Grimoria les concedió esa espada sagrada como muestra de agradecimiento por la lealtad que demostraron desde hace siglos. El Pirata de Fuego robó aquella espada del clan cuando decidió que recorrería los océanos. Sin embargo, después de su muerte, volvió misteriosamente al lugar al que pertenece.

—¿Cómo es que la tienen ustedes?

—Esa es otra larga historia, una que no me corresponde contarla —sonrió de lado—, pero hay algo que debes saber, esa espada tiene una cualidad única, sólo puede ser blandida por los miembros verdaderos de ese clan.

Eso último quedó sonando en los oídos de Mizu como si fuese un eco. Se quedó calculando unos segundos hasta que por fin entendió lo que Keizar estaba tratando de decirle.

—¡Imposible! Eso no puede ser verdad porque significa que entonces yo...

—Lo siento, déjame corregirme —suspiró del alivio—. Cualquiera puede blandirla, pero un verdadero miembro del clan es el único que puede sentir su verdadero poder.

La cara de Mizu debió ser de verdadero shock porque Keizar preguntó:

—¿Estás bien?

Mizu negó con la cabeza.

—Te dije de dónde vengo, no puedes ignorar ese hecho y empezar a soltar afirmaciones como esa —Mizu se levantó del lugar.

—Espera —Keizar lo tomó del brazo. Su agarre era firme y eso le hizo sentar de nuevo—. No estoy afirmando nada, Mizu. Solo digo que hay una alta probabilidad de que pertenezcas a ese clan y no lo sabías.

—¿Acaso escuchas lo que te digo o solo me tomas del pelo? No soy de aquí, jamás lo he sido...

—Cálmate, Mizu —sentenció Keizar al verlo tan alterado—. Sabes, hay libros, guardados bajo extrema protección y olvidadas por el resto del mundo, que mencionan algo sobre el primer fundador del clan Fénix, en ellos se menciona que él tampoco era de...

—Solo quiero saber una cosa —no sabía el porqué, pero su cuerpo empezó a temblar al escuchar las palabras de joven pirata—, ¿por qué mencionaste lo del corazón de fuego en medio de la batalla? ¿Cómo sabías que la espada iba a reaccionar a mí?

Keizar no dijo nada por varios segundos, su rostro se ensombreció y desvió la vista. Mizu se enojó intuyendo lo que el hombre iba a decir.

—No lo sabía —soltó por fin, confirmando sus sospechas—, solo era una suposición al unir todo lo que contaste, sobre eso de que vienes de un lugar desconocido y...

—¡Podía haber muerto! —gritó—, ¿sabes el miedo que tuve? ¡Si hubiera dado un paso en falso Torment me hubiera sacado la cabeza del cuerpo, literalmente!

—Él no lo hubiera hecho, la idea era solo... —Keizar se levantó del lugar yendo hacia él.

—¡Aléjate de mí! ¿Quién te crees que eres para jugar con las personas de esa manera? ¡No eres más que un maldito egoísta que sacrificaría la vida de los demás a su conveniencia!

—¡Tú accediste a hacer las pruebas! Que no se te olvide —vociferó Keizar—, solo estás aquí debido a nosotros, nadie te obligó a aquella batalla. ¿Pensaste que íbamos a tomar el té y hacernos amigos?

Mizu calló al entender que Keizar tenía razón, él fue quien quiso unirse al Drágora. Pero eso no hizo menguar su ira. Con un silencio sepulcral, se dirigió hasta la puerta de la habitación. Keizar no dio indicios de frenarlo e intuyó que le daría un tiempo para pensar en todo lo que le había dicho. Con las manos temblorosas, dio vuelta la cerradura y salió de ahí. Sus pasos eran igual de temblorosos que sus manos, la cabeza le dolía y las heridas, por más que ahora sean cicatrices, le escocían.

Llegó a la habitación que compartía con Theo y agradeció el no encontrarlo en ese lugar. Se acostó en la litera de cara a la pared de madera y se puso en posición fetal. Aquello no solo le daba miedo, le aterraba. ¿Cómo podía ser parte de aquel clan del que nunca escuchó nada? ¿Cómo podría un debilucho como él tener la misma sangre que un pirata legendario? Inmerso en sus pensamientos, sintió algo en el bolsillo de sus pantalones y de inmediato supo de qué se trataba.

Agarró el objeto con sus manos y lo llevó a la altura del rostro para poder perderse en aquella joya en forma de corazón que brillaba de un hermoso azul zafiro. La pequeña llama congelada dentro de la joya le hizo pensar aún más en lo que dijo Keizar. Pero no tenía ganas de saber, solo de descansar, por lo que llevó aquel diminuto frasco del que no quería pensar el origen y lo llevó al pecho. Sintió su calidez traspasarle la ropa y el cuerpo entero. Pronto estuvo en un estado somnoliento que lo llevó a un sueño profundo.

—Levántate, maldito tramposo —sintió los pies de Theo por la espalda.

—Déjame en paz, idiota —contestó Mizu. No sabía cuánto había dormido, y tampoco podía saberlo debido a que estaban en la parte de interior del barco, pero su intuición le dijo que ya era de día.

—Ágata quiere que vayas a verla. Al parecer se encariñó contigo, tonto tramposo.

Mizu se levantó del lugar sin ganas de pelear con el idiota de Theo que al parecer desarrolló un odio particular hacia su persona. El chico de cabello arenoso esperó parado a que Mizu se levantara para poder mirarlo con fastidio.

—¿Por qué siempre me molestas? —preguntó Mizu olvidando por completo el hecho de que no quería pelear. Ver la cara de Theo le hacía querer darle una paliza—. ¿Acaso estás enamorado de mí? —preguntó con burla recordando que Neim le dijo lo mismo a Grimor solo para fastidiarlo.

—¡No seas idiota! —contestó Theo con la cara roja hasta las orejas—. Te odio porque desde que llegaste aquí no has causado más que problemas y además, Ágata no para de prestarte atención, eres molesto, egocéntrico y te victimizas tanto que me da asco verte.

Antes de poder decir nada más, el chico ya se había ido.

«¿Cuándo me victimicé? Ellos son los que siempre me menosprecian, yo solo me defiendo».

Mizu anotó sus palabras para poder usarlas más adelante en caso de que quisiera librarse de Theo una vez más. Mientras tanto, guardaría la joya de nuevo en su bolsillo e iría a ver a Ágata.

—¿Cómo rayos te has podido curar tan pronto? —preguntó la chica al revisar su tobillo. Tal y como Mizu había sospechado, la herida en el tobillo cicatrizó como en el hombro.

—Eres mejor doctora de lo que piensas —fue todo lo que respondió Mizu. Ágata lo miró como si hubiera hecho un chiste para nada gracioso y Mizu quiso desaparecer de su escrutinio. Estaba demasiado cansado de todos, última noche no lo relajó para nada.

—Estoy hablando en serio. Es imposible haber sanado tan rápido —espetó la chica mirando minuciosamente la herida.

—Oh, bueno, tengo un excelente cuerpo sanador —dijo con poca coherencia y buscando la manera de salir del lugar.

Menos mal no hizo falta un gran plan porque Bastian, quien lo encontró en el camino y decidió esperarlo afuera hasta que terminara su chequeo, abrió la puerta de la enfermería y le dijo que Keizar lo llamaba. No sabiendo si la medicina era mejor que la enfermedad, se excusó rápidamente para ir a lado del chico que lo vino a rescatar.

No quería verlo después de la plática del día anterior, pero tampoco quería hacer un berrinche. Escucharía todo lo que tenía que decir y tiraría sus palabras a la basura. Porque eran nada más que mentiras.

—¿De qué hablaron el capitán y tú ayer? —preguntó Bastian con curiosidad. Mizu no sabía qué tan prudente era contar lo que le dijo aquel hombre.

—No sé si deba decírtelo —dijo con incomodidad.

—Entiendo, no te preocupes —respondió Bastian—, con lo curioso que soy, lo terminaré sabiendo.

«Solo espero que no te unas al equipo de personas que me odian sin razón aparente».

—¿Dónde está el capitán y por qué me manda llamar?

—Eso fue una mentira para librarte de Ágata, parecía que lo necesitabas urgente —respondió Bastian riendo.

Suspiró de alivio.

Aquello fue todo lo que necesitó para considerarlo un amigo.

Mizu pasó todo el día recorriendo con Bastian. El chico era divertido y algo ingenuo, lo cual le resultó muy refrescante. Le relató miles de historias de pequeñas aldeas alrededor de la costa, más leyendas de dioses que Mizu trató de no indagar mucho por su propia estabilidad mental. Ya tuvo suficiente con lo que Keizar le contó.

—¡Es en serio! —se defendió en una de esas mientras los dos se recostaban en el babor del barco mirando el inmenso océano que había debajo. El sonido de las olas y el balanceo apenas perceptible, reconfortaban a Mizu.

—¿Dices que hay un gato fantasma dentro del barco? —preguntó riendo ante las ocurrencias del chico.

—¡Que sí! Es un gato blanco y muy grande. Lo vi una vez y me guió por todos los pasillos. Por poco me pierdo. No creo que sea un fantasma bueno, ¿pero sabes cuál es el secreto para dominarlo?

—¿Qué? —preguntó Mizu riendo.

—Debes rascarle la oreja izquierda. Si haces eso, será tu amigo —contestó con seriedad.

—Tienes una gran imaginación —Bastian hizo un puchero con los labios y estuvo enfurruñado por varios minutos, luego de algunas palabras de Mizu alegando que sí lo creía, se le quitó el enojo. Mizu se rió de él.

—Me alegra que ya te sientas mejor —sonrió Bastian.

—¿A qué te refieres? —Mizu miró hacia el agua tratando de que no se notara su repentina incomodidad.

—No sé de qué hablaron el capitán y tú, pero esta mañana te noté muy triste, no me gusta verte así —Bastian se acercó a Mizu y recostó su cabeza contra su brazo. Aquel gesto lo lleno de calidez, nadie le había dicho algo así antes.

—No te preocupes por mí, estoy bien, es solo que todo esto es nuevo para mí —le acarició la cabeza—Oye, ¿qué crees que sea la segunda prueba? —preguntó intrigado. Esa era una pregunta que no lo había abandonado en todo ese tiempo.

Pensó en renunciar a las pruebas debido a su disputa con Keizar, pero se lo pensó mejor. Él no tenía nada de especial, era solo un chico común y corriente que apareció en ese mundo y si se dejaba llevar por sus emociones, terminaría perdido en él e incluso muerto. ¿Keizar tenía razón? Lo dudaba. Le enfurecía la manera en que el pirata jugaba con su vida como si fuese una marioneta, pero lo cierto es que él no tenía a donde ir. Era hacer las pruebas y sacrificar su vida en ello, que no hacerlas y tener que sobrevivir en medio de lo desconocido sin ayuda de nadie.

—No lo sé —dijo Bastian sacándole de su ensimismamiento, pero luego se acercó más a él para susurrarle:—, pero escuché que no será aquí en el barco, sino en otro lugar.

El corazón de Mizu empezó a latir como loco ante lo que Bastian estaba diciendo. Como seguido por el instinto, siguió todo el recorrido hasta la proa del barco y se puso a mirar a lo lejos. Bastian llegó a su lado y lo imitó.

—¿Crees que sea en aquel lugar? —preguntó el chico viendo lo que Mizu también estaba observando: Una isla. Pero todavía estaba muy lejos y a juzgar por las rocas de diferentes tamaños que había alrededor del agua, no lucía como un sitio amigable. Una vez más, temió por su futuro.

—Estoy muerto, Bastian —dijo con miedo.

—No es así. Tú puedes, Mizu. Confío en ti.

Las palabras de Bastian, aunque lograron dejarle una huella cálida en el corazón, no fueron suficientes para mitigar su miedo.

—¡Reúnanse! —gritó el capitán del barco al día siguiente. Mizu supo que se trataba de su nueva prueba pues hace solo unas horas, el barco había llegado a la costa de aquella isla que habían visto con Bastian. En todo ese tiempo, no había hecho contacto con el capitán y el hombre no trató de entablar conversación con él tampoco. Las veces que llegaron a encontrarse, una incomodidad enorme se formaba entre los dos. No sabía si estar aliviado o preocupado por el silencio—. Creo que ya saben qué hacemos aquí. Estamos en la Isla Tamar, una de las más antiguas luego de Agamar —aquello no lo tranquilizó en absoluto—. Mizu, tú deberás enfrentar tu segunda prueba en este lugar.

Se dirigió a él sin titubear, como si estuviera esperando que se diera por vencido, después de todo, esa era la sensación que dejó en él, pero Mizu lo enfrentó con la mirada, listo para empezar cualquier prueba ridícula que se le ocurriese. Trató de que el temblor que sentía en las manos no llegara hasta sus piernas, pero al parecer fue inútil.

—Lo que deberás hacer es cazar a una criatura, el hermoso felino albino que habita en este lugar y traerlo hasta nosotros. No te preocupes, te daremos un arma y una provisión de comida y agua. Claro que eso no durará siempre —Muchos rieron por aquel comentario y Mizu pretendió que no le importaba—. Nosotros esperaremos aquí hasta tu regreso, que deberá ser en menos de veinticuatro horas. Si tardas más que eso, lo sentimos, pero esta tripulación tendrá que zarpar.

Mizu tenía serias ganas de estampar su puño en la cara sonriente del capitán, pero sabía que no era buena idea con todos alrededor. Miró a todos y como siempre, no había rostros amistosos salvo los que ya conocía, como Bastian, Ágata, los cocineros y para su sorpresa, Torment. Los demás, salvo Theo que desvió la vista cuando sus ojos se encontraron, cosa que hacía desde que discutieron en la habitación, y Neim, que mostraba estoicismo; se estaban burlones y escépticos.

Le daba igual, ya se estaba acostumbrando.

—¿Tienes algo que decir, Mizu? —preguntó el capitán con soberbia. No entendía cómo podía verse comprensivo con él a veces y en otras ocasiones como esta, como un completo hijo de...bueno, no le importaba de todos modos.

—Nada, solo estoy esperando a que me den las armas y provisiones de una vez para poder terminar con esto —como siempre. Keizar sonrió como si en realidad quisiera mandarlo volar. No quería admitirlo, pero le encantaba sacarlo de las casillas.

Keizar nombró a Neim quien de inmediato le entregó a Mizu una mochila y además, para su sorpresa, la espada del Pirata de Fuego. No esperó más y dio media vuelta para bajar por la rampa puesta en la costa.

—¡Espera, Mizu! —escuchó la voz de Bastian quien llegó hasta él a pasos apurados—. Recuerda que también puede haber gatos en esa isla. Ten cuidado.

No sabía si aquello debía animarlo o no, pero agradeció el gesto, aunque no tenía idea de a qué se refería. Bajó del barco teniendo en mente el semblante de preocupación de Bastian que de alguna manera logró reconfortarlo.

No se daría por vencido, les demostraría a todos que podía hacerlo.  

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