7
Mizu miró a su contrincante, tragó saliva y se armó de valor.
—El combate va a empezar, no hay reglas y tampoco pausa —habló Neim con su potente voz.
—¿Eso quiere decir que uno va a...morir? —preguntó Mizu no queriendo que el miedo se evidenciara en su voz.
—No hay reglas que lo prohíban —afirmó la pelirroja con una sonrisa de lado. Una que le pareció sospechosamente sádica.
Todos se pusieron alrededor y empezaron a vociferar a favor de Torment, todos menos Keizar que se puso atrás de Mizu en completo silencio.
—¿Listos? —vociferó Neim, Torment asintió con una sonrisa que mostraba todos sus dientes, Mizu tragó saliva y también lo hizo—¡Que la diosa los acompañe!
Ambos empezaron a moverse en círculos, limitados por el grupo de personas que canturreaban a favor del mayor. Mizu no se empezaría a desesperar si no fuera porque la espada era jodidamente pesada y por supuesto, supiera cómo utilizarla.
Torment dio el primer movimiento y alzó el hacha para echarlo hacia él. A duras penas y gracias a su agilidad, se pudo salvar del golpe. Intentó devolver el gesto, pero su mano derecha no podía levantar su propia arma, por lo que terminó con él siendo llevado al costado por el peso.
Más risas.
Mizu ya se empezaba a enojar, odiaba que la gente se riera de él y peor cuando se trataba de una multitud. Usando aquel enfado a su favor, dio un grito y levantó el arma con sus dos brazos y lo acercó al otro sujeto, quien casi recibió el golpe de no ser por un minúsculo tiempo en que la velocidad de Torment fue mayor. Esta vez, ya no había más risas, solo un silencio que interpretó como expectación.
Intentó la misma maniobra de nuevo con una de sus manos para mayor certeza y solo logró rozar al mayor a quien nada le gustó que Mizu fuera el que lo hiciera retroceder. Respirando entrecortadamente, el chico se puso recto y miró al más alto directo a los ojos, retándolo a que lo ataque.
¿De dónde sacaba tal osadía?, Mizu no sabría responder.
Lo único que podía decir a ciencia cierta, era que de alguna manera, tenía que obtener mayor movilidad o sería el final para él. Su pulso estaba a mil por hora, el sudor bajaba por su sien debido al esfuerzo. Pero no solo eso. Podía sentir la presencia de Keizar analizando cada uno de sus movimientos. Estudiándolo como si fuese un ratón de laboratorio. La idea le hizo rechinar los dientes.
Torment no dio marcha atrás, con una fuerza abrumadora, llevó el arma hasta el chico una y otra vez. En una de esas, la camisa que Mizu estaba utilizando se rasgó en el costado, dándole a entender que el arma estuvo cerca de hundirse en sus costillas. De nuevo, Torment se acercó hasta él y cuando lo golpeó con el hacha, Mizu levantó la espada para cortar el ataque, chocó sus muelas cuando la fuerza de Torment empezó a superarlo, a este paso, si se daba por vencido, lo partiría en dos.
Lastimosamente para él, Torment ganó el ataque y el arma cayó sobre el hombro de Mizu, quien lanzó un alarido de dolor, los demás tripulantes hicieron un sonido de susto, más bien porque casi les tocó a ellos también, que por preocupación.
Mizu ni siquiera pudo llevar otra mano hasta su herida porque eso significaría lanzar su espada, así que, mientras apretaba los dientes por el dolor que amenazaba con desgarrarlo, se puso en posición para continuar de nuevo.
—Torment, ya deja de jugar con el niño y termina esto de una vez —sentenció Neim haciendo que el corazón de Mizu casi se saliera del pecho.
«¿Jugar? Mierda, ahora sí moriré. ¡Moriré!»
Mizu retrocedió involuntariamente al escuchar las palabras de Neim y miró a Torment con miedo, este sonrió de lado como si Mizu fuese un gatito asustado. Además de temer por su vida, el chico estaba concentrado también en no desmayarse del dolor.
Sin que se diera cuenta, sus pasos pararon al sentir el cuerpo de una persona atrás de él, supo quien era por la ligera fragancia a cítricos que desprendía.
Mientras Torment recibía el asentimiento colectivo de los demás, Keizar aprovechó para agarrarlo de los hombros y susurrarle algo a los oídos.
—Usa tu mano izquierda.
Mizu tragó saliva al sentir la ligera brisa que desprendió el aliento de Keizar en el cuello. Movió su cabeza para volver a concentrarse. Torment dejó de lado la alabanza de sus compañeros y volvió a él.
El chico no tenía más opción que aceptar las palabras de Keizar.
Hizo lo que le dijo, sostuvo la espada con la mano izquierda, cuyo hombro estaba ileso. De algún modo, el arma se sentía más cómoda en ese brazo. Lastimosamente para él, no solo tenía el cuerpo sangrando, sino también la herida recién cosida de la pierna. Sus movimientos eran completamente limitados y odió a todos por meterlo en esa situación.
Si se volvía un pirata en esta tripulación, cobraría venganza.
Para su mayor angustia, Torment hizo caso a Neim y empezó a atacarlo de manera más agresiva, pero esta vez, si puso evitar sus ataques con la espada, que a medida que empezó a utilizarla, se hacía cada vez más ligera. Una. Dos. Tres veces esquivó su ataque y todos quedaron sorprendidos, hasta Mizu. Su mano izquierda era mucho más efectiva que la derecha. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Claro, porque casi nunca se detuvo a pensar con cual era mejor.
En medio de la frustración de Torment, aprovechó y lo atacó, pero grande fue su sorpresa al darse cuenta de que la espada no tenía filo. Al acercarla para mirar más de cerca, entendió que era debido a lo desgastada que estaba. Era solo un trozo de metal. Hermosa, pero inútil. Jamás se sintió más estafado.
—Puedes hacerlo igual —susurró de nuevo Keizar, pero esta vez como si estuviera hablando consigo mismo. No supo cómo logró escucharlo en medio de aquel ajetreo—. La espada del Fénix solo responde ante los valientes y los que poseen un corazón de fuego.
«¿Corazón de Fuego? ¡¿Qué se supone que eso significa?!»
Se puso en cuclillas cuando el hacha de Torment amenazó con cortarle la cabeza. Por el rabillo del ojo, pudo ver como unas hebras suyas cayeron al suelo. Tragó saliva. Se tambaleó al levantarse debido a la puntada que el movimiento le generó en el tobillo. No podría escaparse por mucho tiempo.
Pero no se daría por vencido.
«¿Así que la espada responde solo ante los valientes? ¡Pues más vale que lo haga conmigo porque no voy a retroceder, prefiero morir antes que demostrarles debilidad!»
Mizu siempre supo que su orgullo y aquella cabeza dura que tenía iba a terminar por matarlo. Solo que no pensó que sería tan pronto.
Una risa ligera retumbó en su mente, era suave y majestuosa, no supo explicar qué fue lo que sintió después. Una fuente de energía lo golpeó desde adentro, lo llenó de adrenalina y aceleró su pulso. Cuando menos lo supo, la espada se calentó a tal punto de quemarle la mano, pero era un calo acogedor, hasta podría decir que lo entibió por dentro. El frasco que contenía el corazón en su bolsillo, vibró por unos segundos.
Pero todo eso duró solo un segundo y solo él fue consciente de ello. En sus manos, todavía era una vieja espada, pero ahora el filo estaba reluciente.
Aprovechó que nadie se dio cuenta y fingió que todavía estaba como antes. No le intentaría buscar más explicaciones a lo que le pasaba porque era inútil.
Cuando Torment se preparó para encestarle un golpe con el hacha del que seguro jamás hubiera salido vivo, sostuvo la espada y la llevó al mango del arma del oponente para cortar la madera en dos partes de manera prolija y limpia. En un parpadeo, la cabeza del arma cayó al piso y Torment quedo sosteniendo una madera cortada por la mitad.
Todo esto fue tan rápido que nadie supo lo que pasó hasta que la espada de Mizu estuvo apuntando a la yugular de Torment. El hombre podía fácilmente hacerlo a un lado de un golpe, sin embargo, se quedó en el lugar aceptando su derrota. Mizu no lo mataría, porque no tenía el coraje para hacerlo, pero era evidente quien había ganado la batalla.
—¿Qué?
—¿Cómo?
—¿En qué momento? —murmuraron todos y miraban de un lado a otro sin comprender. Hubiera sido gracioso si no estuviera a punto de colapsar del cansancio.
Buscó entre la multitud a Keizar y lo encontró sonriendo con una expresión que no pudo comprender mientras asentía con la cabeza. Debía admitirlo, no supo qué pasó, pero Keizar tiene algunas respuestas a sus dudas, sino no le hubiera dado pistas.
—La batalla ha finalizado. El ganador es Mizu —sentenció el capitán y las expresiones de estupefacción de los demás se convirtió en indignación.
Un abucheo masivo se escuchó por un buen rato, ya que no entendieron qué pasó.
—¡Hizo trampa! —gritó Theo y la mayoría asintió en acuerdo.
—No ha sido trampa, no he visto nada más que una batalla justa —afirmó Neim y grande fue su sorpresa al ver que algunos la apoyaban, bueno, ni tanto, solo Ágata, los cocineros y Bastian. Pero para Mizu, era una multitud.
—He perdido con honestidad. Felicidades, muchacho —habló Torment para su asombro con un brillo de respeto en sus ojos.
—Mizu ha ganado, así son las cosas —dijo de nuevo el capitán y esta vez nadie se atrevió a decir algo en contra. No cuando llevaba una expresión seria y que no admitía peros.
De inmediato, Ágata y Bastian fueron hasta él y lo abrazaron, cosa que incomodó a Mizu ya que no estaba acostumbrado a ese tipo de gestos de afecto, pero eso no quería decir que le haya disgustado, por el contrario, le alegraba haber hecho sus primeros amigos.
—¡Lo siento, la herida debe dolerte mucho! —exclamó Ágata y ahí fue cuando se acordó de lo que había hecho Torment, Ágata le abrió la camisa para su completa vergüenza y lo revisó ahí mismo ante la atenta mirada de Bastian. La espada volvió a pesarle en la mano, por lo que bajó la punta contra el suelo para poder descansar.
—No hay nada —murmuró Bastian. Mizu miró el lugar y efectivamente, no había nada salvo una cicatriz horrible de donde Torment lo había herido.
—Imposible, yo vi cómo te hirió —dijo la chica confundida.
—Solo ha sido un golpe superficial, sino, no tendría explicación —habló Keizar a sus espaldas, sorprendiéndolo.
«¿Acaso le gusta pegarle sustos a la gente?» pensó Mizu con molestia, obviamente, no lo dijo en voz alta, el sentido común volvió ahora que estaba más calmado.
Keizar, ajeno a sus pensamientos, le pasó la mano y entendió que no era para estrechárselo, sino para que le devuelva la espada, el chico se la dio y el pirata empezó a examinarla para después ponerla de nuevo con la punta hacia el suelo.
—Así es, debimos haber visto mal —afirmó Bastian en acuerdo con el capitán. Algo le decía a Mizu que solo lo hizo para quedar bien con él. Si no estaba equivocado, Bastian veía al capitán como una especie de héroe.
—Debió ser eso —concordó finalmente Ágata.
Con mucha confusión por todo lo ocurrido, Mizu se abotonó de nuevo la camisa. A medida que lo hacía, el cansancio dio lugar al sueño. De todos modos, ya estaba anocheciendo. ¿Estaría bien que se fuera a descansar ahora o había algo más que hacer?
Los cocineros vinieron a palmearle la espalda y a felicitarlo, hecho que lo alegró aún más. Saber que no todos lo odiaban o lo miraban con ojos entrecerrados por la sospecha como bien lo estaban haciendo el resto de la tripulación incluyendo Theo; lo calmó un poco. Solo un poco.
—Dentro de dos días empezará la siguiente prueba. Espero que estés listo —vociferó Neim a todos y dirigiéndose especialmente a Mizu, quien solo puso asentir al escuchar la respuesta a su pregunta anterior. Antes de ir a dormir, rezaría para no terminar siendo asesinado.
Las palabras de Neim dieron por terminada la jornada, la multitud hizo como si nada hubiese pasado, volviendo a su buen humor de siempre. Mizu quisiera tener esa capacidad, porque ahora mismo, tenía ganas de gritar, golpear, y caer muerto al mismo tiempo.
—Vamos, revisaré si no tienes más heridas —se ofreció Ágata y Mizu la siguió, cuando lo hizo, se dio cuenta de que su pierna, ya no le dolía tampoco, solo sentía un poco de malestar con cada paso que daba. Le dio algo de miedo pensar que también obtendría una horrible cicatriz sobre ella, como la del hombro, que se parecía más a como si alguien lo hubiera cerrado con una vara hirviente.
—Después ven junto a mí, necesitamos hablar —ordenó Keizar y estuvo a punto de decirle que prefería ir a dormir, pero su rostro le dijo que no quería escuchar ninguna de sus réplicas. Así que aceptó a regañadientes.
«¿Qué no se da cuenta de que apenas y puedo caminar?»
Debió ver su cara de fastidio porque alzó las cejas y se cruzó de brazos como esperando que Mizu dijera algo. El chico estuvo a punto de hacerlo, pero el hecho de saber que eso era exactamente lo que buscaba el otro, le hizo replanteárselo.
—Yo me encargaré de que no falte —aseguró Bastian y Keizar le dio palmadas en la cabeza. Mizu no lo había visto siendo cariñoso con alguien hasta hora, solo tosco, huraño, serio, amargado y ... bueno, la lista era larga.
Se fue con Ágata y Bastian rumbo a la habitación que más visitó hasta el momento, la enfermería. Al menos pensaba que era eso, por las cosas que contenía y por cómo parece ser hecho para atender a los heridos.
—Quítate la ropa —dijo la chica mientras buscaba algo en los estantes y Mizu abrió los ojos sorprendido, Bastian rió— ¿Aún no lo has hecho? —preguntó cuando volvió junto a él.
—Creo que tiene vergüenza —le dijo Bastian y Ágata miró a Mizu como si fuera un extraterrestre.
—He visto los cuerpos desnudos de más de la mitad de los tripulantes, no te avergüences.
Que haya dicho eso no lo relajaba exactamente.
—Yo no siento ningún dolor, de hecho, creo que estoy perfectamente —se negaba a desnudarse frente a aquella chica.
—No seas mentiroso —soltó Ágata y puso los frascos con hierba en un estante y fue hasta él para sacarle la camisa a la fuerza.
—¿Estás loca? —gritó.
—Bastian ayúdame —ordenó la chica y el nombrado le hizo caso. Fue hasta Mizu y lo agarró de la cintura desde atrás con fuerza para que se quedara quiero y Ágata pudiera sacarle la ropa.
—¡Dije que estoy bien! ¡Basta!
Sus quejas llegaron a oídos sordos porque en un abrir y cerrar de ojos, Ágata le sacó la camisa y los pantalones dejándolo completamente desnudo, si notó que no llevaba ropa interior porque justamente se lo había sacado antes, no dijo nada. Con pavor, se llevó las manos a la entrepierna para tapar aunque sea un poco su desnudez y no estar tan expuesto. Sintió el calor subiendo a su rostro.
Lo peor ni siquiera comenzó, Ágata empezó a chequearlo de arriba abajo, viendo cada parte de su cuerpo con detenimiento mientras Bastian, por órdenes de Ágata, miró a otro lado silbando alguna melodía alegre como si quisiera darles privacidad.
—Lo de hoy fue en verdad grandioso Mizu, sabía que podías hacerlo —empezó a hablar Ágata con entusiasmo.
—Es cierto, al principio parecía que morirías, pero luego te luciste.
Mizu estuvo a punto de regodearse, pero en su estado actual le parecía un tanto contradictorio.
—Pues no sé ni cómo pasó, solo sé que casi muero.
—¡No seas modesto! Nos hiciste creer a todos que no sabías luchar para después sorprendernos —siguió Ágata mientras lo manoseaba.
Mizu quería de todo corazón que lo que dijo Ágata fuera cierto, pero lastimosamente, él estaba tan sorprendido como el resto de la tripulación.
—No sé cómo describirlo, pero más bien fue como si la espada me aceptara, sentí una conexión con ella que me ayudó a poder batallar —se sinceró. Bastian lo miró a los ojos después de lo que dijo con una sonrisa de satisfacción que no supo interpretar. No obstante, Ágata siguió diciendo que solo era su modestia la que hablaba. Al parecer la chica creía más en Mizu que él mismo.
—Veo que no tienes ninguna otra herida salvo la cicatriz del hombro.
«Gracias, pero eso fue exactamente lo que dije» pensó.
—Puedes ponerte de nuevo la ropa —ordenó la chica.
No necesitó que se lo dijeran dos veces, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba vestido.
—¿Es todo? —preguntó y esperó a que le dijeran que sí para poder largarse.
—Sí, pero mañana ven a que te cambie las vendas de la pierna.
La pierna le había dejado de doler hace rato y eso ya no podía ocultarlo como con el hombro, se preguntó si alguien tenía la respuesta que él estaba buscando sobre el porqué le estaban pasando esas cosas raras, porque no tenía idea de cómo explicar todos los eventos de los que últimamente fue testigo.
—Ahora vamos con el capitán —soltó Bastian con alegría.
Quiso saber de dónde Bastian sacaba tantos ánimos, parecía tener energía de sobra. Se despidieron de Ágata y dejó que el otro chico lo guiara hasta Keizar.
Mizu pensó que a lo mejor la alcoba del capitán era una especia de dormitorio exclusivo y majestuoso, pero contrario a lo que esperó, Bastian lo guio hasta una habitación normal ubicada al fondo mismo de las demás, incluso estaba relativamente cerca de la de Theo a quien por suerte no vio desde que dejó la proa.
Bastian tocó la puerta, que tenía la misma imagen que la entrada del comedor, una mujer sumamente afligida sosteniendo con pesar el cuerpo sin vida de un hombre.
—Es la diosa Drágora, quien se dice, inundó innumerables islas cuando perdió al amor de su vida —explicó Bastian, siguió mirando hasta que la puerta se abrió abruptamente.
—Por fin llegas —dijo Keizar con su tono característico de «me vale una mierda todos, en especial tú».
—Estaba ocupado —respondió—, ¿puedo pasar o debo sacar turno, su alteza?
Al decir la última palabra, hizo una mueca de disgusto que no puedo disimular.
—Jamás nombres a la realiza en frente de mí —sentenció—. Pasa y deja de ser un insolente.
Bastian miró de uno a otro con expectación ante la diatriba verbal, pero no se atrevió a decir nada. Mizu estaba casi seguro de que se estaba divirtiendo.
Los dos chicos pasaron a la alcoba del mayor y Mizu miró alrededor con curiosidad. Por fuera parecía como la de cualquier otro, pero por dentro el ambiente era totalmente distinto. Había millones de objetos colgados de las paredes, como si fueran motines de guerra, un cuerno enorme que no quiso pensar a qué tipo de animal abismal pertenecía, un escudo con un símbolo que jamás había visto, cuadros hermosos en donde, si no se equivocaba, también se podía ver a la diosa Drágora en distintas escenas, en medio del mar, batallas, entre otros, un mapa cuya distribución jamás había visto y sobre todo, resplandeciendo por su hermosura, la espada que lo salvó de morir decapitado. Sobre un pequeño estante, había muchos más objetos que ya no pudo ver porque el pirata empezó a hablar.
—Bastian, puedes dejarnos solos —ordenó y el chico de inmediato le hizo caso, Mizu no quería que Bastian lo abandonara con aquel tuerto gruñón con aires de superioridad, pero nada pudo hacer salvo despedirse con una sonrisa de él.
Al quedarse los dos solos, Mizu se cruzó de brazos y esperó a que el otro hablara, sin embargo, lo que este hizo fue irse hasta las paredes adornadas de reliquias y tomó la espada del pirata de fuego y la sostuvo entre sus manos con delicadeza, como si se tratase de una pluma cuando Mizu sabía perfectamente que aquella arma pesaba lo suyo.
—¿Qué fue lo que sentiste al sostenerla? —preguntó y lo miró directo a los ojos.
—Que casi me arranca los brazos —respondió con sencillez y Keizar rodó los ojos, o al menos, uno de ellos, con exasperación.
—Sabes de lo que hablo Mizu. En aquel momento, cuando te dije que la espada solo responde ante los valientes y los que tienen el corazón de fuego, la batalla cambió a tu favor y no fue gracias a tus inservibles habilidades de batalla.
Mizu tenía preparado un montón de réplicas en su mente, pero la pregunta lo distrajo. Él pensó que nadie se había dado cuenta de lo que pasó, pero estuvo equivocado.
—Primero responde tú, ¿Por qué me dijiste que pensara eso? ¿Cómo lo sabías?
—Tuve un presentimiento —caminó a su alrededor—, de pronto un día te apareces en medio del océano, las criaturas que habitan en ella no te hacen daño, Grimor te secuestra buscando algo de ti y finalmente, me dices que vienes de otro lugar, un mundo que no conozco —Keizar caminó alrededor, Mizu trataba de entender a qué se refería con todo eso—. Tú no eres una persona común, el hecho de que estés aquí significa mucho más de lo que imaginas.
Mizu analizó las palabras de Keizar, la mirada en sus ojos lo inquietó, no supo decir por qué, pero tenía miedo de lo que Keizar podía revelarle.
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