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6


Theo lo guió hasta donde sería su habitación, pero solo en caso de que pudiera pasar las pruebas. No fue una sorpresa ver que no eran individuales y el hecho de que justamente sea Theo quien lo llevara ahí tenía un significado.

—No estoy más contento que tú, niño llorón —comentó de manera despectiva el rubio cuando Mizu entendió que tendrían que compartir el lugar.

No tenía idea de cómo haría para poder pasar las pruebas que Keizar le dijo, pero al menos haría el intento, después de todo, no tenía nada que perder. Solo esperaba no tener morir, o peor, quedarse a vagar solo por este lugar desconocido.

Con lentitud, fue a inspeccionar el lugar mientras que Theo se sentaba en una litera baja, cuyo colchón se separaba del suelo debido a un soporte rectangular que supuso era la cama; con los brazos cruzados y observándolo con, si no se equivocaba, odio. Mizu decidió ignorarlo, no quería empezar en el Drágora con el pie izquierdo, pero no se mantendría callado por siempre, solo por el momento.

—¿Ya terminaste de mirar, ojos estirados? —preguntó Theo.

«Ok. Ignorarlo no será fácil»

Observó las paredes de madera fina y también el techo que estaba muy cerca de la cabeza para su gusto, menos mal no sufría de claustrofobia porque estar aquí abajo podría ser un tanto asfixiante. Con un suspiro de resignación fue para su cama, que para su mala suerte estaba justo al lado de la de Theo, mientras el susodicho estaba sentado en la suya mirándolo con el ceño fruncido. A lo mejor estaba equivocado y las dos camas pertenecían al rubio malhumorado. Sin atreverse a sentar a lado de Theo, se dispuso a salir de la habitación rumbo a lo que serían las duchas, que logró ubicar según escuchó a duras penas de camino hasta aquí, pero se presentó ante él otro problema. No tenía ropa.

Las prendas actuales que llevaba estaban algo húmedas por el chapuzón al que se sometió desde que vino, además del sudor que ya empezaba a apestar. Le dio un poco de vergüenza pensar que Keizar percibió su olor, pero no tenía por qué hacerlo.

Lamentó de nuevo que todas sus cosas hayan sido esparcidas en aquel puente del lugar que ahora le parecía tan lejano, dejándolo a él solo y sin nada más. Pero Mizu no es de los que se daban por vencido tan fácilmente y en medio de la habitación, se sacó la remera con el logo de flash que llevaba encima.

—¿Qué crees que haces? —preguntó alarmado Theo viendo que Mizu estaba quitándose la ropa en el lugar.

—Me saco la ropa para poder lavarla después. Lo siento, pero me vas a aguantar desnudo por unas horas.

—¿Y por qué no te la sacas en el baño y ya?

—¿Por qué? Esta es mi habitación, ¿no?

—Es mía y solo te la comparto —aclaró Theo mirándolo con soberbia.

—Pues te aguantas porque me acomodaré en ella como si fuese la mía —De hecho, Mizu jamás tuvo una habitación para él solo, pero eso Theo no tenía por qué saberlo.

—¿Quién te crees que eres para hablarme así? No eres más que un idiota que nuestro capitán rescató por milagro —Theo echaba fuego por los ojos. Mizu no entendía de donde veía tanto odio.

—¿Adivina qué? Me quedaré aquí hasta quien sabe cuándo, así que deja de ser tan quejoso. No bajaré la cabeza ante nadie, que sepas bien, Theo, que ni una sola persona de esta tripulación me intimida.

El rostro de Theo se volvió rojo de la furia. Cuando se paró para encararlo, Mizu salió de la habitación cerrando la puerta y dejándolo con la palabra en la boca. Con el torso desnudo y la camiseta sobre los hombros, fue hasta las duchas.

No era el espacio más amplio del mundo, pero daba lo justo para poder lavarse. Había una especie de tina en medio y unas cubetas que eran para lavarse. Aprovechó que estaban llenas de agua y se lo tiró encima. No encontró el jabón por ningún lado, pero había un líquido celeste en un recipiente y cuando lo puso en la palma de la mano para poder saber de qué se trataba, de a poco fue convirtiéndose en espuma entre sus dedos e inundó el lugar con un aroma que nunca había olido, era algo dulzón y agradable; supuso que era el jabón y terminó empapándose de él en cada rincón de su delgado cuerpo. El baño fue refrescante y tal vez se debió al hecho de que el agua era fría. Para su suerte, no había nadie.

Aprovechó la oportunidad y tal y como lo había planeado, lavó su ropa adentro. Su viejo calzado también necesitaba un poco de ayuda, pero eso lo haría después. Después de todo, tenía una prueba que pasar y probablemente lo haría semi desnudo dada las circunstancias.

De regreso a su habitación, observó lo que hacía horas llevaba en los bolsillos y no tuvo la oportunidad de analizar con detenimiento.

El pequeño frasco que contenía una piedra preciosa en forma de corazón, llegó hasta sus manos de la forma más rara. A lo mejor todo había sido parte de su imaginación, después de todo, era bastante ilógico que unos animales marinos le hubieran regalado aquel objeto como si fuera lo más normal del mundo, más teniendo en cuenta lo que Keizar dijo acerca de los letales que eran esas criaturas.

Hizo girar el frasco entre sus dedos y notó algo en el que no se había fijado antes. Había una parte que era algo oscura, como si hubiera algo dentro. Frunció el ceño con detenimiento y acercó el frasco más cerca.

Sí, definitivamente había algo dentro, como una pequeña llama congelada al fondo de la piedra, pero, ¿cómo había llegado ahí? Era imposible que eso fuese real, pero de nuevo, nada aquí parecía serlo.

Puso de nuevo el frasco en sus rotos pantalones para que nadie lo viera, no quería perder lo único que poseía.

Al llegar a la habitación de Theo, él ya estaba en su cama mirando algunas fichas que Mizu no sabía que eran. No le prestó atención y continuó con lo suyo. No sabía dónde poner sus prendas mojadas, así que solo las colgó sobre la puerta de la habitación.

—¿Qué es eso? —preguntó Theo mirando sus prendas.

—La ropa que lavé, te lo dije antes, ¿no?

—¿Así que andarás semidesnudo? Ya quiero verte hacer la prueba con solo esos pantalones rotos —dijo aguantándose la risa.

Mizu odiaba que se rieran de él, así que solo se encogió de hombros y no le prestó atención. Era eso o empezar una verdadera pelea con él. Era delgaducho y parecía un inútil, pero cuando en verdad se enojaba, se desconocía a sí mismo.

—¿A qué hora empezarán las pruebas? —preguntó tosco.

Theo se encogió de hombros y eso irritó más a Mizu.

Decidió que ya no le haría caso y sin importarle su desnudez parcial, salió por la puerta con la risa burlona de Theo como sonido de fondo. Fue dirigiéndose por donde supuso lo llevaría a la proa.

Hasta que sintió que alguien lo seguía.

Se detuvo abruptamente y dio media vuelta para poder ver a su seguidor, pero no había nadie, solo las puertas de las habitaciones. Moviendo la cabeza en señal de negación, se puso en marcha de nuevo, sin embargo, la sensación de ser observado no lo dejó. Se fue por unas escaleras, y escuchó pasos a sus espaldas, la única persona que podría seguirlo era Theo así que a con voz dura, se hizo escuchar en el lugar.

—No sé qué estarás tramando Theo, pero sal de ahí.

No hubo respuesta. Menos mal no era de los que creían en fantasmas o cosas similares así que retrocedió las escaleras de nuevo y volvió por el pasillo que había dejado atrás en su camino.

No había nadie.

Mizu tuvo una idea. Como las escaleras estaban al doblar la esquina, lo que el chico hizo fue ocultarse en la pared contigua a la del pasillo y pateleó como si se estuviera yendo para después mirar el pasillo con disimulo. Al parecer su idea funcionó porque vio como la puerta de uno de los dormitorios se abrió con lentitud y una cabellera castaña salió de ella y la cerró atrás de él. El pequeño que Mizu ya había visto antes, caminó con sigilo con una bolsa en la mano y fue hasta donde estaba Mizu, quien escondió su silueta para no ser visto.

—¿¡Qué se supone que haces!? —exclamó Mizu cuando el pequeño había dado vuelta en el pasillo.

El sujeto pegó un grito al aire y cayó sobre su trasero por el susto que Mizu le había dado.

—¡Lo siento! —dijo aún con los ojos sorprendidos. Tampoco había querido asustarlo de aquella manera, así que trató de suavizar su tono.

—¿Por qué me estabas siguiendo?

—Yo no quería que Theo te haga algo malo, por eso te vigilé —dijo levantándose con ayuda de Mizu quien le ofreció la mano al comprobar que no había tenido malas intenciones.

—Descuida, ese idiota solo es un fanfarrón —comentó con desdén.

Miró la bolsa que había salido volando de las manos del adolescente y la levantó.

—Esas son algunas prendas que pensé que te harían falta, escuché al capitán decirle a Theo que te diera ropa, pero supuse que él no lo haría.

—No, no lo hizo —dijo Mizu cansado por lo que sería el primer día en la tripulación—. Gracias, ¿Bastian cierto?

—Bastian Brigardian Baraj —respondió con orgullo—, pero puedes decirme solo Bastian como el resto.

—Mizu —replicó un tanto sorprendido por el nombre tan complejo—. Aunque eso ya lo sabías.

—¿No tienes un apellido, Mizu? —preguntó Bastian.

—No, solo ese nombre.

—Qué raro eres —dijo riendo. Mizu no le vía lo gracioso—, aunque tu nombre no lo es, si mal no recuerdo, creo que proviene de una lengua muerta hace incontables lunas.

—¿Lengua muerta? —soltó Mizu extrañado por lo que decía, él pensaba que su nombre era de algún origen asiático ya que sus rasgos también lo eran, al menos eso había oído en el orfanato, pero esto era nuevo.

—Sí, pero luego te platico, primero debes ponerte algo de ropa y subir a la proa donde te asignarán la primera prueba.

Mizu asintió a regañadientes y después se puso una de las camisas que el joven tenía en la bolsa. Le quedaba algo grande, pero aun así eran cómodas, dejó los mismos pantalones que tenía ya que los que había en el bolso eran algo holgados. No sabía de donde Bastian había sacado la ropa, pero el dueño tenía un físico mejor que el suyo.

Ambos fueron a lo que sería la proa del barco. Bastian no paraba de hablar, le preguntó de dónde venía y nombró a una serie de lugares que Mizu jamás había oído como opciones, entre otros miles de interrogantes. Decidió evadir cada pregunta haciendo que vaya dirigida a Bastian.

—Debería mostrarte el lugar de donde vengo algún día, las personas ahí son un tanto hurañas, pero eso no significa que sean malas.

—Claro, me encantaría ir —contestó Mizu. No estaba siendo del todo sincero, pero tampoco mentía. Este mundo parecía único y aunque se había topado con problemas desde que llegó, también le gustaría explorar y ver cosas que otros solo podrían imaginarse, pero solo si su seguridad estuviera garantizada, no tenía muy buenas experiencias del lugar hasta el momento.

Solo esperaba poder terminar vivo para hacerlo.

Al parecer, solo Theo se había salteado el evento, ya que había un montón de personas, podían contar unas veinte a treinta. Él ya conocía los iba reconociendo de a poco.

—Mizu, hasta que al fin llegas —habló Neim saliendo de entre las personas.

No sabía si le agradaba o no a la mujer pues desde que la conoció no había mostrado señales ni negativas ni positivas que le hagan sospechar. Se encogió de hombros.

—Ya estoy aquí, ¿cuál es la prueba? —respondió, tampoco iba a pedir disculpas, nadie le había dicho cuando debería estar listo.

Neim no dijo nada más y se posicionó en el centro de la multitud, los cuales hicieron un círculo alrededor de Mizu y ella. Bastian lo había abandonado ni bien había llegado hasta el resto, no es como si necesitara apoyo moral de todos modos, claro que no.

—En esta prueba nos demostrarás tu valía, no cualquiera puede ser parte de nosotros. Somos los piratas más fuertes.

Mizu empezaba a preocuparse por las palabras de la mujer, había un silencio total y su voz se oía alto y claro. El único ruido venía de las olas, ese sonido rítmico que producían alrededor de la cubierta, lograba sacarle un poco los nervios que llevaba encima.

—Tu primera prueba será una lucha contra uno de los tripulantes. Hicimos un sorteo para saber quién lucharía contigo, joven enviado —empezó a decir Neim mientras daba vueltas alrededor de él, Mizu supuso que era para hacerlo sentir acorralado—, y de los que estaban relativamente libres, uno salió vencedor. Torment pasa al frente.

Ni el sonido de las olas pudieron calmarlo cuando un sujeto que medía casi dos metros, de tez oscura y mirada ceñuda, vino hasta él con pasos seguros y los puños cerrados. Maldijo su suerte, pero no lo sorprendía porque siempre había sido mala como ahora.

«Moriré. Moriré. Moriré», se repitió mientras el enorme hombre se situaba frente a él.

Por lo visto Theo al final quiso ver su humillación, ya que pudo escuchar perfectamente su risa sarcástica. Las extremidades de Mizu fueron en contra de sus órdenes de mostrarse sereno y lo traicionaron empezando a temblar, al menos podía controlar su expresión pese a todo y mantuvo la mirada firme cuando lo único que quería era salir corriendo como si no hubiera un mañana.

«No seré un cobarde». Se decía mientras trataba de parar los temblores.

Torment quedó frente a él y lo miró como si quisiera comerlo. Él quiso dar su mejor pose de despreocupado, pero ligeras gotas de sudor bajaban por su cien y no precisamente a causa del calor.

—Cada uno deberá elegir un arma —siguió Neim mientras que Evan acercó en sus manos lo que Mizu supuso eran dichas armas.

La primera de ellas era una vara de madera con una cabeza de hierro, muy parecido a un hacha, solo que era del tamaño perfecto para tomarlo de la mano, y matarlo, claro. La segunda era una que de inmediato llamó su atención, se trataba de una espada plateada con incrustaciones de piedras en la guarda que brillaban como rubíes, el filo era del mismo plateado puro que la empuñadura; de la parte inferior del mismo lugar, sobresalía un arco que terminaba en la punta y tenía un diseño que desde la distancia no pudo ver, pero supuso que era un patrón que no entendería. Se parecía mucho a la de Keizar, solo que esta era mucho más elegante.

—Quiero la espada —dijo de inmediato.

A pesar de que no tenía idea de cómo se utilizaba una, quería sentirla en sus manos, había algo que lo atraía de ella.

—No tendrás tanta suerte joven, primero debemos ver quien elegirá cada arma, ¿acaso crees que puedes venir como si nada a apropiarte de la espada del antiguo Gran Pirata de Fuego? No, esta reliquia no puede ir con cualquiera —Neim lanzó una media sonrisa, como si se burlara de su osadía—. Lo harán de la siguiente manera. Deberán llevar la palma de una de las manos a la espalda y a la cuenta de tres deben volverlas al frente señalando cualquier número del uno al cinco. Si la suma de los dos oponentes es un número impar, podrás escoger el arma, de lo contrario, si es par, será Torment quien tenga la elección.

Aquello le pareció razonable, era como piedra, papel o tijeras, solo que con números. Llevó la palma de la mano en la parte de la espalda y la apretó en un puño. Solo debía obtener un número impar y elegiría aquella espada. Tampoco es que esperaba ganar, ya veía una pérdida estrepitosa y humillante, pero no por eso dejaría de luchar, eso solo sería aún peor.

—Uno, dos, ¡tres! —gritó Neim.

Mizu cerró los ojos y llevó la mano al frente. Con lentitud los abrió y una enorme sonrisa se dibujó en el rostro, tal vez la primera desde que llegó. Sus dedos mostraron un dos y los de Tormen la palma entera, en total eran siete, con lo que Mizu podría escoger el arma.

—Elijo la espada —dijo con una sonrisa de suficiencia, olvidando por un momento la diferencia física entre él y su oponente.

—Hubiera escogido el hacha de todos modos —murmuró Torment, aquella voz le causó escalofríos.

—Denle el arma a Mizu —Ya le estaba siendo raro el no verlo, pero ahora Keizar se dirigía hasta ellos con aquella actitud soberbia que lo caracterizaba y mirándolo con diversión en sus verdes ojos, o al menos en uno de ellos.

Mizu bufó en voz baja, pero Keizar se había dado cuenta. Lo supo por cómo lo miró con una ligera chispa de enojo.

«De todos modos voy a morir», se dijo a sí mismo.

Evan le pasó la espada y para su total asombro, era increíblemente pesada. Cuando el mayor la soltó, esta fue a parar al suelo por la gravedad, con él perdiendo el equilibrio.

De inmediato escuchó la risa de todos los presentes y eso hizo que un sonrojo como pocas veces se veía en él, se instalara en sus mejillas.

—Tan seguro que la pidió...

—Da pena y risa a la vez.

—¿Ese niño piensa vencer a Torment?

—Esto será más divertido de lo que pensé.

Millones de murmullos y risas se alzaron ante él, pero Mizu no se dejó llevar por la burla colectiva y se mantuvo firme con la vergüenza encima. Con toda la fuerza que poseía, la levantó hasta tenerla sostenida en el aire. No sabía de qué estaba hecha, pero le estaba costando mucho tenerla en la mano.

Miró a los demás para hacerles ver que sus risas le importaban una mierda. De a poco dejaron de hacerlo, pero aún se podían ver las miradas burlonas. Sus ojos se encontraron también con los del capitán y se sorprendió al ver que este no se estaba riendo, sino que lo miraba de manera seria, como si estuviera analizándolo. Le recordó a la primera vez que se encontró con estos piratas, ellos habían sido más serios que desdeñosos, pero al parecer asumieron que era un idiota total y ahora lo trataban de manera despectiva.

Volvió de nuevo la vista al frente y vio como Torment sostenía su arma como si se tratara de una pequeña ramita, diminuta y ligera. Eso lo puso de los nervios y chocó los dientes por la frustración.

«Conserva la calma, Mizu. No lograrás nada si te irritas, aunque bueno, tampoco creo que pueda hacerlo calmado o no».

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