4
A pesar de que sus ojos ya se cerraban por el cansancio, visualizó a personas de diferentes estaturas, vestimentas, edad y género, gritaban y amedrentaban a quien se topaban en frente a modo de batalla. Los gritos eran ensordecedores, algunos de dolor, otros de diversión, pero todos con excitación en los ojos, como si estuvieran disfrutando de aquel caos.
Mizu todavía iba a espaldas del capitán Keizar mientras Neim abría el paso, por más que las cosas parecían descontroladas, las personas reconocían quienes eran de su bando y de entre ellos, quien era su capitán, por lo que les resultó fácil llegar hasta un puente de madera que unía el barco dirigido por Grimor, hasta otro de mayor tamaño que estaba hecho de una madera oscura y de aspecto ostentoso, de hecho, toda la embarcación lo era. Grandes y gruesos mástiles sostenían velas oscuras de una textura de calidad que en ese momento alguien las soltó para poder zarpar. En la punta, se podía apreciar una bandera color azul marino en la que había estaba dibujado un cráneo con corona de rosas. Bajo el diseño, se veía unas letras que no pudo reconocer. A lado de este barco, la embarcación de Grimor era una pocilga.
Al pasar, el capitán Keizar gritó "¡Retirada!" en una voz tan potente, que retumbó en todo el lugar, en ese momento, en medio de empujones e improperios, algunos de los que aún se encontraban blandiendo sus armas, retrocedieron hasta pasar a su embarcación correspondiente. Los que pertenecían al otro lado, no hicieron intento de seguirlos, pues era evidente quien estaba en ventaja. Los hombres liderados por Keizar se veían más prepotentes y sin muchos heridos, aunque sí cansados, llevaban las de ganar ya que había un gran número de los enemigos en el suelo. Cuando ya todos pudieron pasar, se retiró el puente de madera a la par que se hacían camino. No sabía quién era exactamente el que estaba dirigiendo la marcha, pero supuso que era Neim al no verla por ningún lado.
—¡Las van a pagar, malnacidos! —gritó la conocida voz de Mortimer, pero ya no tenía tanta potencia porque estaban alejándose deprisa.
Cuando estuvieron un poco más lejos, el capitán Keizar, lo depositó en el piso con cuidado, la fría base sobre la que se encontraba ahora, no era nada comparado con aquella mugrienta en la que había sido tirado primero. Se sentó con cuidado tratando de no hacer mucho esfuerzo y se recostó en el borde sintiendo como la brisa proveniente de afuera le erizaba la nuca.
—Toma esto.
El capitán le acercó un recipiente parecido a un cántaro de cerámica, pequeña, redonda y una punta en forma de pico. En ese momento, tomaría cualquier cosa que le ofrecieran si eso lograba menguar su sed. Con ayuda del hombre, llevó la vasija a la boca y la fresca y deliciosa agua se deslizó por su garganta logrando llevarse consigo aquella raspada sensación por la falta de ella, tomó el líquido con ansias, deleitándose con cada gota, hasta que se lo sacaron de la boca.
—Eso es todo por el momento —habló el capitán al escuchar las quejas de Mizu.
—Por favor —suplicó el chico muriéndose por probar una gota más.
—Antes debes responder unas cuantas preguntas, niño —respondió con seriedad el hombre.
Ahora que había recargado un poco sus energías, logró salir del ensimismamiento en el que se hallaba para poder darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Tal y como ocurrió en la tripulación anterior, decenas de ojos lo miraban desde de arriba, pero estos en vez de lucir confundidos y maliciosos, se mostraban serenos y analíticos. Pero no por ello era menos intimidante.
—Escuché del viejo decrépito de Mortimer, que creen que es el príncipe Hadrian— dijo un hombre alto, de cabello oscuro y mirada de igual tono.
—Ridiculeces, el príncipe tendría más edad ahora y no parecería un niño —refutó Keizar también prestando atención a cada detalle de Mizu.
—Es verdad, a parte, este chico no luce de clase alta, sino como un callejero —Esta vez la voz provenía de un chico que lucía más bajo que él, con el cabello de un tono más claro que el capitán, atado en una coleta. Sus ojos, en cambio, eran casi tan oscuros como el hombre que habló primero.
—Theo tiene razón, su atuendo, por más raro que parezca, no parece tener un buen origen y a pesar de tener un aspecto un tanto peculiar, no significa nada —agregó Keizar.
Mizu escuchaba atentamente sin atreverse a agregar nada, tenía miedo de dar un paso en falso y volver a ser encerrado en una celda, rogaba que estos hombres fueran más misericordiosos. Lastimosamente, su silencio no pudo durar mucho tiempo.
—Tú, niño, ¿cómo te llamas y de dónde eres?
Le empezaba a irritar que lo llamara niño con esos aires de superioridad.
«¿Que digo ahora?»
No quería abrir la boca, ya tenía miedo de este mundo y de estas personas, lo único que anhelaba era salir de ahí. No respondió la pregunta, en cambio, bajó la cabeza tratando de huir del escrutinio de la gente. Él no se consideraba una persona tímida, por el contrario, su actitud era demasiado explosiva y lo había metido en varios problemas en su momento. Sin embargo, no sabía qué hacer o decir para no tener que ser maltratado ni encerrado de nuevo.
Todos parecían ansiosos por su respuesta, pero este permanecía en silencio, hasta que alguien habló:
—Está aterrado, no sabe qué hacer, es obvio que no es de por aquí —una chica joven se aproximó hasta él agachándose a su altura.
Mizu odiaba sentirse así, le desagradaba mucho que las personas se compadecieran de él. Reunió coraje, levantó la cabeza y fijó una minuciosa mirada a Keizar quien levantó una ceja al verlo tan desafiante.
—Me llamo Mizu, no sé dónde rayos estoy y es evidente que no soy de aquí, ¿también me encerraran por alguna estúpida razón?
—No me tientes, niño. Te acabo de sacar de ese agujero, sé un poco más agradecido —alegó el otro con impaciencia.
—¡Oh, discúlpeme señor desconocido por no confiar en personas que ni conozco y que me encierran hasta matarme de hambre! Y para tu información, no soy un niño.
Los demás miraban con los brazos cruzados como ambos estaban discutiendo, Mizu no apartaba la vista del capitán, notó en medio del enojo que era mucho más joven de lo que pensaba, no tanto como él, pero tampoco lucía mayor.
—No creo que alguien con esos modales haya sido un príncipe —habló el trigueño con coleta, a quien Keizar había llamado Theo.
—No soy ningún príncipe, todos ustedes están locos.
La mujer que se había agachado, tocó la pierna herida haciendo que Mizu lance un grito de dolor que hizo eco en el oído de todos los presentes.
—Tal y como lo supuse, estás herido. Debemos revisar esa pierna —habló la chica analizando la zona con detenimiento, aunque no podía hacerlo como quisiera por la tela que llevaba encima—¿Qué haremos con él, capitán? —preguntó.
—Atiende esa herida, Ágata, luego veremos qué hacemos con él —cedió a regañadientes, todavía viéndolo con sospecha.
—No soy un maldito juguete para que anden haciendo lo que quieran conmigo, ¡solo déjenme en paz! —gritó Mizu harto de aquella situación.
—¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Dejarte cerca de la isla que usamos para acorralar a Grimor? Te advierto que ahí no hay más que plantas carnívoras y animales salvajes. Al menos que quieras que te arrojemos al agua —lo amenazó Keizar, a lo que Mizu solo guardó silencio —. Hasta que encontremos un lugar donde dejarte, te tendrás que aguantar. Evan, Theo, lleven al chico para que Ágata lo revise.
Los hombres que antes habían hablado lo agarraron por debajo del hombro y lo levantaron. La herida le dolía, pero podía levantarse con la ayuda de esos dos, sin embargo, solo podía caminar dando saltitos.
Lo llevaron hasta una infraestructura prominente que agarraba la otra mitad del barco. Pasaron por una puerta de madera que tenía tallada la imagen de una mujer con un vestido largo, las manos juntas en la parte del vientre y un rostro sereno que parecía mirarlo fijamente, sobre la cabeza de la figura, se veía una corona de rosas tal y como la bandera que flameaba en la altura. Le impresionó el detalle que se percibía en ella, el artista debía ser alguien sumamente talentoso.
Entraron a través de ella hasta llegar a un pasillo largo e iluminado por unos globos de cristal que dentro llevaban algo parecido a focos, solo que más pequeños. Notó habitaciones a lo largo del corredor, o eso fue lo que supuso pues todas estaban cerradas, las mismas estaban una a lado de la otra y todas del mismo tamaño. Podían contar doce habitaciones si no se equivocaba, seis de cada lado. Después, giraron a la izquierda y se toparon con una puerta que cortaba el pasillo. Pasaron por ella y vio estantes llenos de frascos resguardados por vitrinas de vidrios, al otro lado del cuarto, no había nada, solo un piso y paredes de madera.
Ágata sacó una especie de colchoneta de otro estante que no había visto antes. Extendió la tela acolchada sobre el piso e indicó a los hombres que lo depositaran encima.
—A ver que tenemos aquí.
La mujer tenía una tijera en la mano que Mizu no vio en que momento la agarró, procedió a cortar la tela de sus jeans y cuando lo quiso quitar, le dolió debido a la sangre que se acumuló en el lugar. Los otros dos presentes miraban inmutables como Mizu hacía lo posible para no gritar. La mujer sacó lentamente la tela e hizo un gesto de desagrado al ver el tamaño de la herida.
—Parecen mordidas.
—Lo son, un enorme animal me mordió la pierna y luego caí al agua.
La mujer le sacó el calzado mirando extrañada el diseño. Mizu esperaba no perderlas pues eran sus únicos pares.
—Evan, puedes ir a avisarle al capitán que tardaré más de lo esperado —dijo Ágata mirando al más alto de los dos hombres—, y tú Theo, me ayudarás a coser la herida luego de desinfectarla.
El chico de la coleta asintió con la cabeza demostrando seguridad. Mizu no entendía como una mujer tan joven podía saber algo de medicina, pero la manera tan convincente en que se manejaba, le hizo confiar en ella, aunque claro, no tenía otra opción.
—No te preocupes, no te pasará nada malo —No estaba seguro si se refería a un futuro próximo o a lo que trataba de hacer—, el capitán Keizar puede parecer algo intratable, pero tiene buenas intenciones.
—Lastimosamente, nunca nadie tuvo buenas intenciones conmigo, así que permíteme dudar de tus palabras.
—Theo, pásame aquel frasco con hojas adentro —Ignoró maravillosamente sus palabras.
—¿Esta? —preguntó mostrando el objeto.
—Sí, y también pásame el estuche donde tengo las agujas e hilos.
Mizu tragó saliva, ahora ya empezaba a cuestionarse si aquella mujer era o no la indicada para llevar a cabo aquella cirugía.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Mizu.
—Tengo dieciséis —respondió.
—¿Qué? ¡Eres tan joven?!
—Tranquilízate, vengo de una larga familia de médicos, aprendí este arte desde que nací.
Aquello logró relajarlo, pero claro, cabía la posibilidad de que todo fuera mentira. A su lado, Theo ayudó a acostarlo, hace un momento se había comportado algo hostil con él, pero ahora lucía concentrado en lo que harían.
—Espero que luego de curar tus heridas ya no andes berreando como un llorón —dijo lo suficientemente bajo para que Ágata, quien había ido a buscar algo del estante, no lo escuchara.
Justo cuando Mizu empezaba a creer que había malinterpretado sus intenciones.
No pudo responder porque Ágata volvió y ordenó que se preparen para la cirugía. En las próximas dos horas, Mizu gritó, lloró y suplicó como nunca antes. La mujer le había cocido aquellos agujeros en la pierna, sin anestesia. Había sentido sobre su piel cada pinchada y como se deslizaba el hilo haciendo que su rastro escociera y más cuando Ágata había colocado la piel nuevamente en su lugar. No supo en qué momento, pero se había desmayado. Al despertar, sintió sobre su frente una tela húmeda y fría. La sacó con movimientos perezosos y se dispuso a levantar. Llevó las manos atrás y con un impulso, lo hizo.
Para su gran sorpresa, la herida ya no dolía tanto como antes, si bien todavía podía sentir los rastros que había dejado Ágata con su operación, aquella tortura pulsante que no lo dejaba ni pensar, ya no estaba. Miró la pierna y esta estaba vendada con un trapo blanco y limpio, a pesar de que no había confiado tanto en aquella chica, había que admitir que hizo un enorme esfuerzo.
Escuchó como alguien carraspeó a lado suyo y rápidamente se dio la vuelta para saber de quién se trataba, estuvo tan concentrado en sí mismo, que no había notado que el capitán Keizar estaba esperando a que despertara.
—Por fin despiertas, niño —dijo de completamente serio—. Tú y yo tenemos que hablar.
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