3
Mizu no esperaba la hora de poder salir de ahí, estaba cansado de aquella mugrosa, húmeda y andrajosa celda al que llamaban "calabozo". Hace horas había sido tirado al suelo como si fuese basura, sin poder defenderse ni acotar nada.
—¿Qué yo era el príncipe perdido? Ridículo.
La idea de que todo se tratara de un sueño volvió a rondar su mente. Sin embargo, el dolor punzante en la pierna le devolvía a la realidad.
Algo de todo aquellos alucinantes y locos, le pareció sumamente extraño, el frasco que tenía con él. El tal Mortimer lo había inspeccionado públicamente de arriba a abajo y en lugares demasiado vergonzosos como para describirlos y no encontró el pequeño objeto que tenía en uno de sus bolsillos. Hasta podía sentir su peso reconfortante.
Miró a su alrededor por enésima vez y encontró lo mismo. Tres paredes de madera y una hecha de barras de hierro con una cerradura que ya se notaba oxidada. Ni siquiera había una cama o un colchón, aunque él ya estaba acostumbrado a dormir encima de un pedazo de cartón o en el suelo dependiendo de la situación.
Por medio de los barrotes, se fijó que había más celdas, cayendo en la cuenta de que tal vez no era el único prisionero en ese lugar.
—¿Hay alguien más aquí? ¡Hola! —vociferó a pesar de lo rasposa que sintió la garganta por la sed que tenía, podían faltarle energías para moverse, pero aún podía hablar.
Nadie respondió, por lo que dedujo que estaba solo, así que como la persona madura que era, empezó a lamentarse.
—¿Por qué yo? ¡Solo soy un simple y mendigo chico! ¿Por qué tuve que llegar a este lugar? Odio esto, solo quiero volver a ser el mismo callejero harapiento de siempre. Tal vez de verdad me volví loco, ¡que alguien me ayude!
—¿Puedes callarte de una vez? ¡Por la diosa, eres desesperante!
Una voz femenina lo hizo cerrar la boca de inmediato, no hizo caso del enojo que denotaba y la habló:
—¡Hola! ¿Quién eres? ¿También estás perdida?
—No. Por suerte el único perdido aquí eres tú —contestó la voz con exasperación.
—Entonces, ¿eres una prisionera? —Carraspeó para poder seguir hablando e ignoró el tono de voz de la otra persona.
—Lastimosamente, sí —escuchó como la mujer lanzó un suspiro—, pero vendrán a rescatarme pronto... de nuevo.
Lo último lo dijo en voz baja, pero Mizu igual pudo oírlo perfectamente. Cuando iba a preguntar algo más, oyó como una puerta se abrió, por el sonido, el chico dedujo que era la entrada al calabozo ya que cuando vino, esta retumbó con el mismo eco.
Escuchó como una persona se acercaba a pasos seguros y se detuvo antes de llegar en la celda donde él estaba.
—Neim, ¿estás cómoda?
Aquella voz era indiscutiblemente de quien los demás llamaban capitán. Mizu se acercó como pudo hasta los barrotes para poder ver más claramente, aunque requirió de un esfuerzo que lo dejó sin aliento. El capitán Grimor se hallaba parado en una de las celdas que estaba a dos lugares en frente suyo, por lo que pudo ver su figura alta y delgada agachándose y con la trenza tocando el piso, para quedar frente a donde supuso, estaba aquella mujer con quien había estado hablando.
—Grimor —contestó la mujer sin un atisbo de miedo—. ¿Cuántas veces más vas a traerme prisionera? Empiezo a pensar que podrías estar enamorado de mí.
El tono de aquella mujer llamada Neim mostraba tanto coraje, que Mizu no pudo hacer otra cosa más que admirarla.
—¡Cállate! —exclamó el capitán con indignación.
—Esa es tu especialidad, ¿o me equivoco? —Neim rió— Siempre mandas callar a alguien cuando tiene la razón.
Mizu estaba atento escuchando la conversación, vio entre los barrotes, como el hombre se levantaba con las manos en forma de puño. Sin embargo, no pudo verle el rostro porque aún tenía aquel sombrero llamativo.
—¡Deja de decir estupideces! Sabes que te traje aquí para averiguar si encontraron o no el corazón de la diosa.
—¿Era necesario traerme hasta aquí para eso? Ya ves que no tengo información útil así que al menos que me hayas traído para otros fines, déjame ir con mi tripulación.
—¡Que yo no estoy enamorado! —aunque Mizu no viera su cara, podía jurar que estaba avergonzado.
—Dije otros fines, pero tú me hablas de amor, ¿ves que tengo razón? —se burló la mujer.
— Maldita, te crees demasiado valiente al enfrentarme así, hoy tampoco tendrás nada para comer.
—Un día más no hará la diferencia. De todos modos, sabes que vendrán a rescatarme si es que yo no lo hago por mi cuenta primero.
—Buena suerte con eso —cuando se dispuso a marchar, Neim agregó:
—El solo hecho de que hayas venido hasta aquí solo para eso, prueba mi punto.
El capitán no dijo nada más y salió del lugar con pasos acelerados demostrando furia en su andar. Mizu esperaba que lo de la comida no fuera también para él, porque se moría de hambre. Aunque ya estaba acostumbrado, lastimosamente.
Nadie pronunció ni una palabra más, el silencio retumbaba más que el ruido de hace un momento, si cerraba los ojos, Mizu podía sentir como la embarcación se mecía contra las olas, ese movimiento lo relajó poco a poco hasta quedar profundamente dormido.
Ante el sonido de gritos por todos lados, Mizu se despertó confuso y con los miembros adoloridos por la posición en la que terminó durmiendo. Sin embargo, mucho no pudo durar en su letargo debido al ruido estruendoso parecido a explosivos acompañado de exclamaciones fervientes. Si estaba en lo correcto, se trataba de una batalla, ¿cuánto tiempo estuvo dormido? No lo sabía con exactitud.
Su confusión inicial dio paso al temor por lo que estaba pasando, no entendía que fue lo que pasó con él, por qué estaba en un lugar conocido, con personas que parecían sacados de un libro de cuentos y que demostraban no ser nada racionales, aquel ajetreo era la prueba de ello.
Mizu también temió por su futuro, aquella incertidumbre sobre sus días venideros siempre fue una constante, pero por lo menos sabía cómo era aquel entorno en donde creció y las normas con las que se regía la sociedad, sin embargo, ahora no tenía idea de cómo debía actuar y lo que sería de él.
¿Y si todo lo que había conocido era mentira y esta siempre había sido su realidad? Se cuestionó todos los recuerdos que tenía, las penas vividas, los escasos momentos felices y sus metas y sueños, ¿todo aquello nunca había existido? ¡No! todo eso no pudo haber sido falso, él lo sintió en carne propia, tenía grabado en su memoria todos esos momentos alegres y desdichados, todo eso fue verdad. Por alguna extraña razón ahora había llegado a otro lugar y época diferentes, pero él seguiría adelante como siempre lo hizo, no sabía cómo debía actuar, pero ya no podía pretender que esto no estaba pasando, se pondría de pie y avanzaría buscándose un camino.
Claro que primero debía salir de aquella prisión.
—¡¿Neim?! ¡¿Estás ahí?! —exclamó una voz profunda y potente al entrar en el lugar donde estaban.
Mizu se levantaría de la mugre donde estaba tirado para poder ver de quien se trataba, pero estaba demasiado débil.
—¡Aquí estoy, capitán!
El joven no entendía porque la mujer lo había llamado capitán cuando no se trataba de Grimor, pero recordó lo que había dicho sobre que alguien vendría a rescatarla, por lo que supuso, él era ese alguien.
Escuchó una pequeña explosión hacia la dirección de la mujer y luego la puerta fue abierta. Mizu estaba desesperado por salir de ahí, ya no quería seguir en aquel lugar, quería huir, ir a casa. Intentó gritar con todas sus fuerzas, pero solo salió un débil "ayúdenme" lo intentó más fuerte, pero su boca estaba seca por la sed y su energía agotada por no haber comido nada en todo este tiempo, pero lo siguió intentando y cuando escuchó que ambos ya se iban exclamó:
—¡Por favor, ayúdenme! —pensó que ya no había esperanzas para él por lo débil de su llamado, pero los pasos acercándose le renovó el ánimo.
—Casi me olvido de ti —habló Neim a través de los barrotes que los separaban.
Él estaba acostado en el piso, mirando hacia afuera, tal y como hace rato cuando Grimor vino a ver a la mujer, así que tuvo que levantar la vista para conocer por fin a la persona que había compartido su cautiverio.
La misma no era tan alta, pero se notaba un físico fuerte y bien trabajado por debajo de las telas sucias y harapientas que vestía. Su piel era un poco más oscura que la de él, pero eso era normal considerando su palidez, el cabello le rozaba los hombros y eran de un color oscuro y carmesí. Sus ojos, por otro lado, eran avellanos y lo examinaban con el ceño fruncido.
—¡Debemos irnos ya, Neim! El resto no aguantará mucho tiempo.
La voz retumbaba desde la salida y conforme a ella, la mujer, dispuesta a seguir las órdenes, retrocedió de donde estaba. Si Mizu tuviera las energías necesarias, derramaría lágrimas al darse cuenta de que no lo rescatarían, aunque, ¿por qué lo harían? Nadie había hecho nada bueno por él y era ilógico pensar que unos completos desconocidos tampoco.
—¿Quién es él?
Un hombre alto se situó atrás de Neim cuando esta ya iba a marcharse. Llevaba unas botas negras y sencillas encima de unos pantalones de igual color y de cuya cintura sobresalía una tela que supuso era el soporte para la espada que llevaba en la mano, la misma era larga y plateada con el mango forrado en cuero. Al fijarse en su torso fornido, observó que la camisa la tenía abierta dejando ver los huesos de la clavícula, y que, además, en el cuello llevaba un collar cuya medalla no pudo vislumbrar bien. Subió sus ojos más arriba y se encontró con un rostro que lo examinaba detalladamente, su figura ósea hablaba de rudeza y altivez, y su expresión iba acorde a ello, pero lo que más le llamó la atención, fue que uno de esos ojos verdes y brillantes como esmeraldas que se notaba por debajo de sus rizos cortos y castaños, estaba tapado con un parche. Si con un ojo parecía así de intimidante, no quería ni pensar lo que sería con ambos indagándolo.
—Parece ser que está perdido, según lo que pude oír cuando lo trajeron, estaba en el agua y ellos lo subieron.
Mizu se moría por agregar algo más a lo dicho por la mujer, pero la voz ya no pasaba su garganta y su cuerpo no respondía.
—¿Por qué simplemente no lo dejaron en el agua o lo mataron? —preguntó con curiosidad como quien no estuviera hablando de un asesinato— Tal vez tenga algo de valor.
—¡Dejen a mi prisionero! —soltó el capitán Grimor entrando en el lugar.
—¿Qué estas tramando, Grimor? —habló el otro hombre poniéndose en posición de combate.
—Eso no es tu asunto, ¿viniste por la mujer, no? llévatela y sal de aquí.
—No hasta que me digas por qué tanto misterio, ¿quién es él? —al decir aquello apuntó su espada hasta donde estaba él.
—No es nadie, lo íbamos a tirar al agua mañana. Hoy ya mataste a demasiados de mis hombres, solo lárgate y llévatela —Mizu no podía ver al capitán Grimor, pero podía sentir un poco de pesar en sus palabras.
—No vengas a hacerte el sentido ahora —dijo Neim con fuerza—, tú sabías las consecuencias.
—No puedes simplemente robarte a mi tripulación, Grimor —habló el otro capitán como si le estuviera tratando con un niño.
—No me hables en ese tono, ¡se te olvidó que soy el capitán de esta tripulación!
Escuchó como Grimor se aproximaba y luego apareció en su campo de visión, con la larga trenza completamente al descubierto y blandiendo una espada, similar a la del otro capitán, contra el hombre. Ambos empezaron a luchar, pero era Grimor quien atacaba con más ímpetu, las ofensivas del castaño eran acertadas, pero parecía retroceder con cada choque de espadas a pesar de ser él quien poseía mayor fuerza física, o al menos eso notaba Mizu. Neim se hallaba observando la batalla sin atreverse a interrumpir, mientras que el chico trataba de seguir los movimientos. Después de un ataque por parte de Grimor que el hombre logró esquivar, desvió su arma a tal punto de que su contrincante no tuvo otra opción más que soltarla. Finalmente, el recién descubierto capitán apuntó su filosa hoja sobre el cuello del otro.
—Neim, saca al chico del calabozo, nos lo llevaremos.
—Pero capitán...
—¡Nada de peros! ¡Sácalo pronto!
—En realidad me estás haciendo un favor, Keizar, me ahorras el aniquilarlo —habló Grimor con una sonrisa en los labios.
Keizar no mostraba ni un ápice de duda en su decisión. Neim fue a cumplir con sus órdenes, agarró la espada que había tenido el capitán de la embarcación y trató de cortar las cadenas. Sin embargo, no pudo hacerlo.
—No puedo, mejor dejémoslo.
El corazón de Mizu dio un vuelco al escuchar eso y sus ojos miraron con desesperación a quien daba las órdenes, este a su vez, lo examinaba impasible.
—Ven y vigila que no escape, yo iré a sacarlo de ahí.
Neim hizo un gesto de disconformidad, pero no se atrevió a decir nada, fue a apuntar al capitán Grimor con la espada que le había pertenecido minutos antes. Keizar dejó su puesto y llegó hasta la celda de Mizu quien lo miraba con agradecimiento inundando sus azules y brillantes ojos. El castaño probó un método distinto al de Neim: la fuerza bruta. Pateó en la unión de los barrotes con la vieja madera y con golpes fuertes y reiterados, logró aflojarlos hasta hacerlos caer en el piso, repitió lo mismo hasta tener un gran espacio por donde entrar.
—Hey, tú, ¿puedes moverte? —preguntó refiriéndose a él, pero el chico ni siquiera pudo pronunciar nada ni hacer ningún movimiento, solo mirarlo con esperanzas desde el suelo.
Keizar no dudó, entró haciendo que su gran presencia se robe todo el espacio, sentó a Mizu para después agacharse y darle la espalda.
—Haz un último esfuerzo, niño.
El chico hizo lo que pudo y reuniendo la pizca de fuerza que aún tenía, se lanzó a su espalda para que pueda ser cargado. Keizar agarró las manos de Mizu y los enrolló de manera correcta enfrente de él y después procedió a agarrarlo por encima de las rodillas para poder levantarlo como tenía pensado. Salió del lugar cargando a Mizu y ordenó a Neim a inmovilizar a Grimor. Esta lo golpeó en la nuca y el hombre cayó inconsciente.
A Mizu le sorprendió la facilidad con la que habían entrado a este barco y vencer a Grimor, no sabía si el capitán Keizar era demasiado astuto, o el capitán Grimor era muy malo haciendo estrategias de combate.
El cabello de Keizar le hacía cosquillas en la mejilla a medida que avanzaban, pero estaba demasiado cansado para hacerlos a un lado. Salieron a un pasillo estrecho y subieron por unas escaleras cortas, en el camino se podía ver hombres inconscientes. Al menos, eso esperaba Mizu antes que la otra opción. Finalmente salieron afuera y la enorme luna, que parecía estar mucho más cerca de lo que estaba acostumbrado, iluminaba el paisaje junto con millones de estrellas. Estuvo inmerso en aquel paisaje, pero un improperio de parte de Keizar lo volvió a la realidad.
El caos era mucho más sangriento de lo que pensó.
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