10
Mizu despertó de una horrible pesadilla con el sudor bajando por su sien. Sintió la garganta reseca e intuyó que mientras aquellas horribles escenas del sueño lo atormentaban, estuvo gritando de horror. Bestias, sangre, armas y desesperación era el factor común de sus últimos sueños.
La brisa fresca de la medianoche le acarició el rostro, menos mal había decidido dormir afuera desde hace unos días, ya que Theo estaba más insoportable que antes. La madera fría que servía de cama era un lujo comparado con el frío piso de las calles de su antigua vida. Desde que había llegado de la segunda prueba, las personas se mostraron el doble de recelosos con él mientras que los que eran como Theo, lo acusaban directamente de tramposo y mentiroso. ¿Qué tendría que hacer para ganarse el respeto de los demás? ¿Era tan difícil creer en él?
Mientras volteaba para poder dormir de nuevo, se dio cuenta de que tenía una manta encima que no había notado antes. Bastian debió haberle puesto encima al verlo afuera. El niño le ofreció varias veces su pequeña habitación, pero Mizu prefería el viento fresco y el sonido de las olas para relajarse. Sin embargo, esa noche, su mente estaba demasiado inquieta para poder dormir de nuevo.
Se levantó con pereza de la esquina donde estaba refugiado y fue hasta la orilla para disfrutar del océano. La vista era espléndida. Se preguntó si el dios Sumarin tenía que ver con el hecho de que la luna agarrase casi todo el paisaje y la noche siempre estuviera tan estrellada. Pero según las historias de Keizar, el dios no era tan altruista.
—Deberías dormir, Mizu —una voz femenina llegó hasta él. Mizu se sorprendió al ver a Neim atrás de él.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Estaba en el timón hasta que te vi mirando al agua y vine a ver cómo estabas.
Mizu se sorprendió, Neim nunca fue muy abierta con él y supuso que tampoco con nadie. Jamás podía adivinar las cosas que pasaban por su mente, ni siquiera si él le agradaba o no.
—Solo tuve una pesadilla, no es nada —respondió dubitativo.
Neim se colocó a su lado para contemplar también el panorama.
—Supongo que no es fácil haber pasado por tantos horrores en tan poco tiempo. Más si no estás acostumbrado a este ambiente —miró a lo lejos.
—El saber que puedo morir en cualquier momento es un poco intimidamente a decir verdad —se sinceró. No sabía por qué, pero Neim le parecía alguien confiable—. Más aún cuando casi toda la tripulación me quiere ver fracasar.
—Que no te importe lo que los demás piensen, niño —Al igual que Keizar, Neim tenía la costumbre de llamarlo niño cuando ya era prácticamente un adulto—, cuando yo llegué por primera vez aquí, los demás tampoco me trataron tan bien que digamos, me menospreciaron y me relevaron a tareas inútiles solo por mi apariencia. Fue un largo camino el que tuve que recorrer para que me reconocieran. Aunque, a decir verdad, si lo hacían o no, no me importaba realmente, yo solo quise tener un lugar al cual pertenecer y eso, lastimosamente, era aquí con ellos.
—¿Fue difícil dejar tu hogar para unirte al Drágora? —preguntó intrigado Mizu. Neim se puso seria, aunque también la notó triste.
—Era lo mejor para mí. En aquel lugar estaba más muerta que viva, no supe lo que era la verdadera felicidad hasta que luché por mí misma y mi futuro —sonrió. Mizu notó lo hermosa que la mujer era en realidad bajo la luz de la luna y más aún cuando no estaba siendo intimidante con él—. Es por eso que te digo que no te rindas, sigue luchando. A veces quizás sientas que estás solo o que ya no puedes continuar, pero eso es normal, supongo, solo refúgiate en los que te aprecian y te apoyarán. Estoy segura de que hay personas así en esta tripulación y si no, siempre puedes contar conmigo.
Neim le acarició la cabeza como si fuese un niño. Mizu no pudo siquiera replicar el hecho de que lo tratase como un pequeño porque estaba demasiado conmovido por sus palabras. Asintió con un ligero nudo en la garganta y le sonrió en agradecimiento. Neim volvió a la seriedad de siempre y se fue silenciosamente tal y como vino.
Mizu se quedó un rato más contemplando las aguas hasta que el movimiento rítmico de las olas le dio sueño y fue a dormir. Ya no tuvo pesadillas esa noche.
—Escuchen todos, tendremos que hacer una parada cerca de Agamar. Tendremos que llenarnos de provisiones para nuestro próximo viaje, para eso necesitaré que cada uno me ayude, después de terminar con el trabajo que les asignaré, pueden ir a curiosear la isla.
Casi toda la tripulación vitoreó ante las palabras de Keizar, se veían ansiosos por tocar tierra firme. A Mizu ya le agradaba mucho el balanceo del océano, no estaba seguro de querer desembarcar, más aun teniendo en cuenta que no conocía nada de lo que estaba fuera de aquel barco. Pero a su vez, tenía una ligera chispa de curiosidad.
—¡No olviden que deben ir en grupos de por lo menos dos personas! No queremos que pase como el último tripulante que apareció muerto en medio del mercado —advirtió Neim.
Mizu iba a preguntar si era en serio pero los gestos de entendimiento de los demás le dijeron que era suficiente respuesta. Preferiría no saber los detalles.
Iba rumbo a decirle a Bastian que fuera con él, pero se le adelantó Ágata. Theo, viendo que se organizaban sin él, me metió entre ellos para interrumpir la plática. Mizu tenía el ligero presentimiento de que ella le gustaba, tal vez por eso lo trataba tan mal a él cuando la pequeña doctora le prestaba atención.
Si Mizu no podría ir con Bastian entonces ya no le quedaban opciones. ¿Tendría que quedarse en el barco? Eso lo tranquilizó un poco, pero a la vez, sentía un poco de decepción, le hubiera gustado explorar, aunque su instinto le diga esa era una mala historia.
—Mizu, tú y yo iremos juntos —Keizar le habló desde atrás de él haciendo que saltara del susto. El rostro del joven capitán no era nada amigable.
—No, gracias. Prefiero quedarme aquí —mintió.
No había hablado con el capitán desde que le había declarado perdedor de su segunda prueba. Estaba un poco escocido por el resultado, pero su distanciamiento era más bien fruto de todas aquellas palabras que le había dicho cuando ganó su batalla contra Torment. Si seguía guiándose por él, se cuestionaría demasiadas cosas. Tal vez sea un cobarde por querer evadirlo, pero no le importaba. Lo había estado haciendo bien. Hasta ahora.
—No puedes. Necesito que me ayudes con las provisiones. ¿O acaso creías que lo decía para pasar tiempo contigo? —se burló. Mizu titubeó y se avergonzó por haber dado por sentado las intenciones de Keizar.
—No seas idiota, como si ese tipo de cosas pasaran por mi mente —replicó, pero era obvio que mentía, si el idiota de Keizar en verdad era un detector de mentiras con patas, entonces acaba de hacer el ridículo.
El pirata sonrió de lado, pero el gesto desapareció tan rápido que pensó que lo había imaginado. De todos modos, Mizu no estaba de humor para averiguarlo.
Se bajaron de la embarcación en una bahía sospechosamente peligrosa. Los demás habían desaparecido tan rápido como el capitán les dio la orden. En el lugar, los recibió un hombre de aspecto extraño y por extraño, Mizu se refería a que era realmente fuera de lo común según los estándares de ese mundo. Era jorobado, usaba una túnica color musgo junto con un atuendo parecido a una jardinera, con miles de parches esparcidos en todos lados como si lo hubiese cocido tantas veces como fuese posible, en sus pies lucía unos zapatos hecho de algo parecido a hojas, atada con cuerdas viejas. Pudo ver un poco de cabello blanco por debajo de la capucha y un sobresaliente y hermoso pendiente que colgaba de una de sus orejas, era de una piedra que no había visto antes, con forma de hojas hacia arriba y una en delicada flor como terminación. Parecía de un gran valor como para ser de ese hombre.
O a lo mejor estaba siendo bastante prejuicioso.
Mizu estaba un poco cohibido con el hombre, pero Keizar parecía acostumbrado a su rareza.
—Dejo la vigilancia a tu cuidado, viejo —afirmó el capitán—. Todavía hay personas adentro, que no te sorprendan.
—Este anciano cuidará de tu grandiosa embarcación —dijo con firmeza, mientras avanzaba hacia el barco con ayuda de un báculo desgastado—. Sabes que puedes confiar en mí.
—Eso espero —advirtió Keizar con su mismo tono de siempre. Sombrío y soberbio. Mizu ya estaba acostumbrándose.
—Veo que tiene una buena compañía, los dioses te están sonriendo. De nuevo —murmuró el viejo lo suficientemente alto como para que escucharan. Miró a Mizu directo a los ojos y sintió un escalofrío por la intensidad.
—Es mejor que no te metas en asuntos que no te corresponden —la voz de Keizar salió más fría que de costumbre. Mizu estaba un poco curioso con lo que dijo el extraño, pero él ya dio por terminada la conversación ante la advertencia del hombre en frente suyo.
—Mis disculpas —el anciano puso su mano contra su vientre y se inclinó ligeramente. Keizar bufó exasperado, pero lo dejó pasar.
—Vámonos, Mizu —el chico lo siguió, no por querer obedecerlo, sino porque el anciano no le daba muy buenas vibras y quería alejarse lo más rápido posible de él.
El humor de Keizar pasó de estar estable, teniendo en cuenta sus parámetros de normalidad en él, a enfurruñado. No entendía a qué venía tanta molestia. El chico no le hizo caso y fijó sus pensamientos a admirar el hermoso paisaje.
El día era cálido y acogedor, había una fragancia a flores que se iba intensificando a medida que avanzaban. Al principio todo era árido y desolado, también un poco caluroso, ni siquiera había personas alrededor, todo era arena y ocasionales campos. A medida que iban dando largos pasos, la vista empezó a cambiar. Aparecieron en su campo de visión más paisajes verdes y olores dulzones proveniente de árboles extravagantes y hermosos. Mizu estaba con la vista absorta alrededor, tanto que dio un pequeño respingo cuando Keizar rompió el silencio.
—Tendremos que caminar un poco más, vinimos a la costa con menos vigilancia, si queremos llegar a la zona central, tendremos que avanzar mucho más.
«Oh, lo que faltaba, más tiempo con un pirata enfurruñado y aires de grandeza»
—Sé lo que estás pensando —le regañó Keizar.
—Así que también lees mentes aparte de ser un detector de mentiras —replicó el chico.
—No es muy difícil saber que pasa por tu terca cabeza si pones esa cara.
—Oh, ¿cuál cara dices? ¡Pero si me estoy divirtiendo como no te imaginas! —cambió su tono y su expresión a una entusiasmada para irritarlo más.
Lo logró.
—Solo sabes hacerme enojar —le agarró de la parte trasera de la camisa.
—¡Suéltame! ¿Quién te crees que eres para tratarme así! —Mizu intentó zafarse de su agarre.
El capitán, demostrando su fuerza, lo levantó un poco y se acercó a él para amenazarlo.
—Más te vale que me respetes —dijo con el rostro lo suficientemente cerca como para incomodarlo. El ojo visible brillaba como jade, haciéndole entender que se estaba divirtiendo a sus costillas.
—¿Por qué lo haría? ¿Acaso no te divierto lo suficiente de esta manera? —le reprochó.
El capitán volvió a sonreír de lado, pero esta vez, Mizu estaba seguro de haberlo visto.
—Eso es solo porque me recuerdas a un gato que tuve en mi infancia —lo soltó al fin y siguió caminando como si nada—. Siempre salvaje y mirando a todos con recelo.
—Oh, el señor reservado y taciturno hablando de su vida privada. ¿Qué sigue? ¿Una invitación para tomar el té? —se burló de él para vengarse por sus palabras—. Oh mejor aún, ¿significa eso que ahora me tienes cariño como a tu gatito? —movió las pestañas para provocarlo.
—¿Te puedes callar por cinco segundos?
—¿Tan poco? ¿Acaso en realidad sí te gusta escucharme?
—Eres absolutamente desesperante.
Mizu siguió molestando a Keizar por el resto del camino. Le gustaba tomarle el pelo, aunque al otro hombre no tanto. A medida que avanzaban, el paisaje fue cambiando a uno más urbano, había más personas alrededor y muchos tenían puestos de venta.
Keizar sacó unas monedas plateadas de su bolsillo y les compró unas túnicas para según él, pasar desapercibido. La bahía esta vez era más abundante y con muchas más embarcaciones. Ni una de ellas tenía una bandera sospechosamente peligrosa flameando en las alturas.
El cielo estaba tan azul como las aguas y aves de distintos aspectos se asomaban de vez en cuando con un canto que parecía mejorar el humor de las personas alrededor.
En la altura de los árboles, se asomaban algunas casas de madera y hamacas de hilo largas y de aspecto excéntrico. Las hojas servían de sombra, permitiendo que varios turistas paguen por reposar un poco sobre ellas.
Las personas vestían ropas ligeras, únicas para cada uno, pero con ciertos factores similares entre ellos, como bordados con patrones, pantalones con patas anchas encerradas en botas de cuero, sombreros para los más adultos y otras prendas que Keizar le señaló que utilizaban para la pesca.
—Esta es la parte, digamos, más cálida de la isla. Pero no te confíes mucho, a medida que nos adentremos, el ambiente irá cambiando un poco.
Keizar estaba con la capucha sobre la cabeza, mirando a los lados con sigilo, Mizu, en cambio, prefirió no ocultar su rostro, de todos modos, nadie lo conocía. Quizás el capitán estaba siendo paranoico, nadie les estaba prestando atención.
Mientras más avanzaban dentro de la isla, más árboles se acumulaban y las tiendas iban siendo más aglomeradas, era un mercado bullicioso y deslumbrante.
—¡Alguien atrape a ese hombre! ¡Me ha robado! —escucharon que un hombre gritó a lo lejos.
Mizu se puso en alerta, luego recordó que no era él esta vez.
De entre el montón de personas, un hombre joven vino corriendo directamente hacia ellos con una bolsa entre manos. Mizu quería ayudar al dueño de la tienda, pero a la vez, sintió una especie de deja vú que le hizo querer ayudar al ladrón.
Quien no tuvo ni una consideración, fue Keizar, quien le puso el pie para que el ladrón cayera estrepitosamente contra el piso.
—¿Qué haces, maldito idiota? —habló el ladrón levantándose con agilidad.
Era un poco más alto que él, pero no tanto como Keizar, quien lo miraba como si fuese un insecto. Lo cual era mejor que con Mizu, a él lo analizaba como si fuese un microbio.
—¿Es él? ¡Ven aquí! —amenazó el hombre recientemente ultrajado ni bien se acercó a ellos. Los demás se apartaron de ahí y ni les hicieron caso como si ya estuviesen acostumbrados a ese tipo de escenas.
—¡Soy inocente, lo prometo! El ladrón se fue por otro lado —el hombre usó a Mizu como escudo para su desgracia—. Ayúdame, por favor —le susurró en el oído.
Mizu estaba en aprietos, sabía que no era correcto robar, pero también, entendía la necesidad detrás de esos actos. Podía sentir a Keizar impaciente a lado de él.
—Creo que el ladrón siguió recto y luego giró a la izquierda —mintió. Pudo escuchar un bufido de parte de Keizar, pero para su sorpresa, no refutó nada.
El hombre miró con sospecha al tipo oculto fallidamente atrás de él, luego a Keizar y atendiendo a la seriedad del capitán, decidió creerle. Con un instrumento parecido a un cuchillo que Mizu no había caído en cuenta hasta ese momento, dio media vuelta y se marchó.
—Ya hiciste tu buena obra del día, será mejor que te calles a partir de ahora —¿Podía Keizar estar de peor humor que siempre? La respuesta era evidente al mirar su postura tensa y los proyectiles imaginarios que le lanzaba mediante el ojo visible. No solo a él.
—¡Gracias, apuesto joven! No sé qué hubiera hecho sin ti, si hubieras sido una doncella, probablemente te pediría matrimonio —El individuo en cuestión se puso frente a Mizu y se inclinó mientras soltaba todas aquellas palabras bochornosas para Mizu—. Aunque, creo que hay un lugar cerca de aquí en donde podemos hacerlo —tomó la mano del chico y cuando lo llevó cerca de sus labios, Keizar lo agarró y lo acercó a él.
—¿Qué crees que haces? ¿Así agradeces nuestra ayuda? —reprochó.
—Querrás decir su ayuda —dijo mirando a Mizu—, si fuese por usted, me habría entregado —El joven se puso de pie y miró a Keizar con picardía con los ojos dorados como el oro y juguetones como un felino.
—Desde luego, no eres más que un vulgar ladrón.
Aquellas palabras le dolieron a Mizu mucho más de lo que esperó. ¿También pensaría así de él?
«Como si me importara lo que unos piratas piensen de mí, ellos tampoco son tan buenas personas como quieren hacer ver»
Pero en el fondo, las palabras de Keizar siguieron repitiéndose una y otra vez.
—Lo siento si lo ofendí, sir. Solo quería expresar mis más sinceras palabras de agradecimiento —cambió sus modales a uno más formal. Podía sentir que era totalmente falso. Luego se dirigió a Mizu —Espero no haberte ofendido, dulce joven.
«¡¿Dulce joven?!»
Mizu sintió como si un interruptor de temperatura se hubiera activado en él porque de pronto, su rostro se sintió extremadamente caliente. Lo cual no era usual en él. No estaba acostumbrado a ser tratado así.
—No te preocupes, no me ofendió, lo que pasa es que mi acompañante no tolera las bromas —dijo y carraspeó un poco cuando su voz salió muy baja.
El joven sonrió aún más y se acercó a él.
—Ojalá hubiese sido una broma de mi parte...
—Suficiente —Keizar puso un alto al joven desconocido—. Mizu, tenemos que irnos.
—Así que eres Mizu, me alegra conocer el nombre de la persona que acaba de salvarme —siguió diciendo.
Keizar empezó a caminar y Mizu no quiso quedarse atrás, por lo que se despidió de un asentimiento de cabeza. No sabía cómo reaccionar a personas como aquel desconocido, no estaba seguro si se estaba burlando de él o en serio agradeciéndolo. Cuando pasó a lado de él, este lo agarró y lo jaló un poco hacia él.
—¿Qué haces? —preguntó Mizu.
—Tranquilo, no te haré daño, solo quise regalarte este pendiente, es como muestra de agradecimiento, si algún día requieres de un favor, no dudes en pedírmelo —El joven le entregó en pendiente de algo parecido a plata en sus manos.
—Gracias, lo tendré en cuenta —dijo el chico, ya que no sabía que más hacer.
A unos pasos de él, Keizar frenó de golpe y se cruzó de brazos. Mizu todavía estaba enojado por lo que dijo, así que lo ignoró.
—Ya que me entregaste tu nombre, yo haré lo mismo —el chico estaba bastante seguro de que en realidad no se lo dijo él, pero lo dejó pasar—. Yo Polaris, me declaro en deuda contigo, Mizu y te devolveré este favor por mi honor.
—Sí, lo que digas, un gusto. Supongo —se encogió de hombros con nerviosismo, Polaris rió.
—Eres bastante divertido.
Luego de esto, desapareció entre el gentío.
—¿Qué demonios quería ese desconocido? —preguntó Keizar ni bien Mizu se acercó a él.
—Solo me dijo su nombre y me dio un regalo —le mostró el pendiente.
—Es horrible, tíralo.
—¡No lo haré! —exclamó—. Sabes, creo que de hecho, me lo pondré en cuanto volvamos al Drágora.
Desde luego no tenía pensado ponerse el arete, pero la actitud de Keizar lo molestó lo suficiente como para atreverse. El capitán intentó decirle algo más, pero solo se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras —luego volteó para continuar la marcha.
—No hace falta que me lo digas —replicó a lado de él.
—Y bien, ¿cuál es su nombre? —dijo en cuanto avanzaron unos pasos.
—¿Por qué te lo diría? —replicó.
Ah, sí, desafiar a su futuro capitán era una de las cosas que más le gustaba hacer desde que llegó a este lugar.
—No lo hagas si no quieres, solo sentía curiosidad —sus palabras eran tan falsas que Mizu se rió a todo pulmón—. ¿Qué es lo gracioso?
—Tú. Totalmente tú —siguió.
—Estas un poco osado hoy. Tal vez deba ponerte a trabajar más para que dejes de decir estupideces.
—¡Esta bien, te lo diré! Me dijo que se llama Polaris. ¿Un poco raro no? Pero creo que es genial —dijo Mizu en señal de conciliación.
Keizar se quedó completamente quieto, lo cual extrañó a Mizu. Miró a sus espaldas, pero no encontró lo que sea que estaba buscando.
—Imposible, lo habrás escuchado mal —le reprochó y siguió avanzando.
Mizu no lo escuchó mal, pero le importaba poco o nada si le creía o no, además, ya no quería seguir molestándolo o terminaría haciendo tarea de más. Tal vez también le causó curiosidad el nombre del joven ya no desconocido, tanto como a él.
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