El Dragón y El Lobo
Había despertado hacia apenas unas horas, pero no había tenido el valor de moverse de la cama, como si cualquier movimiento en falso tuviera alguna terrible consecuencia.
Se encontraba deslizando su mirada por el rostro de Daenerys de nuevo.
A pesar de que llevaba un rato haciéndolo, repasando su rostro hasta memorizar cada facción, cada mínimo detalle, seguía sorprendiéndolo la belleza de la chica.
La miró moverse, acercándose más hacia su pecho que le compartía de su calor.
No pudo evitar rodearla con el otro brazo.
No habían podido detenerse, no habían querido hacerlo.
Por los Dioses, sabían que estaba mal, sabían que habían muchas cosas en juego, pero nada de eso importó en cuanto compartieron su primer beso.
La Gran Guerra que se aproximaba no les pareció suficiente razón para dejar de repartir caricias en el cuerpo del otro, ganándose unos cuantos suspiros y jadeos.
El crudo invierno que les esperaba no pudo detener los movimientos pélvicos que llevaban a cabo contra el otro, llenándolos de un calor abrasador que no se comparaba con alguna experiencia previa que hubieran tenido.
No supieron medir la manifestación de sus sentimientos, y eso pudo ser el peor error de sus vidas.
No podían permitirse distracciones en el juego de tronos o ambos morirían jugando.
Fueron tan egoístas. No podían fallarle a su gente, que los había elegido para guiarlos con la confianza en que sobrevivirían gracias a ellos.
Daenerys le pareció atractiva desde el momento en el que la vio, todos esos relatos sobre la belleza que poseía su casa se habían quedado cortos.
Y eso no era todo, lo que lo había cautivado por completo había sido su personalidad.
Era una mujer que había sufrido y había perdido lo que le importaba, pero supo como salir a flote como pocos lo hacen.
''He pasado mi vida en tierras extranjeras. Muchísimos hombres han tratado de matarme, no recuerdo todos sus nombres.''
Recordó como fue traicionado por los que pensaba que eran sus hermanos.
''Me han vendido como un animal. He sido encadenada y traicionada, violada y contaminada.''
A pesar de que ella siempre estuvo en desventaja, tampoco se dejó influenciar por eso.
''¿Sabes qué me mantuvo de pie en todos esos años en el exilio? La fe. No en los dioses, no en mitos ni en leyendas. Fue la fe en mí. En Daenerys Targaryen.''
No eran tan diferentes después de todo, y es por eso que podían llegar a entenderse como nadie a pesar de que las situaciones que atravesaron no fuesen las mismas.
Tuvieron varios problemas al principio gracias a que ambos eran igual de testarudos y orgullosos, aunque debía admitir que algunos de esos problemas habían empezado por su excesiva dosis de sinceridad, pero tampoco había nada que hacerle, no podía ni quería cambiar.
Pero desde cierto momento que ninguno de los dos pudo descifrar, comenzaron a entenderse, y entonces pareció que ni siquiera necesitaban palabras para entenderse, sus miradas eran más que suficiente.
Si había alguien que merecía ese trono, era ella, que había luchado por conseguirlo y que realmente tenía el deseo de cambiar el mundo y volverlo mejor.
Acarició su cabello con suavidad mientras sonreía.
Dioses, ¿acaso estaba enamorado de la Madre de Dragones?
No negaba que le parecía sumamente atractiva tanto física como moralmente, y que al verla sufrir por la pérdida de su hijo lo destrozó.
Cerró los ojos. Deseó gritar con todas sus fuerzas.
Había sido su culpa, a pesar de que ella había insistido que no.
El dolor que ella atravesaba después del rescate debía ser insoportable, los dragones no eran sus mascotas o sus hermanos, ella los había visto nacer, los cuidó y los vio crecer.
Eran sus hijos, y ella los amaba demasiado, como pocas madres lograban amar.
La única pérdida que no tiene un nombre es la de un hijo, es algo anti-natural, el dolor más grande del mundo.
No podía decir que la entendía, porque ni siquiera Ghost era como su hijo, era su compañero, su amigo.
Sonrió al imaginar como se llevarían Ghost y Daenerys.
_ ¿En qué piensas?
Dio un suave respingo al escuchar la pregunta y bajó la mirada, para encontrarse con esos ojos penetrantes.
_ Mh... no es nada interesante - acarició la espalda desnuda de Daenerys.
_ ¿Seguro? Te ves algo preocupado - murmuró ella, dejándose hacer.
_ Estaba pensando en Ghost, y en que seguramente querrá arrancarme la cabeza cuando me vea.
Ella sonrió.
_ Tu lobo huargo, ¿cómo es?
_ Tiene el pelaje de color blanco, tan blanco como la nieve.
_ Me encantaría verlo - lo recostó por completo en la cama y se recostó en su pecho - Jon, sé que ahora tenemos otras cosas de las que preocuparnos, pero quiero que sepas que no me arrepiento de lo que sucedió.
_ Yo tampoco - besó su frente.
_ Claramente no estaba en mis planes fijarme en el Rey en el Norte cuando me desafiaste y no pudiste controlar tu boca, pero supongo que fue eso lo que me gustó de ti - murmuró Daenerys - Pensarás que soy algo tonta, pero... me gustaría congelar el momento para quedarnos aquí. Tengo miedo, miedo de perder lo que me queda.
Jon acarició las ondulaciones de su cabello y suspiró.
_ Es inevitable tener miedo, Daenerys. Pero ahora se trata de enfrentarlo o quedarnos sentados esperando a que la muerte llame a nuestra puerta, y ninguno de los dos ve lo segundo como una opción. No te puedo prometer que viviremos o que no habrá muertes - Daenerys lo miró un poco irritada. Sí, justo de esa sinceridad hablaba ella - Pero sí puedo prometerte una cosa.
Ella lo miró, algo curiosa.
_ ¿Y qué es?
_ Que pase lo que pase, nuestra lucha siempre será por proteger a quienes amamos, incluso al morir.
_ Jon Snow, admiro en serio como la idea de morir no te aterroriza, con tal de salvar a tu gente, no te importaría ser masacrado.
_ Sólo soy un bastardo que sabe que morir es inevitable - dijo antes de darle un suave beso en la mejilla.
Ella sonrió y se relajó.
_ Olvidémonos de todo, sólo por esta noche, ¿sí? - acarició la mejilla del norteño.
Éste asintió y recibió el beso que la Targaryen comenzó
Y mientras sentía sus labios contra los suyos, no le quedó otra opción más que admitirlo.
La quería.
Cuando se adentró nuevamente en aquel lugar cálido y húmedo, supo por qué.
Era una mujer dura, severa y estricta, pero no insensible ni antipática.
A pesar de que era una mujer fuerte, también tenía un corazón débil.
Ella podía similar ser algunas cosas que no era, y aunque no sabía porque lo hacía, le bastaba con saber como era en realidad.
Le bastaba ver esa pequeña sonrisa verdadera oculta detrás de esa máscara de frialdad.
Le bastaba ver esa mirada que le daba y que gritaba que necesitaba a alguien, a pesar de que sus labios dijeran lo contrario.
Le bastaba sentir que era correspondido aún cuando ninguno había dicho nada.
Era hermosa, lista, obstinada y con un corazón amable, pero nadie se lo decía.
Tal vez, al final, no era malo que tuviera una carga excesiva de sinceridad y una gran boca, porque usaría ambas cosas para recordárselo.
Los gemidos llenaron la habitación de nuevo mientras se escuchaba como la cama volvía a crujir, y en vez de murmurar todo lo que querían decir, tan sólo se miraban.
Ambos sabían que a veces las miradas podían tocarte aún más que las manos.
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