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El dragón y el hobbit

Había una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, un dragón distinto a los de su especie que recientemente había sido rechazado entre los suyos. Lo obligaron a dejar su casa porque tenía un gusto peculiar por la comodidad y no la sangre, por los libros y no los gritos de sus víctimas, por sus vajillas y no por el egoísmo. Se encontró acusado y desterrado de sus tierras ya conocidas para comenzar a vagar por la inmensa e interminable Tierra Media.

Poco tiempo después de haber vagado sin rumbo fijo, se percató que todos los viajeros que se cruzaban en su camino se veían aterrados por su apariencia, salían corriendo de la senda mientras le suplicaban no ser comidos. En un principio Smaug creyó que podría ignorar aquellos malos ratos con los otros si sólo no le daba mucha importancia y seguía su camino en medio de su infortunio, pero la gota que derramó el vaso fue la ocasión en donde rescató a una niña de la muerte en un lago y esta le agradeció con una expresión de terror y le suplicó que no se la llevara.

—Por favor, señor dragón, no me mate o secuestre —le dijo la niña tiritando de frío, pero reacia a recibir el calor de Smaug —se lo suplico, déjeme ir.

Smaug se había quedado sin aliento, se alejó un poco de la niña sintiendo la incredulidad dibujada no sólo en su rostro sino en su corazón. La niña retrocedió unos pasos gimoteando y cuando sintió un fuerte golpe de adrenalina corrió tan rápido como sus pequeños pies le permitieron. Esa vez la niña no gritó pero sí dejó en Smaug un sentimiento que poco se merecía, el dragón se quedó inmóvil, cabizbajo y con la punta de sus rulos goteando agua fría.

En una linda tarde, soleada y decorada con los mil colores de un lago respondiendo al sol, había un dragón observando su reflejo, maldiciéndose por ser eso, un simple dragón con el corazón más blando que una nube. En el espejo del lago Smaug se encontró con la pena invadiendo sus rostro alargado y jovial. Smaug era un dragón único entre tantos pues su físico era entre el de un hombre con variables detalles de dragón; Su piel era blanca, sus pómulos bien enmarcados y era poseedor de una cabellera morena y rizada. Era alto, un poco más alto de lo común para los segundos nacidos, partes de sus extremidades estaban cubiertas de escamas rojas y Smaug hacía todo lo posible por esconderlas bajo sus ropas, pero lo que siempre lo delataba eran sus colmillos, el color oro que sus ojos adoptaban a contra luz, ese par de cuernos en su nuca y esa cola tan llamativa de dragón que se escapaba desde el final de su espalda.

Frunció el entre cejo, repentinamente se encontró molesto no sólo con la vida sino también con aquellos que sólo lo juzgaban por su apariencia y poca importancia le daban a sus acciones. Formó un puño y se levantó conteniendo sus lágrimas, había decidido no dejarse lastimar más por las personas, ya no sería el mismo, pero tampoco tenía intenciones de volver al nido de víboras del que había salido.

El ahora nuevo Smaug continuó su camino con una nueva idea rondando su cabeza. Pensó que al ser un nuevo dragón, con un carácter fuerte, egocéntrico, impaciente y poco solidario, no tendría necesidad de buscar amigos. Se volvería un ser solitario como los suyos, de sangre fría pero sin necesidad y gusto por la muerte.

Un dragón es fuego, se decía.

Un dragón es muerte, repetía.

Y aun así, se le podía encontrar robando un par de zanahorias, lechugas y tomates del huerto de uno de esos seres más pequeños que un enano, que vestían con colores cálidos como el amarillo y rojo. Desconocía el nombre de esos pequeños hombres, pero estaba seguro que a ninguno le gustaba ser victima de un robo en su huerto, sólo tomó lo necesario y salió corriendo.

Smaug había llegado a las zonas limítrofes de la comarca, no lo sabía, pero ese fue el lugar que escogió para darle forma a su nido. Comenzó con un pequeño hueco en la tierra, sólo lo usaba para dormir, más con el tiempo logró levantar paredes, extender sus tierras y volverlo cómodo con muebles viejos que recogía de varios lugares. Si se encontraba falto de algo, aprendió con más de un fallo a usar la madera para confeccionar muebles que nunca encontró.

Smaug había crecido en conocimientos durante los últimos años, ignorante a los rumores que se corrían en la comarca. No tenía amigos, pero sí libros, libros que de igual forma se encontraba en sus viajes o los hombres le lanzaban en un intento de protegerse. Había aprendido a cocinar y lo máximo que comía de carne eran peces o liebres, jamás hombres, elfos o enanos. Logró dar forma a un pequeño huerto y lo que había robado antes, lo había devuelto en las primeras cosechas.

Se decía ser alguien temible, de él también corría ese rumor entre los conocidos de un pequeño hobbit de nombre Bilbo Bolsón, pero la verdad era otra; Smaug no había endurecido por dentro como lo hizo por fuera; prontamente se encontraba cautivado por la ternura de un gato o curiosidad de un perro.

En su estancia en las cercanías de la Comarca conoció los efectos de la cerveza y la hierba, de los cuales se volvió igual de aficionado que cierto mago gris. Su vida se había tornado un tanto más calmada, claro, si evitaba recordar ese encuentro que tuvo con un Hobbit. El pequeño hombrecillo se había visto sorprendido por la gran y llamativa casa del dragón, decidido exploró las cercanías, pero cuando se topó con el inquilino, con un dragón, gritó alterado y huyó lejos.

Los rumores de que un nuevo invasor había llegado a esas tierras se confirmaron cuando el hobbit volvió a casa envuelto en sudor y el miedo le surcaba por todo el rostro. Ahora todos los medianos sabían de la existencia de un dragón que acechaba sus tierras, muchos alzaban la voz, pero poco o ninguno tuvo el valor de levantarse en armas. Estuvieron satisfechos con la idea de que, si el dragón no se metía con ellos, podrían vivir en paz. Pero como siempre, no todos tenían las mismas ideas y sólo uno pensó que había gato encerrado.

Bilbo era un hobbit por naturaleza curioso y aventurero. Estaba en plena juventud cuando escuchó sobre el dragón y poco le pareció real que no estuvieran amenazados por una muerte instantánea. En cierta ocasión esperó a que todos los hobbits fuesen a dormir o beber en su taberna favorita, entonces salió de su hogar en dirección a la casa de la que tanto hablaban los chismes.

Todo era real, sus ojos se encontraron ante un hermoso hogar decorado con cosas pobres pero humildes y cómodas. Pero Bilbo no era tonto, no se iba a dejar engañar por un dragón y a paso firme se dirigió a la entrada del lugar. Tomó aire y exhaló con tal fuerza que Smaug ya se había percatado de las visitas, el pequeño hobbit llamó a la puerta tres veces, insistiendo a ser atendido por el anfitrión.

Todo parecía una mala broma para el dragón, por un momento pensó que sus vecinos medianos comenzarían a jugarle bromas, a lanzarle tomates o arruinar sus cosechas. Dudó un poco, pero al tercer llamamiento abrió la puerta para toparse cara a cara con un pequeño hobbit, gordito, de rizos castaños claros y con un obvio semblante de molestia.

—221B...¿En serio? —fueron las primeras palabras de Bilbo. Dejó de lado sus modales para mostrarse fuerte e impenetrable—. ¿Por qué enumerar su casa si es la única a varios metros por acá?

El dragón se había quedado mudo. ¿Era un sueño aquello? No, era tan real como ese par de cuernos que tenía en la cabeza. Ese pequeño hombre no había corrido, no parecía asustado y por todo lo contrario, lo notaba molesto con él sin una razón aparente. Sentía que la boca se le caía de la impresión, pero se contuvo al perderse en ese tierno brillo de los ojos del hobbit.

Era la primera vez que alguien lo miraba a los ojos, la primera vez que alguien estaba molesto con él y la primera, sin lugar a dudas, que le dirigían la palabra.

—¿No habla? —preguntó Bilbo con las manos en las caderas—. ¿Es usted un dragón mudo?

Smaug negó aun con la estupefacción en el rostro. Sentía desvanecerse, se mantuvo en pie solamente por no darle una mala imagen a su visita. No supo cómo reaccionar, por eso se hizo a un lado invitando a su amigo a pasar pues había escuchado que era de mala educación mantener a las vistas esperando.

El hobbit enmudeció en ese momento, con esa invitación tan sospechosa pudo haber muerto, pero aceptó. Entró y se topó con un lugar limpio y ordenado. No parecía el nido de un dragón como Bilbo lo llegó a pensar.

Smaug lo llevó hasta un pequeño sofá, aun no sabía qué decir y esto, de alguna forma, provocaba que hobbit pensara en su ternura. Bilbo pareció sonreír cautivado, pero borró la sonrisa ante la idea de un posible engaño.

—Ahora vuelvo­­ —dijo Smaug con un hilo de voz y desapareció en un pasillo.

Bilbo echó una mirada de nuevo por todo el lugar. Pensó que tal vez Smaug no era tan malo como lo decían sus iguales, se le ocurrió la idea de que si bien es un dragón esto no lo comprometía desde su nacimiento a ser un ser malvado y sin alma.

Sí, decidido, podría darse el lujo de charlar un poco antes de juzgar sin conocer.

En ese momento Smaug volvió con una tetera, dos tazas y un par de galletas que había preparado por la tarde para merendar en la noche, no tenía de otra más que compartir. Se pusieron a comer en un silencio incomodo hasta su voz obligó a Bilbo a levantar la mirada.

­—Me gustan...

¿Acababa decir que le gusta? Pensó Bilbo, pero si recién se conocían. No entendió muy bien las palabras del dragón y este pareció darse cuenta de ello.

—Me gustan esos números y la letra, por eso las uso. Sé que soy el único por estas tierras, pero eso no me pareció un impedimento, señor —y tal fue su educación al hablar que esta vez el hobbit quedó con la boca abierta por la impresión. Al parecer tenía que limpiarse más seguido esos oídos... Aunque el dragón no tenía tan mal aspecto, además, no apestaba tanto como los viejos mencionan.

A Bilbo le pareció que la voz de Smaug era profunda, quieta y preciosa, como la de los antiguos juglares. En medio de su vergüenza estuvo a nada de caer perdido en sus pensamientos, pero no se pudo dar ese lujo ante la penetrante mirada de su anfitrión. Algo sucedió, supo entonces que ese dragón no era tan peligroso como se decía y que por todo lo contrario, se notaba a leguas que le encantaba hornear galletitas mientras que tejía en los momentos libres.

Internamente se disculpaba una y otra vez, deseando conocer más a su nuevo vecino.

Una suave sonrisa burlona se pintó en los labios del hobbit, sintió que sus mofletes enrojecían como ese rosado de los tulipanes en su jardín, esos de los que tanto presumía a sus vecinos. ¡Era un tulipán frente a un dragón!

—Ah... —dijo sintiéndose intimidado por la altura de Smaug. Tosió y elevó su mirada agradeciendo por el gesto de su compañero—. Gracias...Mira, lamento la forma en como llegué a su hogar...es sólo que...

Smaug negó suavemente con una sonrisa en su rostro.

—No se disculpe, entiendo que no es normal ver a alguien así intentando vivir en paz —dijo con el corazón en la garganta. Era la primera vez que hablaba con alguien más sin que este saliera huyendo—. En todo caso, permítame agradecerle pues usted ha tenido la osadía que hasta ahora todos han carecido. Le aseguro, amigo mío, no planeo comenzar un vendaval de muerte en estos lugares, de hecho, me agradan y el tabaco es único por acá.

Durante toda la noche, el hobbit y el dragón pasaron las horas platicando, charlando y riendo. Bilbo se presentó justo después de haber escuchado el fanatismo de Smaug por la hierba. Samug, mientras tanto, le dio a conocer a su amigo su nombre cuando éste estuvo por volver a su casa, la luz del nuevo sol ya lo amenazaba y debía volver rápido a casa sino quería que los rumores se levantaran tan rápido.

—¡Espere! —le llamó Smaug desde el portón de su hogar, casi reacio a que Bilbo no lo abandonara—. ¿Volverá alguna otra noche?

Bilbo le sonrió en respuesta y negó con firmeza.

—A mi no me gusta salir de noche, no soy un niño tan travieso señor Smaug  —le respondió y sin querer plantó una flecha en el corazón del dragón—. No espere mis visitas en la noche como si fuera usted algo clandestino. Es mi amigo, y a ellos, les guste o no, los visito por el día y muy de vez en cuando les obsequio algún presente.

El hobbit dio media vuelta dejando en Smaug una emoción extraña y nueva. Sentía como si el tiempo de repente se tornase eterno hasta la próxima visita de Bilbo, aprendió a comprender ese sentimiento, el cual, más tarde conoció como "Amor". Lo atesoró tras su pecho, bajo llave mientras el hobbit le visitaba casi todos los días, mostrando ya de paso a los demás que el dragón era su amigo, uno de sus mejores.

Smaug no pensaba ser correspondido ya que una vez supo que un hobbit como Bilbo debía enamorarse de una mediana de hermosos y rubios rulos, tener hijos y una vida plena. Se había hecho a la idea, los primeros días se mostró obstinado, pero con cada caricia de Bilbo un fuerte sentimiento tan indigno como el egoísmo le ponía los pies en la tierra.

Mientras tanto, Bilbo defendía a su amigo cada que podía ante los malo comentarios de sus vecinos u otros hobbits que realmente no conocía. Se comenzó a formar de una reputación en donde no sólo se hablaba de su extraño espíritu por encontrar aventuras pequeñas en los lindes de la Comarca, sino también de un posible amorío. El hobbit lo meditó en una ocasión mientras estaba en casa, y la verdad era que se había enamorado no en la primera visita, ya que era viejo y por tanto no era tonto, sino que, con el tiempo, con los encuentros y la forma tan arrogante y falsa que tenía Smaug por ocultar su sensibilidad lo había atrapado. El dragón era muy bueno en la cocina, ordenado y fanático de la lectura, además, había ocasiones en las que lo cuidaba de más, como si Bilbo fuese a desaparecer de un parpadeo a otro.

Aquel día Bilbo había preparado una pequeña canasta de pastelillos, los cuales encantaron al dragón ni bien los probó. Ya tenían más de medio año practicando dichas visitas y por tanto ya no les parecía incomodo el silencio que se formaba cuando ambos, fastidiados de la charla, se zabullían en una lectura que los trasportaba hasta el anochecer.

—¿Hoy piensas quedarte a dormir, Bilbo? —le preguntó Smaug cerrando su libro. El hobbit estaba sentado en otro sofá de color rojo a su izquierda, salió de su libro y al igual que Smaug, observó por la ventana que el sol se ocultaba para dar paso a la luna.

Bilbo hizo una mueca, nunca antes se había quedado a dormir, pero esa noche, en especial, ya estaba cansado pues por la mañana había ayudado a su jardinero en el rosal.

—¿Será una molestia? No acostumbro hacer estas cosas tan poco educadas, entiendo que tienes tu espacio, pero...

—Pero nada, señor Bolsón —canturreó el dragón guardando los libros en su lugar, se levantó y pasó por detrás de Bilbo acariciando sus cabellos. Adoraba enredar sus dedos entre los rulos de su amor platónico—. Estaría más que satisfecho al compartir mi espacio contigo. Espera aquí, iré por un par de cobijas para que duermas caliente.

Poco le faltó al hobbit responder que sólo había una forma para encontrar calor con un dragón, sintió que podía volver incomodo el momento y mejor calló hasta que Smaug volvió con las cobijas y una almohada.

—Aquí están, perdón que sólo pueda ofrecerte el sofá como una cama, no creo que te sea cómodo dormir encima de tanta moneda o tarros hechos en oro —dijo riendo más pronto se vio interrumpido ante la abrupta petición del hobbit.

—No, no, los hobbits optamos por algo más cómodo que una cama de oro —le dijo extendiendo las cobijas en el mismo suelo—. Entonces ¿Te molestaría dormir conmigo al menos por hoy? Así no pasaré ningún frio si estoy... si estoy abrazado a ti.

Smaug se quedó boquiabierto. ¿Escuchó bien?

Ante su silencio e incredulidad, Bilbo sonrió, estaba seguro que Smaug albergaba los mismos sentimientos. El hobbit tuvo un pequeño impulso de seguridad y tomó al dragón por la muñeca guiándolo al lecho que había improvisado con las telas.

—¿Estás seguro? Quiero decir que...

—Cállate por un momento ¿Quieres? —le dijo el hobbit acunándose en el pecho del dragón—. ¿Es que tu no sientes lo mismo?

Por supuesto que el dragón sentía lo mismo, sólo que no creía que Bilbo le correspondiera. La imagen del Hobbit con una familia se fue a la basura dentro de la mente de Smaug, era ahora una muy distinta, una en donde él aparecía abrazando a su hobbit y mimándolo.

Respondió a la cuestión del hobbit tulipán robándole un inexperto beso. Jamás hubo creído que tras tanto sufrimiento y darse por vencido, iba a encontrar en esas tierra al amor de su vida, a un hobbit valiente, tierno y sabio.








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