XV • La bestia y el hombre
Sergio ya no era ni la sombra de lo que antes fue,
y sabía bien que gran parte de su queja,
era porque la culpa no era más que suya,
así que encendió el primero de los cigarros,
localizando el arbusto en el que había escondido,
aquel leño que le fungiría como bastón,
porque en su calidad de borracho,
fácilmente caería ante la irregularidad del terreno,
y en el proceso, el bosque alzaría la voz.
La noche estrellada era un espectáculo,
las motitas blancas que pendían del cielo,
se lucían en la formación de patrones,
que inspiraban esplendorosos deseos,
hasta que conseguías en el bosque adentrarte,
y las dudas iban de a poco embargándote,
estrellas no quedaban ni detrás ni adelante,
tan solo eras tú, en compañía de tu consciencia,
que si no estaba tranquila no hacía más que torturarte,
hasta que cedías, y abandonabas tu alma o tu carne.
Sergio avanzaba con maestría y seguridad,
entre los brotes irregulares del suelo,
cuando un apabullante estruendo consiguió detenerlo;
algo, a lo cual ni siquiera se atrevía a nombrar,
descendía del cielo, destrozando todo a su paso,
propinándose fuertes palizas con los árboles adustos,
rompiendo copas, ramas y troncos en el proceso,
hasta que sus enormes extremidades tocaron el suelo,
con una fuerza que desestabilizó el terreno,
y comenzó a cabecear, desesperadamente,
absolutamente irritado y enceguecido.
Su mente cavilaba con velocidad explicaciones para lo que estaba viendo,
pero todas carecían de cualquiera de los sentidos,
la bestia en la brecha de luz que irradiaba de la luna y las estrellas,
tenía unas alas magníficas y llevaba un gran halo de luz roja encima,
que en cualquiera de los escenarios significaba una clara advertencia;
Sergio estaba preparado para dar la vuelta, pero antes retrocedió sin dar la espalda,
su corazón se detuvo por un segundo, mientras un “crac” bajo sus pies resonaba,
como una clara llamada de atención para aquel animal fantasioso,
quien llevaba su vista en la dirección en que él se encontraba,
con sus ojos tan brillantes como inusuales diamantes,
dedicándole con desesperación una perspicaz y electrizante mirada.
Disparador: 16. El cuento de hadas ha cambiado. Ahora el dragón quiere hablar con la princesa, pero no sabe que decirle después de asustarla, por eso te pide ayuda con un poema.
Palabras: 348
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