Respirando fuerte,
exhalando aire caliente,
el dragón quedó silente,
mientras la princesa de oriente,
lo miraba con un aire contundente.

—¿Por qué me sigues?—,
no era una pregunta sencilla,
tan solo enfureció al dragón,
y no precisamente por la quisquilla,
sino porque verdaderamente,
era una pregunta cuya respuesta no sabía.

De ninguno era su intención,
pero entre más avanzaba,
aquella inusual conversación,
sus intereses menos coludían,
y entre más crecía la discusión,
ambos más se herían.

Y en un momento predicho,
la princesa, casi por capricho,
dirigiendo mal su ira,
acabó con la agonía,
que desde antes contenía.

—¡Necesito volver al reino,
ese del que tú me raptaste!—,
esas palabras, como puñales,
desataron un nuevo nivel de desorden,
fueron la cúspide del mayor desastre.

—¡Esto no es un estúpido cuento,
no habrá un caballero que te mate,
no estoy feliz aquí donde me trajiste,
mi reino me necesita, está en percance,
y si no quieres llevarme con mi madre,
puedes irte ahora mismo por mi parte!

Así, un crujido atravesó al dragón,
sin necesidad de un objeto afilado,
la princesa infligió un daño,
que se enterró aún más profundo,
de lo que le habría herido,
cualquier instrumento envenenado.

Disparador: 16. El cuento de hadas ha cambiado. Ahora el dragón quiere hablar con la princesa, pero no sabe que decirle después de asustarla, por eso te pide ayuda con un poema.

Palabras: 198