El horizonte se iluminaba,
con el resplandor de la mañana,
cada ave en su papel cantaba,
la princesa estaba encantada;
habían pasado casi trece lunas,
desde que recibió la última carta.

El vigilante, en aquellos cielos azules,
se reclinaba sobre una de las torres,
mientras ella corría entre las flores,
danzando y tarareando canciones,
plagada de risas y dulces ilusiones.

Era ella, con su habitual alegría,
quien desde la tortuosa lejanía,
le deslumbraba con su sonrisa,
a su angustia convertía llovizna,
que al tocar la tierra no podía,
si no convertirse en parte de la misma.

Embelesado, el joven dragón,
observó cuando aquel caballero,
llegó montado en su ilustre corcel,
y entregó en sus tersas manos,
un sobre de llamativo papel.

La princesa le dedicaba una sonrisa,
diferente a la que siempre tenía,
y una llama en su interior ardía,
haciendo que revoloteara,
intentando calmar a la fiera,
que en sí llevaba escondida.

No podía soportar,
que ella le ignorara,
siendo él, el súbdito y protector,
que sigilosamente la observaba;
anhelando ser el hábil conversador,
que continuamente la alegraba.

El hombre mensajero retornó enseguida,
mientras ella volvía, siguiendo la misma ruta,
y danzando como las primaverales brisas,
mientras, como siempre, él se escondía,
entre las benditas torres más altas.

Alimentando cual leña ese fuego,
que desde ya hace tiempo,
quemaba al dragón por dentro,
enloqueciendo y engrandeciendo,
su absurdo e insensato deseo.

Disparador: 16. El cuento de hadas ha cambiado. Ahora el dragón quiere hablar con la princesa, pero no sabe que decirle después de asustarla, por eso te pide ayuda con un poema.

Palabras: 232.