
Capítulo 1: El Hijo del Caballero Oscuro
Issei Hyoudou despertó con el sonido estridente del despertador. Un día más en la vida de un chico común, o eso pensaba. La habitación estaba sumida en un silencio profundo, solo interrumpido por los ecos lejanos de la ciudad que comenzaba su día. La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, bañando el cuarto en una cálida tonalidad dorada. Como siempre, la misma rutina.
O eso creía.
Al levantarse de la cama, algo en su pecho se movió. Un dolor punzante, como si una llama ardiera dentro de él. Issei soltó un gruñido, apretando el pecho con la mano mientras la sensación se intensificaba. Era un dolor extraño, como si algo estuviera rompiéndose, pero no era físico. Era... algo dentro de él, algo que no lograba comprender.
"¡No puede ser! ¿Qué es esto?"
Cuando intentó levantarse, la sensación de presión aumentó, y por un momento pensó que caería al suelo, pero algo en su interior lo sostuvo. Un poder latente. Un poder antiguo.
"Hijo de Sparda..."
Una voz retumbó en su mente, profunda y resonante, como un eco lejano de su propio ser.
—¿Qué...?
Issei se sujetó la cabeza, desorientado. La visión comenzó a nublarse y, por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Frente a él, en su mente, se proyectó una imagen borrosa, pero clara en su esencia.
Un hombre, de pie en medio de una tormenta de fuego y sombra, su mirada feroz y resuelta. Dos espadas en su mano, una ligera y otra pesada. En su rostro había una mezcla de dolor y sacrificio, de determinación y esperanza.
Sparda.
El nombre apareció en su mente como una revelación.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué... por qué veo esto?
El dolor cesó de inmediato, pero Issei no podía comprender lo que había sucedido. La sensación de la presencia de alguien más, algo mucho más grande y antiguo que él, permaneció. ¿Y ese nombre? Sparda...
Antes de poder procesarlo más, escuchó el sonido del timbre de su teléfono.
Era un mensaje de su amiga, Asia Argento, con quien siempre intercambiaba mensajes en las mañanas.
"¡Issei! ¿Vas a venir hoy a la escuela? Todos te estamos esperando. ¡No te olvides!"
Un suspiro de alivio escapó de sus labios. Parecía que hoy sería otro día común. O eso pensaba.
La escuela estaba llena de estudiantes charlando, riendo y disfrutando del comienzo de un nuevo día. Issei se dirigía al aula, sin poder dejar de pensar en la extraña visión que había tenido esa mañana. ¿Había sido un sueño? ¿O algo más?
Al llegar a su asiento, fue recibido por las risas de sus amigos.
—¡Issei! —gritó Asia, moviendo la mano para llamar su atención—. ¡Te estábamos esperando!
Issei sonrió, aunque en su interior sentía que algo no estaba bien. La conversación comenzó como siempre, pero el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose interrumpió su momento de paz.
La figura que entró hizo que todos se callaran inmediatamente.
Era Rias Gremory, la chica más popular de la escuela. Su presencia era inconfundible, su cabello rojo como el fuego y sus ojos azules brillando con una intensidad que parecía reflejar la oscuridad de un universo lejano.
—Buenos días, Rias-san —saludó Asia, sin ocultar su admiración por la belleza de la joven.
Issei no pudo evitar mirarla, pero había algo extraño en su mirada, algo que le decía que ella lo estaba observando de manera diferente.
Sin embargo, Rias no se acercó a su grupo. En lugar de eso, se dirigió directamente hacia él.
—Issei Hyoudou —dijo, su voz suave pero llena de autoridad—. Tengo algo que discutir contigo.
La tensión en la habitación se hizo palpable. Issei frunció el ceño, sin entender por qué Rias lo llamaba tan directamente. En ese momento, Asia notó la mirada preocupada de Issei.
—¿Issei? ¿Está todo bien? —preguntó, buscando consuelo en su amigo.
Pero Issei no respondió. No podía. Algo en su interior le decía que algo iba a cambiar, y no sabía si estaba preparado para lo que venía.
La conversación se trasladó a un lugar más privado de la escuela: un jardín alejado de los demás estudiantes. Issei caminaba con Rias y su pequeño grupo, sintiendo una creciente ansiedad. Finalmente, ella se detuvo y lo miró con seriedad.
—Issei, hay algo que debes saber. Lo que has experimentado hoy no ha sido un accidente. No es un sueño ni una visión cualquiera.
Issei no entendía, pero una sensación de inquietud creció dentro de él.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz temblando levemente.
Rias observó el rostro de Issei y suspiró.
—Lo que eres… no es lo que crees. No eres un simple humano, Issei. Tienes la sangre de Sparda, el Caballero Oscuro, corriendo por tus venas.
Issei la miró, incrédulo. ¿Qué estaba diciendo? ¿De qué demonios hablaba?
—No puede ser… —musitó.
Pero Rias lo interrumpió.
—Es la verdad. Eres el hijo de Sparda, el demonio que desafió al infierno y defendió el mundo humano. Y no solo eso, Issei… tu hermano, Vergil, es una leyenda en el inframundo. Y ahora, con tu poder despertando, el equilibrio entre los mundos está a punto de cambiar.
Issei sintió que sus piernas flaqueaban, pero se mantuvo firme. La revelación era demasiado. Él no entendía, no podía comprender todo lo que le decía, pero algo en su interior le decía que tenía que creerlo. Esa voz, esa fuerza que había sentido… era su linaje.
Issei quedó parado allí, sin palabras, mientras las palabras de Rias resonaban en su mente. Hijo de Sparda. ¿Era posible? ¿El legendario Caballero Oscuro de las leyendas demoníacas? Esa idea era tan absurda como aterradora, pero había algo en su interior que le decía que, aunque no lo comprendiera completamente, todo esto tenía una extraña conexión con lo que había sentido esa mañana: el dolor ardiente y el poder que despertaba dentro de él.
—¿Estás diciendo que soy… un demonio? —preguntó finalmente, su voz temblorosa.
Rias lo observó con seriedad, y sus ojos brillaron con una mezcla de compasión y comprensión.
—No eres un demonio común, Issei. Eres mucho más que eso. La sangre de Sparda corre por tus venas, lo que te convierte en algo único. El hijo de uno de los más grandes demonios que ha existido en la historia. Y con esa sangre, heredas no solo su poder, sino también su destino.
Issei estaba abrumado, su mente procesando las palabras de Rias como una tormenta. La realidad parecía desmoronarse a su alrededor, y todo lo que creía saber sobre su vida comenzó a desmoronarse como un castillo de naipes.
—Pero, ¿por qué no lo sabía? ¿Por qué nunca sentí nada de esto? —preguntó, mirando sus manos.
Rias dio un paso hacia él y lo miró con una intensidad implacable.
—Porque tu poder estaba sellado. Durante años, tus recuerdos y tu potencial fueron reprimidos, incluso por tu propia voluntad. Un niño nacido de un demonio como Sparda no debería existir en este mundo, Issei. Y por eso, tus recuerdos fueron borrados. Todo eso, hasta este momento. Esos poderes… no podrían permanecer dormidos para siempre.
Issei sintió un hormigueo recorrer su cuerpo. Algo dentro de él comenzaba a despertar, y aunque su mente trataba de rechazar la idea, su cuerpo lo sabía. Había algo más, algo poderoso, que comenzaba a tomar forma.
De repente, recordó las visiones, las imágenes de un hombre con dos espadas y una oscuridad abrumadora. Sparda. Su padre.
—¿Y mi madre? —preguntó, sin poder evitarlo. La curiosidad lo invadió. Si su padre era el legendario Sparda, ¿quién había sido su madre?
Rias vaciló un momento, y un leve brillo triste apareció en sus ojos.
—Tu madre era una mujer humana, pero fue una mujer fuerte. Era alguien que luchó por ti, incluso cuando no sabías quién eras. No puedo decirte más… pero lo que sí sé es que ella te amó, Issei. Y su amor fue lo que permitió que existieras.
Un nudo se formó en el estómago de Issei. ¿Su madre? No podía recordar nada de ella, pero sentía que había perdido algo importante.
Mientras procesaba esta nueva información, escuchó una risa suave detrás de él.
—Así que finalmente lo ha descubierto. —La voz era fría, calculadora, pero llena de un poder imponente.
Issei giró rápidamente. Allí, de pie en la sombra, estaba Vergil.
Su hermano.
El hombre de cabello plateado, ojos fríos y porte imponente, que se mantenía tranquilo ante la revelación que acababa de surgir.
—Vergil… —Issei susurró, sin poder ocultar la sorpresa de encontrarse frente a él.
Rias hizo una ligera inclinación, reconociendo la presencia de Vergil.
—El hermano mayor de Issei, Vergil. —Su voz era respetuosa, pero la mirada entre ambos hermanos era como el choque entre dos mundos completamente opuestos.
Vergil no mostró emoción alguna, su mirada fija y fría.
—Así que finalmente has comenzado a entender, Issei. —Sus palabras eran como hielo, pero con un dejo de indiferencia—. Has despertado, ¿no es así? Todo lo que has sentido hasta ahora, todo lo que has experimentado, es solo el comienzo. Los recuerdos, el poder… todo está regresando.
Issei sintió que su corazón latía más rápido. Vergil era la figura de autoridad, el hermano mayor, el que había tomado el camino de la disciplina y el control. Y ahora, él estaba aquí. Pero lo que más le sorprendió era la frialdad con la que Vergil lo observaba, como si lo viera como un simple peón en un tablero de ajedrez.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Issei, tratando de ocultar la ansiedad que comenzaba a formarse en su pecho.
Vergil no respondió inmediatamente. En cambio, dio un paso hacia él, y en ese instante, Issei sintió como si la atmósfera misma se hubiera vuelto más densa.
—Lo que quiero no es relevante, hermano. Lo que importa es que tú y yo, ambos, debemos enfrentarnos a nuestra verdadera naturaleza. Tú, más que yo, que ya he aceptado el poder que soy. El problema es que te aferras a tu humanidad. No entiendes lo que realmente significa ser hijo de Sparda.
Issei sintió un escalofrío recorrer su columna. ¿Qué quería decir Vergil con eso?
—¿A qué te refieres? —preguntó, su voz firme pero aún llena de dudas.
Vergil cruzó los brazos, observando con desdén a su hermano menor.
—Tú no has abrazado tu verdadero poder. Aún no lo has aceptado. ¿Vas a seguir siendo un "héroe" por el bien de otros? O peor aún, ¿vas a seguir siendo un esclavo de tus emociones humanas? La verdad es que tú tienes el poder de destruir mundos, Issei. El poder de un Dragón Demoníaco. Es hora de que lo reclames.
Issei se quedó en silencio. El poder de un Dragón Demoníaco...
En ese momento, algo dentro de él comenzó a retumbar. El dolor que había sentido antes regresó, esta vez más intenso, más profundo. Su corazón comenzó a latir más rápido y la atmósfera a su alrededor pareció volverse pesada. Un resplandor rojo intenso comenzó a iluminar la habitación, mientras una sensación indescriptible de poder llenaba su ser.
—¡No… no lo haré! —gritó, apretando los dientes, sintiendo como si estuviera luchando contra una fuerza abrumadora.
Rias observaba la escena con una mezcla de preocupación y comprensión. Ella sabía lo que Issei estaba enfrentando: no solo el despertar de su poder, sino también la tentación de sucumbir a la oscuridad que lo rodeaba.
—Issei... —dijo, con suavidad—, tienes que entender que tu poder no es algo que puedas ignorar. No puedes seguir corriendo de él. Este es tu destino. Y tú... eres mucho más que cualquier humano.
Vergil observó en silencio, y por un momento, una pequeña chispa de respeto apareció en sus ojos.
—No lo harás, ¿verdad, hermano? —murmuró Vergil, su voz más suave, pero aún con ese tono de desdén.
Issei estaba sudando, el dolor en su interior aumentando, pero algo dentro de él se levantó. No iba a rendirse. No iba a ser controlado por nadie.
El resplandor en su pecho comenzó a arder más intensamente. Su poder comenzaba a despertar, pero no sería el poder de su padre, ni el de su hermano. Sería su propio poder.
Issei estaba de pie, su respiración agitada y su cuerpo sudoroso. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, tan fuertes que parecían superar todo lo demás. Sentía cómo algo dentro de él, una fuerza primordial, comenzaba a despertar con cada respiración. El Dragón Demoníaco, esa energía antigua y destructiva, comenzaba a cobrar vida.
Su cuerpo temblaba con el poder latente, y las llamas de su interior se alzaban con cada latido. A su alrededor, el aire se volvía más denso, y el resplandor rojo que emanaba de su pecho se intensificaba. Pero, a pesar de la creciente presión, Issei se mantenía firme. No iba a ceder. No iba a convertirse en una herramienta de destrucción.
"No... no seré como ustedes."
El dolor era insoportable. Su cuerpo sentía como si estuviera a punto de desgarrarse, de desintegrarse bajo la presión del poder que luchaba por liberarse. Pero no era solo el poder lo que le dolía. Había algo más profundo, algo que se aferraba a su ser.
"Tu humanidad es lo que te debilita, Issei."
La voz de Vergil resonó en su mente como un eco lejano. A su lado, su hermano observaba el despertar de su poder con una calma helada. Vergil no parecía sorprenderse; su rostro, impasible como siempre, no reflejaba emoción alguna. Pero sus ojos, esos ojos fríos, observaban a Issei con una ligera evaluación.
"No te dejes controlar por esas emociones humanas, Issei. Esas ataduras te harán débil."
Issei apretó los puños con más fuerza. Su mente estaba en guerra consigo misma. Por un lado, sentía la atracción del poder. Era un poder tan grande, tan primitivo, que lo llamaba, lo tentaba. Quería rendirse, dejarse llevar y liberar su verdadero ser. Pero no podía. No podía convertirse en una máquina de destrucción sin control, como había sido Sparda o como pensaba que Vergil quería ser. Quería ser Issei, y ese poder no lo definiría.
—¡Cállate! —gritó, las palabras brotando de su garganta con fuerza. Su voz vibraba con la energía creciente dentro de él. El resplandor en su pecho titiló y luego explotó en una luz cegadora, inundando el jardín donde se encontraban.
La energía se desbordó, arremolinándose en un torbellino a su alrededor. Issei cerró los ojos, sintiendo cómo todo su cuerpo se tensaba, cómo el poder interior luchaba por salir a la superficie. Era un conflicto dentro de sí mismo, una lucha entre su humanidad y la herencia demoníaca que llevaba en sus venas.
"No… no seré controlado." Pensó con fuerza.
Rias se acercó lentamente, preocupada. Sabía lo que sucedía, y también sabía lo difícil que era para Issei aceptar su verdadera naturaleza. Le había costado mucho a Sparda, y lo mismo estaba sucediendo ahora con Issei. El hijo de Sparda no podía simplemente aceptar su destino de manera pasiva.
—Issei, tienes que calmarte —dijo con una voz suave pero firme, acercándose un paso más—. No lo hagas solo. No tienes que cargar con todo esto por ti mismo.
Issei respiró hondo, tratando de enfocar su mente. Miró a Rias y a Vergil, y aunque su hermano no mostraba signos de querer ayudarlo, Rias sí lo hacía. La verdad era que Issei no estaba solo. Podía ser él mismo.
—¡Mierda! —gritó una vez más, esta vez de manera más contenida, como si estuviera tomando control. Y poco a poco, el resplandor rojo comenzó a atenuarse. La energía que lo rodeaba se fue disipando hasta que solo quedó un tenue resplandor en su pecho.
Aunque el poder seguía ahí, latente y dispuesto a explotar, Issei había logrado calmarse por fin. Su respiración era pesada, pero su mente comenzaba a despejarse. La batalla dentro de él no había terminado, pero al menos había dado el primer paso para tomar control.
Rias suspiró aliviada y dio un paso hacia él.
—Lo hiciste bien. Eso es lo que debes aprender, Issei. Tienes el poder de cambiar el destino, pero no dejes que te controle. No eres una marioneta.
Issei la miró, y por primera vez en ese día, sonrió ligeramente.
—Gracias, Rias... —respondió con voz baja. Había estado tan perdido en su propio caos que había olvidado que no estaba solo en esto.
Pero en ese momento, Vergil dio un paso hacia adelante, su mirada fría y calculadora.
—Lo has controlado por ahora, pero esto es solo el comienzo. A medida que tu poder crezca, tus emociones se volverán más intensas. Y con ellas, el riesgo de que todo se descontrole. —Las palabras de Vergil fueron como una sentencia, directas y sin piedad.
Issei lo miró desafiante.
—Lo manejaré, Vergil. No necesito tu consejo.
—Entonces demuéstralo —respondió Vergil, sin moverse ni un ápice. Su tono era retador.
—¡Basta! —interrumpió Rias, mirando a ambos con algo de exasperación—. No tienen que pelear. Issei, lo que has logrado hoy no es poco. Pero la verdad es que ahora tu viaje está comenzando. Y lo que venga no será fácil.
Issei asintió, comprendiendo. Sabía que tenía mucho que aprender, y aunque la revelación de su origen había sido impactante, también había despertado en él una determinación que nunca había sentido. Su destino no estaría definido por su sangre, sino por sus decisiones.
—Voy a seguir adelante, Rias. Sin importar lo que me cueste, lo voy a hacer. —Dijo con firmeza.
"No soy mi padre ni mi hermano. Soy Issei Hyoudou."
El resto del día pasó con una sensación de inquietud que no pudo abandonar a Issei. Sus amigos le preguntaron si estaba bien, si había tenido algún problema, pero él solo dio respuestas vagas. No quería compartir lo que había aprendido, aún no. Lo que estaba sucediendo dentro de él era algo que debía descubrir solo.
Pero algo en su interior sabía que todo había cambiado. Ya no era el mismo.
Esa noche, mientras caminaba hacia su casa, el silencio de la ciudad lo envolvía. Los edificios se alzaban alrededor de él, pero algo en el aire estaba diferente, más tenso, como si todo estuviera esperando. Algo grande estaba por llegar.
Y entonces, por un instante, vio una sombra en la esquina de su visión, moviéndose con rapidez. Se detuvo, instintivamente, su mano sobre el lugar donde sentía la energía del Dragón burbujeando. El instinto lo alertaba de algo.
Algo, o alguien, estaba cerca.
De repente, escuchó una risa en la distancia, seguida de un rugido. Un rugido familiar.
"El Dragón..."
Issei giró rápidamente, preparado para enfrentar lo que fuera que se acercaba. Estaba listo para cualquier cosa. El poder de Sparda estaba en él, pero ahora también lo acompañaba el poder de un Dragón Demoníaco. Sería su propio héroe, su propio monstruo.
Y cuando los enemigos del pasado finalmente llegaran, él estaría preparado.
La noche avanzaba, y el silencio de la ciudad se veía interrumpido por el eco distante de lo que parecía un rugido, un sonido profundamente primitivo que hizo que Issei se tensara al instante. El aire a su alrededor estaba cargado de una energía oscura, algo que no podía ser ignorado.
“Es él.” Pensó Issei, un sentimiento de ansiedad comenzando a acumularse en su pecho. Había sentido ese rugido antes, aunque solo en sus sueños. El Dragón. Ese ser cuyo poder se entrelazaba con el suyo, y cuya presencia ahora parecía más tangible, más cercana.
Issei comenzó a caminar hacia el origen del sonido, sus pasos firmes, aunque cada vez más conscientes de la peligrosa sensación que emanaba del lugar. Su corazón latía con fuerza, el poder de Sparda dentro de él despertando, listo para luchar. A pesar de la creciente presión del poder demoníaco dentro de su cuerpo, él no retrocedió. Sabía que este encuentro era inevitable. El Dragón lo estaba buscando, y su destino, por fin, se encontraba frente a él.
De repente, en una esquina oscura, apareció una figura imponente: una criatura con escamas negras, ojos ardientes y una presencia abrumadora. Su figura era casi humana, pero el aura que emitía no dejaba lugar a dudas: era un dragón demoníaco. Issei se detuvo en seco, sintiendo el peso de esa mirada sobre él.
La criatura lo observó fijamente, y luego, una voz resonó en su mente, profunda y cargada de un poder antiguo.
—Tú eres el hijo de Sparda, ¿verdad? —La voz era grave y resonante, como un trueno lejano. Su tono era despectivo, pero también curioso.
Issei apretó los dientes, sintiendo cómo la energía del dragón comenzaba a rodearlo, rozando su piel. Era un poder como ningún otro, lleno de rabia, odio y furia. Aún así, no permitió que la amenaza lo afectara. Se mantuvo erguido, desafiando al ser frente a él.
—Soy Issei Hyoudou. —Respondió con voz firme, sin mostrar miedo, aunque sabía que enfrentaba algo mucho más grande que él.
El dragón demoníaco emitió una risa baja y gutural, como si se burlara de la arrogancia del joven frente a él.
—No, no lo entiendes. No eres solo Issei Hyoudou. Eres el elegido, el que porta la sangre de un demonio antiguo. El poder que has despertado… es el mío. El poder de Vermilion, el Dragón Demoníaco. Y este poder no puede ser contenido por la voluntad humana.
Issei apretó los puños con más fuerza, sintiendo una oleada de calor en su interior. Las palabras del dragón lo quemaban, resonando con algo en su corazón. ¿Cómo podía ese monstruo saber de él? ¿De su sangre?
—¿Vermilion? —preguntó, su voz tensa. La historia de los dragones demoníacos siempre había sido un misterio, pero nunca había escuchado sobre uno llamado Vermilion.
El dragón sonrió con malicia, el resplandor de sus ojos rojos iluminando la oscuridad que los rodeaba.
—No eres más que una sombra de lo que podrías ser. Pero aún puedes abrazar el poder que llevas dentro. Hazlo, y podrás ser mi heredero. El Dragón Vermilion es más poderoso de lo que imaginas, y juntos, podríamos conquistar todo.
Issei frunció el ceño, sintiendo una repulsión creciente. Esa tentación de sucumbir al poder, de aceptar la oferta del dragón, era algo que podría ser extremadamente tentador. Pero no era eso lo que quería. No iba a dejar que la oscuridad tomara control de él.
—No quiero tu poder. —Dijo, sus palabras firmes como el acero. —No quiero ser como tú.
Vermilion dejó escapar un gruñido bajo, como si estuviera disgustado por la resistencia del joven frente a él. Era claro que no comprendía por qué Issei rechazaba su oferta. En sus ojos, Issei era solo una criatura débil que aún no entendía lo que significaba realmente tener el poder de un dragón.
—Entonces, será la muerte lo que te enseñe. —Resonó la amenaza del dragón, su cuerpo comenzando a transformarse, expandiéndose mientras su energía aumentaba de manera incontrolable.
Sin previo aviso, el dragón lanzó un rugido ensordecedor, enviando ondas de energía hacia Issei. El aire a su alrededor se distorsionó, y la tierra tembló. Este era el poder de Vermilion, un poder capaz de destruir todo lo que tocaba.
Issei cerró los ojos por un instante, respirando profundamente. El calor de su interior se volvió insoportable, como si su sangre misma estuviera hirviendo. Y entonces, como si respondiera al llamado de su propio poder, la energía de Sparda dentro de él se desbordó.
De repente, una explosión de luz roja y negra envolvió su cuerpo, y un par de alas oscuras aparecieron a su espalda, enormes y poderosas. Issei sintió como si su ser entero fuera consumido por un fuego intenso, pero a la vez, experimentaba una sensación de claridad. En ese momento, comprendió lo que tenía que hacer.
La Espada Demoníaca de su padre, Sparda, apareció en sus manos, fusionándose con él de una manera natural, como si siempre hubiera sido parte de él. La empuñó con fuerza, sintiendo la potencia que fluía por sus venas. Su cuerpo brillaba con una luz demoníaca, y la marca del dragón apareció en su pecho, como una insignia de poder y destino.
Vermilion observó en silencio, sorprendido por la repentina transformación de Issei. Sin embargo, la furia en sus ojos no se extinguió. El dragón lanzó un grito de guerra y cargó hacia él, su cuerpo gigantesco envolviendo la oscuridad que los rodeaba.
Pero Issei ya no era el mismo. El poder de Sparda, combinado con la esencia de su propio ser, lo había transformado en algo completamente diferente.
Con un grito, Issei se lanzó hacia el dragón, su espada brillando con la energía del demonio, cortando el aire con una rapidez impresionante. La batalla comenzaba.
El choque entre Issei y Vermilion fue como una tormenta desatada. Cada golpe de la espada de Issei era acompañado por una explosión de energía, pero el dragón no se detenía. Cada embestida, cada rugido, solo parecía aumentar la furia en su interior. Su piel se cubrió de escamas negras y sus ojos brillaban con la intensidad del fuego infernal.
Issei se movía con rapidez, esquivando los ataques del dragón mientras buscaba un punto débil. No podía permitir que Vermilion lo destruyera. Sabía que el dragón no solo representaba una amenaza física, sino también un desafío interno. Si permitía que su furia se desbordara, podría perderse a sí mismo.
Vermilion, por otro lado, no mostraba signos de rendirse. Cada embestida de su cuerpo gigantesco lanzaba a Issei hacia atrás, haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Pero Issei, con el poder de su padre y el espíritu de su propia humanidad, no se dejó derrotar. No iba a dejar que el Dragón Demoníaco tomara control.
—¡Es inútil! —gritó Vermilion, su voz retumbando con el poder que emanaba de su ser. —¡La oscuridad te consume, hijo de Sparda! ¡Únete a mí!
Pero Issei levantó su espada, mirando al dragón con una expresión desafiante.
—¡Nunca! —respondió, su voz llena de determinación.
Con un grito de batalla, Issei liberó todo su poder, desatando una onda de energía tan poderosa que hizo que la tierra temblara. La espada brilló intensamente, y el impacto con Vermilion fue tan fuerte que la explosión de energía iluminó la oscuridad como una estrella naciente.
Cuando la luz se disipó, Issei se encontraba de rodillas, respirando pesadamente, pero aún de pie. El dragón, aunque herido, se mantenía firme, su cuerpo cubierto de cicatrices. Pero Issei no se rindió. A pesar de la furia del dragón, su humanidad seguía siendo su ancla.
Continuara...
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