Capítulo único.
Hace mucho tiempo, existió un rey que poseía una vasta tierra, un rey que había sido elegido para su rol desde antes de nacer y nunca conoció otra realidad.
Un día, aquel rey conoció el amor en una joven del pueblo y tuvo miedo de aquel sentimiento. Él, sin quererlo hirió a su amor, y, aunque intentó enmendarlo, tenía miedo.
Por ello, cuando su hija nació y vio la codicia del mundo al contemplar a la princesa, quiso protegerla de todo y todos y así, aquella niña fue puesta en una torre en la que vivía con su madre mientras que su padre iba cada día a visitarlas.
La pequeña princesa no conocía el mundo, su mundo consistía en aquella torre, sus padres y los libros, conociendo así aquel amor tan dulce y puro que se reflejaba en sus páginas.
"Padre, ¿Yo conoceré algún día algo así?". Le preguntó la princesa al rey.
"Por supuesto".
Sin embargo, ese mismo día el rey mandó a buscar un dragón para custodiar la torre donde su familia se encontraba; pese a ello, en lugar de aquellos temibles animales, no pudo sino más que conseguir un huevo a punto de eclosionar.
La pequeña princesa, curiosa, cuidó de aquel huevo pese a que su padre le había dicho que el ser ahí dentro era aterrador.
"Los huevos necesitan calor para eclosionar, ¿No?".
Así la princesa se sentó junto al huevo y lo abrazó, pensando en cómo luciría aquel ser ahí dentro.
"¿Serás más alto que mi padre?" Se preguntaba, sin saber qué esperar, pues no sabía que había ahí ¿Acaso dentro habría un lindo pajarillo? "Pareces un poco grande para serlo".
Y así los días pasaron entre cuentos que la princesa contaba al huevo, a quién ya consideraba como su amigo. No obstante, el tiempo pasa rápido y, un día que se sentó junto a él, se asustó al notar una fractura en el cascarón.
"¿Acaso lo he roto?". Se preguntaba la princesa, entrando en pánico, por lo que, asustada, corrió donde su madre y la reina sólo pudo reír al ver a su pequeña así.
"Esto significa que tu amigo está listo para salir".
Sin embargo, lo que había ahí dentro no era un lindo pajarillo, ni algún animal adorable, sino una especie de lagartija con alas.
"Mamá...".
La decepción en la niña era visible, pensó que habría un lindo compañero para ella, pero en su lugar sólo había un ser extraño y mojado en el piso, rodeado de restos de huevo.
"¿No es este el amigo que tanto has esperado?". Le preguntó la reina con un aire amable mientras acariciaba sus cabellos. "Incluso le has querido siendo un huevo".
"Yo quería que fuera lindo". Protestó la princesa, cruzándose de brazos mientras veía al ser moverse en el lugar donde antes hubo un brillante huevo.
"Cuando naciste, tú lucías un poco así". Comentó la reina. "Pero ahora eres una hermosa princesa". Le acarició las mejillas.
"Pero esto es una lagartija con alas". Resopló. "¿Cómo algo así podría llegar a ser hermoso?"
"Los dragones son mágicos". Mencionó la reina, tomando al dragón que había comenzado a gimotear por atención para así ponerlo en brazos de la princesa. "Quizás, si le crías con cuidado, resulte florecer de manera tan hermosa como las flores que vemos por la ventana".
"No creo que sea tan lindo". Se quejó la niña, acunando con ternura al animal en sus brazos, contradiciendo la decepción en sus palabras. "¿Acaso podría convertirse en un humano?".
La reina rió ante estas palabras. "Si lo intentas, quizás tu deseo se haga realidad".
Ilusionada por esta idea, la princesa comenzó a cuidar del dragón. Todos los días ella le hablaba de su día, de las flores que habían fuera de la ventana y de las cosas que su madre le enseñaba, tanto así que aquel dragón fue el primero en escuchar la noticia de la futura llegada de un nuevo príncipe por parte de la emocionada niña.
"Desearía poder hablar contigo". Lamentó la princesa, viendo al dragón que había sido traído para resguardar la torre, escuchar con atención sus historias.
Y aunque nunca llegó a ser tan hermoso como aquellos pájaros que veía por la ventana, aquel dragón creció grande y fuerte con los cuidados de la pequeña princesa, y una vez fue lo suficientemente grande, el rey comenzó a enseñarle.
"Tu deber es cuidar a la princesa, mi hija". Le dijo. "Es por eso que no debes permitir que ningún mequetrefe tome a mi hija por esposa".
Así fue que el dragón tomó su rol de cuidador de la torre.
Aquel pequeño ser, que la princesa un día comparó con una lagartija, pronto llegó a ser tan grande que un día no pudo volver a entrar en la torre.
"Es una lástima..." Susurró la princesa, quien sólo podía estirar su mano por la ventana para tocarle.
Así los días, semanas y meses pasaron y así la princesa creció, dejando así de ser una niña y entrando en edad de desposarse.
Se corrió la voz de que aquel que derrotara a aquel feroz dragón podría tomar por esposa a la princesa, pero aunque muchos lo intentaron, el dragón expulsaba a todos con su aliento de fuego.
"Si no pueden derrotarle, no merecen tomar la mano de mi hija".
Era un desafío que parecía imposible, hasta que un día un valiente príncipe llegó.
Este príncipe fue más fuerte y tenaz que nadie, arreglándoselas para derrotar al dragón de la torre donde se hallaba la princesa, pero en lugar de una ovación, aquel valiente caballero sólo pudo ver con incredulidad como la princesa corría a ayudar al dragón entre lágrimas.
Así fue que cuando el príncipe azul finalmente llegó ya era tarde: aquella hermosa y dulce princesa se había enamorado del dragón.
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