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T.4.6.

P.O.V. Raynare.

Había transcurrido ya la media hora que el Gobernador General de Grigory había decretado entre combate y combate. I-kun y yo estuvimos en ese tiempo atendiendo a Asia-chan, que había sido derrotada por Xenovia, no sin antes dar una espectacular pelea cara a cara que nos dejó con la boca abierta a Issei y a mí. Cuando cayó derrotada, la acompañamos a la enfermería, situada en el hipogeo del estadio. Cuando escuché la voz de Azazel en los altavoces supe que era mi turno para pelear. 

—Suerte, Ray-chan∼ —me animó Issei dándome un beso en los labios acariciándome la espalda, gesto que correspondí gustosa.

En ese instante me dirigí hacia la Arena, donde pude escuchar a la multitud rugir nuestros nombres: Raynare e Ígor. Una ángel caída contra un humano reencarnado en ángel puro. Antes de salir a la Arena me cambié de ropa a una más adecuada para el combate: unas botas negras, unos pantalones de cuero negro muy flexibles, un top del mismo color, así como guantes del mismo material y color. Todo rematado con detalles de látex que parecieran unir los pantalones con el top y viceversa. Y para terminar, un pequeño detalle que me regaló Issei en nuestro primer aniversario: una pulsera rosa de felpa en la mano derecha. Estaba ya lista para salir el combate contra Ígor y dar lo mejor de mí. 

Cuando llegué frente a frente con mi oponente, el exorcista estaba arrodillado, con las manos entrelazadas sujetando una especie de rosario, rezando en eslavo eclesiástico un Padrenuestro. Le dejé que rezara la oración, a la vez que yo misma me senté en la arena y comencé yo misma a orar también junto con él.

Shemá Israel, Adonái Elohéinu, Adonái Ejád; Barúj Shem, Kevód Maljutó Leolám Vaéd; Veahavtá et Adonai Elohéja; Bejól Levavjá, Uvejól Nafshejá, Uvejól Meodéja; Vehaiú Hadvarím Haéile Ashér Anojí Metzavjá Haióm Al Levavéja; Veshinantám Levanéja Vedibartá Bam, Beshivtejá Beveitéja, Uvelejtejá Vadérej, Uveshojbejá, Uvkumejá; Ukshartám Leót Al Iadeja Vehaui Letotafot Bein Eneja Uktabtam al Mezuzot Beitéja, Uvishearéja. Amén [1]. —terminé de rezar la oración que me enseñó mi padre Ismael, que la aprendió de mi abuelo Ezequiel, así por generaciones. A la vez que yo pronunciaba amén, Ígor hacía lo mismo, poniéndose de pie al mismo tiempo que yo. 

El humano y yo nos miramos cara a cara, ignorando al árbitro griego que nos habían asignado para este combate. Los ojos del ucraniano ardían en ansias de combatir contra mí, parecía un león hambriento acechando a su presa, incluso juré que pude apreciar un rugido. Pero, para su disgusto, yo no me achantaba ante él, al contrario, mis ganas de enfrentarle aumentaban. ¡Ahora entiendo a Kokabiel! En mitad del duelo de miradas pudimos escuchar al arbitro, al igual que hizo el anterior, lanzar una moneda al aire. Si caía cruz, me tocaba atacar, si era cara, me tocaba defender. La moneda cayó en el dorso del árbitro y anunció el resultado: cara. Me tocaba defender. 

—¡Cara! Te toca salir a atacar Ígor Doroshenko. —dijo el árbitro al ucraniano, mostrando su conformidad ante la decisión de la moneda. 

El referí se alejó entonces de nosotros para dejarnos pelear. Antes de irse a su campo, Ígor se acercó a mi, dándome un apretón de manos por mera cordialidad, no sin antes decirme algo al oído que me hizo hervir de ira, de querer barrer el suelo con él, de hacerle borrar esa arrogante sonrisilla de su rostro. Me dirigí a mi campo de la Arena enfurecida, intentando trazar una estrategia junto con Fafnir, el cual intentaba tranquilizarme a la vez. 

[¡Genossin beruhige dich bitte! ¡Auf diese weise können sie sich nicht auf die verteidigung konzentrieren!] —intentó calmarme el dragón germano, lográndolo brevemente, el tiempo suficiente para que escuchara lo que quería decirme. (Compañera tranquilízate por favor! ¡Así no podrás concentrarte para poder defenderte!)

—Tienes razón Fafnir, pero tú también has escuchado lo que ha dicho ese humano. No puedo quedarme con los brazos cruzados, no puedo quedarme aquí esperando a que me ataque. —manifesté quejumbrosa a Fafnir, quien bufó resignado. 

[Hören sie, sie werden auf ihrem feld ein irrgarten aus felssäulen erschaffen und dort geduldig auf diesen menschen warten. Greife ihn in den ecken an, wenn er es am wenigsten erwartet. Auf diese weise werden sie ihre wut an diesem armen, unglücklichen, aber defensiv kämpfenden menschen auslassen. Verstanden?] —me explicó la estrategia detalladamente el reptil. Asentí segura de mí misma, y me dirigí al centro de mi campo, levantando la Dragon Downfall por encima de mi cabeza, brillando en una intensa luz violácea. (Escucha, vas crear un laberinto de pilares de roca en tu campo, y esperarás pacientemente en él a ese humano. Atácale entra las esquinas, cuando menos se lo espere. Así desatarás tu ira sobre ese pobre infeliz pero luchando a la defensiva. ¿Entendido?). 

—Comprendo, Fafnir. —dije  escondiéndome entre las piedras del laberinto que acababa de invocar con la daga, dejando a la multitud muda del asombro con el poder que acababa de  exhibir. 

Por su parte, Ígor chasqueó los dientes al ver cómo había levantado delante suya un laberinto de piedra de cinco metros de alto y dos metros de grosor cada piedra. Pude sentir entonces cómo el ucraniano tomó de una dimensión de bolsillo una espada. La espada que había heredado del padre alemán Freed Sellzen: Excalibur Nightmare. La espada, empuñada en su momento por uno de los mejores exorcistas del Vaticano, era ahora esgrimida por la mano derecha de Cirilo I. Tomándola con sus dos manos, pude escuchar gracias a mi oído mejorado cómo susurró algo para sí. 

—Así que quieres jugar eh, hrishnik... pues juguemos∼ —susurró el exorcista haciendo brillar su espada, haciendo aparecer doce copias de sí mismo, con dos sables de luz amarilla cada uno. —Idy i prykonchy tsʹoho hrishnyka... [2]. —ordenó el ucraniano a sus clones, quienes asintieron con la cabeza, yendo inmediatamente a por mí. 

Entonces, sin perder el tiempo, y habiendo escuchado todo lo dicho por el exorcista ucraniano, invoqué una daga de luz púrpura de no menos de diez centímetros de largo, para que no fuera muy visible. Me dirigí al centro del laberinto para poder escuchar y sentir a los clones de Ígor. Gracias a mi oído perfeccionado, pude oír las pisadas de los clones, sus jadeos, el tintineo de las cruces al pecho. Básicamente es como si pudiera hacerme un mapa mental de dónde estaba el de verdad y dónde estaban los clones. 

Teniendo esta valiosa información en mente, empecé a andar por el laberinto de tal manera que acabé por dar un rodeo a los clones, colocándome detrás de una pequeña partida de ellos, solamente dos de ellos. Escondiéndome detrás de un saliente de una pared del laberinto, tomé valor y me acerqué a los dos clones lentamente, degollándolos a ambos en el momento que estuvieron a mi alcance. Tapé sus bocas para que los alaridos de dolor no alertaran a los demás clones. Pero eso no evitó que sus cuerpos desprendieran partículas azules al desaparecer, hecho que acabó por llamar la atención de los diez clones restantes. 

Alertados, los diez clones que quedaban se apresuraron a mi posición, blandiendo sus sables de luz dorados, como una manada de lobos que acorralaban a una presa indefensa. Pero no saben que yo no soy una oveja que se dirige al matadero, no son ellos los que me persiguen, soy yo quién les acecha. Con eso en mente, alcé el vuelo para que me vieran con sus propios ojos. Tenía un plan perfecto, a mi parecer. 

―¡Ahí está! ¡A por ella! ―escuché a uno de los clones avisar en voz alta a los demás cuando me vio alzando el vuelo, empezando a disparar lanzas de luz contra mí, las cuales conseguía esquivar con agilidad magistral. 

La persecución que se inició en ese momento acabó cuando llegué al centro del laberinto, donde esperé sentada a los clones que me estaban siguiendo. Entretanto, hablaba nuevamente con Fafnir sobre la nueva estrategia que había ideado mientras volaba esquivando las lanzas de luz. Invoqué la daga de la Sacred Gear artificial para hablar con el dragón germánico. Sin duda le encantará el plan ideé.

―Fafnir, es el momento de mostrarnos... ―dije seriamente al reptil, quien rugió ansioso por lo que estaba apunto de hacer. 

[So redet man, genossin! Bringen wir diesem hochmütig kerl die überlegenheit eines Drachenkönigs bei!] ―bramó el dragón dorado dentro de la daga. (¡Así se habla compañera! ¡Enseñémosle a ese soberbio infeliz la superioridad de un Rey Dragón!

En ese momento, introduje la daga en mi interior, fusionándola completamente con mi alma. Ya no la necesitaba, ya era mitad dragona cuando entregué mi estómago y esófago a Fafnir cuando me enfrenté al peón de Zephydor en aquel Rating Game hace unas semanas. Pero ya era oficial, yo, Raynare bat Ismael me había convertido en la Neo-Dragon-Slayer de Roca. Era momento ya de darle un sermón a ese exorcista humano, por muy ángel puro que fuera reencarnado por Uriel-ach. 

Cubrí todo mi cuerpo en una armadura negra, a imagen y semejanza a la de I-kun, solamente que las gemas era púrpuras. Invoqué una lanza de dos manos de color violeta y esperé pacientemente a que vinieran. No tardaron los clones no menos de cinco minutos cuando los divisé: 10 clones del exorcista ucraniano, blandiendo sables de luz en cada mano, mirándome con ansias de enfrentarme a ellos. Apunté mi lanza a cada uno de ellos y les hablé sombríamente en su propio idioma, para que lo escuchasen bien.

Tobi ne slid bulo hanyatysya za Korolem Drakoniv... ―pronuncié en su idioma a los clones, los cuales no parecieron atemorizarse, sino todo lo contrario, se excitaron ante la idea de enfrentarse a una dragona. (No debisteis perseguir a un Rey Dragón...)

De un momento a otro, con mi lanza de luz a dos manos empuñada firmemente, me abalancé contra los clones, clavando la lanza en el corazón de uno, mientras que convertía mis piernas en rocas y daba una voltereta hacia arriba, mandando a otro clon contra la pared de piedra, quebrándole la cabeza, haciendo que ambos desaparecieran en partículas de luz. El resto de clones de intentaron sin éxito romper la armadura con sus sables de luz, pero la luz "se quebraba" al contacto con la armadura. Ya me estaba cansando bastante, quería enfrentarme ya a ese humano, no a estúpidos clones que no saben pensar por sí mismos. 

―Sí que sois cansinos eh... ―me dije a mi misma. ―¡Estalactitas del Dragón de Roca! ―exclamé convirtiendo mis brazos en dos afiladas estalactitas de roca de varios metros de largo.

En ese momento, impulsada por la fuerza y agilidad adquirida por ser ya mitad dragona mitad ángel caída, giré sobre mi misma a tal velocidad que los clones no tuvieron tiempo de reaccionar y fueron en consecuencia partidos por la mitad, desparramando sus vísceras y sangre por el suelo y paredes del laberinto. Solamente quedaba ese altanero y soberbio humano. Deshice la armadura negra para mayor movilidad y, oliendo el ambiente de la Arena, detecté a Ígor, el cual estaba afuera del laberinto. El muy astuto había evitado correr riesgos y prefirió mandar a sus clones. Salí del laberinto a donde estaba el humano, mientras que tomaba rocas y guijarros del suelo y los engullía, tomando el poder de las rocas para este enfrentamiento final. 

Salí al fin del laberinto y allí lo pude ver, apoyado sobre una de las paredes, fumando de una pipa cosaca. Exhaló el humo de su nariz y, tomando otra calada, se quitó sus vestimentas de sacerdote ortodoxo, quedando solamente en pantalones. Terminó la calada e invocó una maza negra de una dimensión de bolsillo. Al parecer, al igual que Xenovia, él era portador de otra arma aparte de Excalibur Nightmare... 

―¿Asombrada hrishnik? ―me preguntó retóricamente blandiendo la Maza con su diestra. 

―La Maza Negra de Zaporozhie ―deduje al ver el arma que portaba el exorcista. 

―Así es, la misma que hará huir a los polacos hasta París y a los rusos hasta Siberia... ―dijo solemne tomando la arma con sus dos manos, listo para enfrentarse a mi. 

Sabiendo la simple luz de un ángel caído no podría hacer nada contra la Maza Negra, volví a cubrir mi cuerpo en la armadura negra de la Dragon Downfall, preparada para plantarle cara a ese humano, dispuesta a borrarle la sonrisilla estúpida de su feo rostro. Convertí mis dos brazos en dos espadas de roca y me abalancé contra el humano reencarnado en ángel puro, quien respondía a mis tajos y golpes con contundencia, golpeando mis brazos de piedra con la Maza Negra, rompiendo la roca como si fuera mantequilla. Si eso le hacía a la roca de un Rey Dragón, ¿Qué no le haría a la fina piel de una ángel caída? Rápidamente deduje que no sería nada bueno, así que actúe a consecuencia.

―¡Escamas del Dragón de Roca! ―exclamé dando una voltereta, cambiando la pesada armadura por una capa de escamas rocosas sobre mi piel, otorgándome la flexibilidad que la anterior no podía proporcionarme al ser muy pesada. 

Ígor simplemente tomó la maza con más fuerza y arremetió contra mí, logrando esquivar la Maza ahora con un poco más de soltura que antes. Pero era imposible contratacar, me tenía entre la espada y la pared todo el tiempo, no podía maniobrar para poder atacarle. Parecía que en cualquier momento la batalla acabaría saldándose con otra derrota para el equipo del actual Sekiryūtei. Entonces Ígor detuvo sus embestidas y se detuvo, pareciera que estuviera cansado, pero no lo estaba: jugaba conmigo, se estaba conteniendo. 

―Qué pasaría si juntamos el poder del fragmento de Excalibur que poseo y mi Sacred Gear... ―musitó Ígor tomando la Maza con una mano y Excalibur Nightmare con la otra. 

Me temía lo peor cuando Igor dijo eso. El poder de las ilusiones de Nightmare y la capacidad de comandar toda una hueste con esa Maza. Sin duda algo aterrador si fueras su enemigo... como estoy yo ahora aunque sea un combate amistoso. Y lo peor lo pude confirmar cuando el exorcista ucraniano tomó las dos armas con una sola mano y las levantó al cielo, recibiendo una acalorada ovación por parte del público y del Arcángel Uriel, quien le había reencarnado en sustitución de Freed Sellzen. 

―¡Hueste zaporoga, oíd a vuestro Hetman! ―exclamó el exorcista haciendo brillar las dos armas, imbuyéndolas en magia sacra para aumentar el poder base de ambas. 

Inmediatamente después, la Arena entera fue cubierta de una luz intensa, cegando momentáneamente a los espectadores y las autoridades presentes. Cuando la luz se disipó, los peores pronósticos se cumplieron: detrás suya había centenares de hombres armados con sables y mosquetes, a caballo o a pie, algunos tocando grandes tambores o haciendo cabriolas con los sables. Toda la hueste cosaca de la que hablaba Igor había sido convocada. Ciertamente sólo un milagro de Padre podría salvarme. 

[Sind sie gegen eine armee von menschen ohne magische fähigkeiten? Beweise, dass du ein verdammter drache bist! Bring diesen billigen exorzisten zum zittern!] ―rugió el dragón de mi interior claramente enfadado. Tenía razón, un ejército humano sin magia no era rival para una ángel caída con sangre de dragón. (¿Acaso te achantas contra un ejército de humanos sin capacidad mágica? ¡Demuestra que eres una dragona joder! ¡Haz temblar a ese exorcista de pacotilla!)

Alentada por las palabras de Fafnir, miré a la cara a las tropas que había invocado Ígor Doroshenko. Si quería una pelea, le daré una pelea digna... Alcé el vuelo con mis cuatro alas, dos de dragón y dos de caída, y, sobrevolando a la hueste zaporoga, les lancé a lanzas de luz a mansalva, matando a decenas de soldados, los cuales me apuntaron con sus mosquetes, pero sus balas apenas me hacían daño gracias a las escamas de piedra que aún tenía encima. Aprovechando que los soldados estaban distraídos disparándome, me abalancé en picado con un tridente de luz gigante y me estrellé en medio de la hueste, haciendo volar a gran parte de la misma. 

―¡Rugido del Dragón de Roca! ―exclamé y, escupiendo roca y polvo de la boca, junto con ácido clorhídrico, bañé a los soldados que quedaban, aún muchas docenas. 

Cuando cayó toda la hueste, Ígor me miró con un tic en el ojo. Estaba poniéndose nervioso, deduje.  Así que, de un momento a otro, me abalancé contra él y, convirtiendo mi brazo en roca, golpeé a Ígor en el rostro una y otra y otra vez, noqueándole en el suelo. Tirado en el suelo, le miré como a una cucaracha y le recriminé: "para que vuelvas a llamarme puta". 

Fin del P.O.V. Raynare.

En el palco de autoridades, los Cadres y los Arcángeles se echaban las manos a la cabeza asombrados ante el nivel de la pelea que habían mostrado tanto Raynare como Ígor. Nadie se esperaba ni que Raynare fusionase la Dragon Downfall a sí misma, convirtiéndose de esa manera en una Neo-Dragon-Slayer, ni que Ígor usase al mismo tiempo la Excalibur Nightmare y su Maza Negra cosaca.

―Increíble el combate de esta noche, ¿no es así Miguel-ach? ―preguntó retóricamente el Gobernador General de Grigory a su hermano Arcángel.

―Ni que lo dudas, Raynare-achot ha dado una pelea increíble frente a un rival que se sabía no se iba contener ni un poco. —apreció San Miguel el esfuerzo realizado por la ángel caída pareja del actual Sekiryūtei.

―Ahora, no olvidéis querido público, que nos volveremos a ver mañana a las 10 de la mañana, en el combate que enfrentará a los dos nephilims de Grigory: ¡Abhainn Mc-Ma'or contra Akeno Himejima! –anunció Azazel grandilocuente los nombres de los participantes en el combate de mañana, ante el clamor y emoción de los asistentes, quienes ya estaban recibiendo el dinero de las apuestas, al igual que con el combate anterior.

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Palabras: 2982.

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