T.2:22
El dios Dionisio, en la mitología romana Baco, es la representación de la fiesta, el vino, la música y las orgías. De carácter tranquilo, apacible, pacífico, amante del vino y de las mujeres. Su madre es Sémele, una humana de la ciudad de Tebas, hija de Cadmo, Basileo de dicha ciudad, y de la diosa griega Harmonía, hija de Afrodita, lo que haría a Dionisio bisnieto de Afrodita, pero a la vez sería su hermano también.
Dionisio era un mujeriego y un alcohólico. Dicen que cuando nació no probó leche materna, sino vino; y que perdió la virginidad a los 8 años con una ninfa de Macedonia. Sea como fuere su historia, una cosa estaba clara acerca del dios griego: amaba a las mujeres, pero no en el sentido amoroso de la palabra, sino en el carnal. Tenia un harén inmenso, las "Ménades" en el cual había mujeres de todo el mundo sobrenatural: griegas, íberas, persas, nórdicas, indias, japonesas, americanas, incluso tenía mujeres de otras razas, tales como elfas o hadas. En total, y sin exagerar, tendría más de 100 mujeres, casi 200.
Una de estas "ménades" fue, durante unos meses, Penemuel. La pobre Cadre pensaba, cuando Ël la dejó caer, que el dios griego se quedaría con ella solamente y dejaría atrás esa vida de mujeriego y alcohólico, pero solo se acostó con ella una o dos veces antes de olvidarse de ella unos días después. Penemuel, despechada, abandonó a las ménades unos meses después, y se fue a Grigory con sus hermanos Cadres. Estaba muy arrepentida y juró a Padre no volver con ningún otro hombre, recibiendo el título de "Soltera de Grigory".
Volviendo a nuestro grupo de protagonistas, junto a Andrestea, éstos estaban parados frente a Dionisio, el cual venía acompañado por su grupo de ménades, aunque una pequeña muestra de las tantas que tiene, y de dos sátiros con sus aulós. Dionisio había reconocido a Penemuel a la primera, aquella hija de Elohim a la que él había enamorado sin saber cómo. "¿Por qué una hija de Elohim iba a fijarse en un dios como yo?" pensó en aquellos tiempos. Ahora habían pasado casi 3.000 años y ella seguía igual de bella y despampanante que cuando era una ángel pura.
-Qué hermoso pelo morado tienes, *hic* Penemuel... -dijo el dios griego acariciando el cabello a la Cadre.
-Deja de tocarme, Dionisio... -susurró la Cadre sintiéndose agredida.
-Pero si hace más de 3 milenios te gustaba *hic* Penemuel... -volvió a insistir Dionisio. -¿Acaso no te acuerdas cómo gemías mi nombre mientras *hic* lo hacíamos como animales en celo *hic*? -preguntó el dios griego, a lo cual Penemuel se asqueó al recordar eso. Nunca le gustó como lo hacía, era muy rudo.
En el fondo, Issei veía a Dionisio con asco y repulsión. Si se encontraba con alguien así siendo mujer, no dudaría en partirle sus preciadas joyas de una patada y olvidarme de ese baboso. Sus hermanos Arcángeles, Miguel y Gabriel, veían a Penemuel con lástima, pero era necesario que se enfrentara a su pasado y seguir adelante. Los Cadres, por el contrario, no veían a su hermana, sino a Dionisio, con instinto asesino y sobreprotector; ¿Cómo se atrevía ese hombre, si es que se le podía llamar así, a acosar a su hermana? Azazel cerraba los puños enfurecido y Kokabiel estaba a un roce más de invocar su Zweihänder de luz y decapitar a ese pervertido.
-Si alguna vez te vuelves así, I-kun, no dudaré en arrancar esa cosa que te cuelga y dárselo de comer a los dragones de Tannin. ¿Queda claro? -advirtió en voz baja Raynare, la cual estaba al lado de Issei, el cual se estremeció al escuchar a su novia.
-Claro Ray-chan, yo nunca seré así. Me da asco un hombre así. -aclaró con el corazón en la garganta el castaño.
-Así me gusta... -dijo más aliviada su novia.
Mientras tanto, Dionisio estaba más cerca de la Cadre, contemplando embelesado a su ex-compañera de orgía. ¡Sí qué era bella y no la había apreciado en su momento! Cuando llegó frente a ella no se le ocurrió otra cosa que empezar a tocarla por todas partes, sus caderas, sus glúteos, sus pechos. Los tocaba, éstos últimos, los amasaba, restregaba su cara en ellos.
-¡Vyziá! ¡Vyziá! -empezó a exclamar con sangre en la nariz. -¡Ninguna de mis ménades las tiene tan grandes! ¡Tienes un 102! ¡Aretaunin solo tiene un 99! -se quejó el dios con una lágrima cómica. -¡Y tienes una cintura ideal: 91! ¡Y un vientre hermoso, 61! -pregonó a los cuatros vientos el dios las medidas de la Cadre, haciéndola sonrojarse de la vergüenza. -¡Eres perfecta para estar en las ménades! -dijo de repente muy serio Dionisio, haciendo temblar a las ménades que estaban con él.
-Vamonos de aquí hermana, no quiero verlo enfadado... -dijo una de las ménades.
-Yo igual compañera, me da miedo. ¡Vámonos! -dijo otra de las ménades, provocando que todas las ménades, las ninfas y los sátiros huyesen de ahí corriendo.
Y con razón. Dionisio enfadado era muy raro de ver. Pero cuando lo estaba, era mejor no interponerse en su camino. Se dice que una vez, cuando estaba enfadado con su hermana Atenea por haberle quitado el vino, se enfadó tanto que tuvieron que necesitar de Ares y Zeus para detenerlo. Habia derrotado a muchísimos centauros, arpías e incluso desafió ciegamente a Ladón, el dragón protector del Jardín de las Hespérides. Se estima que Dionisio enfadado podría plantarle cara a otro dios menor como Melqart.
Dionisio dio unos pasos para atrás y se colocó en una posición bastante extravagante: como si fuese a hacer una sentadilla pero con los brazos extendidos hacia los lados. Mirada concentrada y comenzó a concentrar magia en sus manos. Esto sorprendió a los presentes, menos a Andrestea, la cual decidió retirarse también hacia donde estaban los caballos, unos metros detrás de los abrahámicos.
-Parece que no quieres formar parte de las ménades por las buenas... Penemuel. -concentró aún más magia en las palmas de sus manos. -Por lo que tendré que convencerte por las malas... -dijo esta vez colocándose en una posición desafiante.
-Akhim, esta vez me toca enfrentarme a él yo sola. Aléjense. -advirtió la Cadre invocando lo que parecían látigos de luz púrpura y desplegando sus 10 alas oscuras.
-Está bien, Penemuel-achot. ¡Tú puedes! -animó Azazel a su hermana, la cual sonrió confiada.
-Te enseñaré cómo debes tratar a una mujer, y más si es hija de Padre. ¡Elohim Ne'edar! -exclamó Penemuel lanzándose contra el dios griego.
Entonces comenzó una lucha bastante igualada: Dionisio intentaba dar golpes con sus palmas abiertas a Penemuel, la cual esquivaba agilmente y contraatacaba dando latigazos a Dionisio, el cual esquivaba también muy agilmente. Penemuel vió que no era suficiente, así que invocó varias jabalinas de luz y las lanzó al dios, el cual volvía a esquivar los ataques de la Cadre.
En una de las arremetidas del dios del vino, su palma potenciada con magia le dió de lleno en el vientre a la Cadre, la cual fue lanzada unos metros hacia atrás chocando con un árbol. Sus hermanos Arcángeles y Cadres se abrieron los ojos con miedo y fueron a donde estaba la Cadre, la cual se limpiaba la barbilla con su muñeca.
Issei, con preocupación por la Cadre, voló hacia ella para auxiliarla.
-¡Penemuel-sama, Penemuel-sama! -exclamó el Sekiryūtei volando con sus seis alas, 4 de caído y un par de dragón, hacia la Cadre pelimorada, la cual estaba respirando forzadamente a la sombra del árbol.
-Ya os dije que me dejéis a mí sola con él. Vosotros no tenéis voz ni voto en esta disputa. -se quejó Penemuel a Issei, el cual ignoró lo que había dicho la Cadre.
-Pero Penemuel-sama, yo soy un ángel caído como Usted, puede que sea reencarnado, pero lo soy. Y entre hermanos es normal ayudarse, así lo dictó Ël ¿no? -habló Issei a la Cadre, la cual al escuchar lo que le había dicho el Sekiryūtei, lo pensó mejor.
-Padre, perdóname por no haber seguido tus designios cuando me dejaste caer. Ahora te honraré como se debe. Derrotando a aquel que se llevó la inocencia de una de tus hijas. -pronunció la Cadre levantándose un poco gracias a unos aumentos que Issei le había suministrado. -Hyōdō, necesito más de ésos. -declaró la Cadre al castaño, el cual no dudó en ayudarla.
-[Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost, Boost!] -rugió Draig desde el guantelete de Issei, suministrando a la Cadre 50 aumentos para que se recuperara más rápido. [Gyda hynny dwi'n meddwl y bydd Penemuel yn ddigon.] -habló a la Cadre el dragón desde el guantelete. (Con eso creo que te bastará Penemuel.)
-Perfecto Draig Goch. Ahora me siento más fuerte y más ágil. Muchas gracias Hyōdō. -se preparó de nuevo la Cadre invocando de nuevo sus látigos.
Mientras, Dionisio vió como un castaño de rasgos orientales venía y ayudaba a su ex-ménade después del golpe que le había conseguido acertar en el vientre. Cuando pudo fijarse, se percató de que el castaño tenía un guantelete en su brazo izquierdo. Entonces Dionisio sintió una enorme presión mágica alrededor de la Cadre.
-¡Maldita sea! ¡Ese no es un guantelete normal! *hic* ¡Ese es el Κόκκινο Δράκο! -dijo sorprendido el dios al comprender lo que había hecho el castaño. -¡Eso es trampa Penemuel! *hic* -exclamó asustado al ver como la Cadre azotaba el suelo con sus dos látigos de luz púrpura.
Pero no pudo hablar más. En un abrir y cerrar de ojos, Penemuel le enganchó una pierna con uno de los látigos, mientras que con el otro le agarró del cuello. Tiró con fuerza y en un momento, Dionisio estaba cara a cara con Penemuel. Él estaba asustado y apretando los dientes con terror. Antes de nada, Penemuel le susurró sensualmente al oído algo que le hizo temblar "Divertámonos juntos, Dionisio...".
Entonces Penemuel comenzó a azotar a Dionisio por todos lados, utilizando los látigos como cuerdas de titiritero. Lo arrojaba por los árboles, por el suelo, lo acercaba y lo alejaba de ella, lo giraba en el aire, etc. Tras casi 10 minutos de zarandeo, Dionisio acabó en el suelo con muchas heridas y moretones por todo el cuerpo, un ojo morado, un labio roto y la cara hinchada de tantos golpes.
Penemuel se acercó a donde estaba Dionisio medio desmayado y le miró con un aire de superioridad.
-¿Estás preparado para otra ronda? -preguntó sensualmente la Cadre invocando una lanza de luz morada.
-Para por favor... No puedo más... Detente... *hic*... -suplicó Dionisio llorando como un niño pequeño.
-¿Que me pare? ¿Acaso no te pregunté eso hace 3 milenios? ¡¿Acaso seguiste cuando lloraba de dolor?! -comenzó a llorar la Cadre al recordar como fue su primera vez. -¿Acaso no te lo pedía cuando empecé a sangrar por tu culpa? -lloraba la pelimorada al acordarse como la sangre salía de sus partes íntimas y de su parte de atrás.
-Perdóname, Penemuel... *hic*... -suplicó casi desmayado Dionisio, el cual esperaba que la lanza de luz le atravesase su pecho.
-Hasta el Armagedón no tendrás paz, no tendrás perdón, Dionisio... -acabó diciendo la Cadre de una forma sombría y oscura.
Entonces, en menos de un segundo, la lanza fue clavada a pocos centímetros de la entrepierna del dios, el cual, debido a la adrenalina de su posible muerte, se había desmayado unos milisegundos antes. Penemuel, ante la vista de Dionisio desmayado, paró de llorar, deshizo la lanza de luz, y se giró a donde estaba el resto. Pero antes de irse, pareció nombrar en voz alta el nombre de una mujer "Aretaunin", la cual salió de los árboles muy asustada.
–Llévate el cuerpo de ese inútil. –dijo la Cadre a la mujer íbera, la cual asintió frenéticamente y se llevó el cuerpo del dios a cuestas.
Justo después de eso, el grupo de protagonistas junto a Sayf y a Andrestea, volvieron a montarse en los caballos y a dirigirse hacia Farsalia, de donde partirán hacia el monte Olimpo para reunirse con Zeus y los demás dioses griegos.
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Mientras que la Cadre Penemuel luchaba contra Dionisio, el grupo de élite de Yeshua, conformado por Xenovia, Ígor e Irina, había embarcado en una nave fenicia, la cual estaba atracada en el puerto de la principal ciudad de Fenicia, y donde residía Tannit, Tiro. Subieron a la nave donde les estaba esperando un navegante fenicio de nombre Adad.
Adad tenía familia tanto en Cartago, la ciudad más importante de los fenicios, como en Gades, la actual Cádiz, a donde se dirigían el grupo de el élite de Yeshua. Adad les dijo que se sentaran en la proa, mientras que él navegaría desde Tiro, pasaría por Cartago por provisiones, y finalmente llegaría a Gades para dejar al trío de exorcistas que hiciesen lo que tuviesen que hacer.
Antes de echarse a la mar, Adad reclutó a algunas levas fenicias de Tiro y los alrededores, para que protegieran la embarcación de cualquier ataque que sufriesen en el mar de distintos pueblos, tales como griegos, con los cuales tenían una gran rivalidad, o de pueblos nativos de Iberia, los cuales no deseaban que colonias extranjeras estuviesen en sus tierras. En total unos 120 hombres fueron reclutados y armados a la manera hoplita.
Mientras que los hombres que había reclutado estaban yendo y viniendo en la embarcación, una nave realmente grande, parecida a un galeón español*, hizando las velas, revisando el estado de los ganchos para abordar, los cañones*, etc, el trío de exorcistas estaban en una acalorada discusión entre ellos.
*Los Fenicios siempre han estado muy ligados al mar. En el mundo del sobrenatural, mientras que la tecnología se ha mantenido parecida a la que poseyeron sus fieles, los Fenicios han actualizado sus embarcaciones desde sus trirremes originarios hasta algo parecido a los barcos de la Edad Moderna*
–Que sí Xenovia, ¡vosotros seríais herejes porque el obispo de Roma se alejó del de Constantinopla! –habló quejumbroso el ucraniano, a lo que Xenovia se irritó.
–El Santo Padre de Roma se fue porque vosotros poníais al Emperador por encima de la Iglesia. Nosotros lo hacíamos bien... –replicó Xenovia con clara convicción en sus palabras.
–Y por eso Lutero tenía razón... –susurró Irina en voz baja, cosa que escucharon perfectamente los otros dos.
–¡Cállate hereje! –le recriminaron Ígor y Xenovia a Irina, la cual se enfadó mucho.
–¡Calláos vosotros, corruptos! –terminó gritando Irina con lágrimas en los ojos dr forma cómica.
Y así siguieron discutiendo los tres: una defendiendo al Papa de Roma, otro defendiendo el sistema de Patriarcas Ortodoxos y la otra defendiendo la Reforma Protestante de Lutero, Calvinio y Zwingilio. Una decía que la lengua litúrgica debía ser el latín, otro diciendo que tenía que ser el griego, o en su defecto el ruso, y la ultima diciendo que la lengua litúrgica tenía que ser el idioma que hablase los feligreses. La discusión duró, literalmente, desde que salieron del puerto de Tiro hasta que llegaron a las costas occidentales de Sicilia, territorio de los fenicios.
Pero la discusión paró de golpe cuando, de repente y sin previo aviso, el cielo del Mediterráneo, anteriormente claro y despejado, ahora estaba nublado y con llovizna. El mar también cambió: antes estaba calmado y sin turbulencias, pero ahora estaba embravecido, con oleajes que colaban agua en la cubierta de la embarcación.
Los hombres que estaban embarcados se pusieron muy nerviosos porque nunca antes habían visto un cambio en el clima tan radical. La nave se agitaba salvajemente en el oleaje. Adad ordenó dejar caer el ancla, recoger las velas, y aguantar hasta que el temporal acabase. Pero, por otro lado, el trío de exorcistas sabían que algo no andaba bien, y por desgracia, tenían razón.
De repente, sintieron como si algo muy grande atacaba el barco. Como si una ballena o algo por el estilo hubiese chocado contra el casco. Entonces pudieron ver algo horrible: hombres de aspecto de pescado y anfibio armados con espadas y lanzas estaban escalando por la casco hasta llegar a la cubierta.
–Parece que tenemos algo que hacer... –pronunció en voz baja el ucraniano invocando un sable de luz amarillo.
–En esto sí tenemos conceso, Ígor... –dijo Xenovia invocando un gladius romano de color azul oscuro.
–Digo lo mismo, papista peliazul... –habló sarcástica la pelinaranja invocando una Katana de luz de color naranja.
Adad, veía asustado como estos monstruos marinos mitad humano mitad pescado estaban abordando su nave y matando a casi todos los hombres que había reclutado en Tiro. Pensaba que iba a morir pero un sable amarillo decapitó al monstruo que estaba por atacarle. Era Ígor, quien le dijo que se refugiase en la bodega del barco, cosa que hizo inmediatamente Adad.
Mientras que Adad fue refugiarse, el trío de exorcistas se hacía cargo de los monstruos que asaltaban el barco. Irina amputaba brazos y piernas, Xenovia apuñalada en el vientre o en el cuello, mientras que Ígor decapitada cabezas y amputaba a partes iguales. Entre los tres habían matado a casi 200 de éstas abominaciones.
La sangre salpicaba la madera de la cubierta y las ropas de los tres exorcistas, los cuales seguían con su masacre.
Llevaban casi media hora de masacre cuando el temporal, más que mejorar, empezó a empeorar aún más: el oleaje se hacía más fuerte, los vientos movían las ropas, haciendo que se pudiesen ver las piernas de Xenovia e Irina. Los tres se quedaron mirando el horizonte como si estuvieran esperando a algo peor. Y, por desgracia otra vez, tenían razón.
Ese golpe que habían sentido antes lo volvieron a sentir. Entonces, pudieron ver como un hombre de tamaño gigantesco, casi del tamaño de un edificio de varias plantas, se alzaba de las olas del mar y colocaba sus manos, mugrientas y llenas de coral, en la cubierta del barco. Miró a los tripulantes y dijo en una voz grave y profunda.
–¡Vaya, que veo aquí! ¡Sin son un par de humanos hechos paloma! –escucharon la voz de ese hombre gigantesco.
–Dagón... –pronunció Xenovia entre dientes, con su mano en su cadera.
–¡Bingo! ¡Y el premio es para la paloma de pelo azul! –exclamó el dios con voz graciosa
Dagón era un dios filisteo y fenicio de origen sumerio. Era el Dios del mar, de los cultivos y de los cereales. Dagón tenía una acérrima rivalidad tanto con Baal como con Ël. Siempre intentaba boicotear a Baal y derrotar a Ël, pero fue derrotado en una batalla marina entre éste y una coalición de Baal y Ël. Pero Dagón no había sido derrotado del todo: desde ese día se ocultó en las profundidades del Mar Mediterráneo y se dedicó a hundir barcos y transformar a sus tripulantes en monstruosidades mitad humanos mitad fauna marina.
El trío se preparó para luchar contra el dios filisteo. Pero con armas de luz no podían hacer mucho, así que desenvainaron sus armas secretas: los fragmentos de Excalibur que tenía cada uno: Mimic, Destruction y Nightmare. La primera la tenía camuflada Irina en forma de pulsera en su muñeca, la segunda la tenía Xenovia guardada en un compartimento mágico que llevaba consigo y, por último, Nightmare la tenía Ígor en su cadera como una espada más.
Dagón miró las espadas desenvainadas del trío de exorcistas y no pudo parar de reírse jocosamente. ¿Qué se creían estos humanos? ¿En serio creían que podían vencerle, a él, un dios? Sin duda pensaba que estaban locos y que querían morir. Pero no podía fiarse de los hijos de Elohim, siempre tenían algún truco bajo la manga.
Por su parte, el trío de exorcistas pensaban en un plan para acabar rápido con ese falso dios. Sabían perfectamente las habilidades que tenían cada uno de los fragmentos, y pensaban usarlo para su favor. Irina usaría Mimic transformándola en una Claymore para asestar el mayor daño posible en el cuerpo de Dagón. Ígor usaría su Nightmare para hacer copias de sí mismo tantas veces como hicieran falta y así lanzarle jabalinas de luz al cuerpo y a la cabeza. Para terminar, Xenovia usaría su Destruction para intentar amputar los titanicos brazos de Dagón y desestabilizarle.
Una vez trazado el plan, el trío de exorcistas desplegaron sus alas y se alzaron sobre el barco. Con sus espadas desenvainadas, empezaron a revolotear alrededor de Dagón, el cual intentaba aplastar con sus titánicas manos a los tres ángeles reencarnados.
–¡Malditas palomas! –se quejó Dagón furioso al ver lo escurridizo que era atrapar a los ángeles.
Mientras el dios filisteo hacia aspavientos con las manos, Irina y Xenovia atacaban la piel del dios, provocándole heridas leves. Mientras, Ígor se había duplicaba tanta veces como podía. Una vez se duplicó hasta 20 veces, el original Ígor levantó su sable de luz y ordenó disparar a Dagón a sus copias. Las copias lanzaron sus jabalinas de luz y consiguieron herirle en el rostro, en el pecho y en el vientre. Irina aprovechó y consiguió amputar con su Mimic en forma de Katana varios dedos de la mano derecha del dios Dagón.
–¡Ah! ¡Mis dedos! ¡Los pagaréis malditas palomas! –gritó quejumbroso Dagón, arrancando con su mano izquierda el mástil del barco.
–Mierda, ¡hay que ser más rápidos! –gritó Xenovia volando alrededor de Dagón, clavándole su espada "Destruction" en el ojo izquierdo.
Justo después, Dagón dio un golpe con su mano izquierda a las copias de Ígor, quien afortunadamente sobrevivió el original. Xenovia se fijó y le gritó que tuviese más cuidado. Mientras, Irina seguía hiriendo con su Mimic el cuerpo de Dagón. Xenovia entonces agarró su espada Destruction y en un parpadeo de ojos, clavó la espada en todo el pecho del dios. Pero Dagón apenas lo notó, es más, agarró a Xenovia y lanzó de vuelta al barco.
–¡Xenovia! ¡Maldito seas, falso dios! –exclamó Irina escondiendo su Mimic y creando varios aros de luz para lanzárselos al rostro, acertándole y dándole en las mejillas.
–No te preocupes Irina, la fé en el Señor me da fuerzas. –dijo la peliazul incorporándose invocando de vuelta su Destruction. –¡Deus Vult! –exclamó Xenovia desplegando sus alas y volando rápidamente hacia la frente del dios.
Y así, otra vez, Xenovia le clavó de nuevo su espada en la frente, provocando que la sangre empezase a derramarse por el rostro. Ígor vio esa hazaña y gritó a sus compañeras que si sangraba, entonces era mortal. El ucraniano volvió a copiarse incluso más veces que la anterior.
–¡Esta es la batalla de nuestras vidas! ¡Esta es una batalla sagrada! –gritó Ígor ordenando que sus clones atacasen como mosquitos a Dagón.
Mientras que los clones atacaban a Dagón, Xenovia e Irina atacaron a los ojos del dios, dejándolo ciego. El dios, herido y ciego, no pudo aguantar más los ataques del trío de ángeles y se desplomó hacia el mar, muriendo en ahogado en las profundidades del mar Mediterráneo, en las costas de Sicilia.
Cuando acabó la batalla, los tres ángeles reencarnados fueron a la bodega y le dijeron a Adad que ya había acabado la batalla. Entonces fueron a la ciudad fenicia más cercana, Mozia, para embarcarse en otro barco y ir a Gades para cumplir la misión que Yeshua les había encomendado.
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Palabras: 3904
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