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[Especial 2⁰ Aniversario] Kuoh de los Gentiles

Saludos lectores de Wattpad:

El pasado día 3 de Abril fue un día muy importante para mí, pues fue un 3 de Abril pero del año 2021 cuando publiqué el prólogo de esta obra. En su momento pensé que no llegaría a nada, que sería un simple prólogo y unos cuantos capítulos y ya. ¡Qué tan equivocado estaba por aquel entonces! Hoy, tras dos años de trabajo, veo como esta obra tiene 75 capítulos, 8 O.V.A.s y más de 85k lecturas y casi 9k votos.

Agradecer a todos aquellos que la han estado leyendo, votando y comentando en los capítulos y O.V.A.s, así como aportando ideas a este humilde escritor, pues sin ellos esta historia no sería como lo es hoy día.

Quiero agradecer también a ciertos escritores y lectores que han estado conmigo desde este último año, en mis momentos más duros cuando estuve apunto de abandonar este proyecto: Papotemaster1225 endercox3005 Elzevir_Thedollmaker PhantomD00 así como a hectorelconquistador Edgar33307 TheFlashofInfinity JosGm7m Capi_America1940 leo_s_other_world Mr_Heaven_ YisusdeNazaret33 CarlitosHernandez1 y a Noeliatime. A todos ustedes, muchas gracias.

Ahora os dejaré con el Especial 2⁰ Aniversario de esta obra.

¡Que lo disfrutéis!

Un cordial saludo.

Atte.

E.S.Z.

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Universo DxD-Canon.

El inmortal y eterno sol se ponía por el oeste en la orgullosa ciudad de Kuoh. Sus habitantes salían de sus trabajos y labores para dirigirse a sus casas a cenar y a descansar para el fin de semana, pues hoy era viernes. Pero no un viernes cualquiera, hoy había luna llena, la cuarta luna llena del año. El ambiente invernal dejaba paso a un cálido y suave aire primaveral, las flores del cerezo adornaban los árboles de las aceras y los pájaros piaban desde sus copas.

Pero la imperturbable ciudad japonesa sintió un escalofrío en el medio de la noche. Todos sus habitantes pudieron sentirlo, humanos y seres sobrenaturales por igual. Un escalofrío que venía del oeste de la ciudad, más concretamente del puente que cruza el río que atraviesa la ciudad en dos.  Sobre el puente, un hombre desaliñado, con barba de varios días, rasgos semitas, empujando un carrito de la compra con una paloma encerrada en una jaula dentro del carrito recorría el puente lenta pero decididamente.

Cruzó el puente de la ciudad y se dirigió hacia la vieja iglesia de Kuoh, un templo abandonado y echado a perder a las afueras de la ciudad nipona. Cuando llegó al viejo templo, agachó su cabeza con un sentimiento de tristeza, desilusión, incluso angustia, una angustia que no había sentido en años. La orgullosa ciudad  de Kuoh vivía en las más oscuras tinieblas y él quería saber el porqué. Así que echó andar de nuevo hacia el centro de la ciudad, siendo observado de lejos por un pequeño córvido y una ave oscura llameante. 

Paseó por las oscuras calles de la ciudad, empujando su carrito, el cual hacía un estridente y molesto ruido que no dejaba dormir a los habitantes. Estuvo andando unos minutos hasta que llegó a una casa a las afueras. Aparcó el carrito en la acera y llamó a la puerta. Tras unos momentos pudo escuchar una voz de una chica joven, la cual sonaba molesta. 

—¡Estas no son horas de llamar a la puerta! —exclamó la joven abriendo la puerta, dejando ver que era una chica en sus veintipocos años, castaña con gafas rosas y coletas y ojos amarillos 

—¿Disculpe joven, tiene algo para cenar? Llevo caminando varias horas y tengo hambre... —dijo el hombre colocando sus manos a modo de cuenco y hablando con una voz muy dulce. 

—No tengo nada para ti, y si tuviera no dejaría a un completo extraño entrar en mi casa. ¡Largo! —expresó indignada la joven castaño cerrando de un portazo la puerta de la casa. 

El hombre se quedó unos minutos más en la puerta, como si estuviera impactado por algo -o más bien la falta de algo- en la ciudad. Dejando sus pensamientos a un lado, el hombre agarró de nuevo el carrito de la compra y siguió su camino al borde del río. Contemplaba el paisaje urbano de la ciudad: casas, parques, jardines, avenidas, plazas... todo parecía normal al ojo, pero él sabía que la ciudad ocultaba algo a la vista, algo que seguramente tendría que ver con esa mansión al estilo victoriano que podía ver a lo lejos. 

Llegó entonces a lo que parecía ser una escuela o instituto de grandes dimensiones. Estaba cerrado pero pudo detectar que sea lo que fuera lo que le pasaba a la ciudad, esa academia tenía algo que ver, sobre todo el viejo edificio apartado que vio con el rabillo del ojo. Pasó por delante de la academia y siguió caminando a través de la oscuras calles de la ciudad. 

Sus pasos le llevaron a un barrio residencial donde vivía la clase media de la ciudad de Kuoh. El hombre fue llamando puerta por puerta pero ningún habitante le abría la puerta, bien porque estaban dormidos, bien porque no querían abrir a las tantas de la noche a un completo desconocido. El hombre llamó entonces a una casa, en la que por fin abrieron la puerta: eran otras dos chicas, una tenía el pelo rosa corto y ojos marrones y la otra tenía el pelo castaño largo atado en una coleta por detrás de la cabeza y ojos ámbar. 

—Disculpad las molestias jovencitas... ¿tendríais algo para echarme a la boca y un lecho para descansar esta noche? —pidió el hombre de la misma manera que en todas las casas: con una voz dulcísima y gestos amables. 

—Lo siento, no tenemos nada, ya hemos cenado y las camas están ocupadas... —dijo la de pelo rosa haciendo una reverencia cortésmente. 

—Sí, las chicas del club de Kendo estamos celebrando el campeonato regional de Hyōgo y no podemos acogerte. Gomen'nasai. —aclaró la de pelo castaño, Murayama, al extraño hombre que estaba enfrente de la puerta. 

—No os preocupéis, felicidades por ganar el campeonato... —felicitó el hombre dándose la vuelta a por el carrito y siguiendo su recorrido por el que venía. Sabía que le habían mentido en la cara, él sabía cuando mentía la gente. 

El extraño hombre que venía del oeste en esta noche de primavera recorrió lo que le quedaba al barrio residencial. Mirando la luna y las estrellas susurraba para sí que le pasaba a la gente de esta ciudad. Mentirosos, desagradecidos, sin ninguna pizca de amabilidad a los extranjeros. ¿Eran todos los de esta nación así? O eran solamente los habitantes de esta ciudad? El hombre no lo sabía, y para descubrirlo debía pasar más tiempo en esta ciudad. 

Antes de irse del barrio residencial llamó a la puerta de la última casa del barrio. Le abrieron dos jóvenes adolescentes: uno estaba rapado al cero y el otro llevaba unas gafas de culo de botella. Ambos le abrieron la puerta con deje, como si les hubiera interrumpido haciendo algo. ¿El qué, si eran casi las 0:00 de la noche? El par de jóvenes estaban ciertamente enojados y enfadados. 

—¿Qué haces aquí mendigo? Acaso no tendrías que dormir bajo unos cartones en el puente o en el parque? —expresó el rapado al hombre, el cual agachó la cabeza con una expresión triste. 

—¡Eso! ¡Que nos has interrumpido nuestro maratón de pelis hentais y porno! —dijo sin pudor el de las gafas volviéndole a cerrar la puerta de un portazo. 

El hombre poco a poco iba perdiendo su fe en encontrar algún sitio para cenar y descansar esta noche. Parecía como si la ciudad entera hubiese caído bajo un hechizo que les anulaba las buena voluntades. Y para saber de dónde venía ese hechizo, el hombre echó a andar una vez más, saliendo de la zona residencial en dirección a esa mansión al estilo victoriano que tanto llamaba la atención en la humilde ciudad nipona. 

El hombre marchaba por las oscuras calles en la madrugada del viernes al sábado. Contemplaba toda la ciudad con ojo analítico. La ciudad de Kuoh ciertamente parecía estar bajo un poderoso hechizo que emanaba de esa mansión, un hechizo que afectaba a toda la ciudad. Mientras recorría la ciudad, podía ver como los habitantes cerraban las puertas y las ventanas con miedo de que se colase ese extraño y desaliñado pobre. El hombre cada vez estaba más decidido en ir a esa extravagante mansión victoriana de la ciudad. 

Sin embargo, en una casa del centro de Kuoh, una pelinegra no podía dormir bien. Desde que sintió ese escalofrío hace unas horas, ha estado inquieta y temblorosa. Girando sobre la cama agitada y sudada se retorcía de dolor y miedo. Levantándose de la cama apresuradamente creó un círculo mágico de comunicación en su oído y se puso en contacto con su amiga pelirroja, ambas demonios que controlaban la ciudad, protegiendo -supuestamente- a los humanos que en ella vivían. 

—¿Rías, sentiste lo mismo esta noche, cierto? —preguntó aparentando serenidad la de pelo negro poniéndose las gafas con un gesto fino masajeándose el tabique nasal.

—Sí, todos en casa lo hemos sentido Sona. Es una presencia muy fuerte y poderosa. Hay que ser cautelosos y decírselo a mi hermano. 

—Sería lo mejor. Si esa presencia sigue aquí mañana, avisamos a la Alianza. —cortó la llamada Sona para volver a intentar dormirse, cosa que lograría esta noche. 

Mientras tanto, el misterioso hombre seguía tirando del carrito por las calles de la ciudad nipona con dirección hacia la mansión donde vivía la diablesa pelirroja y su séquito. Mientras más se acercaba el hombre a la mansión, la presencia mágica iba en aumento pero a la vez volviéndose más tenue, como si estuviera desapareciendo. Pero nadie se fiaba de lo que estaba pasando. Fue entonces cuando la presencia pareció desaparecer de repente. 

Justo entonces fue cuando alguien llamó al timbre de la mansión donde vivía Rías y su séquito. Los habitantes de la mansión veían al extraño hombre desde los ventanales de la mansión. Desaliñado, empujando un carrito con una paloma encerrada, con una barba de varios días y tez oscura, como las personas que encontrarías en Oriente Medio. El telefonillo sonó varias veces y Rías decidió responder con voz mandona. 

—¿Diga? ¿Quién es? —preguntó con una voz contestona y mandona, marcando que ella era la que mandaba en la casa. 

—Disculpe señorita, ¿tendrá usted un lecho para pasar la noche y una humilde cena para mi atronador estómago? —preguntó el hombre como había pedido durante toda la noche. 

—¡No tenemos nada de eso en esta casa, mendigo! Lárgate de aquí si no quieres que llamemos a la policía. —dijo Issei de fondo, haciendo que el hombre agachase la cabeza con tristeza. 

—Una sábana en el suelo me servirá de lecho, y las migas del pan que coméis apaciguará mi estómago. —dijo el pobre con una voz dulce pero rompiéndose poco a poco. 

—No tenemos sábanas disponibles y las migajas han sido barridas. ¡Ahora vete de aquí! —dijo Rías otra vez yéndose a su habitación junto con Issei y las demás chicas. Salvo una. 

La joven rubia ex-monja, Asia Argento, estaba indignada por el comportamiento que Issei y Rías habían tenido con ese pobre hombre. ¿Acaso no veían que solamente quería una cama y un poco de comida? Puede que Rías e Issei fueran como familia para ella, pero ahora estaba viendo que se equivocaban, pero no sabía porqué exactamente. Cuando Issei y las chicas se fueron a la cama, Asia les dijo que se quedaría en el salón para limpiar los trastos para el desayuno. Una vez se fueron, la rubia fue al telefonillo y habló con el misterioso hombre. 

—Ven buen hombre, yo te daré una cena para tu estomago y un lecho para descansar. —dijo Asia abriendo la verja para que el hombre entrara en la casa. 

El misterioso hombre recorrió el enorme jardín de la mansión hasta llegar a la puerta donde le recibió Asia con una sonrisa. Le invitó a pasar y el hombre dejó a su mascota paloma en el recibidor mientras él se iba a la ducha de la planta baja para bañarse y vestirse con algo más decente que unos sucios harapos. Mientras, Asia le hacía la cena, una sopa de fideos y una manzana. Una vez el pobre hombre se vistió con algo limpio -una camisa blanca y unos pantalones beige- se sentó a la mesa a cenar mientras Asia recogía los platos. 

Una vez limpiados los platos y cenado el hombre, se sentaron en el salón para charlar un poco antes de darle un lecho. 

—Y bien, ¿de dónde vienes y qué haces en una noche como esta por aquí?  —preguntó la rubia de ojos verdes al hombre, que no se había afeitado. 

—Yo vengo del oeste señorita, de una tierra quemada por la guerra y la pobreza. He recorrido muchas naciones y ciudades, pero en ninguna me han acogido. Hasta ahora, claro. —dijo el pobre con una sonrisa ladina y cariñosa. 

—No se preocupe, darle un lecho y comida es lo mínimo que debía hacer... —dijo Asia levantándose hacia la habitación de Issei y las chicas. —¿Podrá dormir bien en el sofá buen hombre? —preguntó sonriendo, a lo que el hombre hizo un gesto amable en señal de que sí podrá descansar en el sofá. 

La noche pasó rápido, Asia y las chicas celebraron con Issei el primer aniversario tras la derrota del Trihexa y Rizevim Livan Lucifer de la mejor manera que Issei conocía: una orgía en la cama principal de la mansión en la que no faltó nadie de su harén: Rías, Akeno, Asia, Xenovia, Irina -habían colocado el pomo que les regaló Miguel Arcángel- Koneko, Kuroka, Rossweisse y Ravel. Por su parte, el pobre que había sido invitado por Asia dormía en el salón, ajenos a los obscenos sonidos que salían de la habitación del castaño y su ama pelirroja. 

El sol volvió a salir por el este a la mañana siguiente y Asia, aprovechando que las demás dormían junto con Issei, bajó al salón para avisar al hombre si se podía ir,  pero lo que vio cuando bajó le dejó impactada: el hombre se había levantado antes que ella y estaba haciendo el desayuno para todos en la casa mientras que su paloma estaba apoyada en su hombro. 

—Buenos días señorita. ¿Le apetece desayunar? —preguntó el hombre mostrándole a Asia el desayuno. 

—¿Qué es? Tiene muy buena pinta y huele delicioso. —dijo Asia dirigiéndose hacia la cocina. 

—Shakshuka, desayuno tipico de mi tierra. Tomates guisados, huevos, cebolla, ajo y especias. ¡Pruébalo! —animó el hombre dándole una cucharada a la joven rubia, la cual degustó el plato, soltando un pequeño gemidito por lo bueno que estaba el plato. 

—Está muy bueno... —se quedó pensativa un rato la chica rubia. —¿Cómo te llamas? Si sigues aquí me gustaría tutearte. —aclaró Asia sirviendo la comida para que Issei y las chicas lo probasen en el desayuno. 

—Yeshua, llamame Yeshua. Y mi paloma que ahora está en tu hombro la llamo Shchina. —dijo el hombre sonriéndole, quitándose el delantal para cocinar colocando un plato en la isla para desayunar él solo. 

Asia se fue con los platos hacia la habitación de Issei y las chicas y les sirvió en bandejas de madera el desayuno. Issei y las chicas se desperezaron y vieron lo que Asia -supuestamente- les había hecho de desayunar. Issei, un poco confundido por la comida, pero no se quejó, estaba muy bueno el desayuno. Las chicas desayunaron también la cama junto a Issei, el cual parecía no querer despertar si lo que estaba viviendo era un sueño claro está. ç

Pero Rías no estaba tan alegre o contenta. Notaba como si Asia ya no fuera su Alfil. Parecía otra distinta. ¿Acaso ese pobre que no dejaron entrar tenía algo que ver? Sea lo que sea, hoy era sábado y no tenían plan de hacer nada acerca de la academia o de sus deberes como heredera del clan Gremory. Solamente quería estar con su castaño acurrucada en la cama. Pero algo la interrumpió: era un holograma de su hermano Sirzechs y su esposa Grayfia, los cuales veían preocupados a Rías. 

—¿Qué pasa hermano? —preguntó Rías con molestia. Si su hermano la llamaba significaba obligaciones. 

—¿Sentiste anoche ese poder, cierto? —dijo Sirzechs preocupado por su querida hermana pequeña. 

—Sí, pero tal como apareció se fue. —dijo Rías a su hermano en un tono más relajado, pero en lo más profundo de su alma sabía que algo no andaba bien y la prueba más certera era Asia. 

—Entiendo... De todas formas estad atentas y cautelosas. Esa presencia es poderosa, demasiado incluso para mí. —confesó el pelirrojo cortando la conexión con su hermana, la cual se levantó de la cama para vestirse. 

Las chicas se levantaron para ducharse mientras Issei terminaba de desayunar. Esa noche la había pasado como siempre había querido: rodeado de bellas chicas y placeres carnales. Terminó de desayunar y se fue a duchar también, necesitaba unos momentos de relax tras la entretenida noche que habían tenido. Por su parte, Asia se dio cuenta que Yeshua seguía en la planta baja de la mansión, por lo que fue a avisarle que se escondiera o se fuera momentáneamente de la mansión mientras no anochecía. 

Bajó al salón y pudo ver a Yeshua sentado en el sofá meditando, contemplativamente observando la nada, sentado en la posición del loto. Asia se extrañó que para ser de oriente medio por lo que pudo ver por su nombre y el desayuno, meditase como un budista o sintoísta. Asia fue a decirle algo pero el hombre fue más rápido. 

—¿No me quieres aquí, Asia? —dijo el hombre con los ojos cerrados pero sin dejar que las emociones le alterasen. —¿No quieres que tus amigos y tu novio me vean aquí? —susurró el hombre abriendo los ojos y dejase de meditar. 

—No es eso señor, es que mi ama no le espera aquí... —intentó Asia dar una excusa creible, pero Yeshua alzó una ceja en confusión -o eso creía Asia que era-.

—¿Tu ama? ¿Eres una esclava o algo así? —preguntó el hombre levantándose yendo a por su paloma para marcharse de ahí y no molestar a los habitantes de la mansión. 

Asia no sabía qué decir. Este pobre hombre había descubierto el secreto de los habitantes de la mansión. Estaba nerviosa por lo que podría decir Rías. Pero no tuvo tiempo cuando la susodicha, acompañada del harén del castaño bajó las escaleras y vio cara a cara con el hombre que Asia había invitado la noche anterior. El harén del castaño no sabía cómo reaccionar, pero Rías bajó las escaleras y habló a Asia con un tono entre maternal y sancionador. 

—Asia, ¿quién es ese hombre que está en la puerta? —dijo la pelirroja caminando al lado de Asia dirigiéndose hacia el hombre para echarlo a patadas si hacía falta de la mansión.

—Es un amigo mío... sí, un amigo mío. —intentó mentir Asia acerca de la identidad del hombre, pero no logró convencer a Rías. 

—Mientes Asia... se nota mucho cuando mientes... —dijo Rías poniéndose de frente del hombre de rasgos semitas. —¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —preguntó inquisidora la diablesa pelirroja al hombre, el cual sin ninguna pizca de nerviosismo le respondió. 

—Me llamo Yeshua bar Yosef, un refugiado de la guerra de Oriente Próximo. He estado en muchas naciones y ciudades, pero en ninguna salvo ésta me han acogido, me han dado de comer y me han acogido a dormir. —dijo el hombre mirando a Rías a sus celestes ojos, la cual empezó a vacilar. Le estaba ganando en el duelo de miradas. 

—Está bien... puedes quedarte. Parece que eres inofensivo. Pero que sepas que te quedas porque le has llamado la atención a Asia Argento. —dijo la pelirroja dirigiéndose a la cocina para planear qué hacer ese día. 

Todos se reunieron en la isla de la cocina para discutir qué hacer ese día sábado. Normalmente no harían tareas de la academia o del inframundo. Todos estuvieron de acuerdo en que irían al centro comercial a pasar la mañana y regresarían a almorzar. Yeshua se quedaría en la casa limpiándola y ordenando las cosas. No sin antes de irse, Asia se despidió de Yeshua. 

Mientras que Issei y las chicas disfrutaban de una agradable mañana en el centro comercial, Yeshua limpiaba la enorme mansión donde vivía Asia y sus amigas junto a su novio castaño. Yeshua se remangó las mangas y se dispuso a limpiar el polvo, abrillantar los cristales, vestir la cama de Issei de limpió, desinfectar las sábanas y el baño, preparar el almuerzo y poner la mesa. 

Una vez estuvo todo preparado a que llegasen Issei y las chicas, Yeshua comenzó a darse una vuelta por la enorme mansión. Contemplando los pasillos y habitaciones, llegó a lo que parecía una falsa pared en la última planta. Dio unos golpecitos y pudo escuchar -o más bien sentir- a algo o alguien respirar agitadamente, como si llorara. Yeshua no se quedó con los brazos cruzados y habló a lo que sea que fuera que estuviera ahí adentro. 

—¿Hay alguien ahí? ¿Hola? —dijo Yeshua a través de la pared, escuchando como lo que sea que ahí detrás paró de gimotear. 

—¿Me han vuelto a dejar solo, verdad? sniff sniff —lloriqueó levemente la persona que estaba encerrada. 

—¿Quiénes te han dejado encerrado? ¿Rías y las chicas? —preguntó Yeshua incrédulo. ¿Enserio habían encerrado a una persona en una falsa pared? 

—Sí, fue Rías-bucho. Desde que derrotamos al Trihexa, hará hace un año, ellos me encerraron porque creían que era una amenaza... —dijo la voz, voz que era ciertamente femenina pero no del todo. 

Yeshua apretó los puños y empezó a dar golpes a la pared hasta poder abrirla. Los golpes resonaban en toda la mansión haciendo temblar los muros. Pasaron unos instantes hasta que por fin Yeshua derribó la falsa pared, dejando ver qué es lo que tenían encerrado: un chico andrógino, rubio con ojos carmesí sentado en lo que parecía ser un ataúd. El chico andrógino se giró al ver al hombre, quien estaba en la entrada mirando al chico con ojos preocupados. 

—¿Quién eres? No he detectado aura alguna en ti... —dijo el chico de nombre Gasper levantándose de su ataúd tras más de un año encerrado. 

—Me llamo Yeshua, un conocido de Asia Argento... —dijo el hombre dándole la mano a Gasper de manera paternal, haciendo que al chico andrógino se le quitaran las inseguridades. En ese momento ninguno de los dos lo sabían, pero en el centro comercial, Rías se agarró el pecho, como si hubiera perdido el control de Gasper. 

La mañana pasó desde ese momento bastante tranquila para ambos. Gasper se acostumbraba a estar a fuera de esa habitación mientras que Yeshua le hacía algo para desayunar -aunque ya eran las 13:00 PM. Desayunó y ambos decidieron esperar a que llegasen Issei y las chicas para almorzar. Yeshua estaba preparando el almuerzo a eso de las 13:30 PM -Falafel-, llegaron Issei y las chicas y vieron con horror y estupor a Gasper en el salón jugando a la Nintendo Switch. 

—¿Qué haces afuera de tu habitación, Gasper? —preguntó la pelirroja cada vez más temerosa. Había perdido a Asia y a Gasper desde que ese hombre estaba aquí, y no podía permitirse perder el control de nadie más. 

—Yeshua me liberó. —fue lo único que dijo el dhampir andrógino. 

Mientras, el susodicho veía la escena desde la cocina, donde estaba cocinando los falafel para el almuerzo de hoy. No tardaría mucho en estar preparados, así que pidió que pusieran la mesa, a lo que Asia y Gasper respondieron y la pusieron en un abrir y cerrar de ojos. El harén del castaño y el propio Issei se sentaron en la mesa para picotear un poco mientras los platos estaban a punto de ser servidos. Fue entonces cuando Koneko y su hermana Kuroka fueron a la cocina atraídas por el sabroso olor de la comida. 

—¿Qué estás cocinando? —preguntó la albina llevándose un falafel a la boca para degustarlos. 

—Falafel. Un platillo típico de mi tierra a la hora de comer. Una croqueta de garbanzos acompañada con salsa de yogurt. —explicó el hombre a las hermanas, las cuales comían los falafel tranquilamente. —¿Pero dejad algunos para vuestras amigas, no? jejeje —rió entre dientes el hombre al ver como Kuroka y Koneko se guardaban unos cuantos en los bolsillos. 

Cuando se pusieron a comer, Yeshua se mantuvo alejado, sentado en la isla de la cocina mientras veía al resto de habitantes de la mansión comer. Pero le llamó la atención que Asia y Gasper comían apartados del grupo. Cuando acabaron de comer, nadie se esperaba lo que ocurrió: las hermanas nekomatas, Kuroka y Koneko se tumbaron a los pies de Yeshua, una luz brillante las rodeó y pudieron ver como les crecía colas y orejas de gato. Habían revelado ante un total desconocido que eran Youkais. Yeshua se sorprendió, Rías se alarmó. Había perdido frente a sus ojos a su Torre. 

La tarde pasó y era la hora del té, sobre las 17:30 Pm. Gasper, Koneko y Asia se sentaron alrededor de Yeshua, el cual estaba un poco agobiado al ver todos estaban atentos a él, incluso el harén del castaño e Issei. Todos tomaban el té atento a lo que Yeshua les decía, sobre su vida y cómo había acabado aquí. En un descuido, Yeshua dejo ver unas heridas en sus muñecas, como agujeros que las atravesaban. Todos se fijaron en eso, pero fue Irina quien se atrevió a preguntar. 

—Disculpe señor, ¿cómo se hizo esas heridas? —preguntó la amiga de la infancia de Issei y As de Baraja de Miguel Arcángel. 

—¿Éstas? —dijo el hombre revelando las heridas otra vez. —Me las hice salvando a alguien que quiero con toda mi alma... —dijo con un tono nostálgico al ver las heridas. 

La tarde siguió su curso natural: Issei y las chicas terminaron de merendar mientras que Yeshua y sus cuatro nuevos amigos dentro de la casa decidieron salir al jardín de la mansión a meditar. Jamás habían meditado, pero estar cerca de ese hombre les hacía estar relajados, en la más profunda relajación y paz interior. Mientras meditaban, en la casa, Rías habló con su hermano: desde que ese extraño hombre estaba con ellos, había perdido el control sobre Asia, Koneko y Gasper. Tendría que acabar con él si no quería que liberara al resto del séquito. 

La noche llegó apresuradamente y ya era la hora de cenar se acercaba. Esa noche sería la elegida por Rías e Issei para echar a ese hombre tras la cena. Matarlo no era una opción viable, pues era un simple humano y no podían matar humanos inocentes -o eso pensaba Issei-. Yeshua intuyó que esa noche sería la última en esa mansión, así que se preparó para partir la mañana siguiente, no sin antes prepararles la cena y desearles lo mejor de ahora en adelante. 

Preparó la cena -un pescado frito con verduras y patatas- la sirvió y antes de cenar hizo algo que impactó a todos los presentes, incluso a Asia, Gasper, Koneko o Kuroka: trajo un balde de agua y jabón junto con una toalla y procedió a lavar los pies de todos los presentes: Irina, Xenovia, Kiba, Rossweisse, Akeno, Issei y Rías. Y a todos les decía algo mientras les lavaba los pies: "Abre tu mente", "No os dejéis llevar por el odio" "Perdona a tu Padre"... pequeñas sentencias que, cual maza de demolición, rompía el control que Rías estaba teniendo sobre ellos. Rías estaba aterrada por ese hombre. Pero cuando le tocó a ella y a Issei lavarse los pies, no les dijo nada. 

Cenaron después de eso, Issei y Rías apartados del resto. Yeshua y los demás reían, comían y disfrutaban de la última cena que el extraño hombre tendría en la mansión. Terminada la cena, Kiba se dirigió a su casa con Tsubaki, Rías e Issei se acostaron en su cama mientras que Yeshua y los suyos siguieron toda la noche meditando mientras algunos dormían. Se pasaron la noche haciendo turnos: algunos dormían mientras que otros meditaban, pero Yeshua seguía despierto meditando y orando, incluso se le rompió alguna venita de la frente de tanto meditar. 

La noche pasó lenta pero inexorablemente. Los primeros rayos del sol se colaban por los ventanales de la mansión. Asia se despertó la primera, pues estaban todos dormidos ya. Pero no pudo ver a Yeshua. Asia fue a buscar a Yeshua y se lo encontró en la habitación de invitados, al lado de la de Rías e Issei. Asia abrió la puerta y se lo encontró de rodillas orando fervientemente. Hoy se iría de la mansión, no sin antes dejar un mensaje a la chica que le acogió aquella oscura noche de viernes. 

—¿Señor, qué hace aquí solo? —cuestionó Asia al hombre, el cual se dio la vuelta y vio a Asia. 

—Estaba orando Asia, ¿hace cuánto que no oras? —preguntó el hombre a la joven rubia, la cual agachó la cabeza triste. 

—Hace mucho, señor, hace mucho... —dijo triste Asia, pero algo la distrajo, una brillante luz cubrió la habitación cegando momentáneamente a la joven rubia. 

Frente a ella se había revelado al fin. El Hijo del Hombre, el Rey de Reyes. En toda su gloria, sus manos bendiciendo a la joven rubia y sus amorosos ojos marrones atravesaban su pecho, pareciera como si le estaba examinado el alma. Asia enmudeció, era como si en ese momento no tuviera boca. 

—¿Eres el Señor? —fue lo único que pudo pronunciar Asia antes de que Yeshua le hablase con voz paternal pero austera. 

—Dentro de 140 años moriréis. —dijo secamente Yeshua a Asia. —Tú y tus amigas iréis al Cielo, al Paraíso. —Asia no cabía en su asombro, ¿irá al Cielo a pesar de ser un demonio al servicio de Rías Gremory? —Pero tu novio Issei y tu ama Gremory, Asia, en el Infierno deberán arder. —fue lo último que dijo antes de desparecer en un brillante haz de luz aumentando exponencialmente su poder, poder que superaba con creces al de Maou Lucifer. 

En ese momento Rías y Sona gritaron histéricamente, pues la ciudad de Kuoh había sido liberada de su control. Ese hombre al que habían acogido era el Hijo de Dios y le habían dejado pasar al no poder identificarlo. Pero fue en ese momento cuando comenzó el verdadero infierno para Asia y las demás chicas en la mansión, infierno del que no se librarían hasta 140 años más tarde, cuando unas misteriosas cartas las mandarían a un lugar entre universos. 

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Palabras: 5096.

¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Felices Pascuas de Resurrección a todos! Espero que os haya gustado este Especial 2 Aniversario de mi obra. Nos vemos en los comentarios.

Un cordial saludo.

Atte.

E.S.Z.

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