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Capítulo 2: Tártaro

Tártaro volvió a la sala del trono, donde estaban los campeones y el resto de los dioses, todos fijaron la mirada en él.
-No vendrá, lo siento- se disculpó por su padre.
-¿Qué sucede aquí?- inquirió Ra.
-Nada importante- respondió Calixta- ¿Qué necesitas?- Ra asintió como recordando a que fue allí.
-Encontramos esto...- Explicó sacando una espada, al verla toda la sala se quedó sin aliento, a los campeones casi se les escapan nuevamente las lágrimas, el ambiente se tenso aun más- ¿Es suya?
-La de Daiana...- respondió en un susurro Lucas.
-¿La campeona de Caos?- todos asintieron, pero nadie dijo nada, les dolía recordar lo que había pasado y como nadie pudo protegerla- ¿Qué sucede?
-Ella murió- respondió Owen con brusquedad, mientras caminaba hasta Ra para tomarla espada.
-¿Cómo murió?
-Apofis- contestaron todos a la vez, El campeón del orden se apartó de todos y comenzó a salir.
-¿Dónde vas?- preguntó Calixta confundida.
-Esto le pertenece a Caos, se la llevaré...- explicó tranquilo, nadie se opuso y él simplemente salió de la sala como si fuera un fantasma.
-¿Dónde está Caos?- retomó el interrogatorio Ra.
-Durmiendo- contestó con simpleza Tártaro.
-¿Cómo está?- el dios visitante se mostró algo preocupado por el señor del caos.
-Bien- nadie quería hablar de la situación deplorable que estaba pasando el dios mayor- es mejor que te vallas, no es un buen momento, para ninguno de nosotros- lo hecho con cortesía Calixta.
-Entiendo, si necesitan algo no duden en pedirlo- todos asintieron y Ra desapareció, los campeones no tardaron en desaparecer, mientras los dioses se miraron entre ellos.
-¿Qué paso?- preguntó Urano, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos.
-Abigail le dio un tranquilizante, no está bien...- Gea se recostó en el pecho de su esposo mientras este la abrazaba, el dolor de su padre ya se les estaba volviendo insoportable.
-¿Tú lo estaría, si fuera Owen?- ataco Calixta, ya era la segunda vez que se lo decía y él se estaba comenzando a hartar.
-No estoy diciendo eso... es solo que está empeorando.
-No es que podamos hacer mucho por él- reconoció Urano abrazando un poco más fuerte a su esposa que estaba por romper en llantos.
-Lo sé, pero no lo podemos dejar así- aseguró el dios de las profundidades.
-Tráela de vuelta- opinó Calixta.
-Tú también- se quejó- no puedo hacerlo... si pudiera ya lo habría hecho.
-¿Por qué?- lo presiono su hermano mayor.
-No está a mi alcance.
-¿Cómo?- siguió Gea.
-No puedo sacarla de los campos de castigo, menos sin un cuerpo- todos en la sala se quedaron callados, tratando de procesar lo que acaban de oír. No era de extrañar que Daiana terminara allí, había matado y torturado a muchos, además que no había sido exactamente lo que se dice buena.
-¿Lo sabe?- la preocupación era notoria en la voz de Calixta.
-No de mí, lo destruiría aún más, si eso es posible.
-¿Qué quieres hacer?- Tártaro negó mirando a su hermana- ¿Hay algo que podamos hacer?
-No... al menos no que yo sepa- él dios aparto la mirada- no debí darle la espada...
-No había muchas opciones, además ninguno podía esperar que pasara lo que paso...- intentó calmarlo, la diosa de la tierra.
-No sabemos que paso por la cabeza de ella en ese momento- una risa triste se escapó de los labios de todos. Daiana los había dejado a todos sorprendidos con su pequeña actuación y ahora en mayor o menor medida todos compartían el dolor por su perdida y la culpa.

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