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3. El mundo es un pañuelo

—¿«La Taylor Swift británica confiesa las intimidades de su ruptura con Kingsley»? ¿Quién carajos le dio luz verde a esto?

—Háblalo tú mismo con William, Louis. Pero créeme que está contento con el trabajo. Eres... Aveline es la noticia del día en Londres.

—¿Sabes lo que debe pensar ella ahora mismo de mí, Niall? Me siento un cabrón.

—Piensa lo que querías que pensara de ti —el rubio chasqueó los dedos. El cenicero estaba ampliamente grisáceo y sus pulmones exigían una intermisión—. Es famosa, Louis. Todos sabemos que antes de abrir la boca son plenamente conscientes de lo que les viene encima. E insisto, tú sabías perfectamente lo que pasaría con William. No seas imbécil y tómate ese maldito té que ya me tiene colérico.

Louis miró automáticamente sus manos. Hizo una mueca y terminó dejando la taza a un lado. No lo dijo, pero había una mosca enjuta y muerta ahí.

—Agradécele a Alice por mí... —susurró, cuando las comisuras de sus labios y su ceño fruncido empezaban a delatarlo.

—Como sea —resopló Niall. Se levantó brusco de su asiento y echó los cigarrillos doblados que le quedaban en los bolsillos—. William está en su oficina. Háblalo ya.

—Sí, claro...

—Y me refiero a pedirle un aumento, no seas imbécil. Ni siquiera preguntes quién terminó redactando el editorial. Habla de números e intenta ser menos cruel contigo mismo macho.

Louis no era plenamente consciente, pero si hubiera escuchado las veces en que el término «imbécil» se usó para despotricarlo, empezaría a creérselo y renunciar a esa minúscula sensatez que todavía le quedaba. Ya era suficiente con que él mismo lo hiciera. Por Dios, no era un niño, sabía perfectamente lo que hacía y era responsable de las cosas que pasaban por su cabeza. Sería fácil decírselo a Niall y mandarlo a la mierda, porque esa sería la consecuencia natural de su acalorada discusión, pero los ánimos de él con su mujer ya estaban lo suficientemente tensos y ajetreados. Louis era demasiado afortunado en su condición de soltero.

Bajaron las dos plantas y se despidieron del aire fresco de la zona de fumadores. Louis caminó al lado de su amigo, mas recibió un sorpresivo abrazo que llegó desde atrás y lo detuvo.

—¡Louis, amor! —exclamó Lily, una morocha que trabajaba en el departamento de marketing... y con la que tenía un poco de engorrosa historia también—. Hablé con Grace por teléfono y me invitó a su cena hoy.

—Iré acomodándome... —susurró Niall, malhumorado, antes de darle una palmadita en el hombro al castaño. Resopló cansado unos pasos más adelante.

—¿Ah, sí? —preguntó Louis jocoso, sobándole los brazos que todavía cubrían su cintura—. Por fin podré verte como la reina que eres, linda.

Lily rio. Era guapa, siempre lo era, pero la última vez que la vio bien vestida y maquillada fue hace un año, en el duodécimo aniversario de la empresa. Había lucido un vestido carmesí y su cabello negro, subrayando el azul de unos zafiros que se había encargado de rodear con líneas negras y uniformes. Era guapísima y terriblemente amorosa...

Puesto que sabía amarla.

—Tal vez hoy Grace no sea la única en presentar a su pareja... —continuó Louis, dándose la vuelta. Se encontró con unos simpáticos lentes de cordones rosas y blancos que acentuaban ese aspecto tan genuino y lindo que siempre había reconocido en ella—. Podrías ser mi novia hoy, Lily —esta vez fue más serio que antes.

—Eres mi amor, mi cielo, corazón, pero sabes que lo estoy intentando con Christian.

—Joder, ese futbolista de mierda no puede ser mejor que yo, Lily.

Ella lo soltó antes de que volvieran a su cíclica charla.

—Nos vemos hoy a las ocho, ¿es así?

—Sí, linda. Lleva el rubí —le guiñó un ojo, desordenándose el cabello un poco nervioso—. Nos vemos.

Louis estuvo a punto de avanzar, pero Lily lo detuvo del brazo para darle un besito en la mejilla.

—Felicitaciones por el trabajo —susurró. Después se fue, dejando el eco de unos tacones altos y agudos sobre la baldosas blancas y desesperantemente relucientes.

Lo que vendría a continuación era tan rutinario y efímero que Louis no se esforzó por parecer serio. Nada servía con William, a quien en mala hora le habían dado el timón de The Spicy Post y las empresas aledañas que todavía se resistían a morir. ¿Que el periódico era una mierda? Sí. ¿Un despropósito? Por supuesto. Pero las cosas eran más llevaderas con Henry a cargo. A este punto ni siquiera se reconocía a sí mismo, porque la escasez de William lo había convertido en un paupérrimo periodista cínico y hambriento de atención y tendencia. Su ética estaba en la basura. Junto a la de Johnson.

—¿Puedo? —preguntó, dándole más fuerte a la puerta con sus nudillos. Rezó para que no estuviera haciendo alguna de sus porquerías habituales—. Soy Louis.

—¡Entra! —la voz provino del interior—. ¡Por favor, entra!

Louis tiró suavemente de la puerta negra de franjas grises y una manija joven. William hablaba cómodamente en su teléfono con las piernas extendidas sobre otra silla al frente. Louis miró al techo e intentó evadir la incomodidad, confirmando que el cielo raso nuevo le daba un aire futurista y aceptable a la oficina. Al menos habían retirado los tubos maltrechos y mugrientos que su editor siempre se había esforzado en mantener por ridículas —patéticas, estúpidas e innecesarias— manías supersticiosas.

—Señor Johnson... —empezó, pero William lo cortó.

—Llámame solo William, Louis. Te lo ruego con mi alma.

—Por supuesto —asintió—. Tengo una inq...

—Por favor, Tomlinson. Toma asiento, coño. ¿Qué pasa?

Louis lo hizo... claro.

Y lo único que eso provocó es que pensara por un milisegundo mejor las cosas.

—Con base en los resultados —ciertamente necesitaba de esa frialdad—, ¿podríamos hablar de un aumento o ascenso?

William sonrió. Sonrió como él solo podía hacerlo.

—Por supuesto, Louis. Discutámoslo.

Cuando observó el reloj, eran las cinco y media de la tarde.

Resopló y miró a su alrededor como si necesitara un poco de aire fresco, pero fue incapaz de separarse de su ordenador. No recordaba un día tan cuadrado y agotador como hoy. Cuando mamá decía aquello de los ojos cuadrados no hablaba en sentido inflexiblemente figurado. Es decir, si al menos así no los tenía, sí su percepción alterada de la realidad, que le hacía ver líneas negras paralelas que se convertían de repente en el rostro de un compañero o el post-it y la presilladora azul que confundía con un bolígrafo.

El teléfono, a dos metros.

A dos no, quizás a uno.

O a veinte centímetros.

Bien, a cinco.

Era difícil ignorarlo cuando Grace no paraba de escribir por Telegram. Si las cosas escalaban, terminaba en WhatsApp. Si eran aún peores, en una llamada telefónica.

Para él, como su hermano, era natural y urgente entenderla. Llevaba semanas refiriéndose a su novio sin revelarle mayores detalles. La última vez que la había visitado en su apartamento se limitó a comentarle que era «encantadoramente familiar, atractivo y buen hombre». Si tan solo no se hubiera referido a su exnovio como «terriblemente amoroso, guapo y caballeroso», los adjetivos tendrían el peso que merecían. Grace era su hermana mayor, mas no la más consecuente. Louis había tenido que lidiar con un sinfín de dementes que se atrevían a perjudicar sus bienes con tal de llegar a un acuerdo tan complejo y sentimental que, entre dos lunáticos, parecía imposible. Porque si Grace no lo estaba, sí esa partecita exclusiva del cerebro que la llevaba a conseguirse cualquier imbécil en las calles de este país.

Louis quería, solo quería hoy, que cualquiera que fuese esa persona fuese cuerda y bien portada. Ser el único varón de su familia era un dolor de huevos. Francamente.

De pronto, el teléfono lo alertó.

Grace: Nos vemos a las ocho. Te amo. 17:36.

Suspiró.

Grace: Ocho, gran hombre. O C H O. 17:37.

No pudo resistirse.

Louis: ¿Quieres que me ponga enfrente del puto Big Ben para no olvidarlo? 17:37.

Grace: Muy bien. Por si las dudas. 17:37.

Louis se echó a reír en silencio. Dejó el teléfono... o eso quiso. Revisando su bandeja encontró el número que había intentado guardar, pero que a medio camino se había arrepentido por la necesidad de olvidar esa noche. Su vida había continuado (coño, sí, solo habían pasado unas horas), pero había un sabor amargo en su boca cada vez que pensaba en cómo se había atrevido a cruzar la línea. Atreverse a cruzar la línea era más o menos un eufemismo a: No había intimado con un hombre... Sencillamente había optado por intentar algo nuevo y experimental que tenía origen desde su juventud. Estaba tan jodido por el trabajo que las labores periodísticas y excitantes habían trastornado su cerebro y existencia.

De cualquier forma, en el borrador se delataba una necesidad por no olvidarlo, pero tampoco hacerlo claro. No quería recordar su nombre, pero tampoco olvidar sus besos. No quería aceptar que se había echado a la cama con un hombre, pero tampoco renegar del volcán de emociones al que se había sometido voluntariamente tras una enclenque obligatoriedad. Una atípica concepción tan excéntrica que ni siquiera podía definir con palabras, pero que dejaba en evidencia lo complejo que era para su alma admitir esta enferma y amenazante atracción por otro hombre.

Le había llamado el doctor porque así él mismo se había puesto en el papel impoluto que sacó de su bolsillo para escribir unas cifras deprisa. «Es más fácil recordarlo así», pensó la primera vez. Ahora su nombre parecía inolvidable e impermutable.

Harry.

Harry Styles.

—Eh, tío. ¿Un café? —uno de los becarios consiguió sacarlo de sus pensamientos.

—Uno bueno. Por favor.

Se alistó como debía alistarse para una ocasión de esta naturaleza. Sin embargo, se sentía tan diminuto al lado de Lily que sus mejillas se convirtieron en dos manchas deformadas y rojas que intentaban ocultarse bajo la luz blanca del restaurante. Louis no paraba de halagarla. La camisa de botones nívea y planchada hace unas horas, junto al pantalón negro, la correa y los zapatos café, le hicieron cuestionar si había sido la opción más afortunada. Lily susurraba constantemente que no se preocupara porque el esfuerzo era esencial, pero él se sentía cada vez más insignificante.

—Estás hermosa, Lily, te lo juro —le dijo, por tercera vez—. ¿Por qué me castigas de esta forma?

Ella sonrió, nerviosa. Agarró la copa de vino, levantando extrañamente el pulgar, y tomó un sorbo. Cuando sus labios se quedaron estampados en el vidrio, preguntó:

—¿De qué manera osé a perturbar su calma, señor Tomlinson?

—No sé, tal vez... ¿haciéndome ver como un puto desesperado por tu amor?

—¿Pensaste lo de la guerra a muerte?

—Maldición, Lily... estás loca.

Ella le guiñó un ojo.

—Entonces nos empezamos a entender —con otro trago, alzó exageradamente la vista—. ¡Eh! ¡Mira, tu hermana!

Reaccionó de inmediato. Louis se levantó de su asiento para saludarla y estrujarla en sus brazos. Su hermana tenía puesto un vestido verde que se pegaba a su cuerpo, resaltando sus curvas sensuales y naturales. El escote dejaba ver parte de sus pechos bronceados y un dije en forma de deltoide convexo dorado. Lo apretó contra una cartera de mano resplandeciente y pulcra antes de separarse.

—Está aquí, subirá en unos segundos, santo Dios. Me quiero morir, Louis.

Louis intentó esbozar una sonrisa.

—Guapa, mírame... —la agarró de las mejillas, aunque ella se removió por la amenaza que suponía a su ardua labor frente al espejo—. Eres la mujer más hermosa del mundo... —se acercó más de lo necesario para plantarle un pico en los labios—, y por favor no me hagas repetirlo en frente de Lily, ¿vale?

—Tonto... —sonrió, dándole un golpecito en el brazo—. Gracias por estar aquí, Tommo. Eres papá, eres mamá, eres mi compañero y tienes mi corazón en tus manos.

Louis cepilló sus dientes con la lengua. Cuando Grace se ponía tan sentimental era difícil tratarla.

—Basta ya, te amo. Siéntate conmigo —exclamó, tomándola de las manos, pero ella mostró resistencia al clavar sus talones en el suelo pulcro.

Grace volteó, y un grito demolió las trémulas esperanzas de Louis.

—¡Harry, cariño!

Fue difícil describirlo. Para cualquier persona en la tierra y microscópicamente escrupulosa lo sería. La noche no es fácil, mucho menos para recibir este tipo de imprevistos. Agudiza, enfada y te hace sentir más vulnerable. La azotea, ese cielo despejado y cárdeno, el piano improvisado que se esforzaba por eclipsar al jazz, las lámparas cuadradas y rojas, las cuatro sillas; los cuatro vasos, las cuatro servilletas. El olor a rosas y champán. El vestido rojo de Lily y el vidrio que los alejaba de otros clientes e intentaba darles privacidad.

Todo. Todo fue cataclísmico ante sus ojos.

Saco negro, ojos verdes fulgurantes y una sonrisa mordaz.

Por alguna extraña y prematura razón, Harry parecía sorprendido y optimista.

Louis necesitaba vomitar.

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