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2. El doctor [+18]

—Mierda, esto no está funcionando —exclamó Louis con la respiración entrecortada. Sentía que todo el aire que tenía en sus pulmones se lo estaba llevando Harry al estar encima de él—. Escúchame...

—Lo siento, soy un poco...

—¿Grande? Hombre, me estás aplastando las costillas.

Harry regresó tímidamente a su asiento. Algo muy protervo debía rondar en su mente para sentirse un completo capullo frente a aquel hombre. Ajustándose la chaqueta, volvió a toser, como si fuese un comodín cada vez que necesitara hablarle.

Piensa.

Piensa.

Piensa.

—Si quieres entrar en calor, podrías venir a mis piernas —¿«entrar en calor»? ¿Qué carajo significaba eso? Pero él no necesitaba colegir, solo continuar—: ¿Sabes? Francamente estaría encantado. —Bien, al menos Harry había tenido la valentía suficiente para completar la oración.

—¿Estás de coña? —Louis rio soberbiamente—. Eso no va conmigo.

Mal. Pésimo. Y terrible. Harry tenía que soportar, quizás por tercera vez en su vida, los comentarios ridículos y pretenciosos de un hombre que, mientras estaban a punto de besarse, reclamaba una orgullosa y falsa heterosexualidad que le quedaba más suelta que su camisa. Tenía que estar haciendo algo mal en su existencia para haberse convertido en un imán de este tipo de imbéciles. Convencer a hombres heterosexuales guapos que echaban la cabeza hacia atrás ante un gesto mínimo debía ser uno de los mayores méritos de su vida.

—No va con ninguno de los dos, pero aquí estamos —exclamó Harry. Louis arqueó una ceja insinuante—. Estamos aquí para llevarnos bien, ¿no?

—Escúchame, no sé qué tipo de rituales hacen entre ustedes, pero de cualquier manera no quiero ser el que esté abajo.

Harry se echó a reír.

—¿Abajo? —Lo miró fijamente a los ojos—. Quieres decir que no te gustaría ser el pas...

—Créeme que lo mejor para ambos será no ponernos explícitos y creativos, ¿vale? —Harry se habría echado a reír más fuerte en su cara... si no fuese porque realmente quería estar en su cama.

—Por supuesto —sonrió—. ¿Vienes?

Louis hizo una pausa. Seguramente tragó una o dos veces saliva. Miró a Harry y, sin pronunciar una palabra, tiró del cinturón hasta que se escuchó el relincho del cuero. Se esforzó por mantener estabilidad en las piernas y, por pura necesidad, miró a los lados para asegurarse de que nadie más estuviese cerca. Cuando dejó caer todo su peso sobre las piernas de Harry y separó sus rodillas para acomodarse, sintió un calor ígneo que lo recorría de pies a cabeza. Incapaz de llevar algún tipo de iniciativa, tiró la cabeza a un lado para ignorar la respiración de Harry, cuyo aliento era una fascinante combinación de fresa y menta estrafalaria que pocas veces en su vida había tenido la oportunidad de valorar como ahora.

—Nunca me había sentido tan afortunado de estar en un 320i... —musitó Harry, con la voz incontrolada y las pupilas dilatadas. Al menos había logrado que Louis sonriera.

—Y nunca nadie había tenido las manos tan temblorosas al intentar tocarme el culo, joder. —¡Puf! Había soltado una gorda, pero era plenamente consciente de que se trataba de una cuestión transitoria y anónima, de una noche. Únicamente hoy sería así de libre y franco. Tampoco dejaría de producir testosterona al dejarse tocar por otro hombre, ¿cierto?—. Está bien... Supongo.

Harry sintió que algo luchaba por escapar de su pecho. Se sintió ahogado y necesitado de repente. Debía, tenía que abrazarlo con todas sus fuerzas porque era terriblemente guapo y caliente. Sin perder tiempo y esperar que él reaccionara, envolvió su trasero con sus manos y lo empujó hacia adelante, logrando que sus rostros estuvieran lo más cerca posible. Sus dedos se perdieron entre una generosa masa de carne mientras su aliento era una invitación clara y procaz para besarse. 

Louis dudó.

—Subiremos a mi habitación y te irás en la madrugada. No vivo solo.

—Paso de eso, bésame ya.

Louis frunció el ceño con violencia.

—Subiremos a mi habitación y te irás en la madrugada —repitió desafiante—, no estoy jugando. No tengo Monopoly en casa, joder, hazme caso.

Ante su extraña insistencia, Harry no pudo dejar de preguntar:

—No es la primera vez que traes a alguien aquí, ¿cie...?

—Si te causa morbo saber si nunca he traído a un hombre aquí, enhorabuena. Pasa por el premio mañana.

Harry sonrió. Lo estaba poniendo como una moto. Estrujó sus glúteos, haciéndolo jadear.

—¿No debería recibir un beso por semejante éxito?

Louis giró la cabeza. Harry ni siquiera sabía si estaba molesto o tonteando. Era un enigma difícil de descifrar..., incendiario.

—Bájate ya.

Harry hubiera querido hacer muchas cosas. A lo mejor darle una patada al coche después de bajarse, enervado, o gritarle en la cara lo que llevaba pensando hace un rato sobre él. También podría mandarlo al infierno e irse por la misma avenida que había tenido que cruzar para llegar hasta lo que parecía una casa. Podría hacer una infinidad de cosas si se lo propusiera, pero no estaba dispuesto a desaprovechar esta oportunidad. El tío era un imbécil, sí, y había roto su récord personal al llamarle así a alguien en menos de diez minutos, cierto, pero era justo lo que necesitaba en esta noche tan sorda y álgida.

Louis sacó las llaves del apartamento de su bolsillo trasero. No el mismo del teléfono, sino el otro. Las sostuvo entre los dedos durante unos segundos, quizás como si estuviera dudando o simplemente pensando en cómo le daría la bienvenida a Harry. En cualquiera de los escenarios en los que sorteaba la discreción, se separó de golpe y tiró de la puerta para tomar un respiro. No dijeron una sola palabra.

Cuando Louis le dio paso, Harry dejó de entretenerse con los faroles de gas lastimeros y sucios que decoraban la entrada. De nuevo, su anfitrión no tuvo que abrir la boca. Hizo un mohín y Harry comprendió. Lo dejó pasar primero, súbito, para ignorar el portal del edificio; una pared ancha ocre y vieja que intentaba parecer contemporánea. El ojiverde caminó con pasos lentos, y Louis se contuvo para no darle un empujón mientras subían unas escaleras cuyos pasamanos parecían grasos pero bien cuidados. Frente a la puerta, Louis introdujo la llave oxidada en el cerrojo y la abrió, facilitándole el acceso a su ligue. O bueno, en realidad no estaba claro si ese era el término más adecuado y generoso para ellos.

—¿Quieres tomar algo? —le preguntó a Harry, dejándolo pasar—. Acomódate donde quieras.

Harry asintió. Louis fue dirigiéndose al minibar mientras él detallaba desde un sofá el alboroto de libros y recortes que estaban esparcidos en el suelo. Rio internamente, puesto que con un cálculo rápido supo que la personalidad de Eric sería proporcional a un espacio como este. Había una amalgama de espiritualismo en los cofres y pequeñas esculturas que abarrotaban un anaquel mal puesto encima de una extraña silla frente a él. Había telarañas en las esquinas y una luz inclemente que le hacía detallar las arrugas heterogéneas que se formaban en la alfombra cada vez que apoyaba sus botas pardas.

—Ni siquiera sé tu edad —exclamó al cabo de unos segundos, quitándose de encima un cojín que lo apretaba contra el reposabrazos del sofá—. Estaría muy agradecido si fueras sincero con eso... por lo menos.

Louis sonrió.

—32. ¿Te asusta? Verás que estoy lejos de ser un chico.

—Perfecto —expuso Harry. Louis vertió un par de hielos y ron en una jarra con rombos uniformes y dos toronjas secas—. Yo tengo 30. Verás que a mí sí me gusta eso de ser sincero.

Louis se fue acercando a él hasta que se sentó a su lado. Le tendió una copa y Harry la aceptó con una sonrisa.

—¿Tú no...?

—No, gracias. Me pongo terrible con más de una encima.

—¿Peor de lo que ya eres...? —succionó, guiñándole un ojo.

—Peor —respondió Louis, levantando las comisuras de sus labios con diversión.

Harry bebió un poco más. Ignoró el detalle de los hielos y fue, por fin, directo al grano:

—¿Podríamos ir a tu habitación?

Louis pasó saliva. Empezaba a ponerse nervioso.

—Me gustaría ser claro contigo, Harry —pronunció, ajustándose el cojín a su forma sobre el regazo. El rizado aprovechó para cruzar sus piernas—: no soy marica.

—Muy bien, ¿y...?

—Esto no saldrá de aquí y yo mismo me encargaré de destruir con mis manos las evidencias de que tú hayas venido a mi apartamento.

—¿Eso quiere decir exactamente...?

—Eso quiere decir que... —suspiró, joder, cómo le estaba costando—, esto será de una noche. Ni siquiera intentes llamarme. Te dicté un número falso... A ver, en realidad es mi número, pero hay una cifra errónea.

—Hostia, ahora dime que eres mujer.

Louis hizo una mueca. Se levantó de inmediato y, temblando, le señaló con la cabeza a la izquierda, después de cruzar un par de estantes desaliñados y más esculturas que Harry empezaba a sospechar que hacían parte de una afición descuidada. Las paredes se veían más blancas en aquel lugar, que por fin daba muestras de ser una habitación.

—No tengo toda la noche —dijo, grotesco, no porque siempre fuese así, sino porque estaba más nervioso de lo que podía permitirse.

Harry apoyó la copa en una mesita de madera roída que había notado de milagro. Tragó saliva y siguió a una silueta masculina que lo guio hasta una cama blanca y, por sorpresa, bien tendida. Encontró una ventana abierta que dejaba ver un edificio del mismo color y calidad al frente. Justo abajo había una tienda de abarrotes extraña y pintoresca, tal vez gracias a que algún inquilino se había saltado la norma. Eric cerró la cortina antes de que Harry pudiera detallar más.

No era necesario preguntar cuando sabía que lo de él era auténtica vergüenza. Y si esa vergüenza iba a arruinar su noche, tendría que encararla antes de que se hiciera tan grande que ni siquiera le permitiera probar sus labios rojos, rodeados de una barba que se aferraba a crecer sin prejuicio, y palpar esos pómulos bien hechos y despejados.

El ojiverde lo pensó. Curiosear sería un error, atreverse de lleno también.

Sin un camino claro, aprovechó que Louis ordenaba incómodo una de las almohadas y lo tomó de la cintura desprevenido. El movimiento hizo que tambalearan. No perdió tiempo para tirar del cuello de su camisa y apreciar más eso que el ojiazul se rehusaba a enseñarle. Para Louis fue más práctico abrirse, dar la oportunidad de finalmente aceptar lo que había estado buscando por un buen rato y conseguido. En un susurro le pidió unos segundos antes de poder quitarse la camisa de cuello negro, triángulos azules y franjas blancas que aludían a una selección en común.

Harry atrapó su labio inferior con sus dientes. La piel de su amante era tersa y bronceada, olía bien e incluso se atrevería a decir que, por un momento, le recordó al olor de la madera mal cortada que se consumía en su chimenea, cuando se alejaba de la ciudad y a duras penas se preparaba un café por las tardes. Algo de desorden necesario y ambiguo. Retrocedió unos pasos y se quitó el saco; dirigió las manos hacia unos botones transparentes y bien cosidos que aún mantenían la camisa en su posición.

Louis estuvo tan absorto quitándose el pantalón y los zapatos que no percibió que el aire en la habitación comenzaba a pastarse. La erección que se asomaba en sus pantalones y la imagen de un hombre, y todavía más, desconocido completando su propia tarea de desnudarse, confirmaron que la novedad del acto lo había conducido hasta este punto. Se quedó en medias y calzoncillos, sorteando confesar la aparente realidad. Por fortuna había elegido un par formal, uniforme y natural de alguien de su edad, contrario a las veces que usaba las medias coloridas y descosidas que aceptaba de su hermana o sobrina.

Se tiraron a la cama casi a la vez. Louis se quedó debajo de Harry, incapaz de extender más sus piernas cuando este todavía tenía puesto el pantalón.

It is what it is... —leyó Harry, pasándole sus dedos largos por el tatuaje que aderezaba su pecho. Una necesidad irracional lo llevó a la rápida conclusión de que se preocuparía por saborear con sus labios cada letra etérea.

—Dos golondrinas, una mariposa, hum... —dijo Louis, encogiendo los hombros. Enseguida notó un colgante de plata militar en su cuello—. Creativo.

—Volarían por ti hoy.

Y fue esa sonrisa pícara, esos hoyuelos, y la seguridad que había titubeado tantas veces esta noche lo que empujó una vorágine que se esforzaba por escapar de los barrotes abandonados y tristes del presidio en el que había convertido su corazón. No era amor, pero sí deseo.

Louis intentó apoyarse en sus codos para soltar una de sus habituales y subversivas objeciones, pero Harry se lo impidió. Lo empujó, como si el hecho de estar en su cama, envuelto en su olor, le diera las credenciales diplomáticas para doblegarlo ante él. Contrario a lo que hubiera querido, Louis se hundió en el colchón con pena. Harry aprovechó la oportunidad para acercar su cara a sus labios y sin reparar en las circunstancias, lo besó.

Si pudiera elegir, habría preferido que fuera diferente. Suave, grato, que, lejos del argumento que los cercaba, por lo menos se convirtiera en un símbolo convincente de que esta noche serían uno solo. Bastó con que su lengua húmeda y caliente atravesara aquel túnel que se rehusaba a ser explorado para que el primer quejido se hiciera escuchar. Desesperado, necesitado de un tratamiento suave e innecesariamente congruente.

—H-Harry... —flaqueó, apoyando sus manos en el pecho del rizado—. Follemos. Follemos ahora.

Rendición.

Siempre llegaban al mismo camino. Sin retorno y predecible. Harry se alejó para quitarse el pantalón azabache y liso que perjudicaba su virilidad.

—Nunca he chupado una polla.

—Imagínate a ti mismo recibiéndola —contestó despreocupado, quitándose lo que quedaba del pantalón con un fino puntapié. En un parpadeo, se sacó el pene de los calzoncillos y se lo enseñó, duro y palpitante, a modo de respuesta—. ¿Ves? Tenemos lo mismo, lo gestionamos igual.

—Joder... qué bizarro —dijo Louis, sintiendo que algo golpeaba su pecho inclemente. ¿Cómo se suponía que iba a respirar a partir de este momento?—. No estoy seguro de poder empezar.

Un instinto animal y una piel lechosa se encargaron de levantarlo por debajo de las axilas. No protestó, pues resultaba inconveniente, pero preguntó suavemente qué intentaba hacer. Harry ocupó su lugar y abrió la boca con el colgante de prenda única. Para Louis hubiera sido paradójico preguntar más de lo necesario, así que se limitó a moverse también, asumir una función sutilmente activa, y enterrar su propio miembro en la boca de Harry.

Harry en la cama. Louis de pie junto a la cabecera. Era todo lo que necesitaban.

Al principio fue el efecto familiar. Echar la cabeza hacia atrás, apoyar las manos en las caderas, abrir la boca para demostrarle a su acompañante que apreciaba el trabajo y perfilar los próximos segundos o minutos, según su ánimo y complexión, rutinarios antes de concentrar sus energías en el acto final. Pero luego llegó la vicisitud. Observó al hombre ahuecar sus mejillas y echar la cabeza adelante y atrás, como si estuviera saboreando un dulce híbrido, largo y ventajoso. Disfrutaba morbosamente de su glande y las gotas salíferas que se desprendían de ahí. Sus ojos verdes se ocultaban por dos párpados ataviados que se encargaban de maximizar sus sentidos y experiencia.

Al cabo de unos minutos fue imposible no tocarse así mismo. Louis siguió el acto y se esforzó por no desprender carne de sus labios rojos y vibrátiles. Harry subía y bajaba su mano, larga, tan pálida, mientras se enfrascaba en llenarlo con su boca. Aspiró un aroma especial, quizás parecido al vinagre de manzana y al jabón rudimentario cuando se pega a la piel. Su nuez de Adán y garganta enrojecían, pero no podía detenerse. No hasta que el mismo Louis se lo pidiera.

—E-estoy a punt...

Aceleró los movimientos. Uno. Dos. Tres. Otra vez. Seguía el patrón con elegancia y formalidad porque siempre le había funcionado. Eric demostró no ser la excepción cuando llegó la descarga amarga y viscosa que saboreó en sus labios después de un quejido, apenas audible, que escapó de su garganta seca. Enseguida intentó incorporarse, afectado por el excéntrico caso de verlo consumir todo su néctar tras recoger los últimos rastros en sus labios con los dedos. Chupó ufano.

—¿Ahora...? —preguntó tímido, como si le estuviera consultando a un perito las disposiciones de un procedimiento que desconocía—. ¿Tú, yo...?

—A mí me cuesta llegar un poco más, Eric.

—¿Estás llamándome...?

—Necesito tu ayuda, en serio.

Louis tragó saliva.

—¿Eso significa...?

«Necesito correrme también».

«No pude alejar los ojos de tu culo, rebotando cada vez que te la chupaba más».

«He llegado a la absurda conclusión de que necesito follarte».

—Necesito correrme también —fue parcialmente sincero. Louis tragó de nuevo—. Sé que esto es nuevo para ti, pero también soy un hombre.

—Por lo tanto...

—¿Me dejarías tomarte el culo? —Louis abrió los ojos de par en par. El rojo de sus venas surcó una mirada extravagante—. N-no quise decir eso, es decir... sí, pero... Joder, me encanta tu culo, Eric.

—¿Eso significa...?

—¿Podrías dejar de preguntar eso? Me estás poniendo las bolas escarlata.

Louis intentó buscar una sábana, pero Harry le agarró una muñeca para detenerlo, cerca de una pica negra que tenía tallada en la piel.

—N-no estoy seguro de dejarme follar —susurró, trémulo—. Incluso si decidiera hacerlo, no sabría si es lo que busco.

—¿Podría... intentarlo? Sé cómo puedo dila...

—Hombre, de verdad. No puedo.

Harry lo soltó. Se echó el cabello para atrás, peinándolo con sus dedos, y suspiró.

—Ayúdame a llegar, entonces. No necesito penetrarte. —Louis asintió—. Tírate de nuevo a la cama y extiende las piernas... Te doy mi palabra, por lo que más amo, que no haré nada que no quieras.

Louis se movió. Algún sádico parecía estar escribiendo las líneas de este libreto espurio e inverificable, porque el temblor que recorrió su cuerpo al caer de espaldas lo hizo sentir como un extranjero en su propia casa. Insólitamente, desvió la excitación que lo había consumido minutos antes. Fue excéntrico, pero necesario. Dejando que Harry acomodara sus piernas a los lados de su cuerpo, resopló al sentir sus labios gélidos golpear sus clavículas.

—Eres raro, Eric... Antes olías a madera... Ahora hueles a moca, a lo mejor a tabaco —susurró, dejando un camino húmedo en su oreja virgen—. Me pareces exótico y muy caliente... casi inolvidable.

Louis colocó sus manos en su pecho. Pidió una tregua. Ni siquiera podía respirar bien.

Harry acató la orden con soltura. O eso intentó. Su mano se deslizó hacia su pecho y agarró la carne que cubría parte del pectoral mayor con ganas. Con la libre, recorrió de arriba abajo su tronco firme y arterial que necesitaba su propia liberación. Sabía que lo que dejara de hacer costaría más que lo hecho, así que siguió adelante sin inhibiciones. Las manecillas de un reloj viejo, que a duras penas podían verse por la luz que desprendía celosamente una lámpara a su lado, le confirmaron que se acercaban a la medianoche.

Harry Styles tomó los labios de Louis con necesidad. Volvió a bombear su falo con la mano y sintió una humedad que era la clara advertencia de que estaba a punto de estallar. Recorrió con su lengua aquellos dientes frontales largos, sobresalientes y dulces que observó disimuladamente mientras tarareaba una canción y le dictaba un número apócrifo desde el móvil. Louis sintió el calor y su peso motivando una erección que difícilmente podría aliviar con ayuda. Gimió, y Harry se adueñó de su lengua pequeña pero madura que había osado renegar de su virilidad.

—E-Eric, diablos, estoy... diablos...

Harry observó con el ceño fruncido los chorros que golpeaban violentamente el abdomen de Louis. Hipó y sus nudillos palidecieron a medida que conservaba en sus dedos el agarre suficiente y curvo para culminar la actividad. Louis dejó medio cuerpo quieto, pasándose las manos por el rostro y casi golpeándolo con sus codos ásperos y firmes. Su piel estaba cubierta de una capa espesa y translúcida de sudor. Una gota que se detuvo en el puente de su nariz cayó cuando se movió incómodo por sus bocanadas de aire, una más caliente que otra, que agravaba la sensación de una molesta humedad en su cuello.

Al final, quedó un suspiro sordo, anidado con el peso de una aventura que prometió más y se obstaculizó por la torpe participación de un hombre que evitaba resignarse a una atracción incompatible con su filosofía. Un segundo más tarde, se acercó a sus labios para envolverlo con una atípica e imperiosa necesidad de disculparse. Enrollaron sus lenguas, a la vez que Harry colocaba una mano para apoyarse en su mejilla y acariciarle el antitrago. Suspiró en su boca, cansado, mas no decepcionado.

Lo había disfrutado. Esos ojos índigos serían algo que difícilmente podría olvidar. Tal vez necesitaban una nueva oportunidad. Por lo menos para saborear con sus labios aquel «It Is What It Is» grácil.

—Trabajo en el Whitechapel Hospital. Soy el doctor Styles. Pregunta por mí un día de estos.

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