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2._Brote


Al despertar fue el olor de la tierra húmeda, lo primero que percibí. Fue vitalizante. Luego respiré la verde hierva debajo de mi. Al abrir los ojos la luz dorada, que pasaba entre las ramas, me dió directo en la cara obligandome a ampararme con el antebrazo. Por un momento pensé que soñaba o deliraba.
Me quedé quieta mientras los recuerdos de lo que sucedió, antes de mi desmayo, venían a mí. Los ojos de bruma del dios me visitaron tan nítidos que pensé estaba ahí, parado frente a mí, pero no. No había huella de su presencia.
  
Me levante despacio. Todavía estaba mareada. Contemple el lugar con paciencia. No quería perderme ningún detalle. Siempre, siempre admiré los bosques y su misticismo. Amaba pasear entre ellos, llenarme de sus sonidos, sus aromas, sus colores; todas sus sensaciones las absorbía como si fueran oxígeno. Aquel lugar estaba tan lleno de vitalidad que, por un momento, pensé que ninguna de esas calamidades, que mataban al mundo, había ocurrido y que todo estaba como antes más allá de ese valle. Realmente quise creer que había sido solo un sueño o una fantasía de mi mente inquieta e inventiva, pero no. Era verdad y pronto me regresaron a la realidad. 

-Despertaste- oi decir una voz a mis espaldas y giré mi cuello hacia allá con la destreza dorsal de un ave- Vete de una vez.

Su declaración medio hostil fue tajante. Estaba de pie cuan alto era y viéndome como un juez mira al sentenciado. Di unos pasos y la fatiga me provoco un mareo un tanto fuerte. Terminé de rodillas a sus pies. Él me miró, un momento, luego dio unos pasos atrás para sentarse en una piedra cubierta de musgo, cual si lo hiciera en un trono.

-Estas infectada- me dijo con cierto placer en la voz- Tu cuerpo agoniza como este mundo. Felicidades. Se han destruido a ustedes mismos y han arrastrado a este planeta con ustedes.

-Lo siento- le dije como si todas las culpas de la humanidad recayeran sobre mí. Es que así me hacia sentir ese sujeto con su mirada y el despecho en su voz.

-Tu disculpa es ridícula-me señalo con desdén- Estoy seguro que no tienes idea de porque te estas disculpando. Llegas aqui con unas semillas, pensando que con eso puedes dar paz a tu alma atormentada. Me hablas de esperanza para el mundo cuando la verdad es que solo quieres sentirte bien contigo misma ¿Piensas que me engañas? Todos los humanos son iguales. Seres egoístas que solo tratan de salvar sus miserables almas con una acción generosa que esperan pueda limpiar la pecaminosa senda que han recorrido. Ingenuos. Ignorantes- agregó con asco.

-Pero así es como se nos ha enseñado alcanzamos el perdón- conteste después de oír esas duras y filosas palabras- Supongo que hubo un tiempo en que los dioses estuvieron entre los hombres. Pero la memoria de los humanos es frágil y los dioses nos han abandonado. Estuvimos solos demasiado tiempo y comenzamos a degenerar las enseñanzas. No había un ser que nos enseñara el camino. No nos quedó más que seguir a otros hombres. A esos que parecían portar la luz del entendimiento y el calor de la bondad.

-Que excusa tan mediocre. Tenían todo para evitar un fin tan miserable. Los dioses les brindaron dones, les dieron un mundo colmado de delicias y como estúpidos lo consumieron hasta la médula.

-Como los árboles que consumen los nutrientes del suelo, los humanos devoramos la vida a nuestro alrededor para existir- le contesté y caí pesadamente sobre el suelo- Este bosque se alimenta de la tierra que lo sostiene.

-Un árboles caerá antes de secar el suelo en que se ha levantado- replicó.

-Eso es porque el árbol no piensa- conteste- Los hombres si lo hacemos. Eso nos hace impuros y todo lo impuro se corrompe- agrege intentando ponerme de pie, pero caí con violencia sobre mi rodilla- Sabe una cosa señor dios, si es que lo es, siempre he creído que la humanidad, a los ojos de los dioses, son como las estrellas en nuestras pupilas. A esa distancia no sabemos cuales están vivas y cuáles son un espectro...

Nunca tuve una relación muy gentil con la figura divina. Pero  fuera ese ser un dios o no, la verdad, es que no me importaba. Mí ánimo estaba disminuido, mi espíritu quebrantado y mi voluntad por el piso. Solo quería cerrar los ojos para morir de una vez, pues él tenía razón y como todos yo estaba infectada. Temía a pasar por el proceso por el cual ese virus nos conducía a la muerte, mas no tenía la fuerza para resistirme más a ese momento. No tenía razones para seguir viviendo. No quedaba en el planeta un motivo para seguir en el. El puñado de semillas me alimento la energía primordial que me quedaba, mas había cumplido mi pobre y desesperado objetivo. Sin embargo...

-Los dioses no vemos individuos, sino especies. Al nivel que nosotros...- decía, pero mi súbita risa lo silencio.

No quería burlarme de él en realidad. Solo fue una respuesta a esa declaración que se me hizo un tanto cruel.

-Vaya...- murmuré- Siempre he creído que la vida del hombre es solo un espectáculo para divertir a los dioses y que sus favoritos eran aquellos que se robaban el show. Por eso hubo un tiempo en que estuve buscando un acto extravagante- confesé todavía riendo, pero en burla hacia mi misma- Ahora creo que tienes razón, señor dios... Las semillas no son otra cosa que mi egoísmo y vanidad.

-Los humanos siempre están buscando dar propósito a sus vidas, aun cuando ese propósito no tenga ningún valor en el orden de las cosas- dijo casi con burla y caminó hacia mí para dejar caer las semillas frente a sus pies, como si soltará un puñado de basura.

Me quedé inmóvil un rato. Mis ojos se quedaron fijos en el suelo. Veía sus botas blancas en contraste con el pasto verde. Sentía su mirada sobre mí y yo ahí, de rodillas agonizando. Esas semillas me habían permitido llegar hasta ese oasis. Cuando tuve hambre me dieron fuerza, cuando tuve sed me refrescaron, cuando tuve miedo me dieron valor, cuando desfallecí me despertaron. Cuando pensé que no había nada bueno en mí...

Con mucha dificultad escarbe el suelo con mis dedos. Los use como un arado en esa tierra húmeda, olvidandome de la presencia de esa criatura cubrí las semillas para que crecieran.
Como pude me puse de pie pasando junto a él que me veía como si yo lo estuviera insultando con el solo hecho de respirar el mismo aire que él. Me habré alejados dos pasos antes de terminar de bruces contra el suelo. Fue inútil intentar moverme. No era capaz de hacer nada. Respirar era difícil.

-No te queda mucho tiempo y no quiero tu cadáver pudriéndose aquí- me dijo, pero lo escuché lejano. Creo que dijo algo más, pero perdí la conciencia después de eso y tuve un sueño. No estoy segura.

Cuando desperté era de noche. Con dificultad me tendí boca arriba. Seguía viva. No podía creerlo. El cielo ahí, no era como el del resto del mundo. Allí podían verse las estrellas titilar pálidas y majestuosas, como las recordaba de niña. Cerré los ojos un instante para contener los recuerdos de esos años en que si bien no fui precisamente feliz, todo era mucho más sencillo. Las lágrimas inundaron mi rostro e incapaz de contener los sollozos y patéticos lamentos, cruce los brazos sobre mi rostro y lloré no sé por cuánto tiempo. Estaba sola. Siempre lo estuve, pero en ese momento la soledad no mordia, arrancaba pedazos de carne y yo tomaba una postura fetal para proteger lo que quedaba en mí de humanidad. Estaba muriendo y no me importaba tanto como dejar atrás la humanidad a la que me aferraba.

-No hay algo más humano que el temor a la muerte- me dijo esa voz cansina que corto mi llanto, haciéndome sentar rápidamente.

Ahí estaba ese sujeto otra vez. De pie viéndome con desprecio, pero uno un poco menos hostil.
Me quede viendo las frutas que arrojo frente a mí. Olían bien. Yo tenía hambre, mas no me precipite ante ese fresco bocadillo. En lugar de eso lo mire a los ojos como esperando a que me arrojará una espada sobre la cabeza. Sus ojos grises se metaluzaban en la oscuridad. En ese momento en que estaba un poco más lúcida, experimente una sensación extraña ante su presencia.

-Humanos- murmuró y se sentó en un trono caído que había a mi costado- En nada me complace tu presencia en este lugar, pero estoy imposibilitado de acabar con tu existencia, por más miserable que esta sea- agregó con cierto pesar.

Lo mire con curiosidad, pero él no tenía pensado decir más al respecto.

-Come- me ordeno- Recupera tus fuerzas y abandona este lugar cuanto antes. Tu presencia es una ofensa a este lugar.

Lo miré un instante y luego baje mis ojos a las frutas. Tania tanta hambre que no pude contenerme más. Tomé la granada entre mis manos y aplique fuerza en la grieta en la corteza para acceder a esos granos rojizos tan rebosantes de jugo, que se me hacian agua la boca. La primera mordida me causo un cosquilleo en el paladar y un escalofrío de deleite que bajo por mi esófago hasta mi apretado estómago. Meses sin más comida que la carroña, raíces y conservas descontinuadas me hicieron hipersensible a lo dulce. Hasta mi cerebro se estremeció mientras exprimía ese zumo que escurrió por el costado de mi boca, obligandome a limpiarme con el dorso de la mano.

-Pareces un animal. Cuando hayas terminado vete porque mi clemencia contigo a terminado- me dijo y se levantó para alejarse por un sendero entre los árboles

Me tome todo el tiempo del mundo para terminar esa fruta que fue como ambrosía. Después me levante y seguí el sendero por el que él se fue. Sé que no me quería ahí, pero al menos quería llevarme algunas frutas, pensaba pedírselas. Mientras caminaba por entre los árboles me pregunté si de verdad sería un ser divino. Si no lo era no sé cómo podía cuidar solo ese lugar, aunque podía ser que no hiciera algo ajeno a solo estar ahí. Pudo solo llegar a ese bosque como yo lo hice. Su aspecto no era precisamente humano, pero la idea de un dios no me era compatible con él o solo me aferraba a lo que se implantó en mí respecto a los dioses. Pensaba encontrarle para hacerle algunas preguntas y lo encontré junto a un arrollo, pero antes de que pudiera hablarle desapareció ante mis ojos. Lo busque con la mirada, bastante sorprendida. No estaba. Después de unos minutos una baya cayó sobre mi cabeza haciéndome mirar hacia arriba, en el árbol a mi costado, ahí estaban mis cosas.

Después de trepar por mi mochila, puse en ella algunas frutas y deje ese lugar dispuesta a volver. Mientras me alejaba recordé las palabras de esa criatura respecto al propósito que damos los humanos a nuestras vidas. Tenía razón, tuve que admitir. Sin embargo, aunque para un dios podía ser irrelevante y hasta ridículo, decidí montar una empresa. Saldría al desierto del mundo en busca de más semillas. De semillas de todo tipo. Tenían que haber más. Todavía había vida en la Tierra, todavía habían hombres en el mundo, todavía tenía que haber humanidad. Con renovado ánimo me puse a cantar y el viento, supe después, llevó mi voz a ese ser que me vio partir desde la rivera del bosque.

"Partirá la nave partirá...
Dónde llegará, eso no lo sé.
Será como el arca de Noé
El perro, el gato tú y yo"

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