6 - La última candidata
El carruaje se detuvo, al parecer habían llegado a su destino. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas, así que su ocupante no había podido ver nada del camino que habían recorrido a excepción de las cortas paradas para dormir en posadas, estirar los pies, tomar un baño o comer custodiada por al menos una veintena de guardias que la acompañaban y llevaban su equipaje. El viaje había durado casi un mes, la distancia entre ambos países no era grande pues compartían frontera, pero la gran extensión de sus tierras provocaba que el viaje en carruaje fuera extenuante y largo. Incluso habían tenido que cruzar el gran río Heka, que desembocaba en el inmenso lago de Devalekha, en grandes barcos donde aún así tenía prohibido salir incluso a tomar el aire fresco.
Abrió la puerta antes de que el cochero viniera a ayudarla y bajo el velo azul pálido que cubría su rostro no pudo más que sorprenderse de lo que veía. Al parecer antes de llegar habían pasado por una gran muralla de piedra que ahora se hallaba a sus espaldas, era tan grande y alta que impedía ver lo que había más allá de ella así que era imposible saber si detrás había un pueblo o algo más. La entrada al palacio era enorme y la arquitectura impresionante, se notaba que quien lo hubiera hecho había utilizado los mejores y más caros materiales, nunca en su vida había visto algo así. Jensgerdh, el país de donde provenía, era el centro del comercio en el continente, así que las riquezas y tesoros exóticos eran fáciles de ver, pero en arquitectura allá no existía nada tan fastuoso como este lugar pues allí no tenían emperador ni ningún tipo de realeza. Allá quienes regían Jensgerdh eran un grupo de comerciantes y señores feudales reunidos en un selecto grupo que controlaba el comercio del continente por la excelente ubicación geográfica del país y su salida al mar de Thullhed, que le permitía adquirir y mover mercancías no solo del continente sino también de países que se hallaban cruzando el océano.
Subiendo y bajando las escaleras de mármol habíancientos de personas en ajetreado movimiento: mercaderes, envíos de comida y dediferentes artículos provocaban una ebullición de ruidos constantes que laaturdían y desorientaban. También habían guardias apostados a lo largo de losbordes de la escalera y en todas las entradas visibles usando vistosasarmaduras plateadas armados con lanzas y espadas. La doncella que la acompañabase bajó del carruaje y se acercó a ella al igual que un par guardias que sesepararon del resto.
—Voy a anunciar que usted ya llegó, manténgase cerca del carruaje hasta que yo regrese —dijo la joven con ojos miel y cabello castaño claro recogido en una larga trenza que le llegaba hasta la cintura mirando de manera significativa al palacio y frunciendo sus finos labios con nerviosismo al ver este imponente lugar.
—Yurine no me hables así, como si fuera una extraña o tu señora, soy solo yo —casi suplicó una dulce voz bajo el velo.
—Sabe que no puedo hacerlo, su estatus cambio, ahora es una candidata —dijo Yurine con la tristeza reflejada en su voz —enseguida regreso
La persona bajo el velo miró a sus guardias, quienes se aseguraban de que ella llegara a su destino. Había salido de una prisión para simplemente ser entregada en otra como regalo. Suspiró y al alzar la vista se tropezó con un par de ojos color café que la miraban con curiosidad. Un joven hombre de unos veinte años, apuesto, alto, de fuerte presencia, musculoso cuerpo que se marcaba en su ajustado atuendo y cabello negro como el azabache se hallaba parado frente a ella. La joven sintió una rara calidez que emanaba de su presencia. La miraba con genuino interés y una creciente curiosidad que trató de disimular al hablar de manera amable.
—Supongo que usted es la nueva candidata —dijo con cortesía mientras la joven bajo el velo asentía levemente— Bueno, pues creo que no sería educado dejarla aquí esperando, sígame por favor.
La joven dudó si seguirlo o no por un leveinstante, Yurine le había dicho que esperara aquí. Pero si había encontrado aalguien enviado a recibirla y que cortésmente la llevara al interior ¿Acaso nodebía seguirlo? Una fría brisa golpeó su cuerpo de repente recordándole que elinvierno llegaría pronto, y que este país norteño era más frío que Jensgerdh.Mientras la piel se le erizaba recordó que la ropa que traía era muy fina, siguiendola moda del país más cálido de donde venía. Necesitaría algo más grueso para noenfriarse con esta temperatura y adentro la temperatura debería estar másagradable, así que lo siguió sin mirar atrás, había algo en su voz que le dabaconfianza.
Francamente también tenía curiosidad por ver el interior del enorme palacio y dejar atrás el carruaje donde había estado prisionera por tanto tiempo. Subió las escaleras tras él, mientras al menos cuatro guardias que se habían separado del grupo la seguían muy de cerca. Pudo notar al pasar por su lado que los guardias del palacio eran significativamente más altos que los que la acompañaban, se veían imponentes, intimidantes, al parecer los hombres de este país eran así por naturaleza. Bajo el velo todo se veía borroso y aún más sobrecogedor, a su alrededor todo era enorme y la hacían sentir pequeña, minúscula, como una hormiga que acababa de entrar a la casa de un gigante. Miró hacia el techo y sintió como su estómago se encogía, calculó que ni siquiera diez de los guardias de afuera subiéndose cada uno sobre los hombros del otro llegarían hasta arriba. Tragó en seco, este lugar era majestuoso. Todo estaba hecho con minucioso detalle, desde las columnas talladas a mano que llegaban hasta el techo, las lámparas doradas que pendían de él, los candelabros de las paredes, las exquisitas estatuas que estaban hechas con tal detalle que por un leve instante tuvo la sensación de que se trataba de personas reales que de manera inerte vigilaban a los visitantes listas para moverse en cualquier momento emitiendo un cordial saludo.
Luego de caminar por largo rato llegaron a un gran jardín interior que tenía en el centro un enorme árbol de cerezo. Este lugar no tenía techo, así que la luz del sol acariciaba con suavidad las frondosas ramas, atravesándolas y decorando el césped verde con pequeñas manchas de luz que como pequeñas joyas doradas danzaban al compás del suave movimiento de sus hojas. La joven se detuvo extasiada por los colores que se veían a través de su velo. El hombre miró hacia atrás al notar que la candidata había dejado de seguirlo.
—¿Puedo verlo de cerca? —le preguntó emocionada sintiendo como su corazón latía acelerado, el hombre asintió sorprendido.
La joven del velo comenzó a caminar hacia el árbol, los guardias se dispusieron a seguirla, pero el hombre les dijo algo en voz baja que provocó que se retiraran de inmediato. Al llegar al césped ella simplemente se quitó los zapatos y comenzó a caminar descalza sobre la hierba fresca, la sensación era deliciosa. Comenzó a acariciar el tronco del árbol y de repente alzó su velo mostrando su rostro, sus tiernos ojos verdes atravesaron al hombre con su mirada de inocente asombro y una sonrisa iluminó su cara como un rayo de sol.
—¿Es uncerezo no es cierto? —pregunto extasiada— solo los he visto en pinturas ylibros, en Jensgerdh no hay ninguno
—No debería quitarse el velo —dijo el hombre bajando la vista para evitar continuar mirando ese hermoso rostro— va contra las costumbres
—El velo no me permite ver lo bello que es —dijo la joven despreocupadamente sintiéndose libre al despojarse completamente de él y dejarlo en el suelo.
El hombre sin salir de su asombro, quedo aún más sorprendido al notar cuan joven era esta candidata, no creía que llegara a los dieciséis años. Con el velo puesto había pensado al verla por primera vez que era una mujer de corta estatura, ahora viéndola más de cerca se dió cuenta de su error. Aparte de su estatura, su cuerpo de adolescente aun sin desarrollar completamente mostraba pecho pequeño en la única zona ajustada de su vestido que continuaba con una cinta fuertemente ajustada en su cintura, el resto era imposible de adivinar como sería, por las grandes proporciones del resto del vestido. Aunque no era complicado notar que quien lo usaba estaba incómoda por su peso. Pero aun así no pudo evitar sentir una rara atracción hacia ella, una mezcla de sentimientos que nunca antes había experimentado se apoderó de él al verla allí de pie en medio del jardín. Parecía una imagen sacada de una pintura, el árbol de cerezo a su lado floreciendo con todo su esplendor, su vestido azul moviéndose lentamente cada vez que caminaba dejando ver sus pies desnudos en la hierba y sus ojos, esos bellos ojos verdes.
—Es casi una niña —murmuró sintiendo una punzada de ira en su estómago, al pensar en los hombres que la habían enviado usando su juventud e inocencia como artículos de intercambio por una alianza.
—¿Dijistealgo? —preguntó la chica mientras tocaba su cabeza con ambas manos paradespojarse de su hermoso y elaborado peinado sacando los adornos uno por unohasta que su largo cabello castaño ondulado cayó libre desparramándose sobresus hombros y su espalda. Respiró aliviada. El hombre estaba confundido. Era laprimera vez que conocía alguien así, que simplemente rompía todas las normas ytradiciones sin importarle que hubiera consecuencias, como si para ella notuvieran ningún tipo de importancia. Nunca había visto a ninguna mujer o hombredel palacio ya fuera de alto o bajo rango comportarse de esa manera, fuera delo estipulado, de las reglas. Además de que su exótica belleza casi lo habíadejado sin palabras, la diferencia entre las mujeres de Tsubekami y ella erabastante clara. Nadie en este país tenía ojos o cabello de estos extravagantescolores. Era una bella rareza que salía totalmente de lo que aquí seconsideraba normal, los ojos y cabellos oscuros, que todos los hombres ymujeres tenían. Había visitado Jensgerdh un par de veces, pero ni siquiera allíhabía visto a alguien similar.
—¿Usted solo vino con sus guardias? —preguntó apartando su mirada de ella, no quería ser irrespetuoso por mirarla tan fijamente. Normalmente no solía ser amable con ninguna mujer a no ser para mostrar su imagen de príncipe galante, pero ella era diferente, muy diferente.
—Vine con alguien más, mi amig... mi acompañante, se llama Yurine —dijo soltando la cinta que aprisionaba su cintura exhalando con alivio— fue a anunciar que habíamos llegado, pensé que ella te había enviado.
—No lo hizo —sonrió al caer en cuenta de la confusión que había creado al llevar a la joven dentro del palacio sin presentarse, la chica al parecer pensaba que él era la persona que debía presentarla ante su posible esposo— quédese aquí, voy a buscar a su acompañante, creo que debe estar perdida si no conoce el lugar —añadió alejándose de ella mientras la escuchaba reír tratando de agarrar dando pequeños saltos y con las manos extendidas las flores rosas que caían lentamente de las ramas del árbol.
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