—Ahora vamos a prepararte para el banquete de esta noche —dijo Jinzo con calma

—Solo quiero estar sola, tráeme el vino —se negó Kazue con terquedad empujando a su hermano

—No lo haré. Sabes muy bien que la fiesta es en tu honor, no puedes ausentarte —negó el joven con calma, caminando hacia el armario y sacando un vestido aguamarina—. Algunos pocos conocían tu relación con el príncipe. Así que no debes ser tú quien destruya tu reputación creando rumores que pueden echar por tierra todo lo que has logrado hasta ahora. Aún tenemos una misión que cumplir, ¿no es cierto? —añadió mientras su voz se endurecía

Kazue se levantó de manera repentina mientras una extraña resolución brillaba en sus ojos. Sin decir una palabra, comenzó a vestirse con ayuda de su hermano; en su mirada asomaba un odio intenso que contrastaba con lo sereno y frío que se veía su rostro en este momento. Recogió un espejo roto del suelo y vio su cara igualmente reflejada entre los fragmentos. Como si su propia alma estuviese fragmentada, muchas versiones de sí misma le devolvían la mirada. Esbozó una leve sonrisa irónica y se sentó colocando el espejo roto con suavidad en la cómoda.

—Dile a Seki que hoy quiero lucir más radiante que nadie, que haga uso de sus habilidades y que me haga lucir como una diosa...