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34 - Distancia

Salieron del palacete en silencio y al llegar a su altura, Naito lo saludó alegremente.

—¡Hola hermano! Es un lindo día, ¿no es cierto? —preguntó con innecesario entusiasmo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —escupió Seiken con ira mal contenida. Su mandíbula se veía tensa, al igual que los músculos de su cara.

—Visitando a mi nueva "hermanita menor" —dijo Naito con un evidente tono burlón, haciendo énfasis en lo último con una sonrisa maliciosa— ¿O es que acaso no puedo? —el pronunciado sarcasmo en su voz no pegaba en absoluto con su expresión.

Akanemi miro a uno y a otro indistintamente sin saber qué decir o hacer. Había un ambiente tenso entre ambos.

—Tranquilo, no pienso robarme a tu esposa —dijo Naito riendo y dándole una palmada en el hombro a su hermano— Solo le daba un regalo, todos lo han hecho y a fin de cuentas somos familia.

—Sí, somos familia —repitió Seiken sin que en su voz hubiera descendido el nivel de ira

—Nos veremos en otra ocasión princesa —se despidió Naito sonriendo con aire triunfal, como quien acaba de ganar una competencia. Pero antes de que pudiese dar un paso en dirección a la salida, Seiken lo agarró por el brazo con fuerza.

—La próxima vez que quieras visitar a "mi esposa" me informarás primero —su voz fuerte y autoritaria no escondía una fuerte territorialidad.

Naito lo miro aun sonriendo de manera descarada y zafándose del agarre de su hermano hizo una burlona pose militar.

—Claro mi general

Seiken esperó a que su hermano se marchara para tomar a Akanemi con fuerza del brazo, casi haciéndole daño y llevarla hacia la habitación principal, aún enojado. Tiró la puerta con fuerza tras ellos antes de comenzar a gritar de manera feroz.

—¡¿Por qué desobedeciste mis órdenes y le dijiste a las doncellas que lo hicieran?!

Ella dio un paso atrás sorprendida, este parecía un hombre totalmente diferente al que había conocido en los días anteriores. Todo, desde su salvaje expresión, hasta su voz, era totalmente atemorizante. En sus ojos brillaba una ira indescriptible.

—Es tu hermano, no pensé que habría nada malo en eso... —comenzó Akanemi tratando de mantener la calma ante esta versión de su esposo que era totalmente nueva para ella

—¡¿Qué no habría nada malo?! —repitió Seiken con una expresión de iracundo desconcierto— Quizás de donde vienes no es nada malo que una recién casada reciba a un hombre en su casa, ¡Pero aquí no es así! —exclamó dando un fuerte puñetazo en la mesa que provocó que el jarrón que tenía encima cayera al suelo haciéndose añicos, sorprendiendo a Akanemi que ahogó un grito ante la repentina violencia.

—Pensé que porque es tu hermano... —intentó comenzar a explicar, pero nuevamente Seiken la interrumpió antes de que pudiera terminar

—¡No vuelvas a desobedecerme de nuevo! —rugió con fiereza

Akanemi lo miraba furiosa y confundida. Casi echaba chispas por sus hermosos ojos verdes del enojo. Se mordió el labio inferior mientras su respiración se volvía entrecortada por la frustración de las constantes y violentas interrupciones que no le permitían explicarse correctamente. De repente dio un paso hacia adelante y con decisión se enfrentó a su esposo tomándolo por sorpresa.

—¿Eres mi esposo o mi padre? —replicó apuntándole de forma acusatoria con el dedo índice— porque según recuerdo, no me trataste precisamente como un padre lo haría en nuestra noche de bodas ¿no es cierto? —un horrible sarcasmo que no pegaba con lo dulce de su voz cortó el aire entre ambos con el filo de un cuchillo.

Seiken abrió la boca, pero estaba tan sorprendido por la reacción de Akanemi que no sabía que decir.

—¡Soy tu esposa! Quizás soy joven, pero no soy tu hija ¡No vuelvas a regañarme como si lo fuera! —la voz de Akanemi se quebró. Lágrimas involuntarias de frustración escaparon de sus ojos.

Se giró, no quería que la viera llorar, estaba enojada, muy enojada. Salió de la habitación sin decir una palabra más, tropezando con alguien al salir. Se disculpó torpemente sin ver de quién se trataba y siguió su camino.

El enojo de Seiken pasó a la vergüenza cuando se dio cuenta de la manera ruda y autoritaria con la que había tratado a su joven esposa. Y sobre todo lo último que le había dicho había herido su orgullo, por lo cierto en sus palabras. Sintió como si la distancia entre ambos estuviera creciendo y era todo su culpa. Kudume entró, parecía algo divertido con la situación.

—¿Qué? —soltó Seiken con furia mal contenida al ver su cara.

—¿Pelea de recién casados? —preguntó mientras el príncipe le lanzaba una mirada asesina— ¿Acaso usted no quería una esposa que no fuera su perrito faldero? O cito sus propias palabras: "un adorno de porcelana", pues ahí la tiene. Su deseo fue cumplido, pero eso conlleva otras complicaciones y creo que las acaba de ver.

—¿Cómo es posible que no entienda?

—Ella no entiende. No sabe como funcionan las cosas aquí —dijo Kudume con toda lógica— Viene de otro país con una cultura y costumbres diferentes de las nuestras, viene de un lugar donde no hay familia imperial. Así que no puede culparla por no ver lo inapropiado de la situación.

—Aquí somos familia, pero a la vez no lo somos. No tenemos esos fraternales sentimientos de hermanos que pueden existir en las familias normales. —su cara adquirió una expresión sombría mientras seguía hablando— Los hijos del emperador están en constante competencia desde que nacen. Una competencia por el poder donde todo se vale, hasta las crueldades que solo podrían habitar en la cabeza de un demonio —añadió viendo la marca que había dejado su puñetazo en la mesa, en su mirada se vislumbró un aire culpable— A mí francamente no me interesa en absoluto la lucha por el poder. Si pudiera desaparecería, me iría lejos de aquí, simplemente dejaría todo atrás. Pero eso significaría dejar a muchas personas que quiero desprotegidas...




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