31 - Empatía
Ya no podía escapar de los elaborados y apretados peinados, ni de los suntuosos y pesados vestidos. La emperatriz le había mandado a hacer muchos con su costurera personal, pero insistió en que debería tener más. "Una princesa siempre debe estar presentable", habían sido sus palabras. La ropa que había traído de Jensgerdh había sido cruelmente desechada, en primer lugar era ropa muy cálida y no servía para el frío invierno que ya había comenzado con una fuerte nevada y en segundo lugar el estilo era totalmente diferente al de Tsubekami así que por esta razón no podía usarla. En su lugar, un enorme cargamento con las más finas telas del continente habían sido entregadas en el palacio de la Luna, para ser convertidas luego en exquisitas prendas solo para que ella las luciera.
Había pasado casi un mes desde la boda, así que Akanemi apenas se estaba acostumbrando a su nuevo hogar. A diario venían al menos dos profesores enviados por la emperatriz a enseñarle costumbres, historia, música, bailes, tradiciones, etiqueta y muchas otras cosas que lograban que su día se acabara con rapidez. Incluso la propia emperatriz la había visitado personalmente más de una vez para comprobar sus avances y también impartirle lecciones.
Caía exhausta en la cama, así que apenas sentía cuando su esposo llegaba. Ya se había convertido en una costumbre el hecho de que él apareciera muy tarde en la noche y que se fuera mucho antes de que ella despertara.
Las reverencias y el silencio la perseguían a donde quiera que se dirigiera, era incómodo y dudaba que alguna vez se pudiera acostumbrar a esto. Nadie la miraba a los ojos, nadie le dirigía la palabra a menos que ella hablara o preguntara algo primero, era raro sentirse tan sola rodeada de tantas personas. Incluso para conversar con Yurine tenía que asegurarse de que estuvieran completamente a solas antes de poder decirle una palabra, pues las doncellas eran como sombras que aparecían cuando menos lo esperaba.
Aunque el palacio era enorme y aún no había explorado ni la mitad, se sentía prisionera, pues no había salido desde el día de la boda. A veces podía escuchar música en la distancia y se preguntaba si había algún tipo de fiesta o evento ocurriendo mientras ella estaba encerrada. Nunca había participado de los banquetes y las fiestas en Jensgerdh, siempre había estado oculta, invisible a los ojos del mundo. Este tipo de eventos no llamaban su atención, pero por una vez había deseado asistir, incluso si se sentía tan incómoda como en el banquete de bodas. Quería salir de la monotonía y la rutina repetitiva en la que estaba envuelta su vida.
Despertó muy temprano, aunque sabía que no tendría lecciones ese día y cuál no fue su sorpresa al ver a Seiken profundamente dormido sentado en el suelo con la espalda y la cabeza apoyadas en la cama. Akanemi lo miro apenada, ¿Acaso era posible que llevara todo este tiempo durmiendo a su lado en el suelo? Como nunca lo veía llegar o irse, siempre se había preguntado donde estaba durmiendo, recordando que según la tradición tenía que visitarla todas las noches. La molestia que sentía hacia él se evaporó por un instante, debía ser suficiente castigo el hecho de que estuviera durmiendo en el suelo, después de todo se trataba de un príncipe. Se sentó a su lado, mirando su rostro con detenimiento, se veía tan relajado. Acerco su mano a la cicatriz que tenía en la cara y la acaricio con suavidad.
—Tus heridas fueron dolorosas, ¿no es cierto? —casi susurro
Viéndolo de cerca, la manera en que su cabello caía sobre su frente lo hacía lucir bastante apuesto. No se había sentido intimidada en ningún momento por él, pero era cierto que su mirada salvaje y la forma en la que hablaba era bastante feroz. Todo esto la había sorprendido más de una vez. Parecía ser alguien que no estaba muy acostumbrado a tratar con las personas.
Dio un largo suspiro, había abandonado la idea de preguntarle a los demás acerca de su esposo. Las doncellas solo temblaban sin responder y de la emperatriz solo recibía respuestas ambiguas o amables cambios de tema.
Se sintió un poco traviesa y siguió tocando el rostro del príncipe con suavidad, quitando el cabello de su frente. Nunca había tenido la oportunidad de tocar el rostro de un hombre y como este era su esposo, no creía que fuera mal visto. Su mirada continuó bajando hacia su cuello y luego hasta la camisa casi desabotonada por completo, dejando ver desde su fuerte pecho hasta su esculpido abdomen.
Trago en seco y miro a ambos lados asegurándose de que estuvieran solos, se sentía como una niña que estaba haciendo una travesura, pero su curiosidad era demasiada. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras acercaba su mano al hombre que parecía una estatua dormida. Tocó la clavícula de su esposo con la punta de los dedos, aguantando la respiración como si se tratara de algo prohibido. Deslizo la mano con suavidad por el centro de su pecho mientras podía sentir su corazón acelerado, palpitando en sus oídos. Su respiración se agitó por la adrenalina de estar haciendo algo que su mente le indicaba que no era correcto.
Le pareció escuchar un ruido y se levantó de un salto sintiendo que el corazón se le saldría del pecho. Alzó las manos hacia su rostro, sintiéndolo caliente, y volvió a mirar a al príncipe, aun durmiendo apaciblemente, ignorando que había sido objeto de una curiosa exploración por parte de su joven esposa. Akanemi respiro profundo, debía ponerse agua fría en la cara para calmarse, pero antes tenía que hacer algo. Tomo una manta y cubrió a Seiken con suavidad, el cuarto estaba cálido, pero el suelo podría estar frío.
Le dio una última mirada y salió de la habitación sin notar que Seiken abría los ojos lentamente. Una de las comisuras de sus labios se alzó en una media sonrisa mientras la veía partir sin decir una palabra.
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