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25 - Desfile de dioses

Akanemi lo miro entre confundida y molesta, no se esperaba esto, estaba siendo muy rudo con ella y este último comentario se sintió especialmente brusco. Parecía estar haciendo un intercambio comercial con ella, como si en vez de con su esposa hablara con un mercader.

—¿Entonces tenemos un trato? —insistió Seiken con seriedad

Antes de que Akanemi pudiera responder, alguien los interrumpió al tocar la puerta.

—Mi señor —intervino Kudume— han llamado para un consejo de guerra de emergencia. La situación de la frontera al parecer se está complicando, así que se espera la llegada de uno de los generales para información más detallada.

—¿Quién? —preguntó Seiken sin evitar una nota de ansiedad en su voz

—La Dama Sol —respondió Kudume mirando de reojo a Akanemi

Sin decir palabra alguna o despedirse siquiera, Seiken dejo la habitación tras su consejero, sin notar a la furiosa Akanemi que había dejado tras él, que lanzo el almohadón con fuerza al suelo. Este hombre era frustrante, sus estados de humor cambiante le recordaron a la emperatriz. ¿Acaso no era ella su madre? Había sido amable con ella cuando se conocieron, alegre, luego distante el día de su boda. Le había salvado la vida la noche anterior y ahora le decía que no le gustaban las "chicas tan jóvenes", "ya hay una persona en mi corazón" y que solo debían "mantener las apariencias".

No es que no agradeciera no tener que estar obligada a los deberes maritales, pero ¿A qué demonios estaba jugando este príncipe? ¿Acaso era divertido meterse con su estabilidad mental? ¿La estaría probando a ver sus reacciones? No debía confiarse ni dejarse llevar por sus sentimientos, pero se sentía tan enojada y frustrada. Este hombre definitivamente no sabía como tratar a las mujeres.

Hinako entro cargando un bellísimo vestido blanco con rosas estampadas y un fino velo blanco con un encaje rojo en todo el borde, interrumpiendo los furiosos pensamientos de su ama. Akanemi miro el velo con extrañeza, supuestamente después de casada no tenía que seguir usándolo.

—Es para el desfile de su presentación en la ciudad —dijo respondiendo a la mirada curiosa de su ama.

—¿Voy a la ciudad? —pregunto Akanemi emocionada— Espera un momento, dijiste algo acerca de un desfile ¿no es cierto? —añadió sintiendo como su alegría se desvanecía evaporándose al entender de lo que se trataba— Otra de las tradiciones —suspiro desilusionada— esta vez ¿de qué se trata? —preguntó con desgana

—Una vez que el príncipe heredero se casa en el palacio, su esposa, la nueva princesa, debe ser presentada al pueblo como la futura emperatriz.

—¿Acasono era más sencillo que el pueblo asistiera a la boda, en vez de hacer undesfile solo para que me conozcan?

—Alteza, las personas comunes tienen prohibida la entrada al palacio. Aquí es donde viven nuestros dioses en la tierra. Solo unos pocos tenemos el privilegio de servirles. Es el más alto honor otorgado por los cielos el ser elegido para trabajar aquí —la joven habló con vehemente devoción mientras la emoción brillaba en sus ojos

—Ah, ya veo —dijo Akanemi viendo la seriedad en la cara de su doncella al hablar y empezando a preocuparse por su nueva posición social— y si me van a presentar al pueblo ¿Por qué debo cubrir mi rostro nuevamente?

—Usted será presentada al pueblo, pero su rostro, como el de todas las mujeres de la familia real, están prohibidos para las personas comunes. Aquel que ose verlas es castigada con la muerte.

—Entonces dentro del palacio puedo estar sin el velo porque todos los que están autorizados a entrar pueden ver mi rostro, pero si voy al pueblo tengo que usarlo. Creo que voy entendiendo —dijo con voz pensativa— aunque eso de la muerte creo que es demasiado —añadió sin medir la honestidad de sus palabras.

—Disculpe su alteza, pero la familia real nunca va a la ciudad, nunca sale del palacio, a no ser que se trate de algún evento oficial o alguna celebración tradicional —negó la sirvienta de forma rotunda.

—Entonces, ¿solo están aquí dentro todo el tiempo? —pregunto entre sorprendida y desilusionada.

—¿Para qué querrían salir y mezclarse con la gente común? —pregunto Hinako confundida ante la reacción de Akanemi— Esta es la casa de los dioses, aquí está todo lo que necesitan. Deben estar alejados de los simples mortales o su mera existencia se contaminaría.

Las palabras que Esha le había dirigido antes, cuando llego a la casa de visitas, resonaban en su cabeza provocándole un súbito escalofrío. Este lugar tenía un sistema de diferencia de clases bien complejo, en el cual todos parecían jugar bien su papel y donde a las personas comunes alguien parecía haberles hecho un perfecto lavado de cerebro. Era la única manera en la que alguien en su sano juicio podría pensar que todo esto estaba bien. De donde provenía existían las diferencias de clases, pero nunca a este nivel, ricos y pobres, quizá ¿Pero dioses en la tierra y simples mortales? Algo definitivamente no andaba bien en esa afirmación.

Salió del palacio de la Luna con Yurine y sus tres doncellas principales. Un grupo de al menos diez guardias las esperaban y las guiaron hacia fuera del palacio principal. Akanemi se detuvo al inicio de las escaleras que había subido al llegar allí solo unos días atrás. Había algo diferente, los guardias que custodiaban las escaleras estaban en posición de firme, con sus lanzas apuntando hacia delante, saludando a quien iba a bajar. No había más personas subiendo y bajando como el día en el que había llegado, no había personas comunes dentro de la muralla, solo un bellísimo carruaje la esperaba al pie de las escaleras.

Tenía cuatro postes envueltos en seda roja y el techo eran velos blancos trenzados dando la vaporosa impresión de ser tersas nubes que flotaban sobre la cabeza de su ocupante. Bajó, sintiéndose blanco de muchas miradas, mientras de la nada comenzaron a caer pétalos de flores que contrastaban con la leve escarcha que cubría varios escalones y pedazos del suelo al pie de las escaleras. Yurine le indico que se detuviera mientras un guardia extendía una alfombra desde donde ella se encontraba hasta el carruaje, a donde subió con ayuda de sus doncellas. Mientras se acomodaba, una de las peinetas de oro que adornaban su cabello cayó al suelo y cuando se agachó a recogerla escucho unas voces familiares tras el carruaje. Como ella era pequeña, al estar en esa posición no parecía que hubiera nadie adentro.






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